En noviembre de 1978 estaba encargado de la secretaria de relaciones internacionales del Partido Socialista Revolucionario, cuando recibimos una invitación del Consejo Mundial por la Paz para asistir a un Mitin de Solidaridad con Chile a realizarse en Madrid entre el 9 y 11 noviembre. Decidimos que el PSR asistiera y que yo lo representara. Los pasajes los cubría esa organización. No es ésta crónica un relato sobre el mencionado acto de solidaridad con la lucha que en ese entonces libraba el pueblo chileno y sus organizaciones políticas y sociales. Más bien, es un relato sobre algunas incidencias del viaje mismo y principalmente las ocurridas en la ciudad de Moscú.
El viaje de ida fue excesivamente largo. El día siete nos embarcamos en Lima en Aeroflot, la línea soviética, junto con dos colombianos, uno de ellos el jurista y ex senador Apolinar Díaz Calleja, y el ecuatoriano Juan Isaac Lobato, destacado jurista y maestro universitario, así como ex parlamentario y ex embajador de su país en la URSS, que habían tenido que venir a nuestra capital para poder tomar ese vuelo. También viajaba Raúl Acosta Salas, sub secretario general del Partido Comunista Peruano.
En nuestra primera escala en la ciudad de La Habana nos informaron que el avión continuaría el viaje tres horas después y nos invitaron a subir en unos buses que nos hicieron un paseo por la ciudad. Desde La Habana volamos hasta Lisboa y luego de una hora continuamos hacia el centro de Europa, a la ciudad alemana de Frankfort, donde después de unas tres horas de espera volamos hacia Madrid arribando en la noche del día 8. Pasamos sobre España y Francia para llegar a Alemania y regresamos a España sobrevolando Francia por asuntos de itinerarios, demorando un total de 26 horas en una época en que los viajes de Lima a Madrid duraban no más de 15.
PASAJERO EN TRÁNSITO POR SEIS DÍAS
Pero en el viaje de regreso me demoré más, muchísimo más. El Mitin de Solidaridad se clausuró sábado en la noche y recién el lunes 13 en la mañana volamos a Moscú desde donde debíamos salir en el vuelo a Lima el siguiente domingo. Es decir una escala de tránsito de seis días…
Al llegar a Moscú descubrimos qué significaba estar de tránsito cuando uno era dirigente comunista. Al salir del avión por la manga de desembarque un traductor y guía esperaba a Raúl Acosta. No lo veríamos más hasta encontrarlo en el avión de regreso. Como nos lo contaría después el propio Acosta, al ser dirigente del PCP lo recibieron para llevarlo inmediatamente al hotel del partido, dejando a algún funcionario encargado de hacer los trámites de migraciones y recojo de equipaje. Eso lo hacían con todos los dirigentes comunistas del mundo, así como con quienes sin ser PC eran invitados a distintos eventos organizados por el entonces Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS. Así era el protocolo partidario y de esas facilidades gozaría yo cuando concurrí años después a reuniones o visitas organizadas por el PCUS.
A los colombianos, el ecuatoriano y a mí nos esperaba una guía después de pasar por Migraciones. Junto a ella esperamos nuestros equipajes. Al salir del aeropuerto, nos llevaron a alojar en un lugar imponente: el Hotel Ucrania. Se me antojó una especie de castillo con varias torres, la central y más alta de unos treinta pisos. El edificio estaba rodeado de un amplio parque y a unos cien metros del rio Moscova. Al entrar en su amplísimo vestíbulo, nos dirigimos a la recepción donde nos inscribimos en los formularios con la letra cirílica del idioma ruso, claro que con ayuda de la guía. Con la llave de la respectiva habitación quedamos en reencontrarnos una hora después en ese mismo lugar para comer en el restaurante del hotel.
