En
noviembre de 1967, inmediatamente después de cerrarse las ocho horas de
votación de las elecciones complementarias para cubrir la vacante del laureado
escritor Ciro Alegría en la Cámara de Diputados, el Partido Demócrata Cristiano
hizo pública su decisión de romper su alianza con Acción Popular. Guardando las
fórmulas de respeto que hoy se sentirían demasiado anticuadas, se señaló en el
comunicado respectivo que se había esperado que terminara el acto de votación
para no causar ningún daño a la candidatura y se hacía pública la decisión
antes de terminar el escrutinio de las ánforas para no tener ninguna
vinculación con sus resultados, cualquiera que ellos fueran.
Esas elecciones se realizaron después de una brutal devaluación que en el mes de agosto había llevado el dólar de 27 a 45 soles. Con el lema “tu protesta es mi protesta”, el intelectual derechista, abogado y periodista Enrique Chirinos Soto, candidato de la Coalición del Apra con el odriísmo, resultó triunfante con el 44,9% de los votos, mientras que el educador y ex ministro Carlos Cueto Fernandini, candidato de la Alianza AP-DC, sólo lograba el 38,2% y el ex diputado Carlos Malpica Silva Santisteban, candidato de Unidad de Izquierda, alcanzaba un sorprendente 14,3%, el mejor desempeño de un candidato de izquierda hasta entonces.
Esas elecciones se realizaron después de una brutal devaluación que en el mes de agosto había llevado el dólar de 27 a 45 soles. Con el lema “tu protesta es mi protesta”, el intelectual derechista, abogado y periodista Enrique Chirinos Soto, candidato de la Coalición del Apra con el odriísmo, resultó triunfante con el 44,9% de los votos, mientras que el educador y ex ministro Carlos Cueto Fernandini, candidato de la Alianza AP-DC, sólo lograba el 38,2% y el ex diputado Carlos Malpica Silva Santisteban, candidato de Unidad de Izquierda, alcanzaba un sorprendente 14,3%, el mejor desempeño de un candidato de izquierda hasta entonces.
De esta
manera culminaba una alianza que había hecho posible el triunfo de Fernando
Belaunde en las elecciones de 1963, al aportar la Democracia Cristiana no sólo
un pequeño pero necesario porcentaje de votación, sino también sus cuadros
técnicos que le dieron fundamento a la mayoría de las reformas planteadas en el
Plan de Gobierno de la Alianza AP-DC. A lo largo de los casi cuatro años y
medio de gobierno, la DC había puesto a sus mejores cuadros en los ministerios
de Agricultura y Justicia y había cumplido un papel fundamental dentro de la
bancada de la alianza en el Congreso.
NECESIDAD
DE FRENTE DE CENTRO IZQUIERDA
Curiosamente,
al momento de suscribirse el pacto electoral, a inicios de 1963, la percepción
de muchos observadores era que AP estaba a la izquierda de la alianza,
apreciación que paulatinamente fue cambiando hasta que todos los observadores
terminaron por considerar a la DC a la izquierda del presidente Belaunde. Esa
percepción fue más evidente cuando a fines de 1966 nació el Partido Popular
Cristiano, PPC, que todos consideraron como una escisión del sector que dentro
del Partido Demócrata Cristiano se situaba a la derecha.
En
Acción Popular se venía desarrollando una sorda oposición a lo que se
consideraba la “derechización” del gobierno y era el primer vicepresidente de
la República, Edgardo Seoane quien encabezaba a los descontentos. Incluso en el
Congreso que AP realizó en Cajamarca, Seoane fue elegido secretario general
pese a la abierta oposición de todos los dirigentes cercanos al presidente
Belaunde. Junto con él fueron elegidos para integrar el Plenario Nacional otros
líderes de la corriente distanciada del gobierno como los diputados José
Navarro Grau y Raúl Peña Cabrera y el teniente alcalde de Lima Benjamín Doig
Lossio.
Aunque
producida la ruptura, la DC se dedicó inmediatamente a reforzar sus estructuras
partidarias, teniendo en perspectiva las elecciones previstas para 1969 y la
posibilidad de participar sola, unos meses después se impuso la tarea de
fortalecer los lazos con la nueva dirigencia de AP, considerando que habría
necesidad de sumar esfuerzos, dada la proximidad con la línea política
impulsada por ese nuevo núcleo dirigente populista.
