La
palidez que adivinaba en mi rostro, viajando por la carretera de Bagdad a
Babilonia a mediados de setiembre de 1987 en plena guerra entre Iraq e Irán,
después de que se me insistiera que la guerra era al sur de la capital iraquí y
me enterara que hacia el sur íbamos en camino (Ver crónica “Volando hacia la guerra Iraq-Irán” del 16 febrero de 2013) contrastaría con la sangre agolpada en la
cara que tendría un par de horas después avergonzado por la respuesta de una
joven historiadora.
En mi segundo día en Iraq mis anfitriones -abrumados por una serie de imprevistas actividades- consideraron que no podríamos conversar hasta la noche y dispusieron que mi traductor me llevara a conocer Babilonia.
En mi segundo día en Iraq mis anfitriones -abrumados por una serie de imprevistas actividades- consideraron que no podríamos conversar hasta la noche y dispusieron que mi traductor me llevara a conocer Babilonia.
Como
para confirmar mi intranquilidad en poco más de una hora de recorrido de unos
110 kilómetros tuve ya una impresión distinta a la que tenía al momento de
dejar Bagdad. En la carretera era notorio el intenso movimiento de vehículos
militares, principalmente camiones porta tropas y camiones aparentemente
llevando pertrechos. Al llegar a Babilonia que había crecido alrededor de la
milenaria ciudad amurallada, me encontré con una ciudad de aspecto tranquilo
salvo en una zona cercana a un mercado donde se notaba intenso movimiento
comercial, tan intenso como el que se podía ver en un mercado de cualquier
ciudad peruana, es decir personas comprando apresuradamente productos para la
alimentación casera.
EL
CONFLICTO CON LOS PERSAS TENÍA SIGLOS
Finalmente
llegamos con mi traductor Farez a la zona amurallada, con partes reconstruidas por
el régimen de Saddam Hussein y otras en pleno trabajo de rehabilitación. Nos
estaba esperando una joven historiadora que trabajaba en la recuperación y que
nos serviría de guía en la visita.
La
antigua ciudad construida unos cuarenta siglos antes, había sido capital de un vasto
imperio, centro político, religioso y cultural, en el siglo XVIII a. C. bajo
Hammurabi. Pero ya desde esa época había sufrido múltiples ataques de los
persas. Un siglo después la ciudad fue refundada por Nabopolasar, líder de los
caldeos y la región recibió el nombre de Caldea. Su más importante gobernante
fue Nabucodonosor II el Grande que reinó más de 40 años hasta 562 a. C., ya que
extendió su dominio por el oeste hasta Siria y la costa del Mediterráneo. Se
enfrentó a Egipto, sometió a Judea, destruyó la ciudad de Jerusalén, donde
capturó a miles de israelitas y conquistó parte de Arabia. En el año 539 a. C.
Babilonia fue invadida por los persas encabezados por Ciro II el Grande.
Algo de
esto lo recordaba de mis clases de Historia Universal que dictaba en mi colegio
el profesor Jorge Heraud -con quien por cierto me cruzaba y saludaba por esos
años las pocas veces que entraba a tomar algún café al “Manolo’s” de la avenida
Larco y lo veía hablando animadamente con sus amigos setentones- pero por más
expresivo que hubiese sido mi querido maestro para describirlo, era
absolutamente una experiencia distinta estar ahí.
Heraud
cuando me enseñaba estaba cerca de los 50 años, era medio colorado, de ojos
verdes y cabello castaño que comenzaba a escasear. Estaba permanente sonriente
en esos años, ya que no tenía por qué saber que en mayo de 1963 fallecería
baleado a los 21 años el tercero de sus hijos, el laureado poeta y aspirante a
guerrillero, Javier Heraud, en una endeble canoa en medio del río Madre de
Dios, desarmado y con bandera blanca en alto.
Salvo en
lo sonriente, la guapa historiadora que me sirvió de guía en el recorrido era
bastante diferente a mi antiguo profesor. Joven, morena, de ojos oscuros y
abundante cabello negro. Me describió en tono amable y pausado -para dar tiempo
a la traducción- la historia de la reliquia arquitectónica por la que
caminábamos y los distintos momentos por los que pasó en su larga historia.
Cuando
contó uno de los asedios a la ciudad durante meses por los persas, su voz
cambió mientras relataba el sufrimiento de los asediados. Y luego dijo en tono
rotundo y serio algo que me fue traducido más o menos así: “Finalmente lograron
entrar utilizando el único medio que no imaginábamos y en el que ellos se
sienten cómodos…”. Y ante mi tácita pregunta sobre a qué medio se refería,
concluyó: “…ingresaron por las cloacas”. En ese momento comprendí que la guerra
con Irán -antigua Persia- no había comenzado en 1980 sino algunos miles de años
antes.
