domingo, 30 de julio de 2017

INTERPRETANDO A TRADUCTOR (1978/1981)

En noviembre de 1978 llegué por primera vez a Moscú. Integraba un grupo de cinco latinoamericanos procedentes de Madrid donde habíamos participado en un Mitin de Solidaridad con el pueblo chileno en esa época gobernado por una sangrienta dictadura. Estábamos en tránsito, ya que debíamos esperar varios días para el único vuelo semanal de Aeroflot al Perú. Al desembarcar, uno de mis compañeros de viaje fue recibido al final de la manga por un funcionario que lo alejó de quienes comenzábamos a formar una larga cola para pasar por los controles de inmigración y aduana. Se trataba de Raúl Acosta Salas, sub secretario general del Partido Comunista Peruano, PCP, quien alcanzó a decirnos que sería huésped del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS. No lo vimos hasta seis días después sentado ya en el avión que nos trasladaría a Lima.

Esa fue la oportunidad en que me enteré de las facilidades que tenía un dirigente de un partido comunista de cualquier país al llegar a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, o más comúnmente llamada Unión Soviética, ya que Acosta me contó que su partido había informado al PCUS de su obligada escala. Entre otras cosas me dijo que había estado alojado en “Octubre”, el hotel del partido.

EXTRAÑEZA DE DIRIGENTES DE PARTIDOS COMUNISTAS

A ese mismo hotel llegaría yo casi tres años después, en julio de 1981, cuando presidí una delegación del Partido Socialista Revolucionario que por primera vez era invitado por el PCUS a una visita de descanso y chequeo médico para dirigentes partidarios, y que conforme a lo conversado con amigos de otros partidos socialistas latinoamericanos era para los soviéticos el primer peldaño en las relaciones partidarias. Me acompañaban otros dos dirigentes, Arturo Valdés y Álvaro Vidal. Entonces comprobé que las mismas atenciones tenían quienes sin ser comunistas participaban en distintas actividades organizadas por el PCUS.

En esa oportunidad, conversamos -traductor mediante- con dirigentes comunistas de varios países y a nuestros interlocutores, al sabernos peruanos, les llamaba la atención que no fuéramos integrantes del PCP.

Incluso cuando dialogamos en Sochi con miembros de una delegación del Partido Socialista Unificado de Cataluña, PSUC, se sorprendieron cuando les explicamos que éramos de otro partido peruano. El PSUC era aliado al Partido Comunista de España y en la práctica su filial catalana. Nos comentaron que no sabían que el PCUS se relacionaba con otros partidos en América Latina. No podían saber que en noviembre de 1987, en el “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre” participarían también partidos socialistas y social demócratas europeos. Muchos menos sospechaban que en febrero de ese mismo 1987 el PSUC iniciaría su desaparición para integrarse en un nuevo movimiento de izquierda, la Iniciativa por Cataluña que años después se constituiría en Iniciativa por Cataluña Verdes, uniéndose a movimientos de orientación ecologista. Pero ni ellos ni nosotros podíamos imaginar en esa época que diez años después el PCUS también desaparecería… un mes antes de la desaparición de la Unión Soviética (Ver crónica “Nadie sabía que era la última gran celebración” del 24 de marzo de 2017).

JERARQUIZACIÓN QUE NO ENTENDÍAMOS

Regresemos a 1981 a ese primer viaje de una delegación del PSR a la Unión Soviética. Estar invitado no sólo suponía facilidades sino también seguir determinadas reglas relacionadas con las jerarquías. Y ahí se presentaban, más que problemas, incomodidades. Si bien en la mayor parte de las actividades no había mayor inconveniente y las podíamos realizar en conjunto, en determinado momento en que había que optar por dar preferencia a alguien, nuestro traductor y guía, Afanasiev, tenía muy claro que yo era jefe de delegación y obraba en consecuencia aunque le indicara lo contrario.