NO ENTENDERÍA LAS LETRAS PERO SÍ LOS NÚMEROS
Aunque no recuerdo con precisión en qué piso me tocó la habitación, para efectos de esta crónica supongamos que fue el piso 12. A cada lado del vestíbulo había ascensores, algunos de los cuales con un letrero en la parte superior que decía 2-11 y otros 12-28. Entendiendo que se trataba de los pisos cada uno se dirigió a alguno de los ascensores. Había que mostrar la llave –en la que aparecía el número de habitación- a la ascensorista que hacia una venia, indicándole el pasajero que pasara. En mi caso, la matrona a cargo del ascensor hizo un gesto de negación y me indicó un ascensor al frente. Pensando que se trataba de otra ala del edificio, traté de ingresar a otro que también señalaba 12-28. Tampoco me aceptaron ahí…
Consciente que no entiendo ningún idioma, pero sí los números arábigos y dado que mis otros compañeros ya habían subido y la guía no estaba a la vista, me dirigí a un conserje que por ahí andaba mostrándole mi llave y haciendo un gesto de confusión señalando los ascensores que no me habían aceptado. El hombre me señaló claramente los ascensores que tenían la indicación 2-11. Sorprendido le mostré mi llave y él insistió. Resignado a que una vez más no me dejaran ingresar, mostré mi llave a otra ascensorista que para mi sorpresa me facilitó inmediatamente la entrada y marcó el piso 11. Antes que se cerrara el ascensor le señalé el 12 de los dos primeros números de mi llave. Se rio estruendosamente y me comenzó a dar alguna explicación en ruso que, por cierto, no entendí. Y al llegar al piso 11 me hizo un gesto para que saliera.
Extrañado salí al recibidor del piso y me dirigí a un mostrador para mostrar mi llave por enésima vez. Una sonriente y rolliza señora me señaló un largo pasillo y por sus gestos entendí que al final se resolvería lo que para mí ya era un misterio. Avancé y encontré decenas de puertas que lógicamente tenían el 11 como las dos primeras cifras. Miré atrás un par de veces y a lo lejos distinguí a la mujer haciendo gestos para que siguiera. De pronto encontré un pasadizo con cartelito con una flecha que indicaba dos números que se iniciaban en 12. Uno de ellos coincidía con el de mi llave.
Al final de esta vez un corto pasadizo, encontré las dos habitaciones. Cuando abrí la puerta de la mía encontré un pequeñísimo espacio como para guardar las maletas, y… una escalera que llevaba al dormitorio y al baño, que por tanto quedaban en el piso 12. Y al subir por fin descubrí la incógnita: estaba en una torrecilla separada del cuerpo del edificio, donde se encontraban ubicadas esas dos habitaciones.
Eran ya las siete y media o las ocho de la noche y, como nos encontrábamos en pleno otoño, ya había oscurecido desde hacía un buen rato y la ciudad estaba iluminada. Mi primera visita a Moscú comenzaba con una excelente vista. Desde mi ventana podía distinguir a unos ciento cincuenta o doscientos metros del hotel a personas que cruzaban el puente sobre el río auxiliados o frenados por el fuerte viento otoñal, de acuerdo a la dirección en que iban. Y al fondo se notaba una especial iluminación ya que, como lo sabría al día siguiente, me encontraba a unas dieciocho o veinte cuadras de la Plaza Roja, del Kremlin y la Catedral de San Basilio.
Después de nuestra primera cena en el hotel, nuestra guía nos anunció que habría un programa de visitas de interés turístico en los días que estuviéramos de tránsito. Y nos anunció el de la mañana siguiente: Visita a la Plaza Roja, incluyendo el mausoleo de Lenin y otros lugares de interés en Moscú.
