sábado, 15 de diciembre de 2012

COPA, CAFÉ Y PURO EN MADRID, BERLÍN Y...DRESDEN (1979)

Finalizando el invierno europeo, en la última semana de marzo de 1979, un grupo de dirigentes del Partido Socialista Revolucionario llegamos a la entonces República Democrática Alemana que, entre los diversos países de Europa Oriental, tenían una especial preocupación por América Latina. Estábamos invitados por el Partido Obrero Unificado Alemán, nombre del partido comunista de ese país, con el que teníamos muy buenas relaciones a pesar que éramos un partido no marxista leninista o quizás justamente por eso.
 
Presidía la delegación Leonidas Rodríguez Figueroa, presidente del partido y en ese momento miembro de la Asamblea Constituyente, y la integrábamos Manuel Benza Pflücker, Guzmán Rivera, José María Salcedo, José Antonio Luna y yo.

El viaje fue largo. Salimos de Lima a Ámsterdam con escalas en Panamá, Curazao, Caracas, Lisboa y Zúrich en un vuelo que duró más de 20 horas. Nos alojamos por cuenta de KLM en la capital holandesa y al día siguiente seguimos viaje a Berlín Este, donde fuimos recibidos por los funcionarios que nos acompañarían durante la visita. Faltándonos todavía habituarnos al horario europeo, después de llegar al hotel e instalarnos, nos pasearon por la ciudad y en la noche tuvimos una cena de bienvenida con un dirigente del POUA encargado de las relaciones internacionales. Esa noche caímos rendidos por el cansancio acumulado.
 
CUANDO LOS ALEMANES PENSARON QUE NO TENÍAN TODO PROGRAMADO
 
Al día siguiente a las 7:30 de la mañana, nos encontramos en el comedor con nuestros acompañantes. Desayuno alemán, no sólo jugos y café con leche, jamones y quesos, sino también huevos fritos, pasados o en tortilla y varios tipos de salchichas. Al finalizar, Chema y yo pedimos un café expreso para cada uno y después que nos lo sirvieran prendimos el primer cigarrillo del día. “Café, copa y puro”, le comenté despacio acordándome que unos 15 meses antes, durante unas dos o tres noches habíamos hecho ese pedido en alguna cafetería de la Gran Vía de Madrid. A lo que José María asintió sonriendo.
 
Cuando alguno de nuestros compatriotas preguntó qué hablábamos, José María le contó que en España era usual decir esa frase, refiriéndose por cierto a los pedidos en cafeterías en la noche o medianoche, para que sirvan un café expreso, una copa chica de brandy y un pequeño puro del tamaño de un cigarrillo. Inmediatamente después, notamos que uno de nuestros anfitriones se levantó y desapareció por un par de minutos. No relacionamos ese rápido movimiento con lo que estábamos conversando, hasta que lo vimos regresar sonriendo seguido por un camarero que llevaba una bandeja con una copa de brandy que depositó al lado de José María. Cuando éste quiso rechazarlo, el alemán dijo algo así: Queremos disculparnos por esta falta de previsión. Nosotros nos habíamos preocupado porque nada resultara incómodo durante la estancia en nuestro país, pero nos olvidamos de un detalle. A pesar de que conocíamos que usted vivió desde niño en el Perú pero nació Bilbao, no se nos ocurrió indagar si había conservado algunas costumbres, como acompañar con licor las comidas. Queremos reiterarle nuestras disculpas.
 
No hubo forma de hacer entender a nuestro anfitrión que se había tratado de un comentario refiriéndose al acompañamiento del café y el cigarrillo en la noche. Y que en Bilbao efectivamente los almuerzos y las comidas solían acompañarse con vino, pero de ninguna manera los desayunos. La respuesta era invariable: No trate de disminuir nuestro error e insistimos en disculparnos por ello. En los dos o tres días siguientes, cuando el grupo estaba por terminar de tomar desayuno, se acercaba apresuradamente un mozo con dos cafés expresos y una copa de brandy y así a las 8 de la mañana yo prendía mi primer cigarrillo y José María acompañaba el suyo con su primer trago.
 
No sé si también se les pasó por alto que Manuel Benza, Manano, había hecho sus estudios de posgrado en Alemania Federal y por lo tanto conocía el idioma aunque no lo practicaba hacia unos cinco años. Lo cierto es que en una de las primeras reuniones, al día siguiente o subsiguiente de haber llegado a Berlín, cuando unas palabras de Leonidas estaban siendo traducidas a un funcionario, Manano interrumpió para decir en correcto alemán el sentido de las palabras que estaban siendo traducidas literalmente pero sin tener en cuenta el contexto. Lo cierto es que la cara de todos los alemanes presentes fue de gran sorpresa. Considerando lo negado que soy para los idiomas, cuando digo que el alemán de Manano estaba correcto lo hago porque así lo manifestaron nuestros asombrados anfitriones.
 
A los tres días viajamos a Dresden, ciudad famosa por su belleza pero también por la destrucción que sufrió por los bombardeos al finalizar la segunda guerra mundial, cuando ya los alemanes la habían perdido. En el viaje de unas tres horas por carretera, no nos acompañó el amigo que cuidaba que en los desayunos del hotel no faltara el brandy, por lo que Chema se sintió aliviado porque no era muy cómodo tener una copa de licor entre pecho y espalda todas las mañanas, pero más incómodo hubiese sido no hacerlo ya que nuestro acompañante y el personal de la cafetería estaban a la expectativa para sonreír satisfechos cuando la copa quedaba completamente vacía.
 
En Dresden no nos alojamos en un hotel sino en una amplia casa para invitados, donde resultamos ser los únicos huéspedes. Esa noche cenamos fuera. A la mañana siguiente de llegar, en nuestro primer desayuno en esa ciudad, la amplia mesa del comedor ya estaba dispuesta y todos procedimos a escoger el sitio que tendríamos en los siguientes días. En realidad casi todos buscamos ubicación puesto que un sitio ya tenía dueño: era el único donde había servida una copa de brandy.
 
LO QUE SUCEDE TIENE QUE ESTAR PROGRAMADO
 
Estaba claro que para los alemanes nada debe quedar al azar, todo debe estar programado. Unos tres meses después tuve ocasión de ratificarlo justamente con el funcionario que en Berlín había ordenado el brandy para José María. No nos había acompañado a Dresden porque tenía que preparar su viaje a Lima donde trabajaría en la embajada de su país. Conversé con él un par de veces a mi regreso del viaje y en la segunda oportunidad me invitó a comer con mi esposa en su departamento una noche de junio. Cuando llegamos él al igual que su esposa fueron muy cordiales y amables, pero ella estuvo muy nerviosa durante la conversación y la cena. Al momento de servir el café, la joven alemana terminó vertiendo parte del contenido de una taza sobre el mantel y se deshizo en disculpas.
 
La explicación del esposo fue muy interesante a la vez que extrañísima para nosotros y nos mostró justamente esta característica alemana de que todo debe estar programado. Habían llegado a Lima el 10 o 12 de abril y recién instalados hubo un fuerte temblor algo inusitado para los alemanes y que resultó terrorífico para ella. Un mes después hubo otro fuerte temblor que hizo que la mujer entrara en pánico. Luego de este movimiento, ella reparó que era 15 de mayo y el primero que sintieron había ocurrido el 15 de abril. Y nuestro anfitrión, aclarando que sabía que era absolutamente irracional, nos dijo que su esposa –y creo que quizás también él- estaba convencida que en el Perú los temblores se programaban para los días 15. Y justamente ese día era 15 de junio…

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