Para
poder estar cerca de la playa, hasta el verano de 1956, mi familia se
trasladaba desde el Rímac hasta el colegio particular “Armando Filomeno”, en la
calle Porta en Miraflores, propiedad de mi tía Teresa, donde dormíamos por poco
más de dos meses en tarimas. Los colchones, maletas con ropa y algunos enseres
para cocinar los transportábamos en algún pequeño camión que contratábamos en
la plazuela del Baratillo, frente al mercado del mismo nombre y que quedaba a
dos cuadras de nuestra casa, tanto cuando vivimos en la segunda cuadra del jirón
Virú como en la primera del jirón Marañón.
No sé desde qué año comenzó este viaje interdistrital. Por lo menos tengo claro que ya lo hacíamos en verano del 1947. Mi madre nos decía que necesitaba caminar y salía temprano con una hermana y conmigo a pasear por el parque que años después se llamaría Kennedy. Un día en la mañana no hubo caminata, más bien nos enviaron con la empleada a la casa de mis cuatro tías solteras que vivían en la calle Túpac Amaru en Miraflores. Era 14 de febrero, aunque en ese momento evidentemente no tenía idea de fechas. Utilizamos la ruta que seguramente siempre usábamos cuando íbamos con nuestros padres. Llegábamos a Schell, avanzamos una cuadra para cruzar la Diagonal y luego seguíamos por el jirón Berlín que, como hasta ahora, incluía un pequeño quiebre a la altura de la tercera o cuarta cuadra. Era la misma ruta que ahora se puede seguir, pero el panorama era bastante distinto. Salvo el edificio San Nicolás, de cinco o seis pisos que se mantiene hasta hoy en la esquina de Diagonal con Berlín, no había ningún otro edificio en la ruta. Sólo casonas de los primeros años del siglo y chalets bastante modernos que no tenían más de 10 años en ese entonces.
No sé desde qué año comenzó este viaje interdistrital. Por lo menos tengo claro que ya lo hacíamos en verano del 1947. Mi madre nos decía que necesitaba caminar y salía temprano con una hermana y conmigo a pasear por el parque que años después se llamaría Kennedy. Un día en la mañana no hubo caminata, más bien nos enviaron con la empleada a la casa de mis cuatro tías solteras que vivían en la calle Túpac Amaru en Miraflores. Era 14 de febrero, aunque en ese momento evidentemente no tenía idea de fechas. Utilizamos la ruta que seguramente siempre usábamos cuando íbamos con nuestros padres. Llegábamos a Schell, avanzamos una cuadra para cruzar la Diagonal y luego seguíamos por el jirón Berlín que, como hasta ahora, incluía un pequeño quiebre a la altura de la tercera o cuarta cuadra. Era la misma ruta que ahora se puede seguir, pero el panorama era bastante distinto. Salvo el edificio San Nicolás, de cinco o seis pisos que se mantiene hasta hoy en la esquina de Diagonal con Berlín, no había ningún otro edificio en la ruta. Sólo casonas de los primeros años del siglo y chalets bastante modernos que no tenían más de 10 años en ese entonces.
MUCHO
FILOMENO PARA TAN CORTA CUADRA
Al
terminar la cuadra 10 u 11 de Berlín se volteaba a la derecha a la primera
cuadra de Túpac Amaru que en el otro extremo tenía a la amplia Alameda Pardo,
en el tramo entre sus dos óvalos. En esa cuadra en una casa de dos pisos, con
el número 150, vivían las cuatro hermanas solteras de mi padre, todas con María
como primer nombre por lo que sólo las llamábamos por el segundo: las tías
Mercedes –Merce le decíamos en realidad- Teresa, Carmela y Corina. La que utilizaba el primer nombre era la tía
María Rosa, la única hermana casada y la mayor de todos los hermanos. Ella vivía en la calle Chacaltana a unas
cuatro o cinco cuadras de sus hermanas.
En la
misma calle, en la esquina con la alameda Pardo tenía una enorme casona el tío
Guillermo, el mayor de los hermanos hombres, médico de profesión y sin duda el
único de los hermanos que gozaba de una excelente situación económica.
Una
tercera familia Filomeno viviría años después en la misma calle. Las tías
habían comprado un chalet más chico que la casa que alquilaban y quedaba en la
vereda del frente, en el número 157, donde vivieron las cuatro hasta que murió
la última de ellas, Corina, en el año 2007 cuando estaba a punto de cumplir 99
años. Al costado de ese chalet compró otro similar a finales de 1954 el tío
Armando, cuando regresó a vivir a Lima, luego de varios años de trabajar en
haciendas del norte de Lima y de Lambayeque, donde llegó a ser administrador general de Tumán. Es
decir que en una sola pequeña calle de Miraflores en 1955 vivían 6 de los 10
hermanos Filomeno Chávez.
UNA CASA
SUSTITUTA PARA SOBRINOS
Pero regresemos
a 1947. Me parece que en la casa de las tías no sólo almorzamos sino hasta
tomamos lonche. Regresamos casi al anochecer y creo que alguna de ellas nos
acompañó. Eran unas doce o trece cuadras las que caminamos y aunque lo hacíamos
despreocupadamente como otras veces estábamos cansados, más mi hermana que yo,
porque ella estaba a un mes de cumplir tres años y yo a cuatro meses para
llegar a los cinco. Pero el cansancio o sueño se acabó cuando al entrar a
nuestra “residencia” veraniega descubrimos que nuestra familia había aumentado
con la llegada de una niña más.
Esa es
la primera vez que recuerdo haber estado donde las tías por una situación
especial en mi familia. Todos los veintiséis primos hermanos –de los cuales
vivimos 19- hemos tenido algún recuerdo de haber estado alojados por horas,
días, semanas o meses en la casa de las cuatro hermanas, profesoras las cuatro
además. Teresa tenía su propio colegio, con el nombre de mi abuelo. Merce y
Carmela enseñaron hasta que se jubilaron en el Centro Escolar 4404, una escuela estatal de Surquillo y Corina fue
profesora de niños con problemas de aprendizaje en Barranco.
Yo
estuve “refugiado” unos días en esa casa unos tres años después, cuando nació
mi última hermana. Y también en 1951 cuando mi madre tuvo que operarse de
varices y quedar internada en la clínica por varios días. Se trataba en ambos
casos de “descongestionar” mi casa, ya que si bien había ayuda en esa época de
una persona para las tareas domésticas era mi madre quien llevaba el mayor peso.
No sólo eso sino que después y durante varios años, particularmente desde 1955,
iba a almorzar un par de veces por semana, porque me resultaba más cómodo ya
que estando mi colegio en Surquillo, me quedaba más cerca ir a esa casa en
Miraflores que movilizarme hasta mi casa en el Rímac.
Con dos
hermanos, agrónomos ambos, trabajando fuera de Lima, la casa de las tías es
donde llegaban de Chiclayo los Filomeno Edwards por consultas médicas por días o
por estudios de secundaria por años y también por similares motivos los
Filomeno García desde Huánuco y Huancayo. Incluso algunos sobrinos nietos,
considerando que las Araoz Filomeno eran algo mayores que el resto algunas
veces gozaron de la maternal acogida de las tías.
Enfermedades
que podían contagiar a otros niños, chequeos médicos para quienes venían de
fuera de Lima, preparación para primera comunión, necesidad de descanso por
parto o enfermedad de las cuñadas y varios otros motivos, terminaban siempre
con los sobrinos en el tranquilo refugio de la primera cuadra de Túpac Amaru.
LAS
NAVIDADES FAMILIARES
Mis
recuerdos de todas las navidades cuando niño se relacionan con esa casa de
Miraflores. Al almuerzo para hermanos y cuñados, sobrinos y los primeros
sobrinos nietos era impensable no asistir. Muchas veces nos trasladábamos con
nuestros padres caminando desde nuestra casa en el Rímac hasta la avenida
Tacna, al primer paradero de la línea de ómnibus Tacna-Trípoli, que atravesaba
el Cercado, Lince, San Isidro y Miraflores para bajarnos en la esquina de la
alameda Pardo con la avenida Comandante Espinar, allí donde está hasta hoy la
embajada de Brasil para dirigirnos caminando unas seis cuadras a lugar de la
reunión familiar. Otras
veces utilizábamos una ruta más larga, pero que nos significaba prácticamente
no caminar: tranvías y urbanito (ver
crónica “Los tranvías de mi tiempo” del 16 de febrero de 2013). Pero cualquiera fuera la ruta, íbamos
felices al encuentro familiar.
El
almuerzo se mantuvo cuando las tías cambiaron de casa y se mudaron al frente.
Sin embargo, a mediados de los sesenta el matrimonio ya de varios de los primos
y la presencia de sobrinas políticas y sobrinos nietos hizo inmanejable el
almuerzo de los Filomeno para las tías, que ya eran tres por el fallecimiento
de Teresa en 1961. Se pasó la reunión a la tarde donde se servía chicha o café
con leche, panes con crema de aceitunas, jamón o queso y tajadas de panetón. A
mediados de los 80, fallecida ya Mercedes y postrada en cama Carmela, las
reuniones organizadas por las tías terminaron, pero los sobrinos seguíamos
acudiendo en compañía de esposas o esposos y con nuestros hijos cada 25 de
diciembre.
HOMENAJE A
LA ÚLTIMA TÍA
Cuando
sólo quedó la tía Corina seguimos yendo, a veces tratando de llevar algo para
compartir. Era el lugar en que nos volvíamos a ver los primos. En Navidad del año 1997, la tía nos dijo a Ana María, mi
esposa, y a mí que extrañaba las reuniones de años anteriores, cuando estaban
todos. El tono denotaba melancolía. Ana María le prometió que trataríamos de
lograr que se sintiera en una de las reuniones de antaño.
Ese mes
terminó la carrera de derecho mi hijo Alfredo. Dejamos por tanto de pagar la
respectiva pensión y decidimos antes de destinar esa cantidad mensual a otra
cosa –que ciertamente necesitábamos- que haríamos como si tuviéramos también
que pagar enero y reservar el dinero para un almuerzo familiar en honor de la
tía.
De los 26
primos hermanos habían fallecido 3 y cuatro o cinco estaban fuera del país o en
alguna provincia. De los 50 sobrinos nietos algunos también estaban viviendo
fuera. Se convocó a todos los que estaban en Lima y un sábado de febrero más de
65 personas nos reunimos en mi casa. Los Araoz Filomeno, Filomeno Mendoza,
Filomeno Jarrín, Filomeno Edwards, Filomeno Gonzales y Filomeno García y sus
hijos –ya que era demasiado añadir nietos- pasamos una tarde inolvidable donde
quien estaba más contenta era la tía Corina. Todos tratamos –y creo que
logramos- hacer de ella el centro de atención para que su felicidad fuera
plena.
Fue un pequeño homenaje a la sobreviviente de cuatro hermanas que siendo solteras, en más de un momento de sus vidas oficiaron de madres para sus sobrinos. Estoy seguro que ese día quedó grabado en los recuerdos de la tía hasta que nos dejó casi 10 años después.
Fue un pequeño homenaje a la sobreviviente de cuatro hermanas que siendo solteras, en más de un momento de sus vidas oficiaron de madres para sus sobrinos. Estoy seguro que ese día quedó grabado en los recuerdos de la tía hasta que nos dejó casi 10 años después.
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