lunes, 31 de diciembre de 2012

¡SIGUE NOMÁS QUE NO TE CONOZCO! (1978)

Entre fines de mayo y fines de junio de 1978, en la etapa culminante de las elecciones para la Asamblea Constituyente, el gobierno de Morales Bermúdez tomó duras medidas contra los partidos de izquierda que participaban en ese proceso. No sólo hubo detenciones sino también deportaciones y por cierto terminaron desautorizándose los mítines y movilizaciones.

Por decisión de la Dirección Nacional del Partido Socialista Revolucionario, del cual era sub secretario general y por tanto candidato a ser deportado, yo era una de las personas que debía pasar a la clandestinidad en momentos como ese. Así lo hice durante cerca de seis semanas, luego de una apresurada primera noche en que, contraviniendo la indicación de no usar el mismo lugar dos dirigentes, compartimos escondite con Paco Moncloa en una casa, durante los siguientes días pasé por distintas viviendas en Pueblo Libre, Jesús María y Santa Beatriz.

HAY QUE COMBATIR EL ABURRIMIENTO

Cuando uno se encuentra clandestino y se considera inconveniente molestar a los dueños de la casa donde uno se aloja, los momentos “muertos” entre reunión y reunión, que pueden ser de varias horas, resultan altamente aburridos. Había que permanecer en cafés o dar vueltas sin rumbo conocido, pero siempre manteniéndose en alerta ya que se podría encontrar con algún miembro de la entonces PIP, Policía de Investigaciones del Perú, que lo tuviese a uno identificado.

Una de las actividades que solía hacer para pasar el tiempo era buscar sitios donde tenía casi la seguridad de no encontrarme con nadie. Por ejemplo, una larga caminata por algunos puntos de los Barrios Altos. Dejaba el Volkswagen cerca del Mercado Central y me ponía a recorrer las tiendas de Mesa Redonda y el jirón Ayacucho, un día. O Capón y el jirón Paruro, en el barrio chino, otro día aprovechando para almorzar en algún chifa o disfrutar de las variantes de pasteles chinos con té de alguno de los pocos establecimientos que tenían ese servicio.

En otras ocasiones, me dedicaba a “jironear”, es decir recorrer el Jirón de la Unión entre la Plaza de Armas y la Plaza San Martín. Como en los últimos años de los 50 e inicios de los 60 en que dejé de vivir en el Rímac, o como a fines de los 60 e inicios de los 70 en que tenía mi casilla postal en el Correo Central. En una Lima que en los últimos 25 años había crecido desmesuradamente, el paseo era un verdadero espectáculo para mí. Podía contrastar esas cinco calles del jirón en que se encontraban los comercios más exclusivos de Lima por el año 58 con el comercio ambulante desbordante del 78, o el calmado avance de caballeros con terno y corbata mirando disimuladamente a las guapas oficinistas en 1960 con el apresurado paso de jóvenes con pantalones y camisas de colores chillones en 1978. Parado en la esquina del jirón de la Unión con Emancipación, se podía observar cómo había cambiado Lima.

En esa esquina se había inaugurado 65 años antes el Palais Concert, confitería, café y bar que se convirtió rápidamente en el centro de reunión de intelectuales, incluso el prematuramente desaparecido escritor Abraham Valdelomar había dicho en esa época "El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es El Palais Concert y El Palais Concert, soy yo". En 1978 no sólo no había más ya el afrancesado café sino en ese local habían tiendas de todo tipo y en las afueras se vendían diversos tipo de viandas. Pero parado en el jirón de la Unión, yo comprobaba que había algo que era absolutamente cierto en las palabras de Valdelomar, aunque en su momento no fueron dichas con esa intención: con la migración y, por tanto, la llegada de aires y costumbres andinas a la capital, por fin Lima comenzaba a ser el Perú.

ME NEGUÉ A RECONOCER A UN COMPAÑERO DE COLEGIO

Un día me encontraba en la cuadra anterior a la Plaza San Martín dudando si entrar o no a las galerías Boza, cuando escuché muy cerca una voz conocida: “Mi querido flaco…” y antes que terminara de dar mi apellido le dije en voz baja a quien había hablado: “Compadre, sigue, que no te conozco…”, mientras le hacía algún guiño de advertencia. Mi inesperado interlocutor no dudó un minuto en seguir el juego e hizo un gesto como de haberse confundido y siguió de largo. Era Néstor Ezequiel Salinas Lizarzaburu, el “flaco Salinas” compañero de colegio, integrante de la Promoción 1958 de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma, con quien había compartido más de tres años las labores del radio periódico que él dirigía todos los días, a media mañana durante los recreos. También habíamos participado en radioteatros en Radio Miraflores –curiosamente en esa época él alguna vez puso la voz del padre y yo la del hijo porque aun no tenía la voz más bien gruesa que adquirí de adulto- y compartido el escenario en una obra, dirigida por el aun hoy vigente hombre de teatro Ernesto Ráez. Incluso habíamos estado en alguna directiva de la asociación de exalumnos de nuestro querido colegio apenas dos años después de haber dejado las aulas.

Pasada ya esa etapa de clandestinidad, meses después me encontré una vez más con el flaco Salinas y nos tomamos un café y conversamos extensamente sobre los pocos compañeros de colegio con los que nos veíamos de vez en cuando y sobre la necesidad de comenzar a preparar la celebración de nuestras Bodas de Plata. Aproveché para explicarle que meses atrás en nuestro encuentro en las galerías Boza encontrándome clandestino preferí no conversar con nadie. No sólo por mi seguridad, sino también por la suya. Aunque él tenía muy claro las razones por las que yo no quería ser reconocido, recién se dio cuenta que si me estaban siguiendo él podía ser visto como un nuevo contacto político mío. De todas formas, a pesar que políticamente no teníamos mayor afinidad, me ofreció su apoyo si volvía a tener momentos difíciles como los pasados en mayo y junio del 78. Al decírmelo comprendí que no se trataba de ninguna frase de compromiso sino un sincero ofrecimiento de amigo, un gesto que valoré y agradecí. Luego de conversar un rato más, al despedirnos le hice un gesto negativo cuando metía una mano al bolsillo y pagué yo los cafés. Es lo mínimo que puedo hacer después de haberle quitado la cara a un amigo, le dije riéndome.

Años después, en 1983, cuando nos reunimos por primera vez más de 30 integrantes de mi promoción, justamente con ocasión de nuestras Bodas de Plata, Salinas se encargó de contarle a todos mis aventuras políticas clandestinas, aunque las “sazonó” con algunas cosas como que él había visto dos o tres PIP pisándome los talones en las galerías, cosa que por cierto no había ocurrido pero servía para hacer más interesante y ameno el recuerdo. Y creo que ya en los años finales del siglo eran, en el relato del flaco, una media docena de policías los que habían estado tras de mí en ocasión de nuestro fugaz encuentro en las galerías Boza.

Hasta que falleció en marzo del 2008, hubo varias ocasiones en que Néstor Ezequiel me recordó el tema, pero lo que yo hasta ahora recuerdo son sus palabras espontáneas y sinceras meses después de ese encuentro, cuando me dijo que no dudara en acudir a buscar su apoyo cuando lo necesitara.

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