El
Comité Ejecutivo Nacional del Partido Demócrata Cristiano había sido elegido
por dos años en marzo de 1967 y en ese periodo debían definirse la línea de
campaña, las candidaturas y las eventuales alianzas, es decir todo lo
relacionado a la estrategia electoral. En ese organismo partidario, Jaime
Montoya, Alberto Péndola y yo teníamos mayor cercanía y coordinábamos
permanentemente. Jaime era secretario general de la Juventud DC y su delegado
al CEN del partido. Yo había tenido ambos cargos hasta marzo de 1967 y Alberto
había sido delegado de la JDC al CEN cinco o seis años antes. Hacia el mes de
julio, los tres planteamos que había que considerar en una eventual alianza con
AP también a los sectores de Unidad de Izquierda, algo que a todos los
integrantes de la dirección partidaria les pareció en principio posible, pero
al mismo tiempo manifestaron que debía tomarse un tiempo para analizar mejor la
propuesta.
El principal líder del partido, el senador
Héctor Cornejo Chávez, ex presidente de la DC en dos periodos y ex candidato
presidencial en 1962, tenía una buena relación con Carlos Malpica ya que ambos
habían integrado la Cámara de Diputados de 1956 a 1962. De hecho esa relación
se mantuvo, más allá de diferencias políticas, durante varias décadas. Incluso,
veinticinco años después, el 15 noviembre de 1993, Malpica falleció en casa de
Cornejo debido al fulminante infarto que sufrió mientras estaba de visita para
saludarlo cuando cumplió 75 años.
Al
analizar el excelente desempeño electoral de Malpica en las elecciones
complementarias de 1967, Alberto, Jaime y yo coincidimos en que el papel del
Partido Comunista Peruano había sido determinante, incluso retirando el apoyo a
la candidatura del ex secretario general de la Federación de Empleados
Bancarios, José Luis Alvarado, que inicialmente impulsaba. Más allá de una
eventual reunión con Malpica, considerábamos que lo importante era una reunión
de alto nivel con el PCP, es decir una conversación del dirigente más
caracterizado, su secretario general, Jorge del Prado con Cornejo.
Péndola
tenía un excelente contacto para lograr esa reunión: Alfonso Barrantes Lingán,
a quien incluso le había adelantado informalmente la idea para que hiciera
sondeos por su parte. Alfonso había sido presidente de la Federación
Universitaria de San Marcos diez años antes. Desde antes de ingresar a la
universidad era militante del Partido Aprista, pero
en su gestión como máximo dirigente estudiantil había roto con el Apra
para posteriormente integrarse al PCP, partido del cual se desligó por el
rompimiento que se produjo a inicios de 1964, como consecuencia de la división
chino-soviética, ya que no quiso optar por ninguno de los dos sectores. Sin
embargo, mantenía muy buenas relaciones con dirigentes del PCP, particularmente
con Del Prado, y con los dirigentes del Partido Comunista del Perú, conocidos
como Bandera Roja, del cual se desprenderían posteriormente los cuadros más
jóvenes para formar Patria Roja. La muy buena relación personal de Barrantes
con dirigentes del PCP y Patria Roja tendría mucha importancia años después, en
1980, cuando se fundó Izquierda Unida.
ACEPTANDO
CONVERSAR SI EL OTRO LO SOLICITA
Pero
volvamos a inicios del segundo semestre de 1968. La propuesta de un diálogo
entre Cornejo Chávez y Del Prado tenía un inconveniente. A la dirigencia DC le
parecía importante, pero consideraba que no debía tomar la iniciativa. Diálogo
sí, pero siempre y cuando lo pida el PCP fue la conclusión de una sesión del
CEN. Un par de días después de esa reunión, acompañé a Alberto a conversar con
Alfonso y tuvimos una sorpresa: en el PCP tenía el mismo razonamiento que en
nuestro partido. Les parecía importante hablar con el Partido Demócrata
Cristiano, pero siempre y cuando les pidiera reunirse. Por ambos lados se
notaba, además, que había mucha desconfianza quizá porque nunca se había
producido conversaciones entre dirigentes de sus agrupaciones.
