domingo, 20 de enero de 2013

LLEGUÉ A LUND EN AVIÓN, BUS, BARCO, TREN Y AUTO (1977)

El largo viaje que realice a Europa entre fines de octubre y principios de diciembre de 1977, para presentar al Partido Socialista Revolucionario, principalmente a partidos social demócratas y socialistas, pero también comunistas de ese continente, fue organizado minuciosamente desde México. Ahí se encontraban deportados los generales Leónidas Rodríguez y Arturo Valdés y asilado Rafael Roncagliolo, Rafo. Todos éramos fundadores del partido y yo, sub secretario general del PSR, había sido designado para acompañar a los tres en la gira porque era muy importante integrar la delegación con alguien que vivía en el país, o como se decía en esa época, un “dirigente del interior”.

El término se usaba para diferenciarlos de los “dirigentes del exterior”. Pero hay que señalar que esta distinción casi nunca se hacía para los peruanos y era en realidad aplicable a los dirigentes chilenos, argentinos, uruguayos y bolivianos, la mayoría de cuyos dirigentes vivían en clandestinidad en sus países y que tenían cientos o miles de dirigentes o militantes en el exilio.

Con nuestros compañeros en México nos comunicábamos guardando todas las reservas posibles. Muchas veces por recados que nos enviaban con personas amigas que venían desde ese país. Por eso, poco conocía de los pormenores del viaje. Sólo que se iniciaría a fines de octubre y duraría entre 30 y 40 días. Nada más, salvo que alguna línea aérea se comunicaría conmigo cuando me llegara el pasaje. Tres o cuatro días antes me llamaron a DESCO, donde trabajaba, para decirme que tenían un pasaje para mí para el 29 de octubre. Al acudir a la oficina de la línea, inicialmente quedé sorprendido al encontrarme con un boleto Lima- Guayaquil- Lima, pero conociendo de las precauciones que había que tener con el gobierno de Morales Bermúdez, que en los últimos quince meses me había detenido una vez y “desaparecido” otra, asumí que en Ecuador tendría la respuesta.

ENCUENTROS INESPERADOS EN GUAYAQUIL Y MADRID

Salí muy temprano de Lima y a las 10 de la mañana estaba aterrizando en Guayaquil. No pude menos que sonreír al ver que entre las personas que aguardaban a los viajeros, sobresalían los enormes bigotes de un tocayo, amigo chileno que había trabajado en DESCO muchos años en cuestiones urbanas, ya que es arquitecto. Rafo me pidió que recogiera tu pasaje y te esperara, me dijo, y me entregó un grueso talón con una serie de vuelos que terminaban en el regreso a Guayaquil. De aquí adónde salgo, le pregunté. A Malmo, me contestó disimulando una sonrisa socarrona. Al verme la cara de no tener idea de dónde quedaba, Alfredo se rio abiertamente y me dijo: me pasó lo mismo cuando recogí el pasaje, pero ya averigüé que es una ciudad al sur de Suecia.

El vuelo era de Guayaquil a Madrid en IBERIA, previsto para dos horas después de mi llegada a la ciudad ecuatoriana. Luego Madrid a Copenhague en SAS y Copenhague a Malmo en una línea que no recuerdo. Mi tocayo me dijo que había hablado telefónicamente con Rafo que me estaría esperando, para llevarme a encontrarme con los otros en una ciudad cercana llamada Lund, donde nos alojaríamos. Y junto con esas informaciones, me dio un listado que le había mandado con las direcciones de las casas u hoteles en que nos alojaríamos en las ciudades suecas: Lund, Estocolmo y Upsala.

El avión tenía un retraso de una hora aproximadamente, así que aprovechamos para conversar sobre los amigos que tenía en el Perú, mientras dábamos una vuelta por la ciudad.

