En noviembre de 1978 llegué por primera
vez a Moscú. Integraba un grupo de cinco latinoamericanos procedentes de Madrid
donde habíamos participado en un Mitin de Solidaridad con el pueblo chileno en esa época gobernado por
una sangrienta dictadura. Estábamos en tránsito, ya que debíamos esperar
varios días para el único vuelo semanal de Aeroflot al Perú. Al desembarcar,
uno de mis compañeros de viaje fue recibido al final de la manga por un funcionario
que lo alejó de quienes comenzábamos a formar una larga cola para pasar por los
controles de inmigración y aduana. Se trataba de Raúl Acosta Salas, sub
secretario general del Partido Comunista Peruano, PCP, quien alcanzó a decirnos
que sería huésped del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS. No lo
vimos hasta seis días después sentado ya en el avión que nos trasladaría a
Lima.
Esa fue la oportunidad en que me enteré
de las facilidades
que
tenía un dirigente de un partido comunista de cualquier país al llegar a la
entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, o más comúnmente
llamada Unión Soviética, ya que Acosta me contó que su partido había informado
al PCUS de su obligada escala. Entre
otras cosas me dijo que había estado alojado en “Octubre”, el hotel del
partido.
EXTRAÑEZA DE DIRIGENTES DE PARTIDOS COMUNISTAS
A ese mismo hotel llegaría yo casi tres años
después, en julio de 1981, cuando presidí una delegación del Partido Socialista
Revolucionario que por primera vez era invitado por el PCUS a una visita de
descanso y chequeo médico para dirigentes partidarios, y que conforme a lo
conversado con amigos de otros partidos socialistas latinoamericanos era para
los soviéticos el primer peldaño en las relaciones partidarias. Me acompañaban
otros dos dirigentes, Arturo Valdés y Álvaro Vidal. Entonces comprobé que las
mismas atenciones tenían quienes sin ser comunistas participaban en distintas
actividades organizadas por el PCUS.
En esa oportunidad, conversamos -traductor
mediante- con dirigentes comunistas de varios países y a nuestros
interlocutores, al sabernos peruanos, les llamaba la atención que no fuéramos
integrantes del PCP.
Incluso cuando dialogamos en Sochi con
miembros de una delegación del Partido Socialista Unificado de Cataluña, PSUC, se
sorprendieron cuando les explicamos que éramos de otro partido peruano. El PSUC
era aliado al Partido Comunista de España y en la
práctica su filial catalana. Nos comentaron que no sabían que el PCUS se
relacionaba con otros partidos en América Latina. No podían saber que en
noviembre de 1987, en el “Encuentro de representantes de partidos y movimientos
con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre” participarían también
partidos socialistas y social demócratas europeos. Muchos menos sospechaban que
en febrero de ese mismo 1987 el PSUC iniciaría su desaparición para integrarse
en un nuevo movimiento de izquierda, la Iniciativa
por Cataluña que años después se constituiría en Iniciativa por Cataluña Verdes, uniéndose a movimientos de
orientación ecologista. Pero ni ellos ni nosotros podíamos imaginar en esa
época que diez años después el PCUS también desaparecería… un mes antes de la
desaparición de la Unión Soviética (Ver crónica “Nadie sabía que era la última gran celebración” del 24 de marzo de 2017).
JERARQUIZACIÓN QUE NO ENTENDÍAMOS
Regresemos a 1981 a ese primer viaje de
una delegación del PSR a la Unión Soviética. Estar invitado no sólo suponía facilidades
sino también seguir determinadas reglas relacionadas con las jerarquías. Y ahí
se presentaban, más que problemas, incomodidades. Si bien en la mayor parte de
las actividades no había mayor inconveniente y las podíamos realizar en
conjunto, en determinado momento en que había que optar por dar preferencia a
alguien, nuestro traductor y guía, Afanasiev, tenía muy claro que yo era jefe
de delegación y obraba en consecuencia aunque le indicara lo contrario.
Como había notado ya en Moscú que siendo
muy parecidas las tres habitaciones, la mía tenía vista a la calle y algo similar
pasó en Sochi, cuando llegamos a Kishenet, capital de Moldavia, le indiqué a
Afanasiev que tratara que las habitaciones fueran iguales y así lo hizo. Me
quedé tranquilo y olvidé de reiterarle la advertencia antes de llegar al hotel
en Leningrado -ciudad que diez años después recobraría su nombre original: San
Petersburgo- hasta que Arturo comentó que no estaba acostumbrado a dormir de
día considerando que las noches en esa época del año duraban menos de dos horas.
Por más que corro la cortina la luz llega a mi cama nos dijo. Nos miramos con
Álvaro, los ventanales de nuestras habitaciones daban a una salita y a la parte
del dormitorio no llegaba luz directamente. Cuando lo hablé con el traductor,
me dijo que había seguido mis indicaciones y que cuando buscó habitaciones
similares a la mía sólo había podido encontrar otra y se la había dado a Álvaro
porque era quien aparecía en segundo lugar en la lista de la delegación.
Felizmente esas situaciones fueron muy pocas
y Arturo no se enteró. Le tenía gran aprecio pese a conocerlo sólo desde la
fundación del partido. Era mayor que nosotros ya que tenía 62 años -que en esa
época se me ocurría eran bastantes años- mientras que Álvaro y yo recién
cumpliríamos 40 al año siguiente. Habíamos desarrollado con Arturo una muy
buena relación acrecentada por las dificultades afrontadas por la represión
desatada en 1978 por el gobierno de Morales Bermúdez cuando fue el único
dirigente político con orden de deportación que no pudo ser capturado y yo era
su contacto para participar en reuniones clandestinas partidarias y con otros
partidos. Además tenía la inolvidable experiencia de haber viajado con Arturo
por varios países en la primera gira internacional del PSR a finales de 1977 (Ver
crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de noviembre de
2011).
“EL
PARTIDO ES EL PARTIDO…”
Pero lo que resultó absolutamente embarazoso
en ese periplo fueron las tres veces que nos embarcamos en los vuelos internos,
particularmente el de Moscú a Sochi. Llegamos a la sala de invitados del
aeropuerto y nos sentamos a esperar en cómodos sillones, mientras Afanasiev iba
a coordinar con los empleados de la línea aérea. Poco después nos pasó la voz y
nos guío hacia un auto negro que nos llevó a pocos metros de la escalinata del
avión. Cuando bajamos para subir al avión, vimos una ordenada cola formada por
todos los otros pasajeros que seguramente tenían bastante minutos de pie y que a
pesar que faltaba para las ocho de la mañana seguramente sentían ya el fuerte
calor de mediados de julio. Subimos y nos acomodaron en la primera fila, dos a
cada lado con un asiento vacío al medio. Sólo después que terminamos de
acomodar el equipaje de mano y estuvimos sentados, los auxiliares de vuelo dieron
la orden para que subieran los pasajeros que esperaban.
Estábamos seguros que recibiríamos
miradas de antipatía de quienes se embarcaban. “Al pasar a nuestro lado, nos
van a mentar la madre…”, advirtió Arturo y eso no necesita traducción, añadió
mirando a Afanasiev. Sin embargo, mientras pasaban a nuestro lado cerca de
ochenta personas no notamos nada de eso. Algo comentamos en el avión pero los
días posteriores lo conversamos con nuestro traductor en algunas de las comidas
del sanatorio u hotel de descanso donde nos encontrábamos. ¿Cómo es que la
gente no se fastidió con el trato preferencial a unos extranjeros al momento de
embarcarnos? preguntamos. Porque o preguntaron o asumieron que se trataba de
invitados del partido, respondió. Y ante nuestras caras que mostraban poca
satisfacción por su respuesta, no trató de hacer ninguna elaboración teórica
sino simplemente añadió algo así como “el partido es el partido…”.
Días después, cuando llegamos a mediodía
al aeropuerto de Sochi para embarcarnos hacia Kishenet nos encontramos con que
el vuelo estaba retrasado por mal tiempo en la ciudad de destino y siendo un
aeropuerto chico pudimos ver desde nuestra ubicación en el salón de invitados
la cara de sorprendidos desagradablemente de los pasajeros cuando se les
avisaba que tendrían por lo menos tres horas de retraso. De inmediato Afanasiev
se dirigió al teléfono, habló brevemente y poco después nos dijo que
regresaríamos al sanatorio para almorzar y esperar con mayor comodidad.
A media tarde regresamos al aeropuerto y
pudimos constatar la impaciencia de quienes estaban esperando que se concretara
el vuelo. La pequeña cafetería había agotado sus existencias que, por los
rostros de fastidio que veíamos, no habían sido suficientes. Algo quiso
decirnos nuestro traductor sobre la ventaja de ser invitados y no viajeros comunes,
pero convenientemente ninguno de los tres peruanos le siguió la conversación.
