lunes, 31 de diciembre de 2012

¿CUÁNDO NACIÓ ESTA CIUDAD? (1957-2006)

En estos días de fin de año –incluyendo un par de reuniones con antiguos amigos de colegio- me he acordado de mis épocas escolares y particularmente de las etapas previas a los exámenes. Las clases comenzaban el 1º de abril y los exámenes eran bimestrales: a fines de mayo y fines de julio, la segunda semana de octubre y en la primera quincena de diciembre. Vacaciones habían desde fiestas patrias hasta el 11 de agosto (por razones que explico en la crónica Filomeno, la pelota…” del 29 de octubre de 2012). Los calificativos eran sobre 100, es decir 55 era la nota mínima para aprobar un curso.

Aunque no sé si siempre fue así, pero por lo menos en cuarto y quinto de secundaria la semana previa a la iniciación de los exámenes finales nos la daban libre para estudiar. Quizá se debía a que ese cuarto examen valía doble. Es decir las notas se multiplicaban por dos y se sumaban a las de los tres primeros bimestres y el total se dividía entre cinco. La nota obtenida en el examen del cuarto bimestre podía servir para salvar un curso en que uno estaba un poco mal, pero también podía significar terminar aplazado o “jalado” como se decía en esa época.

CAMINANDO SOBRE FAMOSAS CONSTRUCCIONES COLONIALES

En 1957 cuando estaba en cuarto de secundaria, en esos días libres opté por irme lunes y martes con mis cuadernos y algún libro a la Alameda de los Descalzos, que se iniciaba a unas seis cuadras de mi casa que quedaba en la primera cuadra del jirón Marañón en el Rímac. O incluso me subía al tranvía urbano, el 1, que ya no cobraba por los dos paraderos que faltaban para su destino final, justamente al inicio de la alameda. Me pasaba horas leyendo mientras caminaba los 500 metros de extensión aproximadamente de esa hermosa alameda, construida a inicios del siglo XVI, rodeaba de hermosas verjas de fierro. Cuando me cansaba me sentaba en las amplias bancas de mármol. Aunque no tan deterioradas como en los años siguientes, algunas de las doce estatuas también de mármol ya lucían descuidadas y hasta rotas. Al final de la alameda, estaba el Convento de los Descalzos de los sacerdotes franciscanos que conocería bastantes años después.

Luego de almorzar en mi casa, en las tardes –como forma de variar- leía mis apuntes caminando por el Paseo de Aguas, que se iniciaba a menos de cien metros de la alameda y era de menor extensión y por cierto bastante más reciente, ya que se había construido siglo y medio después que la alameda. Mientras caminaba por este otro “pulmón verde” del Rímac, además de tratar de leer, me distraía preguntándome si efectivamente se había edificado por decisión del virrey Manuel Amat y Juniet para cumplir una promesa hecha su amante por más de una década Micaela Villegas, famosa actriz de la época conocida como Perricholi, unos cuarenta años menor que él.

La segunda tarde, al llegar al final del Paseo de Aguas me dio curiosidad el inicio a unos cincuenta metros de la subida al cerro San Cristóbal. Y decidí que el miércoles estudiaría literalmente “en la punta del cerro”.

A las ocho y media de la mañana siguiente me fui caminando hasta el final del Paseo de Aguas y poco después comencé el camino desde la base del cerro. Al inicio se avanzaba entre casas pequeñas de adobe que lucían modestas pero ordenadas y que en la mayoría de sus azoteas mostraban cordeles con ropa lavada tendida a secar. Después de unas tres cuadras empezaba el camino propiamente dicho, que si bien era sólo afirmado, tenía el espacio como para que pudiera subir un vehículo, aunque se notaba que era transitado muy eventualmente. El camino iba rodeando el cerro. Creo que unas tres veces vi desde arriba la Alameda de los Descalzos, el Paseo de Aguas, la Plaza de Acho, el Puente Balta y un par de veces el Congreso de la República y el Palacio de Gobierno y las varias iglesias que se encuentran en el centro de Lima: la Catedral, San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, Santa Rosa, San Pedro, entre ellas.

Me parece que demoré unos cuarenta minutos en llegar a la cumbre donde en una pequeña explanada se hallaba la cruz que todas las noches se iluminaba, junto a lo que debió haber sido algún tipo de construcción pero que en ese tiempo era sólo unas paredes sin techo, con espacios donde alguna vez debió haber puertas o ventanas.

