sábado, 15 de diciembre de 2012

¿BOMBO O BOMBA? (1965)

A media mañana del 6 o 7 de julio de 1965, mientras nos encontrábamos en la oficina que compartíamos en el ministerio de Agricultura, Augusto Velezmoro Álvarez y yo fuimos abordados por un par de policías de civil para informarnos que el jefe de la división de asuntos sociales de la Policía de Investigaciones del Perú, PIP, quería conversar con nosotros para esclarecer un asunto. Cuando indicamos que iríamos poco después, nos recalcaron que teníamos que acompañarlos. No había razón para discutir: algunos periódicos habían informado sobre la marcha de protesta contra el Baile de Debutantes en el Club Nacional, organizada por la Juventud DC pocos días antes y nuestros rostros aparecían en primera fila en las fotos que acompañaban las notas. (Ver crónica “El baile de debutantes” del 27 de noviembre de 2012)

En esa época era normal el trato respetuoso entre estos policías profesionales y los dirigentes o militantes políticos. Y esa vez no fue diferente, acrecentado quizá por ser nosotros integrantes de un partido de gobierno, el Demócrata Cristiano, así fuese considerado como el socio menor.

DETENIDOS EN SAN QUINTÍN, DIRECTOR DE LA CARCELETA INCLUIDO

Llegados al tercer piso del viejo local de la Prefectura de Lima, nos encontramos en la zona para detenidos por asuntos políticos y sociales conocida como San Quintín. Eran una serie de oficinas policiales, algunas de cuyas ventanas daban a una azotea que servía como zona al aire libre que separaba esas dependencias de unos cuartos pequeños que servían de dormitorios a los detenidos por varios días. En alguna de las oficinas nos pidieron a ambos que esperáramos unos minutos que estaban por llegar un par más de nuestros camaradas.

Alrededor de mediodía apareció el buen Guillermo Miranda Chávarri, portador del bombo en la mencionada marcha. Su detención había parecido una comedia de malos entendidos. Ese día se habían iniciado las vacaciones que había solicitado por unos diez días Carlos Valencia, director de la Carceleta Judicial, dependiente de la dirección de prisiones del ministerio de Justicia, quien esa noche se casaría por civil y un par de días después por lo religioso. Miranda a punto de graduarse de abogado, trabajaba en la parte administrativa y quedó en reemplazo de Valencia ya que el resto del personal era dos o tres de secretarias, un par de amanuenses, algunos administrativos sin formación en asuntos legales y varias decenas de carceleros que cubrían por turnos las 24 horas.

En el momento que un empleado le anunció a Miranda que la policía lo buscaba, éste indicó que lo esperaran y siguió trabajando. Una media hora después le reiteraron el encargo y la respuesta fue la misma. A la tercera vez que le dijeron que lo estaban buscando, Guillermo mandó decirles que lo esperaran ya que se habían adelantado para la coordinación. Ante tal respuesta, los dos policías ingresaron y respetuosamente le preguntaron a qué coordinación se refería. ¿No son acaso de la policía judicial con la que se coordina todos los mediodías?, replicó extrañado. Los policías le señalaron que estaba equivocado y le indicaron que tenía que acompañarlos porque el jefe de asuntos sociales de la PIP les había ordenado que lo llevaran para conversar con él.

Cuando Guillermo Miranda salió del sótano de Palacio de Justicia, donde aún hoy se ubica la carceleta, nadie sospechaba que el director interino se iba detenido, mientras que éste esperaba que el trámite en esa la dependencia de la PIP no durara mucho, ya que no sólo tenía que regresar a terminar unos asuntos pendientes en la oficina sino intervenir como testigo en el matrimonio de su jefe y amigo.

Reunidos los tres en una de las oficinas, nos pasamos el tiempo conversando. No sólo éramos integrantes del mismo partido, sino amigos. Augusto, abogado y dirigente juvenil DC en Trujillo, había sido convocado a Lima a inicios del año anterior por Víctor Ganoza Plaza, agricultor y dirigente DC norteño, cuando fue nombrado ministro de Agricultura para que fuera su asesor. Después de la censura por el Parlamento el nuevo ministro, Javier Silva Ruete, lo mantuvo en el grupo de asesores, equipo al que yo me había incorporado sólo un mes antes. Con Guillermo habíamos iniciado nuestra amistad cuando ingresamos a la Universidad Católica en 1959 y la mantuvimos siempre, incluso viajé a Arequipa un par de años después del episodio que relato para ser testigo de su matrimonio con Carmen Benavides.

Sabiendo que la detención sería por unas horas y en el peor de los casos por no más de un par de días, en esos momentos mientras conversaba con ambos pensaba que después de todo era una suerte estar detenido junto a ellos dada la gran calidad humana de ambos. Desde ese episodio creo que los asocié para siempre, no sólo porque tenían en común la carrera de derecho y eran provincianos, trujillano Augusto y cajamarquino Guillermo, sino porque ambos, por su sencillez, calidez en el trato, por tener convicciones y no ambiciones políticas, eran y siguieron siendo esencialmente personas buenas.