Como había notado ya en Moscú que siendo muy parecidas las tres habitaciones, la mía tenía vista a la calle y algo similar pasó en Sochi, cuando llegamos a Kishenet, capital de Moldavia, le indiqué a Afanasiev que tratara que las habitaciones fueran iguales y así lo hizo. Me quedé tranquilo y olvidé de reiterarle la advertencia antes de llegar al hotel en Leningrado -ciudad que diez años después recobraría su nombre original: San Petersburgo- hasta que Arturo comentó que no estaba acostumbrado a dormir de día considerando que las noches en esa época del año duraban menos de dos horas. Por más que corro la cortina la luz llega a mi cama nos dijo. Nos miramos con Álvaro, los ventanales de nuestras habitaciones daban a una salita y a la parte del dormitorio no llegaba luz directamente. Cuando lo hablé con el traductor, me dijo que había seguido mis indicaciones y que cuando buscó habitaciones similares a la mía sólo había podido encontrar otra y se la había dado a Álvaro porque era quien aparecía en segundo lugar en la lista de la delegación.

Felizmente esas situaciones fueron muy pocas y Arturo no se enteró. Le tenía gran aprecio pese a conocerlo sólo desde la fundación del partido. Era mayor que nosotros ya que tenía 62 años -que en esa época se me ocurría eran bastantes años- mientras que Álvaro y yo recién cumpliríamos 40 al año siguiente. Habíamos desarrollado con Arturo una muy buena relación acrecentada por las dificultades afrontadas por la represión desatada en 1978 por el gobierno de Morales Bermúdez cuando fue el único dirigente político con orden de deportación que no pudo ser capturado y yo era su contacto para participar en reuniones clandestinas partidarias y con otros partidos. Además tenía la inolvidable experiencia de haber viajado con Arturo por varios países en la primera gira internacional del PSR a finales de 1977 (Ver crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de noviembre de 2011).

 “EL PARTIDO ES EL PARTIDO…”

Pero lo que resultó absolutamente embarazoso en ese periplo fueron las tres veces que nos embarcamos en los vuelos internos, particularmente el de Moscú a Sochi. Llegamos a la sala de invitados del aeropuerto y nos sentamos a esperar en cómodos sillones, mientras Afanasiev iba a coordinar con los empleados de la línea aérea. Poco después nos pasó la voz y nos guío hacia un auto negro que nos llevó a pocos metros de la escalinata del avión. Cuando bajamos para subir al avión, vimos una ordenada cola formada por todos los otros pasajeros que seguramente tenían bastante minutos de pie y que a pesar que faltaba para las ocho de la mañana seguramente sentían ya el fuerte calor de mediados de julio. Subimos y nos acomodaron en la primera fila, dos a cada lado con un asiento vacío al medio. Sólo después que terminamos de acomodar el equipaje de mano y estuvimos sentados, los auxiliares de vuelo dieron la orden para que subieran los pasajeros que esperaban.

Estábamos seguros que recibiríamos miradas de antipatía de quienes se embarcaban. “Al pasar a nuestro lado, nos van a mentar la madre…”, advirtió Arturo y eso no necesita traducción, añadió mirando a Afanasiev. Sin embargo, mientras pasaban a nuestro lado cerca de ochenta personas no notamos nada de eso. Algo comentamos en el avión pero los días posteriores lo conversamos con nuestro traductor en algunas de las comidas del sanatorio u hotel de descanso donde nos encontrábamos. ¿Cómo es que la gente no se fastidió con el trato preferencial a unos extranjeros al momento de embarcarnos? preguntamos. Porque o preguntaron o asumieron que se trataba de invitados del partido, respondió. Y ante nuestras caras que mostraban poca satisfacción por su respuesta, no trató de hacer ninguna elaboración teórica sino simplemente añadió algo así como “el partido es el partido…”.

Días después, cuando llegamos a mediodía al aeropuerto de Sochi para embarcarnos hacia Kishenet nos encontramos con que el vuelo estaba retrasado por mal tiempo en la ciudad de destino y siendo un aeropuerto chico pudimos ver desde nuestra ubicación en el salón de invitados la cara de sorprendidos desagradablemente de los pasajeros cuando se les avisaba que tendrían por lo menos tres horas de retraso. De inmediato Afanasiev se dirigió al teléfono, habló brevemente y poco después nos dijo que regresaríamos al sanatorio para almorzar y esperar con mayor comodidad.