LIMA A MIS PIES

Ya en la punta del cerro me olvidé durante bastante tiempo de libros o apuntes mientras contemplaba fascinado la ciudad a mis pies.

A mi izquierda, el enorme terreno del Cementerio Presbítero Maestro en esos años casi totalmente copado, tanto que ya que en ese tiempo se estaba construyendo el cementerio El Ángel que sería inaugurado un año y medio después. Virando un poco hacia la derecha, el Congreso, la avenida Abancay que por cierto no terminaba en ningún puente ya que el Ricardo Palma sólo se construiría al comienzo de la década del 60. Sobre esa misma avenida lucía imponente la Biblioteca Nacional y el recién inaugurado ministerio de Educación, el más alto de Lima en esa época, cubría buena parte de la vista del Parque Universitario y la Universidad de San Marcos. Se alcanzaba a distinguir la Plaza San Martín, pero muy cerca se notaba la Plaza de Armas –hoy llamada Plaza Mayor- que a mi juicio es la mejor plaza mayor de América Latina, por lo menos de los países que conozco. Por cierto que además había una mejor vista de todas la iglesias que había ya distinguido mientras subía.

También había una hermosa vista del río que a la altura del cerro era cruzado por el puente Balta. Y si uno se inclinaba un poco lograba ver al lado derecho del río una especie de islote llamado Cantagallo donde se logran distinguir algunas casuchas. En esos momentos me acordé haber escuchado que allí vivían algunos malandrines. Unos cuarenta años después, no maleantes sino una comunidad shipiba se instalaría por las laderas cercanas a donde estuvo el islote que hoy ya no existe. Llegados de Ucayali a alguna feria artesanal a mediados de los noventa, se quedaron a vivir en Lima, donde tratan de conservar con mucho esfuerzo tradiciones y lengua.

Pero regreso a la punta del cerro. Con esfuerzo, mirando a mi derecha, distinguía lo que parecía ser la isla San Lorenzo en pleno mar. Y por cierto que lograba ver distintos distritos de Lima, todos con amplias áreas verdes no de parques sino de cultivos. Asimismo se podía ver el ancho Paseo de la República, en cuyas primeras cuadras destacaba el Estadio Nacional inaugurado cinco años atrás y que a pesar de lo moderno que en ese entonces era, sería remodelado totalmente 54 años después de esta mi primera incursión en el cerro tutelar de Lima. Bastante menos duraría el Paseo de la República, en ese momento la avenida más ancha de Lima, por donde transitaban los tranvías que cruzaban sucesivamente los distritos de La Victoria, Lince, San Isidro, Surquillo y Miraflores, para luego de terminarse esta gran avenida, seguir por avenidas menos amplias hasta Barranco y Chorrillos. Diez años después, en 1967, las primeras 30 o 35 cuadras de ese paseo serían excavadas para comenzarse a construir la más significativa obra del alcalde de Lima Luis Bedoya Reyes: la Vía Expresa, más conocida como el Zanjón, que al prolongarse pocos años después hizo desaparecer todo el Paseo, aunque su nombre se conservara en algunas zonas para denominar las pistas laterales de esa transitada vía.

Detrás de mí no había nada que mirar. O mejor dicho, ninguna edificación significativa que observar. Sólo cultivos con pequeñas casuchas, quizá para guardar instrumentos o eventualmente para refugio de guardianes. O pequeñas agrupaciones de viviendas de adobe. También en la enorme extensión a la espalda del San Cristóbal se notaba algunos animales: algunos toros y vacas, caballos y yeguas, aves varias. Personas era muy difícil distinguir.

La paz que me trasmitió ver todo ese verdor hizo que cuando regresé dos días después, pasara más tiempo sentado en unas piedras mirando esa parte rural de mi ciudad y con esa tranquilidad estudiar bastante más que en mi primera incursión en la que gasté mucho tiempo mirando embelesado lo grande que era Lima y tratando de identificar desde arriba las distintas edificaciones que sólo conocía por haber pasado junto a ellas.


Con mis 15 años recién cumplidos estaba viendo una ciudad que se acercaba al millón y medio de habitantes. Iniciado el éxodo de las provincias a la capital, la población casi había triplicado la del censo de 1940, la Lima de mi niñez había comenzado a “peruanizarse” en el sentido de ser la capital que expresara “todas las sangres” existentes en nuestro país.

