En los últimos días luego de escuchar comentarios
en los medios de comunicación sobre la posibilidad de conocer nuestro país, aprovechando
la inminencia de un feriado largo, he recordado algunos de mis viajes por la
sierra del Perú hace bastante
más de 50 años. El más extenso entre
fines de agosto y principios de
setiembre de 1961, en el que sentí más frío en abril de 1962 y el que me causó
más sustos y sobresaltos en junio de 1963.
He contado en otra oportunidad la primera
gira extensa de la campaña electoral para las elecciones de junio de 1962, en
que el candidato del Partido Demócrata Cristiano era el entonces diputado Héctor
Cornejo Chávez. Más de nueve meses antes, durante diez días los militantes que
hacíamos de activistas recorrimos los departamentos de Ayacucho y Apurímac
organizando siete mítines, con las dificultades que nos planteaban la carencia
de recursos y las dificultades geográficas. No voy a tocar los aspectos
políticos del viaje que ya traté en otras oportunidades (Ver crónica “Otra forma de hacer campaña electoral” del 23 de marzo de 2016).
UNA GRAN VUELTA EN LA SIERRA CENTRO SUR
Ese fue el viaje más extenso ya que dejamos
la Carretera Panamericana asfaltada en Nazca para a subir a los 3214 metros de Puquio,
donde dormimos dos días, luego por unas horas partimos en dos autos a Chalhuanca
y de allí a Abancay, capital de departamento de Apurímac, donde pernoctamos dos
noches también. Mientras un grupo nos adelantamos a Andahuaylas y otro se fue a
Chuquibambilla para después encontrarse con nosotros y dirigirnos a Huamanga o
Ayacucho, como indistintamente se denominaba a la capital de departamento de Ayacucho,
donde dormimos dos noches intercaladas por la que pasamos en un increíble hotel
en Cangallo (Ver crónica “Hoteles varios a inicios de los 60” del 20 de enero de 2013).
Entre Nazca y Puquio la carretera era
mala, aunque no tanto como desde allí hasta Ayacucho, que además de ser
afirmada tenía muchas partes en que el peso de los camiones en épocas de lluvia
había hundido tanto el camino que los autos se atascaban y había que bajar para
que tuvieran menos peso y avanzaran mientras los pasajeros caminábamos un
trecho. Si nos había parecido pésimo el estado del camino entre dos capitales
del departamento, hay que imaginarse cómo nos fue de Huamanga a Cangallo. Allí convinimos
en no seguir a Huancapi, otra capital provincial ayacuchana, cuando vimos
improbable que los autos cruzaran el río Pampas en las afueras de la pequeña
ciudad -como observamos que hacían los camiones- por donde debía haber un
puente y sólo tenía la placa de colocación de la primera piedra. En Ayacucho
iniciamos el viaje de regreso cuya primera parte terminó en Huancayo ciudad en la
que otra vez nos encontramos sobre los tres mil 200 metros como en Puquio, pero
evidentemente la altura no nos importaba porque desde allí los autos ¡por fin! volvieron
a transitar sobre carretera asfaltada hasta llegar a Lima.
Una buena parte del viaje entre Ayacucho y
Huancayo lo hicimos por un angosto camino afirmado al borde de un abismo, En
algún momento que paramos distinguimos abajo una corriente de agua, que desde
esa altura parecía un pequeño río pero que era el caudaloso Mantaro
empequeñecido por estar nosotros mirándolo desde cientos de metros arriba. El
otro lado del camino era una montaña, parte de la cordillera de los Andes, que
se elevaba también cientos de metros. Sólo podíamos tener una idea de nuestra
ubicación cuando mirábamos algún otro vehículo que se acercaba a nosotros y que
aparecía y desaparecía entre las curvas del camino. Se veía absolutamente
insignificante sobre una línea trazada en medio de la cordillera con una
inmensa pared que podía venírsele encima y con un río al que podía caer para
perderse indefectiblemente. Agradecimos que esa parte del camino fuera sólo de
subida hacia Huancayo, como sucedía tres veces por semana, y que no nos hubiera
tocado esperar en alguna localidad -creo que Mayocc- a que culminara el turno
de los vehículos que, también tres veces por semana, bajaban desde Huancayo. El
séptimo día de la semana no había restricciones y como justamente era domingo…
había que persignarse. No me imaginaba yo en ese momento que un par de años
después sería espectador no sólo de viajeros persignándose sino también pidiendo
ayuda divina por esas mismas vías…
EL VIENTO HACE MÁS FRÍAS LAS MADRUGADAS
Para principios del mes de abril de 1962 se
convocó una asamblea o convención nacional de la Juventud DC. Más allá de lo
orgánico, se buscaba que el evento culminara en un acto público de apoyo de
jóvenes de todo el Perú a la candidatura presidencial de Héctor Cornejo Chávez.
Pero al mismo tiempo que se trazaran, con la participación de todos, las líneas
de acción para impulsar la campaña electoral en los casi dos meses finales,
considerando que las elecciones generales se realizarían el 10 de junio. Desde
Lima, bajo la coordinación de Manuel Pacheco García, se había logrado coordinar
telefónicamente con la mayoría de los departamentos. Pero se necesitaba
asegurar la participación del máximo de delegaciones y se consideró necesario
que un equipo viajara hacia Piura, Cajamarca, Chiclayo y Trujillo y otro equipo
a Tacna, Moquegua, Arequipa, Puno y Cusco. En el centro no había necesidad que
se reforzara el trabajo, considerando el impulso a la campaña que venía dando
en Huánuco el candidato a la segunda vicepresidencia Rafael Cubas Vinatea y que
en Junín había un cada vez más amplio movimiento juvenil liderado por los
estudiantes de arquitectura de Huancayo, Javier Ríos Burga, Fernando Salinas y
Ronald Espezúa.
No hubo fondos para armar los dos equipos y
al final sólo hubo la posibilidad que viajara una persona al sur. Fui yo el
escogido. Con un boleto para viajar en automóvil colectivo hasta Tacna y otro
para volar en avión desde Cusco y una bolsa de viaje que consideraba que en
varios sitios los camaradas me invitarían las comidas y que los hoteles que me
alojaran no llegaran ni a una estrella. Aunque no me fue mal, fue un viaje
agotador con un trayecto de 24 horas hasta Tacna y luego trayectos relativamente
cortos a Ilo y luego a Arequipa. Y dos trechos que juntos me significaron unas
doce horas de retraso al ya ajustado cronograma: Arequipa a Juliaca y desde
esta ciudad puneña hasta el Cusco, donde tenía que estar para una reunión a las
siete de la noche y viajar al día siguiente a las 9 de la mañana, pero donde
llegué a las once de la noche Y sólo, pude ubicar a las siete de las mañana a
Valentín Paniagua dirigente cusqueño, ex presidente de la federación
universitaria de Cusco y a sus 25 años candidato a una diputación.
No recuerdo la empresa en que viajé. Sí que
me aseguraron que salía a las nueve o diez de la noche y se llegaba a Juliaca
alrededor de las seis de la mañana. Llegamos cerca de las once de la mañana,
porque el ómnibus se malogró en el último tramo y se demoró un par de horas en
ser reparado. No fue ese contratiempo lo peor para mí sino el intenso frío que
sentí entre las once de la noche y las cinco de la mañana en un ómnibus destartalado
con una ventana con un vidrio roto cubierto por un cartón por donde se filtraba
el viento helado al igual que por distintos lugares de una carrocería varias
veces parchada. Con chompa y una casaca gruesa me sentía casi sin ningún abrigo.
Tenía ropa como para usar en ciudades con frío y de altura pero no para ese trayecto
en que la mayoría de viajeros llevaba gruesas frazadas para cubrirse. Yo que
había pensado al iniciar el viaje, mientras sonreía, que era un exceso que
muchos de los pasajeros que se embarcaban en Arequipa llevaran cobijas, terminé
aprovechando parte de la frazada de un anciano que viajaba a mi lado que en
algún momento me llegó a cubrir a mí también. En medio del frío en una noche
inacabable traté de darme ánimo diciéndome que felizmente era marzo y faltaban
aun meses para que -entre junio y agosto- se desataran las temperaturas más
bajas del año.
He estado en lugares con temperaturas bajo
cero no pocas veces, tanto en Perú como en el extranjero, pero siempre por muy
poco tiempo hasta que entraba a un lugar o vehículo con calefacción. Pero buena
parte del trayecto de Arequipa a Juliaca fue quizás mi peor experiencia de sentir
frío, pasando varias horas tiritando mientras viajaba sobre los cuatro mil
metros de altura.
TEMOR EN CAMINO ANGOSTO
Poco después de ese viaje se realizaron las
elecciones del 10 de junio de 1962, que fueron anuladas mes y medio después por
un golpe institucional de la Fuerza Armada que convocó nuevas elecciones para
el 9 de junio de 1963. Yo llegaba legalmente a la mayoría de edad -en esa época
a los 21 años-un día antes, por lo que pude obtener mi libreta electoral en
enero, cuando se renovaron todas las inscripciones de ciudadanos en el Registro
Electoral. Hay que recordar que la justificación del golpe militar fue el
considerar que se había producido un fraude electoral por lo que no sólo se
acordaron nuevas elecciones sino también un nuevo padrón de votantes.
El 9 de junio de 1963 fue la primera vez que
voté y aunque en esa época tenía un par de meses de instalado en Ayacucho, por
cierto que tenía claro que debía viajar a Lima. Cuando algún amigo me dijo que Transportes
Hidalgo salía todos los días a Lima a las seis o siete de la noche, fui a
comprar pasaje y dije que quería salir el jueves 6. Eran buses pequeños de unos
29 asientos normales y unos 6 o 7 “intermedios” que en realidad eran pequeños
bancos de madera que se acomodaban en el pasadizo del vehículo. Teóricamente
los intermedios eran para pasajeros que hacían distancias cortas, pero más de
uno hizo la ruta de más de 250 kilómetros hasta llegar a Huancayo.
