El viaje que realicé desde Lima a Europa en el último trimestre de 1977, para la presentación del Partido Socialista Revolucionario ante partidos social demócratas y socialistas, pero también comunistas de ese continente, se organizó desde México donde se encontraban deportados los generales Leonidas Rodríguez y Arturo Valdés y asilado Rafael Roncagliolo, Rafo, a quienes acompañaría en esa gira.
Lógicamente no había dinero para comprar los pasajes, pero había algunas invitaciones que Rafo pudo utilizar para organizar la visita. Leonidas y él estaban invitados a un seminario sobre América Latina en Yugoslavia. Se pidió a los organizadores que invitaran a Arturo, considerando que sólo tenían que financiarle el pasaje desde algún punto de Europa, ya que él participaría previamente en otro seminario en Argelia. El propio Rafo tenía por la misma época otra invitación a Bagdad para un seminario académico. Es decir había cuatro pasajes para cruzar el Atlántico. Rafo se metió toda una mañana a una agencia de viajes en Ciudad de México e hizo verdaderos malabares con las millas que sobraban o faltaban para tal o cual tramo. Cuando salió tenía tres pasajes para ellos a Europa y dos para mí, uno de ida y vuelta de Lima a Guayaquil y otro desde Guayaquil a Europa y su vuelta respectiva. Arturo tenía su seminario en determinada fecha y de Argel se dirigiría a París donde se encontraría con Rafo Roncagliolo, para seguir a Lund, mientras que Leonidas, vía Berlín, y yo desde Lima llegaríamos a esa ciudad sueca al día siguiente (ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013).
Desde Lund, al sur de Suecia, viajaríamos a Estocolmo y Upsala. Allí Rafo se desligaría unos días de la delegación para cumplir con la invitación a Bagdad, mientras que los otros tres viajaríamos a Berlín para luego reencontrarnos todos en Belgrado. Desde allí los cuatro a Roma, Bruselas, La Haya, Londres, París y Madrid, desde donde mientras yo retornaría a Lima ellos tres se dirigirían a México, lugar de su exilio.
En Berlín, la capital de la República Democrática Alemana, RDA, Leonidas Rodríguez, Arturo Valdés y yo teníamos programado unos tres días de conversaciones con dirigentes políticos de ese país. El primer día en esa ciudad me encontré con un gran amigo chileno, Enrique Correa, a quien yo conocía desde hacía unos 10 años y había tratado en Lima y Santiago como presidente de la Juventud DC de su país, primero, y luego cuando era sub secretario general del MAPU-OC, escisión de la DC. Lo habíamos recibido en Lima iniciando su exilio en diciembre de 1973. Incluso justamente Rafo y yo habíamos estado con él y con otros amigos chilenos el primero de enero de 1974 visitando las ruinas de Pachacamac y luego recorriendo el malecón de Pucusana.
Después de que le presenté a los dos generales y tuvimos todos una excelente conversación, Enrique se comprometió a organizar una reunión en una cena con los dirigentes de la izquierda chilena. Sin embargo hubo un inconveniente: el coordinador Clodomiro Almeyda estaba en la Unión Soviética, participando en Moscú de un aniversario más de la revolución rusa y recién llegaría a la RDA al día siguiente de nuestra partida a Belgrado.
Como de los tres, yo era el único cuyo pasaje no estaba vinculado a los organizadores del seminario en Yugoslavia, sino que asistiría como acompañante de los tres dirigentes del PSR invitados, optamos porque llegara dos días después y me quedara para la entrevista con la delegación chilena. Leonidas recién conocería al ex canciller chileno en marzo de 1979 (ver crónica “Pisco sour sí, pero con pisco chileno” del 16 de febrero de 2013).