IMPONENTE PLAZA DE 70 MIL METROS CUADRADOS
Como me enteraría al día siguiente, la denominación de la Plaza Roja nada tenía que ver con el comunismo, puesto que se le conocía con ese nombre tres siglos antes de la revolución bolchevique de 1917 y hoy se sigue llamando así después de la caída del régimen comunista y la disolución de la URSS a finales de 1991. Tampoco se llama así porque varias de las edificaciones importantes de esa plaza entre las que se encuentran las murallas del Kremlin o el Museo Histórico son de ladrillo rojo. Más bien me explicaron que la palabra roja en ruso antiguo significaba "bonita" y se usaba para calificar a la Catedral de San Basilio, construida en el siglo XVI. Por extensión la palabra sirvió para denominar a la plaza cercana.
Pisar la Plaza Roja es una experiencia inolvidable. No sólo por lo imponente de las edificaciones que la rodean, sino por la plaza misma que tiene unos setenta mil metros cuadrados de piso adoquinado donde puede haber cientos o miles de personas pero uno siempre se siente en un ambiente abierto y amplísimo.
El Kremlin es un conjunto de edificaciones que incluyen iglesias. Allí se encontraba la sede del gobierno, en esa época de la Unión Soviética y actualmente de Rusia. Decir Kremlin es como decir Casa Blanca para el gobierno de los Estados Unidos. En las afueras de la muralla aun hoy se encuentra el Mausoleo de Lenin erigido en 1930 revestido con granito rojo y mármol negro. Sobre las puertas de bronce había una placa sencilla de cuarzo rojo con el nombre de Lenin. Cuando llegamos había una inmensa cola de soviéticos que esperaban entrar. Por ser extranjeros se nos permitió ingresar a la cola poco antes que llegara la puerta y después de unos quince minutos pasamos frente a la urna del fundador del Estado soviético, conservado en buen estado gracias a los avances científicos. Se nos dijo que se había logrado una tecnología y equipos especiales para mantener las condiciones más adecuadas de iluminación, temperatura, humedad y otros factores.
La cola de visitantes no paraba sino avanzaba lentamente rodeando la urna y resultaba impresionante ver el cuerpo de alguien muerto más de 50 años antes como si se tratara de una persona que había fallecido el día anterior. Pero quizá impresionaba más los rostros de los ciudadanos soviéticos, compungidos prácticamente todos, al borde de las lágrimas muchos, llorando abiertamente algunos. Me daba la impresión que estaba asistiendo al velatorio no sólo de una persona con la que esas miles de personas se sentían identificadas sino a quien acababan de perder.
Saliendo del mausoleo nos acercamos aunque no ingresamos al Museo Histórico fundado un siglo antes para promover la historia. Es un hermoso edificio recubierto de ladrillo rojo por todas sus partes, con cúpulas, puntiagudas y pintadas de blanco que dan la apariencia de tener nieve. Se dice que tiene las colecciones de objetos rusos más importantes, catalogados de acuerdo a las distintas etapas históricas.
En el otro extremo de la Plaza se encontraba la Catedral de San Basilio, templo ortodoxo en realidad compuesto de nueve capillas independientes ahora conocida mundialmente por sus cúpulas en forma acebolladas pintadas de diversos colores, destacando el color rojo de sus torres.
Además, en esa primera mañana hicimos un recorrido en un minibús por las calles del centro de Moscú. Pero también nos alejamos un poco a través de grandes avenidas llenas de edificios multifamiliares para llegar a una pequeña colina donde se encontraba la Universidad Lomonósov y desde donde se podía apreciar panorámicamente la ciudad. Esta universidad con más de dos siglos y medio de creada está considerada actualmente entre las 35 mejores del mundo y en la época que yo la conocí era considerada la más importante de la Unión Soviética. El edificio central era de parecidas características a las del hotel donde estaba alojado, aunque la torre principal realmente impresionaba, porque era altísima. Además estaba coronada por una estrella roja. Alrededor del edificio principal había una serie de edificaciones que era una demostración en infraestructura de la importancia de ese centro de estudios.
