Finalizando
el invierno europeo, en la última semana de marzo de 1979, un grupo de
dirigentes del Partido Socialista Revolucionario llegamos a la entonces
República Democrática Alemana que, entre los diversos países de Europa
Oriental, tenían una especial preocupación por América Latina. Estábamos
invitados por el Partido Obrero Unificado Alemán, nombre del partido comunista
de ese país, con el que teníamos muy buenas relaciones a pesar que éramos un
partido no marxista leninista o quizás justamente por eso.
Presidía
la delegación Leonidas Rodríguez Figueroa, presidente del partido y en ese
momento miembro de la Asamblea Constituyente, y la integrábamos Manuel Benza
Pflücker, Guzmán Rivera, José María Salcedo, José Antonio Luna y yo.
El viaje
fue largo. Salimos de Lima a Ámsterdam con escalas en Panamá, Curazao, Caracas,
Lisboa y Zúrich en un vuelo que duró más de 20 horas. Nos alojamos por cuenta
de KLM en la capital holandesa y al día siguiente seguimos viaje a Berlín Este,
donde fuimos recibidos por los funcionarios que nos acompañarían durante la
visita. Faltándonos todavía habituarnos al horario europeo, después de llegar
al hotel e instalarnos, nos pasearon por la ciudad y en la noche tuvimos una
cena de bienvenida con un dirigente del POUA encargado de las relaciones
internacionales. Esa noche caímos rendidos por el cansancio acumulado.
CUANDO
LOS ALEMANES PENSARON QUE NO TENÍAN TODO PROGRAMADO
Al día
siguiente a las 7:30 de la mañana, nos encontramos en el comedor con nuestros
acompañantes. Desayuno alemán, no sólo jugos y café con leche, jamones y quesos,
sino también huevos fritos, pasados o en tortilla y varios tipos de salchichas.
Al finalizar, Chema y yo pedimos un café expreso para cada uno y después que
nos lo sirvieran prendimos el primer cigarrillo del día. “Café, copa y puro”,
le comenté despacio acordándome que unos 15 meses antes, durante unas dos o
tres noches habíamos hecho ese pedido en alguna cafetería de la Gran Vía de
Madrid. A lo que José María asintió sonriendo.
Cuando
alguno de nuestros compatriotas preguntó qué hablábamos, José María le contó
que en España era usual decir esa frase, refiriéndose por cierto a los pedidos
en cafeterías en la noche o medianoche, para que sirvan un café expreso, una
copa chica de brandy y un pequeño puro del tamaño de un cigarrillo.
Inmediatamente después, notamos que uno de nuestros anfitriones se levantó y
desapareció por un par de minutos. No relacionamos ese rápido movimiento con lo
que estábamos conversando, hasta que lo vimos regresar sonriendo seguido por un
camarero que llevaba una bandeja con una copa de brandy que depositó al lado de
José María. Cuando éste quiso rechazarlo, el alemán dijo algo así: Queremos
disculparnos por esta falta de previsión. Nosotros nos habíamos preocupado
porque nada resultara incómodo durante la estancia en nuestro país, pero nos
olvidamos de un detalle. A pesar de que conocíamos que usted vivió desde niño
en el Perú pero nació Bilbao, no se nos ocurrió indagar si había conservado
algunas costumbres, como acompañar con licor las comidas. Queremos reiterarle
nuestras disculpas.
No hubo
forma de hacer entender a nuestro anfitrión que se había tratado de un
comentario refiriéndose al acompañamiento del café y el cigarrillo en la noche.
Y que en Bilbao efectivamente los almuerzos y las comidas solían acompañarse
con vino, pero de ninguna manera los desayunos. La respuesta era invariable: No
trate de disminuir nuestro error e insistimos en disculparnos por ello. En los
dos o tres días siguientes, cuando el grupo estaba por terminar de tomar
desayuno, se acercaba apresuradamente un mozo con dos cafés expresos y una copa
de brandy y así a las 8 de la mañana yo prendía mi primer cigarrillo y José
María acompañaba el suyo con su primer trago.
No sé si
también se les pasó por alto que Manuel Benza, Manano, había hecho sus estudios
de posgrado en Alemania Federal y por lo tanto conocía el idioma aunque no lo
practicaba hacia unos cinco años. Lo cierto es que en una de las primeras
reuniones, al día siguiente o subsiguiente de haber llegado a Berlín, cuando
unas palabras de Leonidas estaban siendo traducidas a un funcionario, Manano
interrumpió para decir en correcto alemán el sentido de las palabras que
estaban siendo traducidas literalmente pero sin tener en cuenta el contexto. Lo
cierto es que la cara de todos los alemanes presentes fue de gran sorpresa.
Considerando lo negado que soy para los idiomas, cuando digo que el alemán de
Manano estaba correcto lo hago porque así lo manifestaron nuestros asombrados anfitriones.
A los
tres días viajamos a Dresden, ciudad famosa por su belleza pero también por la
destrucción que sufrió por los bombardeos al finalizar la segunda guerra
mundial, cuando ya los alemanes la habían perdido. En el viaje de unas tres
horas por carretera, no nos acompañó el amigo que cuidaba que en los desayunos
del hotel no faltara el brandy, por lo que Chema se sintió aliviado porque no
era muy cómodo tener una copa de licor entre pecho y espalda todas las mañanas,
pero más incómodo hubiese sido no hacerlo ya que nuestro acompañante y el
personal de la cafetería estaban a la expectativa para sonreír satisfechos
cuando la copa quedaba completamente vacía.
En
Dresden no nos alojamos en un hotel sino en una amplia casa para invitados,
donde resultamos ser los únicos huéspedes. Esa noche cenamos fuera. A la mañana
siguiente de llegar, en nuestro primer desayuno en esa ciudad, la amplia mesa
del comedor ya estaba dispuesta y todos procedimos a escoger el sitio que
tendríamos en los siguientes días. En realidad casi todos buscamos ubicación
puesto que un sitio ya tenía dueño: era el único donde había servida una copa
de brandy.
LO QUE
SUCEDE TIENE QUE ESTAR PROGRAMADO
Estaba
claro que para los alemanes nada debe quedar al azar, todo debe estar
programado. Unos tres meses después tuve ocasión de ratificarlo justamente con
el funcionario que en Berlín había ordenado el brandy para José María. No nos
había acompañado a Dresden porque tenía que preparar su viaje a Lima donde
trabajaría en la embajada de su país. Conversé con él un par de veces a mi
regreso del viaje y en la segunda oportunidad me invitó a comer con mi esposa
en su departamento una noche de junio. Cuando llegamos él al igual que su
esposa fueron muy cordiales y amables, pero ella estuvo muy nerviosa durante la
conversación y la cena. Al momento de servir el café, la joven alemana terminó
vertiendo parte del contenido de una taza sobre el mantel y se deshizo en
disculpas.
La
explicación del esposo fue muy interesante a la vez que extrañísima para
nosotros y nos mostró justamente esta característica alemana de que todo debe
estar programado. Habían llegado a Lima el 10 o 12 de abril y recién instalados
hubo un fuerte temblor algo inusitado para los alemanes y que resultó
terrorífico para ella. Un mes después hubo otro fuerte temblor que hizo que la
mujer entrara en pánico. Luego de este movimiento, ella reparó que era 15 de
mayo y el primero que sintieron había ocurrido el 15 de abril. Y nuestro
anfitrión, aclarando que sabía que era absolutamente irracional, nos dijo que
su esposa –y creo que quizás también él- estaba convencida que en el Perú los
temblores se programaban para los días 15. Y justamente ese día era 15 de
junio…
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