En
momentos que unos 60 integrantes de la Juventud Demócrata Cristiana habíamos
iniciado una marcha de protesta frente al exclusivo Club Nacional, cuando se
había iniciado el “Baile de Debutantes”, el 3 de julio de 1965, estalló
atronadoramente un petardo en un oscuro pasadizo al lado del club, la guardia
de asalto arremetió contra los manifestantes principalmente contra los que
íbamos adelante, en un intento por disolver rápidamente la marcha y, sobre
todo, acallar el bombo cuyo sonido no dejaba de escucharse (Ver crónica “El baile de debutantes” del 27
de noviembre de 2012).
En primera fila, junto al bombo que tocaba Guillermo Miranda, se distinguía a Luis Montero Carrillo, quien poco antes había sido candidato a la presidencia de la federación de estudiantes de San Marcos por el FESC, Frente Estudiantil Social Cristiano que la JDC impulsaba. Montero, al igual que muchos de nosotros recibió los varazos de la policía pero con tan mala suerte que uno le impactó en la cara.
En primera fila, junto al bombo que tocaba Guillermo Miranda, se distinguía a Luis Montero Carrillo, quien poco antes había sido candidato a la presidencia de la federación de estudiantes de San Marcos por el FESC, Frente Estudiantil Social Cristiano que la JDC impulsaba. Montero, al igual que muchos de nosotros recibió los varazos de la policía pero con tan mala suerte que uno le impactó en la cara.
“HIRIERON A MONTERO DENEGRI"
Algún estudiante sanmarquino que por ahí pasaba comentó alarmado “Hirieron
a Montero Denegri”. La explicación resultaba simple. En la campaña electoral en
que Montero había participado, su candidato a la vicepresidencia era un
estudiante de Veterinaria llamado Edmundo Denegri. Y “MONTERO-DENEGRI” eran las
palabras que estaban escritas en los volantes que se repartieron y en las
pintas que se hicieron…
Lucho
Montero era más conocido como el “Zambo Montero”. Tenía una personalidad muy
especial. De hablar a veces alambicado, en muchas ocasiones se burlaba de la
simpleza de algunos camaradas, planteándoles con la mayor seriedad tesis
realmente absurdas con palabras aparentemente eruditas. Aun cuando participó en
muchas de las giras electorales en la campaña presidencial DC de 1962, para
muchos era considerado de personalidad demasiada complicada por lo que nunca
alcanzó cargos dirigentes en la JDC. Sin embargo, por su cuenta primero y el
apoyo de muchos jóvenes DC después, se dedicó desde fines de 1963 a promover un
especie de “semillero” para la Democracia Cristiana: la Asociación Ricardo Palma
de Estudiantes Secundarios, ARPES, labor política que si bien se desarrolló por
no más de 3 ó 4 años, fue un importantísimo aporte para ampliar la militancia
partidaria, principalmente fuera de Lima.
Volvamos
a la Plaza San Martín. Luego del golpe a Lucho Montero, se produjo su rápido
traslado en taxi a la Asistencia Pública de la avenida Grau -equivalente en
ese momento al Hospital de Emergencia actual- donde el médico que lo atendió
indicó que se le habían roto los huesos propios de la nariz. Felizmente no
había que operar, le hicieron una curación cuidadosa aunque rápida, dejándole
un enorme parche. Además le dieron pastillas para el dolor y la inflamación y
le recomendaron que de todas maneras descansara unos días. Inmediatamente
terminada la curación, el “Zambo Montero” se dirigió a un departamento que
tenía en un edificio en la esquina de Av. Petit Thouars con la Av. Alejandro Tirado.
Paralelamente
los manifestantes se habían reencontrado en el local de la DC. Varios
preguntaban por el Zambo y me parece que Augusto Velezmoro, que en esa época
compartía por unas semanas el departamento con él, indicó que se encontraba en
una clínica. Le pidieron que averiguara en qué clínica estaba internado y se
organizó una visita para el día siguiente, domingo, en la tarde, creo que a las
cinco de la tarde.
Uno de
los más preocupados era el diputado Alfredo García Llosa enterado por la radio
de la marcha y que acudió al local a solidarizarse con la JDC y averiguar si había
detenidos para gestionar su libertad. Se le aclaró que no se conocía de ninguna
detención, ya que no teníamos por qué saber que unos días después cuatro
seríamos detenidos (Ver
crónica “Bombo o bomba” del 15 de diciembre).
Justamente
para ese día domingo estaba prevista al final de la mañana una sesión
extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional pedida por la dirigencia del
Comité Ejecutivo Departamental de Junín, que se trasladó en la madrugada desde
Huancayo para hacer una evaluación de la situación del departamento debido a la
aparición de uno de los frentes guerrilleros del MIR –liderado por Guillermo
Lobatón- en la provincia de Satipo. La preocupación de los dirigentes DC de la
zona era por la posibilidad de desestabilización que podría sufrir del régimen
de Belaunde.
