Tenía 16 años y
medio, no estoy seguro si ya llegaba a los 55 kilos, superaba ajustadamente el
metro sesenta y mi escaso bozo no requería ser afeitado muy seguido. Cuando
César Carmelino, amigo y compañero de colegio, dijo: “Viene a inscribirse” las
pocas personas que a esa hora se encontraban en la sala desde donde se
ingresaba a una oficina administrativa voltearon y me miraron extrañados por mi
apariencia de colegial. Era el lunes 23 de febrero de 1959, calculo que a las
seis de la tarde, y acababa de subir por primera vez las escaleras del local
del Partido Demócrata Cristiano, ubicado en la avenida Guzmán Blanco 168 a
menos de cien metros de la Plaza Bolognesi.
Me había encontrado
con César en la Plaza Francia y luego de algunas indagaciones sobre el examen
de ingreso a la facultad de Letras de la Universidad Católica -a la cual
estábamos postulando- nos dirigimos caminando hacia el local del PDC. En
noviembre y diciembre, en nuestros días finales como estudiantes en la Gran
Unidad Escolar Ricardo Palma, habíamos hablado ampliamente sobre esta decisión
y a ambos nos había parecido algo natural ingresar a la Democracia Cristiana
considerando que de una simpatía creciente habíamos pasado a la identificación
con la línea política de ese partido que se había fundado a inicios de 1956.
En la época de esas
conversaciones no
imaginaba que la amistad con César perduraría por más de sesenta años y que
sobreviviría incluso a diferencias políticas, que no impidieron pedir y obtener
su apoyo en momentos en que estuve perseguido (ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013). Hasta ahora nos reunimos por lo menos un
par de veces al mes, acompañados la mayoría de las ocasiones por nuestras
esposas.
CONTRA
LA DICTADURA Y LA CORRUPCIÓN
¿Cómo me interesé
por el PDC? Desde inicios de 1956, la lectura de periódicos y conversaciones con compañeros de colegio,
así como escuchar opiniones de mi padre y algunos de sus amigos, junto con mi
propio criterio indudablemente aun en formación, me llevaron a sentir rechazo
al gobierno del general Manuel A. Odría que se
terminaría en julio de ese año. Como en otras oportunidades he relatado, a
inicios de ese mes hubo varias paralizaciones de clases en colegios estatales
por protestas estudiantiles ante la anulación del pasaje escolar por parte del
gobierno. Recién
había cumplido 14 años, pero participé desde mi
colegio en una de esas paralizaciones a pesar que mi padre en esos momentos
estaba interinamente a cargo de la dirección de la gran unidad escolar (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de
octubre de 2012).
El cambio de gobierno, con la asunción de Manuel Prado a la
presidencia de la república, se produjo el 28 de julio de 1956. Seguí con algún
interés las noticias sobre las primeras medidas del nuevo gobierno, así como
las informaciones sobre el inicio de los debates en el Congreso. En esos años
no sólo leía periódicos en casa, también repasaba las noticias en el colegio.
Lo hacía para resumirlas en el radio periódico que a la hora del recreo de las
mañanas trasmitíamos desde la Oficina de Actividades Educativas de nuestra
unidad escolar. No sólo revisábamos las noticias políticas sino también las
internacionales y mucho más las deportivas.
En algún momento, tal vez ya en 1957, caminando por el centro de Lima,
en un quiosco de periódicos vi un semanario o quincenario llamado “Clarín” con
portada a colores y un titular que decía “¿Dónde estaban escondidos los
valientes que hoy atacan a Odría?”. Me llamó mucho la atención y días después,
cuando en el colegio se lo vi a algún auxiliar de educación lo pedí prestado.
Busqué el artículo y me encontré con gruesos calificativos contra la bancada
parlamentaria demócrata cristiana debido a los cuestionamientos que había hecho
a la fortuna del ex dictador, a quien la publicación defendía ardorosamente. Me
asombró tanto cómo se atacaban a esos parlamentarios, que decidí seguir sus
actuaciones a la medida de mis posibilidades. Pero antes le pregunté a mi padre
sobre “Clarín”. Es mejor no leer prensa amarilla, me dijo y añadió, que su
director Marino Ganoza Trevitazzo, tenía muy mala fama, explicándome a qué se
debía. ¡Escuchándolo me enteré -con la ingenuidad de mis 14 años- que un
periódico podía ser amarillo aunque sus titulares usaran letras rojas…!
Recuerdo que sentí indignación por las evidencias que durante el
gobierno de Odría se había producido diversos tipos de corruptelas. No podía
imaginarme que sesenta años después la corrupción sería aún punto central de la
vida política del Perú.
TEMPRANA
IDENTIFICACIÓN POLÍTICA
A finales de 1956, la municipalidad de Surquillo decidió hacer un
censo y requería voluntarios para el empadronamiento que
duraría cuatro días. Buscó
a escolares de su colegio emblemático, la Gran
Unidad Escolar Tomás Marsano, a dos meses de cambiar a su nombre definitivo:
Ricardo Palma. Fui uno de los que se ofreció a colaborar. El entusiasmo inicial
por la experiencia cambió a sana indignación impactado por imágenes de pobreza
que demostraba la injusticia social existente. Como lo conté extensamente en
otra oportunidad (Ver crónica “Censo en Surquillo despertó mi rebeldía” del 21 de febrero de 2014) quedé convencido que había que cambiar la realidad y que para eso
debían servir los partidos políticos.
Creo que desde mediados de 1957 conversé con algunos compañeros de
colegio no sólo sobre sucesos de nuestro país, sino sobre la necesidad de
intervenir en política y en quien encontré parecidas simpatías políticas fue en
César Carmelino. Nos frecuentábamos en esa época por
pertenecer a la comisión organizadora del viaje de promoción, primero, y luego
por participar del club de teatro, además que coincidíamos en querer postular a
la facultad de Letras de la Universidad Católica. En noviembre o diciembre de
1958, después de pensarlo y conversarlo bastante, decidimos que debíamos
inscribirnos en el PDC después de terminar el colegio…
Pero Cesar se
adelantó o, mejor dicho, yo me atrasé. Pasé todo el mes de enero y buena parte
de febrero en Santa Rosa, una pequeña playa al sur de Lima, entre los
balnearios de Punta Negra y San Bartolo. Era bastante buena para pescadores que
lanzaban sus cordeles desde la orilla pero mala para bañistas por la bravura
del mar. Allí desde el verano anterior, mis padres estaban intentando sacar
adelante un destartalado restaurante que habían adquirido con el dinero que mi
padre recibió al jubilarse. Yo me dedicaba a ayudar en la atención del
mostrador, haciendo de cajero y barman.
Recuerdo que luego
de un par de años más -cuando ya mi ayuda era mínima- la familia comprendió que
para comerciante no servía y cerró el negocio. El saldo positivo fue tener una
casa de veraneo en la playa que se mantuvo más de quince años, a la cual se
mudaron a vivir permanentemente mis padres un par de años inmediatamente
anteriores a la muerte de mi papá.
Esos días de inicio
de 1959, además de ayudar en el negocio e irme caminando a bañarme a la playa
de San Bartolo como parte de un grupo de unos quince niños y jóvenes entre 8 y
16 años, estudiaba los cuestionarios desarrollados para postulantes al ingreso
de las cuatro universidades de Lima: San Marcos, Ingeniería, Agraria y
Católica. Los editaba la Academia Central que quedaba en la cuarta cuadra del
jirón Puno y que dirigía don José Cabrera, quien había sido mi profesor de
Aritmética cuando cursé el primer año de secundaria.
COMPROMISO
DURARÍA DÉCADAS
Finalmente ese 23
de febrero estampé mi firma en la ficha de inscripción en el PDC. Muestra que ninguna
persona mayor me había “lavado el cerebro” fue que como nuevo adherente tenía
que poner los nombres de dos afiliados que me conocieran y a mí sólo me conocía
uno: César… No recuerdo cómo solucioné el problema, supongo que poniendo el
nombre de uno de los presentes.
Terminado el
trámite, tenía una mezcla de entusiasmo por concretar lo que había decidido
desde meses antes y preocupación por el compromiso que esa decisión
significaba. Estaba seguro que era un paso decisivo en mi vida, pero a los 16
años no se me hubiese ocurrido cuan esencial sería la actividad política para
mí en el futuro. No podía imaginar que sería mi principal actividad y primera
preocupación en los siguientes 32 años, salvo la responsabilidad familiar
especialmente después de casarme y ser padre tres veces.
No recuerdo si esa
noche conocí a alguno de los dirigentes nacionales. Sí estoy seguro que fue un
lunes que conocí a Javier Correa Elías pero alrededor de un mes después, luego
de la IV Asamblea Nacional, porque se hablaba justamente de esa reunión
partidaria que se realizó en Arequipa. Ahí se reeligieron a Correa como presidente
y al diputado
Héctor Cornejo Chávez como secretario general. Los cargos se elegían por un
año, aunque desde 1961 serían por dos. En la asamblea de fundación del partido,
en enero de 1956, Mario Polar -medio año antes de ser senador- fue elegido presidente
y Luis Bedoya Reyes secretario general y ambos fueron reelectos en marzo de
1957.
