En esa
época la mayoría de edad se alcanzaba a los 21, a mediados de 1960 acababa de
cumplir 18 cuando se me encargó en la Democracia Cristiana acompañar a San
Vicente de Cañete al diputado Julio C. Luque que iba a presidir un mitin en esa
ciudad, capital de la provincia limeña de Cañete. Para ello debía hablar
previamente con el parlamentario, quien me indicó que viajara un jueves en la
noche para coordinar al día siguiente temprano con el responsable provincial,
Raúl Chocano si no me equivoco, y convocar a un mitin en la noche.
También me preguntó si tenía para el pasaje y para los primeros gastos, a lo que contesté que sí en tono no muy seguro, ya que andaba muy ajustado. Yo llego el viernes a la hora de almuerzo en mi auto y desde allí, alojamiento, comida y traslado corren por mi cuenta, me dijo, con lo cual me sentí muy tranquilo.
También me preguntó si tenía para el pasaje y para los primeros gastos, a lo que contesté que sí en tono no muy seguro, ya que andaba muy ajustado. Yo llego el viernes a la hora de almuerzo en mi auto y desde allí, alojamiento, comida y traslado corren por mi cuenta, me dijo, con lo cual me sentí muy tranquilo.
Luque
era conocido como el “diputado agua”, ya que el tema central de sus
intervenciones eran los problemas de la agricultura y en todas ellas remarcaba
la necesidad de una política de agua, es decir una buena administración de la
existente, el aprovechamiento de los ríos al máximo y el fomento de las
irrigaciones, entre otros puntos. El parlamentario era un hombre campechano,
con mucho sentido común y que cuando iba al local del partido gustaba conversar
con los militantes.
ALOJADO
EN MEDIO HOTEL
Cerca
del Parque Universitario tomé un colectivo que debía partir a las 6 de la
tarde, para llegar a antes de las ocho de la noche, lo que me permitiría hacer
ese mismo día las coordinaciones con Chocano. Por alguna razón el auto se
demoró y terminé llegando muy tarde, prácticamente a medianoche, Lo único que
me quedó fue buscar un hotel barato e ingresar somnoliento a un pequeñísimo
cuarto sin luz, donde sólo había un catre con un colchón de paja y envolverme
vestido en dos frazadas para no tocar la sábana que no quise ni mirar. Al día
siguiente, en el baño, me encontré que una de las paredes era en realidad
varios sacos de yute amarrados entre sí. Y cuando salí, a la luz del día la
vista del hotel era impresionante: sólo existía la mitad de la construcción,
porque la otra se había quemado en un incendio.
Pude
ubicar a Chocano y a otros dirigentes DC de Cañete muy temprano. Cuando se
colocó en el carro de uno de ellos un equipo de perifoneo, me dediqué a invitar
al mitin. También coordiné la instalación de un modesto estrado: unos cuantos
tablones montados en varios cilindros de metal. Además le indiqué a Chocano,
por encargo de Luque, que debía preparar un discurso para decirlo en la noche
en que hiciera hincapié en los problemas de los agricultores de la provincia,
considerando que era la agricultura la actividad a la que la mayoría de la
población se dedicaba.
Luque
llegó a eso de las cuatro de la tarde con Luis Alarco, un organizador de
movilizaciones enérgico y de fácil verbo, y con Eduardo Peña, un compañero mío
de colegio con quien inicialmente compartimos inquietudes políticas y que poco
después se dedicó de lleno a la organización y promoción de cooperativas.
Aunque
no era época electoral, ya que faltaban unos dos años para las siguientes
elecciones, de todas formas hubo interés de la gente en escuchar a un diputado
por lo que se logró reunir a un par de centenares de personas. A las 6 de la
tarde, subimos al precario estrado Luque, Alarco y yo, acompañados de Chocano,
mientras que Peña se quedó en el llano auscultando las reacciones de los
concurrentes.
ORADOR
SIN PREVIO AVISO
Lucho
Alarco se encargó de “calentar” el mitin, es decir hablar corto, en forma casi
panfletaria, entre una y otra cortina musical, para atraer a los curiosos que
no se atrevían a instalarse en la pequeña plaza donde se realizaba el acto y
para comenzar a entusiasmar a aquellos que ya estaban colocados frente al
estrado. A la media hora anunció que se iniciaba el mitin y procedió, como se
estilaba, a cantar el himno nacional con total marcialidad, dado su paso por breve
tiempo por la vida militar.
Concluido
el himno, sin previa advertencia, lo escuché presentar al “líder juvenil y uno
de los más preclaros dirigentes de la juventud demócrata cristiana” y una serie
de adjetivos más que, antes que cayera totalmente en cuenta de lo que se
trataba, terminaron en: “con ustedes, Alfredo Filomeno”.
Al
terminar, entre aplausos, un discurso que supongo duró no más de cinco minutos
y que a mí se me antojó una eternidad, era incapaz de recordar lo que había
hablado. Sin embargo, al acabar el mitin luego de que hablaran Chocano y Luque,
cuando bajé del estrado, una humilde anciana que era la dueña –o quizás
administradora- del modestísimo hotel donde había pasado la noche se me acercó
para felicitarme y decirme que estaba muy contenta de haber tenido en su local
a “un joven que hablaba tan bonito”.
Ese fin
de semana que seguimos a Ica y Palpa en el auto de Luque con Alarco y Peña, los
tres me dijeron que había hablado muy bien, aunque yo seguía sin saber qué
había dicho. Para mi tranquilidad en esas ciudades sólo conversamos con los
dirigentes y no hubo otro mitin. Las coordinaciones fundamentalmente apuntaban
a las actividades parlamentarias, ya que como no había un diputado DC por Ica,
departamento dedicado básicamente a actividades agrícolas, resultaba don Julio
C. Luque un excelente defensor de los intereses iqueños.
En Palpa
entramos a una farmacia a cuyo dueño conocía Luque. Se llamaba Francisco
Peirano, lo recuerdo como un hombre sesentón muy simpático, colorado y de ojos
claros. Por su conversación me enteré que tenía 13 hijos, algunos de los cuales
estaban estudiando para monjas y curas. Contó que el menor de todos ya estaba
en segundo de media en la Inmaculada, donde habían estudiado también los
mayores. En los años siguientes varios amigos, que estudiaron en ese colegio jesuita,
me contaron que siempre hubo un Peirano que estudiaba con ellos o un par de
años antes o después. Y el menor, del que hablaba su padre en esa oportunidad,
era Lucho a quien conocería en pocos años y con quien trabajaría más de quince
en DESCO. El mismo Lucho que fue compañero de carpeta de José María Salcedo
desde primaria, el sociólogo, el estudioso de las comunicaciones, el profesor
universitario, y, sobre todo, el hombre de teatro. El mismo Luis Peirano que
más de 50 años después de mi primera visita a Palpa, juraría en diciembre de
2011 como el tercer ministro de Cultura que ha tenido el país.
Y
volviendo a 1960, ¿de qué hablé en mi primer discurso en un mitin en plaza
pública? Si fui incapaz de recordarlo en esa época, ahora mucho menos…
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