NO
QUEDABAN JARDINEROS EN BABILONIA
Después
de recorrer los interiores de la imponente edificación nos trasladamos a una
explanada que estaba cerca de la entrada principal. Ahí casi al despedirnos y
como para demostrar que algo conocía yo, pregunté por la zona de los jardines, considerando
que “los jardines colgantes de Babilonia”, obra realizada en la época
justamente de Nabucodonosor, eran una de las siete maravillas del mundo. La
joven iraquí con voz muy educada y sonriendo me corrigió diciendo “Del mundo
antiguo”. Y añadió, manteniendo la sonrisa, que los jardineros que los cuidaban
habían fallecidos muchos siglos antes.
En ese
momento sentí que la sangre se me subía a la cara y rogué que el nerviosismo
por estar en un país en guerra hiciera que un arranque de palidez sirviera para
equilibrar el color de mi cara. También recordé que el profesor Heraud alguna
vez había dicho que los famosos jardines duraron unos 500 años hasta cuando la
ciudad fue destruida por los persas.
Felizmente
ver una puerta medio desproporcionada, demasiado chica para la altura de unos
15 metros de las paredes de entrada, me dio ocasión comentarlo y así dejar el
tema de los jardines. Se trataba de la Puerta de Istar, una de las 8 puertas
monumentales, de la muralla interior de Babilonia, por la que se llegaba al
templo donde se celebraban las fiestas propias del año nuevo. Había sido
construida en el año 575 a. C. por Nabucodonosor II.
La joven
me explicó que era una puerta construida en los últimos años porque los restos
de las originales fueron descubiertas en Babilonia durante las campañas de
investigación arqueológica hecha por alemanes a principios del siglo XX y que
se llevaron a Alemania, donde en 1930 se reconstruyó la puerta y quedó en
exhibición en el museo de Pérgamo. Aunque en ese momento no lo sabía, año y
medio después conocería la puerta original cuidadosamente reconstruida en ese
museo de Berlín.
Alrededor
de las tres de la tarde emprendimos el regreso a Bagdad. Nos tomamos un buen
café y comimos algo ligero al llegar al hotel Al-Rashid. Farez se retiró
indicándome que volvería en un par de horas.
SORPRESAS
POR CASAS PARECIDAS Y MUESTRAS DE AFECTO DIFERENTES
Mientras
caminaba por los pasillos del elegante hotel reparé en que en algún sillón
conversaban una pareja de hombres agarrados de la mano. Y poco antes al llegar
al hotel había visto a dos militares en la misma actitud. Pero en ambos casos
vi una conversación amigable y seria. Me acordé entonces que Leonidas había
sido sorprendido en una visita años antes cuando un dirigente lo tomó de la
mano mientras caminaban en un amplio pasillo, mientras conversaban de temas muy
importantes, Es que hay formas de trato bastantes distintas y que a uno le
chocan, como los besos en la boca en algunos países de la antigua Unión
Soviética como manera de demostrar afecto, para no hablar de la muestras
amicales entre vietnamitas que ya trataré en otra oportunidad. Me acordé que
años antes busqué una salida para evitar los besuqueos en una localidad de
Moldavia y, luego de darle vueltas al asunto, encontré la forma de evitar el
permanecer con las manos entrelazadas con un eventual interlocutor.
El
traductor regresó con dos de los funcionarios del Departamento Internacional
con los que me había reunido en la mañana del día anterior. Luego de una
conversación salimos para comer fuera del hotel. Farez me indicó que estábamos
yendo a un restaurante de arquitectura muy especial, del tipo antiguo de
construcción. Cuando llegamos mi sorpresa no fue encontrarme con algo que no
conocía, sino sentirme en un lugar que ya conocía. Entramos por una amplia
puerta a un zaguán que conectaba a un gran patio rodeado por pasadizos con
columnas que terminaban en arcos y un segundo piso con pasadizos con barandas. Al
entrar al patio me quedé parado mirando a todos lados.
Al verme
la cara, me preguntó qué me parecía. Alcé la vista y le dije que si no fuera
por el techo me sentiría en una casona de Trujillo, ciudad al norte del Perú. Farez
me aclaró que ese tipo de casas no tenía techado el patio y que, en este caso,
los dueños del negocio lo habían hecho para poder tener mesas en el patio. Una
vez más en ese viaje llegué a la conclusión que muchas cosas que pensábamos nos
venían de España, eran en realidad producto de la presencia árabe en la
península ibérica por ocho siglos.
La
comida sirvió para seguir conversando con los funcionarios del departamento de
relaciones internacionales sobre la situación en el continente, dado que un año
antes se había formado la Coordinación Socialista Latinoamericana, presidida
por Leonidas Rodríguez Figueroa, presidente del PSR del Perú. En algún momento
de la conversación, uno de mis anfitriones volteó hacia mí hablando en un tono
más coloquial y, mientras miraba a Farez para que lo tradujera, me adelanté a
tomarlo de los antebrazos casi al llegar a la altura de los codos con lo cual
hubo una demostración de afecto para ellos importante, pero que hacía imposible
que me tomara de las manos que para mi resultaba chocante.