Como no sólo era menor que ambos, sino con bastante menos experiencia, pensé que aunque
aparentemente el diálogo entre los dirigentes de ambos partidos se percibiera
como difícil en esos momentos, estas dos personas con las que tomábamos un café
en el Versalles, encontrarían una salida. Péndola y Barrantes, médico
psiquiatra uno y abogado laboralista el otro, no sólo se conocían bastante bien
desde las lides universitarias sino que -a pesar de las posiciones discrepantes
que muchas veces sostuvieron- habían desarrollado una buena amistad que
conservarían hasta la muerte de Alfonso, incluso en las épocas en que éste era
el líder de la izquierda peruana y Alberto, sin dejar la preocupación por lo
que sucedía en el país, se dedicaba exclusivamente a su profesión. No sólo
habían sido hábiles dirigentes estudiantiles sino que eran particularmente
sagaces para encontrar salidas políticas.
Siendo
importante que el dialogo se produzca y que inmediatamente después se piense en
incorporar a Edgardo Seoane a las conversaciones, resulta que cada uno quiere
que el otro tome la iniciativa, comentábamos en tono incrédulo. Pero además,
ambos partidos son conscientes que es vital la existencia de un frente amplio
para las elecciones del año siguiente, añadíamos preocupados. De pronto, luego
de seguir hablando sobre cómo cada organización esperaba que la iniciativa la
tome el otro partido, Alfonso y Alberto se miraron, sonrieron socarronamente y
asintieron con las cabezas. Prácticamente no hubo palabras, pero ya tenían
decidido lo que iban a hacer.
Al día
siguiente, Barrantes le comunicó a Del Prado que Cornejo Chávez, a través de
Alberto Péndola, le había solicitado que le pidiera tener una conversación. Por
su parte, Péndola le comunicó a Cornejo Chávez que Del Prado, le había pedido a
través de Alfonso Barrantes, poder reunirse para conversar. Ambos consultaron
con sus respectivas direcciones políticas y el encuentro fue autorizado.
UN
ENCUENTRO PRECURSOR DE TRABAJO CONJUNTO POSTERIOR
Tres o
cuatro días después, en la cafetería del Hotel Continental, en la esquina de
los jirones Puno y Carabaya, en el centro de Lima, Del Prado y Cornejo, nacidos
en Arequipa en 1910 y 1918, respectivamente, conversaron entre ellos por
primera vez en su vida. En una mesa cercana, Barrantes y Péndola seguían
discretamente este encuentro que pudo ser trascendente, si no fuera porque
pocas semanas después se produjo el golpe militar del general Velasco y la
posibilidad de elecciones quedó postergada indefinidamente.
Diez
años después tuve ocasión de comprobar la buena relación personal y política
entre Héctor Cornejo Chávez y Jorge del Prado. Hacía siete que yo había dejado
la DC y había recuperado la buena relación con Cornejo, resentida lógicamente
por mi alejamiento del partido. En 1971 la renuncia al PDC la habíamos
realizado conjuntamente con otros camaradas, con parte de los cuales a
fines de 1976 habíamos fundado el Partido Socialista Revolucionario, junto con
ex militantes de otros sectores políticos y militares en retiro que habían
ejercido importantes cargos en el gobierno del general Juan Velasco.
Al
inicio del funcionamiento de la Asamblea Constituyente, una noche de agosto o
setiembre de 1978, estaba con el general Leonidas Rodríguez, presidente del PSR
y constituyente, en la cafetería del Congreso Nacional, cuando se acercaron y
sentaron a la mesa Cornejo y del Prado, constituyentes también, que venían a
coordinar algún asunto referido a la marcha de los debates. No me lo hubiera
imaginado en 1968, pero diez años después los partidos de estos dirigentes del
PDC y del PCP que hasta la reunión en la cafetería del Hotel Continental no
habían conversado nunca, constituían junto con el PSR un solo grupo
parlamentario en esa Asamblea Constituyente.
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