Cuando me dejó me enteré que el vuelo partiría en realidad con más de dos horas adicionales de retraso, así que tuve tiempo de revisar el boleto y darme cuenta que el vuelo llegaría a Madrid menos de una hora antes del momento que tenía que salir a Copenhague. Decidí no preocuparme por eso, ya que siempre algo se podía recuperar de tiempo en las siguientes escalas.

No fue así. Un par de horas antes del aterrizaje en Madrid, le dije a una aeromoza que le indicara al piloto que cuando pudiera comunicarse con la torre del aeropuerto de Madrid advirtiera que tenía un pasajero que debía tomar una conexión a Copenhague, indicándole el número de mi vuelo. Poco después me informaron que eran 50 minutos lo mínimo que demoraba hacer la conexión y nosotros llegaríamos sólo 35 minutos antes de la partida del otro avión. Me señaló sí que ya habían hecho las gestiones necesarias para que saliera en el siguiente vuelo.

En el aeropuerto de Barajas me esperaba otra sorpresa: José María Salcedo, fundador y dirigente también del PSR, con quien nos habíamos visto hacia menos de quince días en Lima, se encontraba en España por un viaje personal, que incluía una visita a su natal Bilbao. A Chema lo había llamado por teléfono Rafo desde Lund para decirle que coordinara algunas cosas conmigo en mi escala en el aeropuerto, ya que la gira de nuestra delegación terminaría en Madrid a fines de noviembre. Antes de tomarnos un café, confirmé mi viaje a Copenhague y comprobé que llegaría una hora después del segundo y último vuelo a Malmo, que se realizaban diariamente a las tres y seis de la tarde. Ya veré cómo hacer allá, le dije antes de despedirme para embarcarme a la capital de Dinamarca.

BUSCANDO CÓMO CRUZAR EL MAR BÁLTICO

En el avión busqué información en el bolsillo del asiento y me encontré con mapas de los vuelos y, entre ellos, un mapa de Dinamarca y Suecia en el cual comprobé que estaban muy próximos justamente en el punto en que Copenhague quedaba frente a Malmo. Cuando aterricé a la siete de la noche, tenía claro que no iba esperar hasta el día siguiente para darle el encuentro a mis compañeros.

Negado como soy para cualquier idioma que no sea el castellano, hay algunas palabras en inglés que identifico porque son ya de uso corriente en conversaciones. En todo caso, aunque no entienda absolutamente nada, sé cuándo algo está escrito en inglés, en francés o alemán y por cierto, aunque trate infructuosamente de entenderlo, sé cuándo algo está escrito en italiano o portugués. Pero distinguir entre los idiomas escandinavos, imposible. Simplemente digo si no se trata de un idioma que ubico debe ser o sueco, o danés o noruego.

En el aeropuerto de Copenhague naturalmente todo estaba escrito en danés, aunque también en inglés, que no diré que es lo mismo pero que he señalado tampoco entiendo. Sin embargo  las figuras o dibujos son un idioma universal. Un bus y un muelle me indicaron que por allí encontraría el camino. Cambié algo de dólares y me dirigí decidido a una boletería y, al tiempo que mostraba el dinero, dije Malmo. Como suponía, el cobrador tomó los billetes que cubrían el costo del pasaje y me dio monedas de vuelto, avancé, dejé mi maleta para que la pusieran en la bodega del bus y subí.

Si hubiera llegado veinticinco años después hubiera utilizado el Puente de Oresund, inaugurado el año 2000 y que cuenta con dos líneas de tren y seis pistas de carretera, siendo el puente combinado tren-carretera más largo de Europa. Parte de Malmo, mide cerca de 8 kilómetros, aproximadamente la mitad de la distancia entre las costas de ambos países, luego se pasa a una carretera construida en una isla artificial de cuatro kilómetros y a un túnel casi de la misma longitud para llegar a Copenhague.