SOLO Y PERDIDO EN LA CIUDAD
Ese día y el siguiente me di cuenta que al salir del hotel el minibús cruzaba el puente que yo podía ver desde mi habitación y tomaba una amplia avenida llamada Kalilin que llegaba hasta unos de los muros del Kremlin a unos cien metros de la Plaza Roja. De manera que mi tercera mañana en Moscú decidí caminar por mi cuenta y poco después del desayuno salí a caminar por esa avenida, bastante abrigado por cierto, y pasé por un par de alamedas mientras curioseaba las distintas tiendas, restaurantes y letreros en los que no entendía nada, salvo los que decían CAFE que significa “café” escrito en el alfabeto cirílico, que lograba entender. Llegué así a la Plaza Roja que estando solo me impresionaba más y emprendí el regreso por la acera del frente para seguir sintiéndome una persona más en la vida diaria del moscovita.
Al día siguiente decidí repetir el paseo y me apresuré en las primeras cuadras de la avenida Kalinin que las había recorrido pausadamente y así mirar los edificios departamentos y oficinas y los comercios de las últimas calles con más calma. Una vez más llegué y me impresioné con la Plaza Roja. Cuando decidí retornar al hotel me dirigí a una avenida situada a unos cien o ciento cincuenta metros de la Kalilin y me dije que sería bueno hacer el camino de regreso por una avenida paralela y avancé tranquilo mirando siempre el movimiento de la ciudad.
Después de un buen rato caminando distinguí las torres de mi hotel al comenzar unas de las cuadras y no con un amplísimo jardín por delante. Me apresuré en llegar y me di cuenta que era muy parecido pero no era mi hotel. Pero algo más grave aún, en el recorrido de ida y vuelta del día anterior y de ida horas antes me había cuidado de mirar las edificaciones en las calles transversales y no era posible que unas torres así me hubiesen pasado desapercibidas. Al desconcierto inicial, ya que justamente me había aventurado a salir solo por ser bastante orientado, siguió la angustia de no saber cómo preguntar para llegar a mi hotel ya que el castellano es mi único idioma.
MOSCÚ CRECIÓ EN CÍRCULOS
Felizmente la preocupación no duró más de dos o tres minutos. Mientras trataba de pensar qué hacer me acordé de nuestro primer paseo por la ciudad con la guía indicándonos que el centro de Moscú se había desarrollado en círculos. Comprendí que había partido a unos cien metros de la Kalilin y que mi avance no era en paralelo como imaginaba sino en forma oblicua, es decir cada cuadra que avanzaba me alejaba más de esa avenida. No recuerdo si había pasado una o dos cuadras de una de las alamedas, pero hasta allí retrocedí con la seguridad que me conduciría a la ruta conocida. Al llegar por fin a la avenida Kalilin caí en cuenta que la cuadra o los cien metros iniciales se habían convertidos en cerca de seiscientos...
Recuperada mi ruta habitual avance apresuradamente hacia el hotel, pero al llegar al puente pasé por una experiencia que resultó extrañísima para mí: avanzar lentamente y con esfuerzo porque el viento otoñal me empujaba en sentido contrario. De todas formas, con algún retraso llegué al comedor del hotel donde ya casi todos mis compañeros de viaje estaban terminando el almuerzo.
Al contar mi experiencia matutina, me enteré que seguramente había estado cerca de un edificio de apartamentos y que eran siete los edificios de ese estilo construidas por orden de Stalin a finales de los años cuarenta. Eran conocidos como las “Siete Hermanas” y combinaban exteriormente los estilos barroco y gótico rusos, pero utilizando en la construcción la tecnología de los rascacielos norteamericanos. Así me enteraría que las otras “hermanas” eran otro edificio de apartamentos, el local del ministerio de Relaciones Exteriores, el Hotel Leningrado y el Edificio de la Plaza de la Puerta Roja, además del que ya conocía y que era el más imponente de todos: el edificio central de la Universidad Lomonósov.
Esa fría mañana de otoño no sólo descubrí que había siete enormes hermanas en Moscú, sino que en el centro de una ciudad que creció en redondo es muy difícil encontrar avenidas paralelas…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario