El
reciente debate sobre el financiamiento de los partidos en la nueva legislación
electoral que se está planteando, me hicieron retroceder casi 60 años. Hace
algún tiempo, revisando una pequeña agenda que tuve en 1959,
encontré que el 2 de marzo aparecía una inscripción escueta: S/ 20. Después de
pensar varios segundos me acordé de qué se trataba: era mi cuota mensual para
el Partido Demócrata Cristiano al que me había inscrito días antes, el 23 de
febrero. Lo comprobé al ver que aparecía la misma cantidad también los días 2 de
los siguientes meses, salvo agosto que cayó domingo.
Era yo un joven de 16 años, hijo de un profesor
jubilado. Vivía de propinas por lo que esos veinte soles significaban el
equivalente a unos seis menús económicos… Es decir, dejar de disfrutar de la
sensación de libertad de “almorzar en la calle” compartiendo conversación con
nuevos amigos para hacerlo en la propia casa. Por cierto era bastante mejor lo
que se comía en la casa en el Rímac que los austeros menús a los que podía
tener acceso, pero perdía la sensación de ser ya adulto (Ver crónica “Comida y café baratos a finales de los 50” del 22 de agosto de 2014). Esto
hizo que entre los 16 y 20 años en más de una oportunidad me atrasara en la
cotización partidaria y que en un par de ocasiones me acogiera a una especie de
amnistía que “olvidaba” algunas cuotas no pagadas.
APORTAR A SU PARTIDO, UN
DEBER DE MILITANTE
Mis dos primeros años de actividad política sirvieron
para que aprendiera la importancia del aporte a la organización de la que era
miembro. Uno se sentía partícipe de la economía partidaria y por tanto asumía
que había contribuido -aunque fuera en grado ínfimo- con los gastos que se efectuaban,
que en realidad no eran muchos. Uno de los rubros era el alquiler del local
situado en un segundo piso a una cuadra de la plaza Bolognesi, en la avenida
Guzmán Blanco 168, así como los servicios que incluían dos teléfonos. El
personal rentado a tiempo completo estaba constituido por un administrador,
Oswaldo Cava, un asistente administrativo, Efraín Lévano, y un guardián que
dormía en el local y que hacía la limpieza matutina antes de salir a trabajar. El
cobrador -al quien algunas veces ayudaba una hermana- no tenía sueldo sino cobraba
un porcentaje de las cuotas. También se gastaba en envío de material partidario
a los dirigentes situados en las capitales de buena parte de departamentos del
país, para que los respectivos dirigentes los distribuyeran a las bases
provinciales, que en pocos casos eran más de dos o tres. Asimismo para pasajes y
una pequeñísima bolsa de viaje para que militantes fueran a organizar algún
mitin, donde normalmente el orador principal era un parlamentario que asumía
todos sus gastos y normalmente también las comidas de sus acompañantes. Me
enteré que hasta 1957 se financiaba la impresión y distribución de
“Democracia”, órgano que si bien servía para presentar las opiniones
partidarias no lograba auto sostenerse y generaba pérdidas que en determinado
momento se consideró que ya no podían solventarse.
En esa época el mayor ingreso era el aporte del
Grupo Parlamentario. Los cuatro senadores y los trece diputados aportaban el
10% de sus emolumentos. Las legislaturas eran de agosto a diciembre y de abril
a junio, pero les pagaban doce sueldos al año. No había gratificaciones por
Navidad, Fiestas Patrias o Escolaridad y no existía “Asignación por Función
Congresal” o gastos de representación, hoy de un monto similar al sueldo del parlamentario.
La economía partidaria tuvo un “hipo” cuando no hubo parlamento entre julio de
1962 a julio de 1963, pero volvió a reposar en los aportes parlamentarios
cuando los cinco senadores y once diputados del Grupo Parlamentario electos por
la Alianza Acción Popular Democracia Cristiana volvieron a aportar el 10%.
Similar brillo como oposición al gobierno de Manuel Prado de los DC elegidos en
1956, tuvieron los elegidos en 1963 como apoyo al gobierno de Fernando Belaunde
Terry.
LA CUOTA DE LOS PARLAMENTARIOS
FUE SIEMPRE SIGNIFICATIVA
En esos años el sueldo del parlamentario,
aparentemente alto para los niveles existentes, tenía que servirles para vivir
con su familia en Lima y desplazarse con frecuencia a los departamentos que
representaban. Muy pocos -básicamente abogados o docentes universitarios-
tenían otra entrada. Ingresos extras en el Parlamento sólo existían cuando se
convocaba -en los meses de receso parlamentario- a alguna legislatura
extraordinaria que debía tener agenda precisa. En ese caso se pagaba un sueldo adicional.
Sin embargo no era una práctica usual. En 1965 o 1966, el Grupo Parlamentario
se opuso tenazmente a la convocatoria a una legislatura extraordinaria por
considerarla innecesaria, aunque finalmente la mayoría parlamentaria la convocó.
En la reunión semanal siguiente –que era almorzando en el local partidario- los
parlamentarios acordaron que, como consideraban innecesaria esa legislatura,
una forma de demostrarlo era transfiriendo a las cuentas partidarias el cien
por ciento del ingreso extra que les correspondía.
Recuerdo que Rafael Cubas Vinatea me comentó
horas después que, teniendo cuatro hijos estudiando, estaba desnivelado
económicamente por lo que un ingreso extra le hubiera caído muy bien. Sin
embargo, me dijo, lo que nos permite hablar sin ningún tapujo en el Congreso es
la coherencia. Añadió que si consideraban innecesaria una legislatura que en la
práctica sólo significaba un sueldo extraordinario no podía cobrarlo. Y
evidentemente si nuestros cheques ya estaban girados, la opción que quedaba era
endosarlos al partido, culminó sonriendo. Cubas era diputado por Huánuco y fue
ministro de Agricultura en el gabinete integrado por parlamentarios que el
gobierno Belaunde designó en septiembre de 1965 para evitar los embates de la
mayoría parlamentaria conformada por el Partido Aprista y la Unión Nacional
Odriista. De él dijeron tanto su amigo y sobrino Manuel Ruiz Huidobro como
Rafael de Noriega, amigo y dirigente partidario en Huánuco, que se trató de un
hombre honrado que “entró a la actividad política
rico y salió pobre”. Años después, en 1971 poco antes de dejar la
DC, tuvimos grandes discrepancias con Cubas, pero ninguna hizo variar el
aprecio por su calidad humana y el
reconocimiento a su honradez.
Sin duda que en las
campañas electorales se hacían mayores gastos, que hasta lo que me acuerdo
significaron aportes extraordinarios de muchos militantes y aportes importantes
de simpatizantes. En todo caso la de 1962 fue “franciscana” y la de la Alianza
AP DC descansó principalmente en el partido “grande” de la alianza que era Acción
Popular. Una serie de labores propias de una campaña electoral no tenían costo
ya que estaban a cargo de los militantes. Ninguno en esa época pensaba que por hacer
tareas tan diversas como pintar paredes, repartir volantes, perifonear por
altoparlantes -fijos o instalados en automóviles- o armar un tabladillo serían trabajos
rentados cuarenta años después.
HABÍA QUE PAGAR AGUA, LUZ,
TELÉFONO, CUOTA PARTIDARIA…
Pero siendo substanciales los aportes de los
parlamentarios, nadie objetaba en la Democracia Cristiana la necesidad del aporte
de cada militancia. En mi caso me quedó muy claro que la militancia en un
partido debe estar aparejada de aporte económico y lo practiqué puntualmente en
las siguientes décadas, en que me pareció normal que el aporte partidario llegara
al 5% de mi sueldo, a pesar que muchas veces la situación económica personal y
familiar no fueran las mejores. Pero siendo una obligación auto impuesta había
que pagarlo. Poco antes de renunciar a inicios de abril de 1991 al Partido
Socialista Revolucionario, conjuntamente con la mayoría de sus fundadores y
dirigentes conocidos, en mis cuentas de gastos en marzo aparecían 30 nuevos
soles como aporte partidario. Si los 20 soles del 59 salían de mis propinas,
los 30 nuevos soles del 91 eran bastante más del 5% de mi sueldo mensual que
era mi habitual aporte, debido a que ese mes excepcionalmente había tenido
ingresos extras por una consultoría.
Entre 1959 y 1971 durante mi militancia en el PDC
aporté mi cuota fijada de acuerdo a mis posibilidades, llegando al 5% de mi
sueldo cuando tuve un puesto estatal, que era más bien modesto pero que
pertenecía a los que hoy se denominan de “confianza”. Después de la renuncia
colectiva a ese partido que hicimos un buen grupo –principalmente de la
Juventud DC- aporté mensualmente un par de años para mantener un grupo de
coordinación de los renunciantes, denominado Movimiento Socialista Comunitario.
Poco después cuando constituimos un pequeño grupo con mayoría de ex DC o social
cristianos que hacíamos análisis de la situación política, los pocos integrantes
acordamos una cuota mensual que servía para ayudar a financiar una publicación
que coincidía con nuestra preocupaciones. Ese grupo en el que también
coordinábamos líneas de acción en periódicos en que escribíamos artículos de
opinión, dejó de existir cuando la mayoría nos embarcamos en el proyecto
político que culminó con la fundación del PSR. Y desde noviembre de 1976 que lo
fundamos, comencé a aportar al PSR una cuota fijada por mí mismo, ya que por
buen tiempo no hubo un criterio sobre el monto del aporte, hasta que en a
mediados de 1982 se acordó que los dirigentes debían aportar el 5% de sus
ingresos, acuerdo que respeté escrupulosamente.
CUOTAS PARTIDARIAS E
INFLACIÓN
Para alguna gente menor de los 30 o 35 años
enterarse que alguien en treinta y dos años pasó de un aporte partidario de 20
soles a 30 nuevos soles quizá no significa nada o puede incluso parecer un
aumento exiguo. Y es que eran muy pequeños o no habían nacido cuando vivimos la
inflación desatada en el país desde 1976 hasta 1990. Considerando que entre una
y otra moneda hubo otra denominada inti que duró apenas cinco años, la
diferencia es inimaginable. Los 30 nuevos soles equivalían a 30 millones de
intis, moneda existente hasta 1990 y a treinta mil millones de los soles
vigentes hasta 1985. Para aumentar la confusión hay que señalar que después de
25 años desde el año pasado los nuevos soles dejaron de denominarse así y
ahora sólo se conocen como soles, igual a la denominación existente hasta 1985.
Sin embargo, un sol de ahora es equivalente a mil millones de soles de esa época…
Inicialmente esta crónica debía terminar con
estas líneas, después de mostrar cómo antaño la militancia no sólo era un
compromiso con las ideas de una agrupación a la que se contribuía dando tiempo,
sino además contribuyendo con dinero. Sin embargo la búsqueda de las cifras de
lo aportado partidariamente en 1991 y la alusión a la inflación descomunal que
sufrió el país, me permiten culminar de otra manera.
ALGUNA VEZ FUI MILLONARIO
Con los datos de lo que ganaba y mis aportes al
PSR en esa época de locura inflacionaria, que encontré en mis antiguas agendas,
puedo ilustrar con cifras verdaderas la situación absolutamente caótica que
existía en el país. En el gobierno militar del general Francisco Morales
Bermúdez, en enero de 1979, ganaba 51 mil y aportaba 2,500 soles y al iniciarse
el último semestre de ese gobierno, en enero de 1980, 78 mil y 4 mil soles. Ya
en el segundo gobierno de Fernando Belaunde, en julio 1982 ganaba 282 mil y aportaba
14,100 soles. Año y medio después, en diciembre de 1983, 777 mil y 38,900
soles. En el último mes de Belaunde, ya era millonario, mi sueldo en julio de
1985 llegó a 4 millones 456 mil y mi cuota partidaria fue de 202 mil soles. En
enero de 1986 ya con varios meses de gobierno del presidente Alan García se
cambió la moneda peruana, desaparecieron los soles y llegaron los intis. Mi
sueldo en mayo de ese año era de 5854 y mi cuota al PSR 293 intis. Catorce
meses después, en julio de 1987 ganaba 14479 y aportaba 724 intis. Y en julio de 1988,
59387 y 2969 intis. Pero a finales de 1989, en diciembre, otra vez millonario,
mi sueldo llegaba a tres millones 46 mil y a 152 mil 300 intis mi aporte. Un
año después, iniciado el primer gobierno de Alberto Fujimori con brutal “shock”
en los primeros días de agosto, mi sueldo en diciembre de 1990 se elevaba a 236
millones de intis y mi cuota a 11 millones ochocientos mil. Hay que imaginarse
lo difícil que era en esos años ganar cada vez más, incluso ser “millonario” en
los ingresos y sentir que cada vez era más difícil cubrir los gastos
familiares.
Todos los datos anteriores pueden parecer
imposibles, pero esas fueron las cifras reales que muestran lo que sufrimos los
peruanos. Así vivimos o… sobrevivimos.
Estos son los verdaderos políticos, los que tienen principios y son honestos, nos como los que se auto proclaman hoy "políticos" que solo ven la paja en el ojo ajeno, pues así logran protagonismo y no se preocupan por lo verdaderamente importante y necesario para el país.
ResponderBorrarGracias Alfredo por compartir tus experiencias y darnos algo de esperanza
Interesante y minuciosa nota. Muchas gracias por nombrar a mi padre, Rafael de Noriega. Cierto es que Cubas, como pocos, entró a la política millonario y salio de ella con pocos recursos. Que sirva de ejemplo.
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