Digo que fue un lunes porque ese día era la reunión semanal del Comité
Ejecutivo Nacional y muchos jóvenes DC acudían al local para conversar con sus
dirigentes antes que se iniciara las sesiones. Cuando me presentaron a Correa
me contó que mi inscripción fue consultada con él, debido a que yo sólo tenía
dieciséis años, pero considerando que estaba postulando a la universidad fui
aceptado. No tenía ni idea que cinco o seis años después tendríamos una buena
amistad pese a los 45 años de diferencia (Ver crónica “La Juventud con Javier Correa Elías” del 31 de diciembre
de 2012).
IDENTIFICACIÓN CON LA HONRADEZ
Debo admitir que aunque alguna vez escuché la palabra “bustamantista”
en referencia a algún parlamentario DC, sólo después de escuchar algún
comentario en relación a la actividad diplomática de Correa Elías me enteré que
había sido canciller en el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, iniciado
en julio de 1945 y derrocado por el golpe militar de Odría en octubre de 1948.
También que el senador Julio Ernesto Portugal ejerció como primer ministro y
ministro de Salud el año 1946 y que dirigentes como Cornejo Chávez y Bedoya
Reyes, habían sido muy jóvenes secretario y secretario de prensa de la
presidencia de la república.
Sin embargo, aunque algunos de dirigentes del PDC habían trabajado con
él, Bustamante no tenía nada que ver con el partido, aunque la militancia le
guardaba gran respeto. El ex presidente, quien había regresado del exilio en
febrero de 1956, se dedicaba exclusivamente a actividades intelectuales y
profesionales, alejado en apariencia definitivamente de la vida pública. Nadie
tenía por qué saber en 1959 que sería integrante de la Corte Internacional de
Justicia de La Haya entre 1961 y 1970, llegando incluso a presidirla entre 1967
y 1970. Pese a no conocer en detalle cómo se desarrolló su gobierno, sí sabía
que su nombre estaba asociado a honradez personal y austeridad en el manejo
público lo cual me satisfacía dado que uno de mis impulsos para participar en
política era enfrentar la corrupción.
COMO HE ENTENDIDO LA POLÍTICA
En esa primera etapa de militancia fui descubriendo mi forma de
entender la política. Desde mi percepción de la realidad peruana -cuya
situación más crítica aprecié en el censo en Surquillo- mi motivación era la
búsqueda de justicia social y desaparición de la pobreza, la inclusión social
se diría ahora. Observando la fase final de la dictadura de Odría me
identificaba con la democracia y la indignación por la corrupción de ese
gobernante me señalaba que la política tiene que hacerse con honradez. No era -ni
lo sería después- un preocupado del desarrollo teórico o ideológico. Lo
consideraba muy importante, pero comencé a valorar que tendría que respaldarme
en lo que otros de mi propio entorno podían desarrollar con mejores
calificaciones.
Aunque en esos momentos no tendría cómo saberlo, desde el inicio de
mis actividades políticas fui un hombre de “aparato” partidario, miembro de un
colectivo que trataba de captar cuadros, formarlos y organizarlos, impulsarlos a que actúen
en distintos frentes de acción, tomando decisiones en cada coyuntura política
con el objetivo de lograr instancias de poder para intentar cambiar la realidad
de injusticia social, es decir para mejorar la vida de todos los peruanos. Para
ese cambio se requería una revolución, incruenta pero que produjera una
transformación radical considerando lo profundo de la desigualdad existente.
Hubo la feliz coincidencia de encontrarme en el inicio de mi actividad
política con toda una promoción de militantes con la que coincidimos en la
importancia del trabajo colectivo, en la confianza mutua y la sencillez en el
trato, así como la búsqueda de promocionar a quien dentro del grupo tuviera
mejor opción en cada coyuntura, características que busqué encontrar en todos
los equipos dirigentes con los que trabajé por más de treinta años y a los que
traté de aportar con mi natural disposición a la búsqueda de consensos.