Un gran amigo alemán, Edgar Fritz, ex embajador de su país en el Perú, se encargaría de llevarme. Lo esperaba tranquilamente en el lobby del hotel, cuando lo vi llegar muy apurado y lo primero que me dijo es que lo disculpara. No entendía por qué hasta que me fijé en el reloj del hotel y había llegado con un retraso de seis o siete minutos. Le dije que no se preocupara mientras salíamos hacia su auto. Me explicó que el chofer que debía llevarnos no había llegado a tiempo –es la única falla de horario que recuerdo en cinco visitas- y que tuvo que ir a buscar su auto de la cochera.
Como lógicamente estaba todo planificado con holgura, llegamos a tiempo a la cena en casa del secretario general del Partido Socialista de Chile, Clodomiro Almeyda, un pequeño departamento en un edificio bastante grande. En la reunión pude calibrar la calidad intelectual y humana de don Cloro como le decían sus compañeros en confianza. Fornido, de mediana estatura, calvo y de gruesos bigotes, era un intelectual y profesor universitario, pero sobre todo, un fogueado dirigente socialista. Ministro de Trabajo antes de los 30 años cuando un sector del Partido Socialista apoyó la elección del gobierno populista de Carlos Ibáñez del Campo, diputado en los años 60 y Canciller durante prácticamente todo el gobierno de Salvador Allende –salvo pequeños periodos en que ocupó las carteras de Defensa e Interior- había estado preso por la dictadura de Pinochet y se encontraba en el exilio hacia un par de años.
Hicimos algún brindis y con la comida se bebió vino, aunque Fritz se disculpó y no probó ni una gota. La conversación fue muy extensa y amigable en el no muy amplio living comedor del departamento. Tratamos sobre todo de la dura situación por la que atravesaban los chilenos y las posibilidades democráticas que se abrían para los peruanos ya que el gobierno del general Morales Bermúdez había anunciado la elección de una Asamblea Constituyente para el año siguiente.
Después de un par de horas alrededor de la mesa, pasamos a los sillones a tomar un último café, al que acompañamos con una copita del brandy que había llevado nuestro amigo Edgar Fritz, quien tampoco probó el licor. En ese momento, uno de los chilenos le dijo al alemán que si estaba enfermo y al responderle que no, se produjo el siguiente diálogo:
- ¿Entonces por qué no has probado ningún trago?Lógicamente no había dinero para comprar los pasajes, pero había algunas invitaciones que Rafo pudo utilizar para organizar la visita. Leonidas y él estaban invitados a un seminario sobre América Latina en Yugoslavia. Se pidió a los organizadores que invitaran a Arturo, considerando que sólo tenían que financiarle el pasaje desde algún punto de Europa, ya que él participaría previamente en otro seminario en Argelia. El propio Rafo tenía por la misma época otra invitación a Bagdad para un seminario académico. Es decir había cuatro pasajes para cruzar el Atlántico. Rafo se metió toda una mañana a una agencia de viajes en Ciudad de México e hizo verdaderos malabares con las millas que sobraban o faltaban para tal o cual tramo. Cuando salió tenía tres pasajes para ellos a Europa y dos para mí, uno de ida y vuelta de Lima a Guayaquil y otro desde Guayaquil a Europa y su vuelta respectiva. Arturo tenía su seminario en determinada fecha y de Argel se dirigiría a París donde se encontraría con Rafo Roncagliolo, para seguir a Lund, mientras que Leonidas, vía Berlín, y yo desde Lima llegaríamos a esa ciudad sueca al día siguiente (ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013).
Desde Lund, al sur de Suecia, viajaríamos a Estocolmo y Upsala. Allí Rafo se desligaría unos días de la delegación para cumplir con la invitación a Bagdad, mientras que los otros tres viajaríamos a Berlín para luego reencontrarnos todos en Belgrado. Desde allí los cuatro a Roma, Bruselas, La Haya, Londres, París y Madrid, desde donde mientras yo retornaría a Lima ellos tres se dirigirían a México, lugar de su exilio.