Tenía la seguridad que el bus me dejaría en el puerto para tomar algún transbordador o ferry que atravesara el mar Báltico en esa zona para llevarme a Malmo. Estaba equivocado, felizmente equivocado. Cuando paró en el puerto nadie se movió, por lo que me quedé tranquilo en mi sitio. Minutos después el bus entró a un barco en iniciamos el cruce por el mar. Pude incluso salir unos minutos a cubierta. Luego de una media hora, el bus desembarcó y se dirigió a su paradero final, que quedaba a pocos metros de la estación de trenes de Malmo.

Bajé del bus y entré a la estación, busqué Lund en los paneles con los diagramas de los recorridos del tren y estaba a dos o tres estaciones. A la boletería, dinero en mano, dije Lund y el cobrador agarró lo justo. De ahí a esperar unos minutos. Mientras lo hacía, saque mi agenda y en una página en blanco anoté con letra bastante grande la dirección que me habían dado en Guayaquil. Subí al tren para bajarme unos veinte minutos después.

En las afueras de la estación en Lund, tomé un taxi, mostré el papel con la dirección y cuando llegué el taxímetro me indicaba con sus números -¡que sí entendía!- los billetes con los debía pagar. Eran cerca de las diez de la noche cuando toqué el timbre de una casa amiga y me encontré con mis compañeros. A los generales no los veía desde enero, cuando los deportaron y a Rafo desde setiembre del año anterior, la víspera de su ingreso a la embajada mexicana para asilarse.

REENCUENTRO CON LOS COMPAÑEROS EN EL EXILIO

Con Rafo nos conocíamos desde fines de noviembre de 1960 cuando él, días después de cumplir 16 años y todavía con uniforme de colegial ya que se encontraba en sus últimas semanas de alumno de secundaria, se convirtió en el más joven militante demócrata cristiano. Nos hicimos muy amigos a lo largo de los años siguientes, incluso fue uno de los testigos de mi matrimonio. Habíamos trabajado juntos en el PDC, renunciamos también juntos y éramos parte del equipo que venía trabajando la fundación del PSR cuando tuvo que asilarse.

Yo había trabajado en SINAMOS, cuando su jefatura estaba a cargo de Leónidas Rodríguez. Aunque no tenía sino trato eventual con él siempre hubo mutua simpatía, que se acrecentó al reencontrarlo en la semanas previas a la fundación del PSR e integrar su primera dirección nacional. Pero esta buena relación se consolidó en esta gira europea y en los años posteriores se convirtió en una sólida amistad, que incluyó a nuestras esposas e hijos y se acrecentó cada vez más hasta el día de su muerte, 20 años después.

A Arturo Valdés sólo lo conocía de las pocas reuniones partidarias antes de su deportación. En ese viaje aprendí a apreciar su gran calidad humana, su agudeza en el análisis, su sentido de humor mordaz, su rotundidad para asumir posiciones políticas, pero también a sorprenderme con su total incapacidad para orientarse en cualquier ciudad, aeropuerto e incluso edificio, al mismo tiempo que su tremenda indecisión frente a los pequeños dilemas de la vida cotidiana: qué corbata ponerse, qué sabor de helado escoger o qué ponerle al pan en el desayuno dependiendo si se acompañaba con té o café con leche.

Después de los abrazos con mis compatriotas y la familia anfitriona, Rafo le dijo a Arturo Valdés: Te lo había asegurado, el flaco llegaba de todas maneras. Y me contó que cuando se enteraron que por el retraso de mi llegada a Madrid, no iba a alcanzar la conexión de Copenhague a Malmo, Arturo le había preguntado si yo hablaba inglés y él le había contestado que sólo hablaba castellano. Ante esa respuesta, Arturo había comentado lúgubremente: creo que lo perdimos para siempre…

Sumamente intrigado Arturo me preguntó cómo había llegado, cómo me había comunicado  y cuánto había gastado en llegar hasta allí. En avión, bus, barco, tren y auto, entendiendo sólo castellano y gastando menos de 30 dólares, le contesté, mientras todos nos reíamos…

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