A media tarde regresamos al aeropuerto y pudimos constatar la impaciencia de quienes estaban esperando que se concretara el vuelo. La pequeña cafetería había agotado sus existencias que, por los rostros de fastidio que veíamos, no habían sido suficientes. Algo quiso decirnos nuestro traductor sobre la ventaja de ser invitados y no viajeros comunes, pero convenientemente ninguno de los tres peruanos le siguió la conversación. En lo que sí insistimos cuando se nos avisó que el vuelo saldría en pocos minutos es que nos dirigiéramos pronto al avión y que no esperáramos que la cola de los otros pasajeros estuviera totalmente conformada para recién subir. Afanasiev aunque no muy convencido aceptó…

TRADUCTOR O FUNCIONARIO MULTIPROPÓSITO

Tuve ocasión de conversar con nuestro traductor a partir de los nombres y apellidos de ambos. Me di cuenta que así como en el Perú a mí me preguntaban por mi apellido asumiendo que Filomeno era mi nombre, a él en la URSS le preguntaban por su nombre por considerar que Afanasiev era su apellido. Es que así como aquí Filomeno está más extendido como nombre que como apellido, allá su nombre era mucho más conocido como apellido. Como mientras hablábamos nos encontrábamos ya en Kishenet, capital de Moldavia, me dijo en esa república se podía encontrar ese apellido ya que era de origen rumano y Moldavia había sido hasta 1940 parte de Rumanía. De hecho la mayoría de los moldavos hablaban rumano además del ruso y, aunque no me lo dijo el traductor, algunos sectores aspiraban a una reunificación que intentaron sin éxito luego de la disolución de la URSS y la instauración de una república independiente.

El trabajo de nuestro traductor era bastante más que lograr que comprendiéramos lo que nuestros interlocutores nos decían en ruso. Afanasiev fue la primera persona que vimos al salir del avión a nuestra llegada y de quien nos despedimos al abordar el avión para el vuelo de regreso. Tenía la tarea de coordinar toda nuestra visita. Inicialmente los procedimientos para los chequeos médicos en las clínicas que duraban unos tres días Y después de servir de guía en Moscú, se encargó de la organización de la gira por distintas ciudades. Es decir los traslados verificando pasajes para los vuelos y para el tren en el caso del trayecto de Leningrado a Moscú. Aseguraba que el equipaje fuera llevado con anticipación desde los hoteles. En cada uno de los puntos que visitábamos verificaba en cada caso con una persona de protocolo partidario tanto alojamientos como comidas, así como como cada punto del programa de visitas, incluyendo los traslados. Y estuvo siempre dispuesto a colaborar con cualquier requerimiento de nuestra delegación.

GORBACHOV NO ENTUSIASMÓ A CONFORMISTAS

Calculo que Afanasiev tenía algo más de cincuenta años y me imagino que era un militante promedio del PCUS. Entendí que trabajaba permanentemente como traductor de alguna editorial y ocasionalmente para el Comité Central cuando había reuniones internacionales o muchas delegaciones de invitados. Seguramente había sufrido en su niñez las privaciones de un país en guerra, pero desde su juventud vivía con la seguridad de contar con trabajo, vivienda, salud y vacaciones y esperaba una vejez también con seguridad. En los días que nos acompañó fue muy eficiente y en Sochi donde buena parte del tiempo no necesitábamos traductor, lucía despreocupado aprovechando para jugar ajedrez con algunos de sus colegas. Me parece que no tenía inquietudes ni aspiraciones que le quitaran el sueño, un buen hombre que estaba conforme con lo que tenía y sentía que lo mejor era que no se produjeran grandes cambios en su vida diaria.

Creo que militantes comunistas como nuestro traductor fueron sacudidos por la llegada de Gorbachov al poder en la Unión Soviética y sufrieron por primera vez en su vida adulta una sensación de inseguridad muy lejana al entusiasmo de gente joven y de intelectuales, académicos y científicos que intuían que el desarrollo de las comunicaciones haría ya evidentes lo absurdo de las restricciones existentes en un mundo encaminado hacia una creciente interconexión.

Tendría ocasión de relacionarse con otros traductores soviéticos en los siguientes años. Tanto con quienes se sentían partícipes de las nuevas experiencias conocidas como “glasnost” -apertura o transparencia política- y “perestroika” -reestructuración económica- como con alguno que con cinismo daba a entender que ambas propuestas eran una moda pasajera, mientras trataba de sacar ventaja de su trabajo que lo acercaba a los dirigentes y funcionarios de PCUS, pero son temas que puede significar una nueva crónica en el futuro…

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