APURANDO UNA DETENCIÓN SEGURA

Cuando nos enteramos que el último de la lista era Carlitos Montero, a quien no habían ubicado en su casa, conversamos brevemente entre nosotros y optamos por decirles a los policías que lo podían ubicar en una oficina del municipio de Lima, muy cerca de allí, en el Parque de la Exposición donde trabajaba por esos días. Si lo iban a detener era mejor que lo hicieran igual que a nosotros -sin roche se diría ahora- y no en su casa donde vivía con su madre y sus ocho hermanos, seis de ellas mujeres.

Carlitos, como hasta hoy lo llamo, era integrante de una extensa familia, varios de cuyos miembros militaban en las filas de la Democracia Cristiana. Considerado un activista, cuando con un grupo de muchachos barranquinos se integró a apoyar la campaña electoral de 1962, comenzaba a tener habilidades de organizador que 25 años después las desarrollaría plenamente como presidente de la federación de atletismo del Perú. Su experiencia en detenciones era por “mataperradas” de muchachos que terminaban en un par de horas en la comisaría y sin duda se sintió bastante extraño en condición de “detenido político”.

La preocupación de la policía estaba no en la marcha, sino en el estallido de una bomba mientras esa movilización se realizaba. Y nosotros efectivamente, hasta hoy, nunca pudimos saber quién había lanzado el petardo que tanta conmoción causó en el Baile de Debutantes. Hipótesis varias hubo en ese tiempo: según unos, se trató de una persona vinculada a las guerrillas que de todas maneras quería hacer sentir su presencia y que encontró la mejor oportunidad para asustar al público mientras se realizaba la marcha, para otros se trató de un policía al que se le escapó una bomba lacrimógena (¿?) y hasta algunos pensaron que podía tratarse de un despechado galán que decidió malograr el baile porque la niña que le gustaba no lo escogió de pareja.

Incluso varios meses después algún militante partidario, unos quince o veinte años mayor que yo, me dio a entender que él por propia iniciativa y sin contar con apoyo de nadie, había lanzado el petardo. Pero casi inmediatamente me dijo que quien lo hubiera hecho tendría que mantenerlo en secreto por muchos años, con lo cual me dejó la duda. Sin embargo esa posibilidad no se nos cruzaba ni lejanamente por la cabeza esa primera semana de julio en las instalaciones de San Quintín...

RESPUESTAS QUE NO ACLARABAN SINO CONFUNDÍAN

Pero en todo caso, los policías trataban de encontrar en nosotros alguna pista, aunque se daban cuenta que nosotros mismos estábamos despistados. Era claro, a eso de la siete de la noche, que tendrían que dejarnos libres. Sin embargo, las respuestas de Guillermo Miranda al interrogatorio lo alargaron, por razones que sin dejar de ser hilarantes en esos momentos, sirvieron para que algún joven subordinado tratase de hacer méritos.
-        ¿Usted llevaba la bomba?
-        Sí señor.
-        ¿Por qué?
-        Porque hace tiempo que no lo hacía.
-        ¿Desde cuándo?
-        Desde el colegio.
-        ¿Cómo qué desde el colegio?
-        Es que era de la banda
-        ¿QUÉ BANDA?
-        La banda de música, pues
-        BANDA DE MÚSICA LLEVANDO BOMBAS….
-        Cómo se le ocurre, en la banda yo tocaba el bombo, el bombo, señor.

Y un buen rato después:

-        ¿Usted llevaba el bombo?
-        No señor.
-        Cómo que no, hay pruebas que era usted quien llevaba el bombo.
-        Le repito señor, nosotros nada tuvimos que ver con eso.
-        CÓMO QUE NO, AQUÍ ESTÁN LAS FOTOGRAFÍAS
-        Ah, usted se refiere al bombo…

Más allá de su calidad humana, Guillermo Miranda tenía un defecto físico: era medio sordo y su confusión con las palabras bombo y bomba nos costó pasar la noche en San Quintín ya que el afanoso subordinado decidió tratar de encontrar contradicciones en nuestras declaraciones. El joven policía se entretuvo en volver a interrogarnos a los cuatro y en especial a Guillermo. El novel investigador dejaba pasar una media hora o una hora y volvía a hacer las mismas preguntas y recibir las mismas respuestas. Se demoró tanto en el interrogatorio que cuando terminó, cerca de medianoche, no se encontraba ya en las oficinas de Seguridad del Estado ninguno de sus superiores para que firmase la orden de libertad.

A las 9 o 10 de la mañana del día siguiente, salimos de San Quintín y caminamos unos ochenta metros más allá hasta la avenida Alfonso Ugarte donde se encontraba el local del Partido Demócrata Cristiano. Ahí nos esperaban algunos militantes que, mirando nuestras caras sin afeitar y ropa arrugada, nos brindaron palabras de aliento y solidaridad, que se convirtieron en carcajadas al enterarse que la mala noche, durmiendo incluso en bancas de madera, se había originado por los deteriorados oídos de Guillermo que no podían distinguir entre bombo y bomba…

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