sábado, 20 de abril de 2013

LA CASA DE LAS TÍAS: REFUGIO DE LOS FILOMENO (1947/1998)

Para poder estar cerca de la playa, hasta el verano de 1956, mi familia se trasladaba desde el Rímac hasta el colegio particular “Armando Filomeno”, en la calle Porta en Miraflores, propiedad de mi tía Teresa, donde dormíamos por poco más de dos meses en tarimas. Los colchones, maletas con ropa y algunos enseres para cocinar los transportábamos en algún pequeño camión que contratábamos en la plazuela del Baratillo, frente al mercado del mismo nombre y que quedaba a dos cuadras de nuestra casa, tanto cuando vivimos en la segunda cuadra del jirón Virú como en la primera del jirón Marañón.

No sé desde qué año comenzó este viaje interdistrital. Por lo menos tengo claro que ya lo hacíamos en verano del 1947. Mi madre nos decía que necesitaba caminar y salía temprano con una hermana y conmigo a pasear por el parque que años después se llamaría Kennedy. Un día en la mañana no hubo caminata, más bien nos enviaron con la empleada a la casa de mis cuatro tías solteras que vivían en la calle Túpac Amaru en Miraflores. Era 14 de febrero,  aunque en ese momento evidentemente no tenía idea de fechas. Utilizamos la ruta que seguramente siempre usábamos cuando íbamos con nuestros padres. Llegábamos a Schell, avanzamos una cuadra para cruzar la Diagonal y luego seguíamos por el jirón Berlín que, como hasta ahora, incluía un pequeño quiebre a la altura de la tercera o cuarta cuadra. Era la misma ruta que ahora se puede seguir, pero el panorama era bastante distinto. Salvo el edificio San Nicolás, de cinco o seis pisos que se mantiene hasta hoy en la esquina de Diagonal con Berlín, no había ningún otro edificio en la ruta. Sólo casonas de los primeros años del siglo y chalets bastante modernos que no tenían más de 10 años en ese entonces.

MUCHO FILOMENO PARA TAN CORTA CUADRA

Al terminar la cuadra 10 u 11 de Berlín se volteaba a la derecha a la primera cuadra de Túpac Amaru que en el otro extremo tenía a la amplia Alameda Pardo, en el tramo entre sus dos óvalos. En esa cuadra en una casa de dos pisos, con el número 150, vivían las cuatro hermanas solteras de mi padre, todas con María como primer nombre por lo que sólo las llamábamos por el segundo: las tías Mercedes –Merce le decíamos en realidad- Teresa, Carmela y Corina.  La que utilizaba el primer nombre era la tía María Rosa, la única hermana casada y la mayor de todos los hermanos.  Ella vivía en la calle Chacaltana a unas cuatro o cinco cuadras de sus hermanas.

En la misma calle, en la esquina con la alameda Pardo tenía una enorme casona el tío Guillermo, el mayor de los hermanos hombres, médico de profesión y sin duda el único de los hermanos que gozaba de una excelente situación económica.

Una tercera familia Filomeno viviría años después en la misma calle. Las tías habían comprado un chalet más chico que la casa que alquilaban y quedaba en la vereda del frente, en el número 157, donde vivieron las cuatro hasta que murió la última de ellas, Corina, en el año 2007 cuando estaba a punto de cumplir 99 años. Al costado de ese chalet compró otro similar a finales de 1954 el tío Armando, cuando regresó a vivir a Lima, luego de varios años de trabajar en haciendas del norte de Lima y de Lambayeque, donde llegó a ser administrador general de Tumán. Es decir que en una sola pequeña calle de Miraflores en 1955 vivían 6 de los 10 hermanos Filomeno Chávez.

UNA CASA SUSTITUTA PARA SOBRINOS

Pero regresemos a 1947. Me parece que en la casa de las tías no sólo almorzamos sino hasta tomamos lonche. Regresamos casi al anochecer y creo que alguna de ellas nos acompañó. Eran unas doce o trece cuadras las que caminamos y aunque lo hacíamos despreocupadamente como otras veces estábamos cansados, más mi hermana que yo, porque ella estaba a un mes de cumplir tres años y yo a cuatro meses para llegar a los cinco. Pero el cansancio o sueño se acabó cuando al entrar a nuestra “residencia” veraniega descubrimos que nuestra familia había aumentado con la llegada de una niña más.

Esa es la primera vez que recuerdo haber estado donde las tías por una situación especial en mi familia. Todos los veintiséis primos hermanos –de los cuales vivimos 19- hemos tenido algún recuerdo de haber estado alojados por horas, días, semanas o meses en la casa de las cuatro hermanas, profesoras las cuatro además. Teresa tenía su propio colegio, con el nombre de mi abuelo. Merce y Carmela enseñaron hasta que se jubilaron en el Centro Escolar 4404,  una escuela estatal de Surquillo y Corina fue profesora de niños con problemas de aprendizaje en Barranco.