CONVERSANDO CON LOS EXILIADOS CHILENOS
En Berlín, la capital de la República Democrática Alemana, RDA, Leonidas Rodríguez, Arturo Valdés y yo teníamos programado unos tres días de conversaciones con dirigentes políticos de ese país. El primer día en esa ciudad me encontré con un gran amigo chileno, Enrique Correa, a quien yo conocía desde hacía unos 10 años y había tratado en Lima y Santiago como presidente de la Juventud DC de su país, primero, y luego cuando era sub secretario general del MAPU-OC, escisión de la DC. Lo habíamos recibido en Lima iniciando su exilio en diciembre de 1973. Incluso justamente Rafo y yo habíamos estado con él y con otros amigos chilenos el primero de enero de 1974 visitando las ruinas de Pachacamac y luego recorriendo el malecón de Pucusana.
Después de que le presenté a los dos generales y tuvimos todos una excelente conversación, Enrique se comprometió a organizar una reunión en una cena con los dirigentes de la izquierda chilena. Sin embargo hubo un inconveniente: el coordinador Clodomiro Almeyda estaba en la Unión Soviética, participando en Moscú de un aniversario más de la revolución rusa y recién llegaría a la RDA al día siguiente de nuestra partida a Belgrado.
Como de los tres, yo era el único cuyo pasaje no estaba vinculado a los organizadores del seminario en Yugoslavia, sino que asistiría como acompañante de los tres dirigentes del PSR invitados, optamos porque llegara dos días después y me quedara para la entrevista con la delegación chilena. Leonidas recién conocería al ex canciller chileno en marzo de 1979 (ver crónica “Pisco sour sí, pero con pisco chileno” del 16 de febrero de 2013).
Un gran amigo alemán, Edgar Fritz, ex embajador de su país en el Perú, se encargaría de llevarme. Lo esperaba tranquilamente en el lobby del hotel, cuando lo vi llegar muy apurado y lo primero que me dijo es que lo disculpara. No entendía por qué hasta que me fijé en el reloj del hotel y había llegado con un retraso de seis o siete minutos. Le dije que no se preocupara mientras salíamos hacia su auto. Me explicó que el chofer que debía llevarnos no había llegado a tiempo –es la única falla de horario que recuerdo en cinco visitas- y que tuvo que ir a buscar su auto de la cochera.
HABLABA ESPAÑOL PERO NO PODÍA ENTENDER LO QUE LE DECÍAN
Como lógicamente estaba todo planificado con holgura, llegamos a tiempo a la cena en casa del secretario general del Partido Socialista de Chile, Clodomiro Almeyda, un pequeño departamento en un edificio bastante grande. En la reunión pude calibrar la calidad intelectual y humana de don Cloro como le decían sus compañeros en confianza. Fornido, de mediana estatura, calvo y de gruesos bigotes, era un intelectual y profesor universitario, pero sobre todo, un fogueado dirigente socialista. Ministro de Trabajo antes de los 30 años cuando un sector del Partido Socialista apoyó la elección del gobierno populista de Carlos Ibáñez del Campo, diputado en los años 60 y Canciller durante prácticamente todo el gobierno de Salvador Allende –salvo pequeños periodos en que ocupó las carteras de Defensa e Interior- había estado preso por la dictadura de Pinochet y se encontraba en el exilio hacia un par de años.
Hicimos algún brindis y con la comida se bebió vino, aunque Fritz se disculpó y no probó ni una gota. La conversación fue muy extensa y amigable en el no muy amplio living comedor del departamento. Tratamos sobre todo de la dura situación por la que atravesaban los chilenos y las posibilidades democráticas que se abrían para los peruanos ya que el gobierno del general Morales Bermúdez había anunciado la elección de una Asamblea Constituyente para el año siguiente.
Después de un par de horas alrededor de la mesa, pasamos a los sillones a tomar un último café, al que acompañamos con una copita del brandy que había llevado nuestro amigo Edgar Fritz, quien tampoco probó el licor. En ese momento, uno de los chilenos le dijo al alemán que si estaba enfermo y al responderle que no, se produjo el siguiente diálogo:
- Es que no tengo chofer…
- ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?