Más de
uno de los dirigentes me miró inicialmente con alguna desconfianza, dado que
ellos habían llegado a Lima preocupados por la violencia y se encontraban con
que uno de los miembros del CEN del partido había participado en una marcha en
que había estallado un petardo. Alfredo García Llosa aclaró que en la noche
anterior había conversado con la mayoría de los manifestantes, por lo aseguraba
que en lo del petardo no hubo responsabilidad de ningún democristiano.
“NO PUEDEN
VENIR ACÁ, ESPERAN VERME INTERNADO…”
Terminada
la reunión, como a las dos de la tarde, fui a encontrarme con Montero que
estaba descansando en su departamento. Con las pastillas recetadas la noche
anterior no tenía mayor dolor. Habían otras dos o tres personas ahí y aunque
inicialmente vimos que lo mejor era que los camaradas que deseaban visitarlo
fueran al departamento, el Zambo sostuvo que la gente esperaba verlo internado y
por lo tanto en una clínica tendrían que visitarlo.
Es que
Lucho Montero era consciente que la visita era de alguna manera una
reivindicación partidaria, ya que muchos de los que estaban dispuestos a
visitarlo eran parte de quienes no le tenían ninguna simpatía ni consideración
por su difícil carácter o por sus continuas burlas. De allí que insistió: hay
que buscar una clínica…
En el
Paseo Colón, a una cuadra de la Plaza Bolognesi, acondicionada en una antigua
casona había una clínica sin mayor renombre. Se decía que había sido fundada
pocos años antes por una sociedad anónima constituida por testaferros de una
autoridad política, creo que un exprefecto, que en medio de un juicio donde
estaba seguro que iba a ser condenado, buscó tener preparada su propia “prisión
dorada”. Se decía que, mientras se pagara el valor de la habitación, no hacían
problemas para internar a algún paciente.
A esa
clínica llegamos con Lucho Montero. No llevaba ni una muda de ropa porque
pensaba dejar la clínica muy pocas horas después. Se registró sin problemas,
aunque pagando por adelantado. Aunque lucía tranquilo, era evidente que estaba
golpeado no sólo por el parche sino por el enorme hematoma que tenía alrededor
de la nariz y que le llegaba hasta cerca de los ojos. Le pidieron el nombre de
su médico y dio el del novio de su hermana Meche, Alberto Péndola, quien por
cierto no era traumatólogo sino psiquiatra.
Aunque
los dos o tres que lo acompañábamos quisimos aprovechar ese momento para
averiguar la edad del Zambo, así como la noche anterior otros pretendieron
hacerlo en la Asistencia Pública, él se dio maña para no decirla o para que no
la escuchemos. La edad de Lucho Montero fue siempre un misterio que nadie logró
develar. Ni siquiera sus hermanos de padre, con quienes se había criado, tenían
certeza de su edad. Ese año 1965 todos estábamos seguros que tenía más de 30,
pero muchos nos preguntábamos si tenía 31, 33, 35 o más.
PÁSAME
TU CAMISA QUE PARECE PIJAMA
Después
de registrarse, le asignaron su habitación y cuando me disponía a ir al local
partidario, situado a un par de cuadras, Lucho se fijó en su camisa y en la mía
que era rayada. “Cambiemos de camisa, que la tuya puede parecer pijama”, me
dijo.
Unos
veinte minutos después regresé acompañado de unos 20 camaradas que quedaron
impresionados no sólo por los moretones sino por la expresión de la cara del
Zambo. Después de unas breves palabras de reconocimiento a Montero por haber
resistido a la policía y el agradecimiento de éste por la preocupación por su
salud, los visitantes se retiraron. Los acompañé hasta la puerta de la clínica
y al volver a la habitación le dije que su expresión frente a los visitantes
parecía realmente de intenso dolor. “Es que me duele cuando pasa el efecto de
las pastillas para el dolor”, me explicó.
Volvimos
a intercambiar camisas y cuando tratamos de dejar la habitación alrededor de
las siete de la noche, una veterana enfermera que aparentemente iniciaba su turno
dijo que el “paciente” no podía salir mientras su médico no lo autorizara.
Primero pensamos que se trataba de una broma, pero la señora se mostró
inflexible: esas son las reglas y no hay forma que yo las quiebre, nos dijo en
tono que no admitía discusión.
Nos
costó un par de horas encontrar a Alberto y no poco tiempo tratar de que
accediera a firmar el alta de su futuro cuñado. Al final, fue otro médico amigo
quien se prestó a firmar el documento que señalaba que no habría ningún peligro
si Lucho continuaba su recuperación en casa, tal como se lo habían señalado ya
la noche anterior en la Asistencia Pública.
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