Me sentí a gusto al ingresar a la Democracia Cristiana. Es que el
conjunto de valores en los que creía, sin duda varios de ellos provenientes de
mi formación familiar, se entroncaban con la militancia partidaria que había
escogido. Sentí al PDC como un medio que expresaba mis valores. Ni en ese
momento y en ningún otro sentí al partido político como un fin, sino siempre
como un medio, de la misma manera que siempre pensé que el poder nunca puede
ser un fin sino sólo un medio…
ASISTÍ AL NACIMIENTO DE
JUVENTUD DC EN EL PERÚ Y AMÉRICA LATINA
En los meses siguientes comencé a participar en distintas actividades,
pero integrar el comité organizador del I Congreso Latinoamericano de
Juventudes Demócratas Cristianas, que se realizaría paralelamente al V Congreso
Internacional de la Democracia Cristiana, fue una muy interesante experiencia.
Fui por cierto sólo uno de los varios integrantes de una de las diversas
comisiones que trabajaron para ese certamen realizado en Lima a fines de
octubre de 1959. Sin duda uno de los menos experimentados, pero también uno de
los más entusiasmados. Fue por haber trabajado intensamente en la preparación
del congreso que fui inscrito como delegado -sin habérmelo imaginado- y por eso
asistí a la fundación de la Juventud Demócrata Cristiana de América Latina,
JUDCA que eligió -en forma por lo menos rara- al entonces diputado peruano
Roger Cáceres como su primer presidente (Ver crónica “Votante brasileño nacido en Puno” del 1 de noviembre de
2012). No me imaginaba que
diez años después yo ocuparía ese mismo cargo de presidente cuando tuvo que
dejarlo Rafael Roncagliolo, ya que sabiendo que él ocuparía el cargo la JDC del
Perú lo había obtenido en el III Congreso Latinoamericano (Ver crónica “Peruanos y bolivianos en San Salvador” del 19 de diciembre
de 2014).
Meses después, en febrero de 1960, asistí también a la fundación de la
Juventud Demócrata Cristiana del Perú, ya que hasta entonces sólo existían
comités departamentales sin ninguna instancia de conducción colectiva. Fue en
una asamblea nacional realizada en Trujillo y donde también Roger Cáceres fue
elegido su primer secretario general. Fui a esa asamblea utilizando mis escasos
ahorros. Viajé en un vetusto ómnibus portando copia de mi partida de nacimiento
ya que a los 17 años aún no tenía libreta electoral, que era en esa época el
documento de identidad que se obtenía al llegar a la mayoría de edad: 21 años.
Por primera vez en mi vida tomé una habitación en un hotel, modestísimo, en el
jirón Grau de esa ciudad. Seis años después, en asamblea nacional realizada en
el Callao, sería yo elegido secretario general de la JDC del Perú.
CRECÍ EN MIS PRIMEROS AÑOS EN POLÍTICA
En el resto del año 1960 seguí participando en actividades
partidarias, hablé por primera vez en una plaza pública en Cañete (Ver crónica “Mi primer discurso en un mitin”
del 20 de abril de 2013), en un
par de ocasiones estuve detenido por algunas horas -en una oportunidad
acompañado del recordado Carlos Valencia prematuramente desaparecido- cuando
fuimos sorprendidos por la policía haciendo pintas en las calles y asistí
varias veces al tercer y último nivel de la galería de la Cámara de Diputados
para seguir la brillante actuación de la bancada democristiana en los debates
parlamentarios, en especial cuestionando al gabinete encabezado por Pedro
Beltrán. Pero también en esa época dejé que mi preocupación por la política
reemplazara mi dedicación a los estudios.
Parte importante de mi formación política desde esos tiempos -aunque
actualmente pueda parecer una creencia exótica- era asumir que los militantes
financiaban sus partidos y aunque significara algún tipo de privaciones lo tuve
muy claro desde entonces (Ver
crónica “Aportes de los militantes a los partidos” del 27 de junio de 2017).
Al final de 1960, cuando tenía
18 años y medio, comprobé que tenía 17 centímetros más que cuando llegué a inscribirme al PDC.
Mi estatura era de un metro y 78 centímetros, había pasado los 60 kilos y
además me afeitaba todos los días…
Deberías publicar estas sabrosas memorias en un libro, para no leerlas a cuentagotas.
ResponderBorrarExcelente. Merece que lo amplíes. Abrazo
ResponderBorrarMuy interesante e ilustrativo documento. Las Crónicas del Siglo Pasado, se convertirán con el tiempo una fuente de consulta histórica, por la documentada exposición y fuente de primera persona.
ResponderBorrarTiene que llegar el momento que estos interesantes capìtulos lleguen a formar parte de un libro, porque aporta con claridad hechos que necesario conocerlos ...
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