Cuando comencé el viaje sabía que sería incómodo
y largo, pero me resigné a pasar unas 15 o 16 horas de viaje en mi asiento y
estar en Lima antes del almuerzo con mis padres y hermanas celebrando además mi
cumpleaños. Pocas horas después me di cuenta que la incomodidad era lo de
menos, ya que haríamos contra el tránsito un largo trecho del viaje, justamente
el peligroso camino al borde del Mantaro que había recorrido casi dos años
antes. Nuestro pequeño vehículo iría de subida cuando buses, automóviles y
camiones estuvieran de bajada…
Cuando horas después de salir de Ayacucho
llegamos, creo, a Mayocc y comprobé que nuestro bus avanzaba despacio al
costado de una larga fila de vehículos estacionados hasta llegar a un sector
con tranqueras custodiadas por policías. Hasta ese momento pensaba que la
diferencia entre ese viaje y el anterior -además de hacerlo de noche y no de
día- era que ya viajaba con libreta electoral y no con una bastante desgastada
copia de mi partida de nacimiento. Pero me di cuenta de una gran diferencia
cuando, después de una breve conversación por la ventanilla del chofer y
entrega de algún documento, se permitió el pase y seguimos. ¿Qué pasaba? ¡Viajaríamos
contra el tránsito! La empresa Hidalgo era la encargada de llevar el correo a
Huancayo y Lima y por esa razón tenía autorización para recorrer el trayecto
todos los días. Era los únicos vehículos que podían transitar los tres días en
que el resto no podía circular en ese sentido. Tenía una sola restricción: dar
pase a los que les correspondía circular ese día, que por tanto tenían la
preferencia.
La experiencia de ir contra el tránsito en
una carretera tan peligrosa hizo que durante varias horas nuestro bus tuviera
que buscar cómo pegarse a la cordillera, apenas encontraba algún espacio, y
parar hasta que pasara casi rozando otro vehículo cuyas luces habían permitido
advertirlo cientos de metros antes. En algunos casos los ayudantes de ambos
choferes tenían que bajar y guiar a los conductores para que -avanzando o
retrocediendo- pudiesen terminar la maniobra sin ningún percance. En los pocos
minutos en que ocurría estas operaciones los pasajeros nos manteníamos mudos,
sabiendo lo riesgoso de la situación.
Pero cuando debido a las muchas curvas del
camino nuestro vehículo se encontraba de pronto con otro, el miedo se tornaba
más evidente y ya no había silencio sino voces de ruego por auxilio divino,
mientras el chofer retrocedía mientras miraba el espejo lateral -que en medio
de la noche de poco debía servir- y retrocedía casi a ciegas hasta encontrar un
espacio donde arrimar el bus. Fueron varias veces las que el chofer realizó
este tipo de maniobra, mientras los pasajeros se persignaban y se encomendaban
a varios santos. Incluso en una oportunidad ante tanto grito de los viajeros,
el chofer optó porque todos se bajaran para maniobrar más tranquilo al filo del
abismo y en busca de algún espacio para estacionar el vehículo.
CUMPLÍ 21 AÑOS VIAJANDO SOLO POR LA
CARRETERA
Fue tan difícil ese tramo que bastantes
kilómetros después, cuando nos acercábamos a Huancayo reparé que desde las doce
de la noche tenía 21 años, que ya era mi cumpleaños que lo celebro siempre un
día antes de lo que indican mis papeles debido a un error de mi padre cuando me
inscribió al nacer. Me reí solo recordando que el año anterior el inicio de mi cumpleaños
me había sorprendido también en carretera, viajando desde Arequipa a Lima,
luego del mitin final de la campaña presidencial de Cornejo Chávez. Presagio
sin duda de lo que siempre sería mis cumpleaños: celebración austera y pequeña,
con mi familia y muy pocos amigos y muchas veces sólo con mi esposa e hijos.
Salvo -porque toda regla tiene su excepción- la celebración de mis setenta años
que almorcé con César y Jorge, grandes amigos y en la noche una comida intima
familiar. El sábado anterior me reuní con un amplio grupo de amigos
contemporáneos algunos y veintitantos años menores otros. Y el sábado siguiente
otro almuerzo con familia que incluía además de esposa e hijos, a hermanas y
primos hermanos además dos parejas de amigos que son como de la familia. Y tres
meses después fui gratamente sorprendido con la publicación de un libro al que consideré
“el mejor regalo de cumpleaños que pude imaginar” (Ver crónica “Presentación de libro por mis 70 años” del 27 de noviembre de 2012).
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