En lo que sí insistimos cuando se nos avisó que el vuelo saldría en pocos
minutos es que nos dirigiéramos pronto
al avión y que no esperáramos que la cola de los otros pasajeros estuviera
totalmente conformada para recién subir. Afanasiev aunque no muy convencido
aceptó…
TRADUCTOR O FUNCIONARIO MULTIPROPÓSITO
Tuve ocasión de conversar con nuestro
traductor a partir de los nombres y apellidos de ambos. Me di cuenta que así
como en el Perú a mí me preguntaban por mi apellido asumiendo que Filomeno era
mi nombre, a él en la URSS le preguntaban por su nombre por considerar que
Afanasiev era su apellido. Es que así como aquí Filomeno está más extendido
como nombre que como apellido, allá su nombre era mucho más conocido como
apellido. Como mientras hablábamos nos encontrábamos ya en Kishenet, capital de
Moldavia, me dijo en esa república se podía encontrar ese apellido ya que era
de origen rumano y Moldavia había sido hasta 1940 parte de Rumanía. De hecho la
mayoría de los moldavos hablaban rumano además del ruso y, aunque no me lo dijo
el traductor, algunos sectores aspiraban a una reunificación que intentaron sin
éxito luego de la disolución de la URSS y la instauración de una república
independiente.
El trabajo de nuestro traductor era
bastante más que lograr que comprendiéramos lo que nuestros interlocutores nos
decían en ruso. Afanasiev fue la primera
persona que vimos al salir del avión a nuestra llegada y de quien nos
despedimos al abordar el avión para el vuelo de regreso. Tenía la tarea de
coordinar toda nuestra visita. Inicialmente los procedimientos para los
chequeos médicos en las clínicas que duraban unos tres días Y después de servir
de guía en Moscú, se encargó de la organización de la gira por distintas
ciudades. Es decir los traslados verificando pasajes para los vuelos y para el
tren en el caso del trayecto de Leningrado a Moscú. Aseguraba que el equipaje
fuera llevado con anticipación desde los hoteles. En cada uno de los puntos que
visitábamos verificaba en cada caso con una persona de protocolo partidario
tanto alojamientos como comidas, así como como cada punto del programa de
visitas, incluyendo los traslados. Y estuvo siempre dispuesto a colaborar con
cualquier requerimiento de nuestra delegación.
GORBACHOV NO ENTUSIASMÓ A CONFORMISTAS
Calculo que Afanasiev tenía algo más de
cincuenta años y me imagino que era un militante promedio del PCUS. Entendí que
trabajaba permanentemente como traductor de alguna editorial y ocasionalmente
para el Comité Central cuando había reuniones internacionales o muchas
delegaciones de invitados. Seguramente había sufrido en su niñez las
privaciones de un país en guerra, pero desde su juventud vivía con la seguridad
de contar con trabajo, vivienda, salud y vacaciones y esperaba una vejez
también con seguridad. En los días que nos acompañó fue muy eficiente y en
Sochi donde buena parte del tiempo no necesitábamos traductor, lucía
despreocupado aprovechando para jugar ajedrez con algunos de sus colegas. Me
parece que no tenía inquietudes ni aspiraciones que le quitaran el sueño, un
buen hombre que estaba conforme con lo que tenía y sentía que lo mejor era que no se produjeran
grandes cambios en su vida diaria.
Creo que militantes comunistas como
nuestro traductor fueron sacudidos por la llegada de Gorbachov al poder en la
Unión Soviética y sufrieron por primera vez en su vida adulta una sensación de
inseguridad muy lejana al entusiasmo de gente joven y de intelectuales,
académicos y científicos que intuían que el desarrollo de las comunicaciones
haría ya evidentes lo absurdo de las restricciones existentes en un mundo
encaminado hacia una creciente interconexión.
Tendría ocasión de relacionarse con otros
traductores soviéticos en los siguientes años. Tanto con quienes se sentían
partícipes de las nuevas experiencias conocidas como “glasnost” -apertura o
transparencia política- y “perestroika” -reestructuración económica- como con
alguno que con cinismo daba a entender que ambas propuestas eran una moda
pasajera, mientras trataba de sacar ventaja de su trabajo que lo acercaba a los
dirigentes y funcionarios de PCUS, pero son temas que puede significar una
nueva crónica en el futuro…
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