Como ya
he señalado en otra crónica, a estos políticos árabes les interesaba la
experiencia de organizaciones que consideraban como “no alineadas” y que
trataban de impulsar proyectos propios en sus países muy distintos a los
existentes en los países de Europa del Este y Asia.
A la mañana
siguiente tuve una reunión más protocolar con un ministro que era miembro de la
Dirección del partido Bath, a quien acompañaban los funcionarios con los que yo
había estado en contacto en esos días y la charla de una media hora giró más
sobre la nacionalidad peruana del secretario general de la ONU y sobre los
deseos de Iraq de acabar la guerra que sólo le producía gastos que podrían ser
invertidos para el desarrollo del país. Por cierto mientras nos despedíamos en
la puerta de su despacho me apresuré a tomarlo de los antebrazos mientras le
agradecía por la invitación a su país.
VISITANDO
EL MERCADO Y LA UNIVERSIDAD
En algún
momento le había comentado a Farez que el mercado de Babilonia, por cuyos
alrededores habíamos pasado el día anterior, tenía bastante similitud con los
del Perú. Y cuando al salir de la reunión me comentó si no quería entrar a un
mercado de un barrio cercano, le acepté asumiendo que era por ese comentario.
Esto resultó cierto a medias. En realidad quería mostrarme -algo que le agradecí-
al iraquí de a pie, el ciudadano común, a quienes trabajaban en sus puestos o
acudían a comprar.
Salvo la
vestimenta, que sólo minoritariamente era de tipo occidental, podía estar en un
mercado de Iquitos, Piura o Chiclayo, ciudades todas de temperaturas altas.
Serían las 10 y media o las 11 de la mañana por tanto no era el momento de
mayor afluencia. Se veían los puestos de verduras, frutas o abarrotes
totalmente surtidos. También como en nuestros mercados se vendía ropa y
zapatos. Y de pronto me encontré con dos o tres puestos de objetos de
artesanía. Farez me dijo que escogiera algún recuerdo, ya que los funcionarios
le habían indicado que comprara uno para mí. Por cierto que escogí un plato
para mi colección, no de loza como el que había visto en el hotel sino de metal,
que costó unos diez dinares, es decir 30 dólares que era más de lo que yo tenía
en el bolsillo.
Después
de almorzar con los funcionarios que habían estado presentes en la reunión con
el ministro, visitamos una antigua construcción de la Universidad de Bagdad,
fundada a fines del siglo VIII, lo que da un una idea de la importancia que el
desarrollo cultural y científico había tenido para los árabes desde siglos
atrás. Amplia información sobre este centro de estudios con más de mil años de
historia nos la dio una atenta profesora vestida a la usanza occidental.
Esta
profesora, la historiadora de Babilonia, las oficiales del ejército, fueron motivo
de parte de la conversación en mi última cena en Bagdad: la percepción del rol
de la mujer en Iraq estaba cambiando. No puedo decir que en ese entonces había
igualdad de derechos ni mucho menos, pero las mujeres comenzaban a ser
aceptadas en roles que antes no se les permitía, a diferencia de gran parte de
los otros países árabes.
EL
PROTAGONISMO DE MI HOTEL
Al día
siguiente, luego del desayuno llegaron a despedirse los tres funcionarios con
los que había tratado en esos tres días y poco después emprendí el camino al
aeropuerto con Farez. Al salir cruzando el inmenso jardín que estaba en la
entrada del elegante hotel Al-Rashid, miré sus 18 pisos y me imaginé que no
sabría más de ese imponente edificio. Me equivoqué, durante la Guerra del
Golfo, en 1991 el hotel se hizo popular porque allí se instalaron periodistas de muchos países
y la cadena norteamericana CNN trasmitía su noticiero a todo el mundo desde el
mismo hotel.
Años más
tarde leí que después de la invasión norteamericana a Irak en 2003, el hotel se
convirtió en una base del ejército norteamericano. Y al momento que las tropas
norteamericanas entraron, observaron que después de 1991 se había instalado un
mosaico de azulejos en el suelo del vestíbulo con el rostro del ex presidente
George H. Bush, de manera que los clientes pisaran su cara al entrar o salir
del hotel, hecho considerado como gran ofensa en la cultura árabe.
Pero ese
mediodía de setiembre de 1987, cuando me embarcaba en el aeropuerto de Bagdad,
Iraq estaba en guerra con Irán y tenía apoyo norteamericano. No podía imaginar
que el país del cual partía estuviera inmerso en dos guerras más en menos de 20
años y que en ambos casos Estados Unidos sería su enemigo. Tampoco me imaginaba
que no sería mi última visita a Bagdad, pero eso ya será motivo de otra
crónica.
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