Yo estuve “refugiado” unos días en esa casa unos tres años después, cuando nació mi última hermana. Y también en 1951 cuando mi madre tuvo que operarse de varices y quedar internada en la clínica por varios días. Se trataba en ambos casos de “descongestionar” mi casa, ya que si bien había ayuda en esa época de una persona para las tareas domésticas era mi madre quien llevaba el mayor peso. No sólo eso sino que después y durante varios años, particularmente desde 1955, iba a almorzar un par de veces por semana, porque me resultaba más cómodo ya que estando mi colegio en Surquillo, me quedaba más cerca ir a esa casa en Miraflores que movilizarme hasta mi casa en el Rímac.

Con dos hermanos, agrónomos ambos, trabajando fuera de Lima, la casa de las tías es donde llegaban de Chiclayo los Filomeno Edwards por consultas médicas por días o por estudios de secundaria por años y también por similares motivos los Filomeno García desde Huánuco y Huancayo. Incluso algunos sobrinos nietos, considerando que las Araoz Filomeno eran algo mayores que el resto algunas veces gozaron de la maternal acogida de las tías.

Enfermedades que podían contagiar a otros niños, chequeos médicos para quienes venían de fuera de Lima, preparación para primera comunión, necesidad de descanso por parto o enfermedad de las cuñadas y varios otros motivos, terminaban siempre con los sobrinos en el tranquilo refugio de la primera cuadra de Túpac Amaru.

LAS NAVIDADES FAMILIARES

Mis recuerdos de todas las navidades cuando niño se relacionan con esa casa de Miraflores. Al almuerzo para hermanos y cuñados, sobrinos y los primeros sobrinos nietos era impensable no asistir. Muchas veces nos trasladábamos con nuestros padres caminando desde nuestra casa en el Rímac hasta la avenida Tacna, al primer paradero de la línea de ómnibus Tacna-Trípoli, que atravesaba el Cercado, Lince, San Isidro y Miraflores para bajarnos en la esquina de la alameda Pardo con la avenida Comandante Espinar, allí donde está hasta hoy la embajada de Brasil para dirigirnos caminando unas seis cuadras a lugar de la reunión familiar. Otras veces utilizábamos una ruta más larga, pero que nos significaba prácticamente no caminar: tranvías y urbanito (ver crónica “Los tranvías de mi tiempo” del 16 de febrero de 2013). Pero cualquiera fuera la ruta, íbamos felices al encuentro familiar.

El almuerzo se mantuvo cuando las tías cambiaron de casa y se mudaron al frente. Sin embargo, a mediados de los sesenta el matrimonio ya de varios de los primos y la presencia de sobrinas políticas y sobrinos nietos hizo inmanejable el almuerzo de los Filomeno para las tías, que ya eran tres por el fallecimiento de Teresa en 1961. Se pasó la reunión a la tarde donde se servía chicha o café con leche, panes con crema de aceitunas, jamón o queso y tajadas de panetón. A mediados de los 80, fallecida ya Mercedes y postrada en cama Carmela, las reuniones organizadas por las tías terminaron, pero los sobrinos seguíamos acudiendo en compañía de esposas o esposos y con nuestros hijos cada 25 de diciembre.

HOMENAJE A LA ÚLTIMA TÍA

Cuando sólo quedó la tía Corina seguimos yendo, a veces tratando de llevar algo para compartir. Era el lugar en que nos volvíamos a ver los primos. En Navidad  del año 1997, la tía nos dijo a Ana María, mi esposa, y a mí que extrañaba las reuniones de años anteriores, cuando estaban todos. El tono denotaba melancolía. Ana María le prometió que trataríamos de lograr que se sintiera en una de las reuniones de antaño.

Ese mes terminó la carrera de derecho mi hijo Alfredo. Dejamos por tanto de pagar la respectiva pensión y decidimos antes de destinar esa cantidad mensual a otra cosa –que ciertamente necesitábamos- que haríamos como si tuviéramos también que pagar enero y reservar el dinero para un almuerzo familiar en honor de la tía.

De los 26 primos hermanos habían fallecido 3 y cuatro o cinco estaban fuera del país o en alguna provincia. De los 50 sobrinos nietos algunos también estaban viviendo fuera. Se convocó a todos los que estaban en Lima y un sábado de febrero más de 65 personas nos reunimos en mi casa. Los Araoz Filomeno, Filomeno Mendoza, Filomeno Jarrín, Filomeno Edwards, Filomeno Gonzales y Filomeno García y sus hijos –ya que era demasiado añadir nietos- pasamos una tarde inolvidable donde quien estaba más contenta era la tía Corina. Todos tratamos –y creo que logramos- hacer de ella el centro de atención para que su felicidad fuera plena.


Fue un pequeño homenaje a la sobreviviente de cuatro hermanas que siendo solteras, en más de un momento de sus vidas oficiaron de madres para sus sobrinos. Estoy seguro que ese día quedó grabado en los recuerdos de la tía hasta que nos dejó casi 10 años después.

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