- Es que no se debe manejar cuando uno ha tomado.
- Pero con dos o tres copas puedes manejar tranquilamente.
- Pero la policía controla que los choferes no hayan tomado ni una…
- No te preocupes por eso, nosotros ya tenemos estudiado ese asunto. Como hoy es miércoles a las patrullas de control de los automóviles les corresponde estar en las avenidas tal y cual a la altura de la décima y duodécima cuadra. Es cuestión que al salir tomes la segunda paralela a la avenida tal y no tendrás ningún problema.
Mientras le hablaban de avenidas que podía usar o evitar, parecía que Fritz no entendía nada. La cara de extrañado del alemán era tan impresionante como de absoluta naturalidad la del chileno. Si se les hubiera tomado una foto podría haberse llamado: “el choque de dos culturas”.
Mientras le hablaban de avenidas que podía usar o evitar, parecía que Fritz no entendía nada. La cara de extrañado del alemán era tan impresionante como de absoluta naturalidad la del chileno. Si se les hubiera tomado una foto podría haberse llamado: “el choque de dos culturas”.
ALMEYDA PRESIDIÓ UNIFICACIÓN DE LOS SOCIALISTAS
Fue muy cordial esa primera conversación con don Cloro, así como cuatro o cinco que tuve en los años siguientes con él. Recuerdo en especial la llamada telefónica que le hice a Santiago cuando fue detenido luego que audazmente regresara clandestinamente a Chile a fines de 1987.
La última vez que tuve ocasión de darle un abrazo a este entrañable dirigente fue en noviembre de 1990 con ocasión del congreso nacional del Partido Socialista de Chile, cuando él culminaba un corto y muy rico periodo político como su presidente, ocasión en que las distintas fracciones del viejo PS así como las nuevas vertientes originadas en fraccionamientos de la DC en los años 69 y 71 sellaron finalmente su unidad.
Quince años después de esa cena en su departamento de Berlín, no existía ninguno de los países entre los cuales Almeyda viajó en esa oportunidad. La RDA desapareció el 1 de octubre de 1990 y la URSS el 25 de diciembre de 1991. Tampoco existía el muro que dividía esa ciudad. La dictadura de Pinochet se acabó luego que perdiera un plebiscito para mantenerse, y el 11 de marzo de 1990 se instaló el gobierno de la Concertación de Partidos Políticos por la Democracia encabezado por el presidente Patricio Aylwin.
Sólo habría que añadir que Almeyda sería el último embajador de Chile ante la URSS entre 1990 y 1991. Dedicado más a la actividad académica que política, murió en 1997. El Congreso Extraordinario del Partido Socialista realizado el año siguiente llevó su nombre.
La última vez que tuve ocasión de darle un abrazo a este entrañable dirigente fue en noviembre de 1990 con ocasión del congreso nacional del Partido Socialista de Chile, cuando él culminaba un corto y muy rico periodo político como su presidente, ocasión en que las distintas fracciones del viejo PS así como las nuevas vertientes originadas en fraccionamientos de la DC en los años 69 y 71 sellaron finalmente su unidad.
Quince años después de esa cena en su departamento de Berlín, no existía ninguno de los países entre los cuales Almeyda viajó en esa oportunidad. La RDA desapareció el 1 de octubre de 1990 y la URSS el 25 de diciembre de 1991. Tampoco existía el muro que dividía esa ciudad. La dictadura de Pinochet se acabó luego que perdiera un plebiscito para mantenerse, y el 11 de marzo de 1990 se instaló el gobierno de la Concertación de Partidos Políticos por la Democracia encabezado por el presidente Patricio Aylwin.
Sólo habría que añadir que Almeyda sería el último embajador de Chile ante la URSS entre 1990 y 1991. Dedicado más a la actividad académica que política, murió en 1997. El Congreso Extraordinario del Partido Socialista realizado el año siguiente llevó su nombre.
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