TODA UNA CIUDAD DONDE ANTES SÓLO HUBO CHACRAS

Salto a mis 64 años, al 2006. Durante esas cinco décadas la población del cerro ha cambiado. Se decía que durante muchos años no se pudo subir sin arriesgarse a un asalto. Pero luego el barrio se tranquilizó. En la época de la alcaldía de Lima a cargo de Alberto Andrade se pintaron armónicamente las casas y se solucionó la seguridad para los visitantes. Por esa época también comenzó a circular el Urbanito, una línea de algunos buses chicos que parten de la Plaza de Armas y que por cinco soles recorre parte del centro histórico de Lima y llega hasta lo más alto del Cerro San Cristóbal, de donde se puede regresar en el mismo bus que sale unos 15 minutos después o esperar algunos de los siguientes que regresan al punto de partida, pasando por partes históricas del Rímac como la alameda y el paseo donde estudiaba en mi adolescencia.

Ese año, casi cincuenta años después volví a subir al cerro San Cristóbal, esta vez en bus y acompañado de mi esposa. En las faldas del cerro, las casas habían aumentado en número y mejorado en presentación. Al final del recorrido me encontré con la misma cruz que recordaba, pero en lugar del abandonado galpón había un pequeño museo, algunas pequeñas tiendas de recuerdos, fotos o baratijas, kioscos de bebidas y golosinas y varias terrazas construidas para admirar nuestra capital.

Mirando al frente como en 1957, aunque esta vez de esos miradores especialmente diseñados, me resultó absolutamente evidente el crecimiento de Lima, ya no se distinguía ningún cultivo en los distritos limeños, incluso no sólo todo aparecía urbanizado sino también se veía el crecimiento vertical de Lima con muchos edificios que sobrepasaba largamente los 20 pisos del antiguo ministerio de Educación inaugurado en 1956 –convertido en esos momentos ya en una de las sedes del Poder Judicial- que fue el “rascacielos” de esa época. Lo único que aparentemente no había cambiado era el gran espacio que ocupaba el Cementerio Presbítero Maestro. Parecía que por algo, las estadísticas mostraban que en los cincuenta años trascurridos, la población de Lima se había multiplicado casi por cinco veces.

Pero fue cuando me dirigí a la parte posterior del cerro que me llevé la más grande sorpresa. Allí donde en 1957 sólo distinguía verde ahora sólo veía viviendas. Me encontraba mirando San Juan de Lurigancho, una ciudad completa inexistente en mi etapa de escolar y que hoy debe bordear el millón de habitantes. Su crecimiento inicial se explica por los traslados provincianos de los años cincuenta y sesenta en que, luego de compartir casas de paisanos o alquilar pequeños cuartitos en los distritos populosos de Lima, los migrantes optaron por la autoconstrucción en las afueras de la ciudad dando origen a las barriadas o barrios marginales, bautizados a inicios de los 70 como “pueblos jóvenes”. Pero el explosivo crecimiento de este distrito, no se explica si es que no consideramos el tremendo azote que significó el terrorismo para los pueblos de la sierra central del país y que obligó al traslado masivo de los habitantes de infinidad de poblados.

En San Juan de Lurigancho, el distrito más grande del Perú, hay barrios enteros con migrantes de Pasco, Junín, Ayacucho y Huancavelica. Y las cifras lo demuestran. Según el censo de 1981 había 259,390 habitantes, pero sólo doce años después, el censo de 1993 constata que la población más que se ha duplicado y encuentra 582,975. En el censo del 2007 alcanza los 898,443 pobladores. Por eso es que dije líneas antes que hoy debe haber alrededor de un millón de habitantes.

Es tan amplio el distrito que hace décadas que dejó de ser sólo “dormitorio” para quienes trabajaban en otros lugares de Lima. Hoy tiene sus propias fábricas, conglomerados comerciales, centros de esparcimiento, parques, escuelas, colegios, centros superiores de enseñanza. En otras palabras tiene de todo. Incluso hace ya algunos años que se habla –presidentes de la república, incluidos- que podría dejar de ser distrito, desmembrándose de la provincia de Lima para constituirse en otra provincia.

Es decir, en esa tarde del 2006 descubrí que, después de mi primera visita al cerro San Cristóbal, había brotado entre las chacras, una nueva ciudad con el doble de habitantes que los que existían en toda Lima por los años en que nací…

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