Estábamos
me parece ya en octubre de 1966 y las reuniones del Comité Ejecutivo Nacional
del Partido Demócrata Cristiano, habitualmente realizadas los lunes en la noche
en el local central del partido, habían tenido
que ampliarse a otros días para realizar reuniones extraordinarias, dado que vivíamos
un conflicto interno.
La
crisis la había iniciado la Juventud Demócrata Cristiana, de la cual yo era
secretario general, cuando en un escueto comunicado retiramos públicamente la
confianza en el ministro de Justicia, Roberto Ramírez del Villar pidiendo al
partido su remoción del gabinete. Nos basábamos en que aparecía como integrante
de un grupo de diputados vinculado al magnate pesquero Luis Banchero Rossi, que
incluso algunos medios habían calificado como el grupo parlamentario pesquero. Había
un grave problema de percepción de la población lo cual era muy grave
políticamente, sostuvimos. Como después de debates internos –y luego de
escuchar a Ramírez del Villar- el CEN de la DC le pidió que renunciara al
ministerio, se generó una gran polémica interna con comentarios públicos a
favor y en contra de la decisión.
En una
de las tantas reuniones con ocasión de la crisis partidaria y para evitar la
presencia de curiosos, se citó a sesión del CEN un sábado en la tarde en la
casa del diputado Federico Hurtado, Fico, que quedaba en la prolongación de la
avenida Primavera –hoy Angamos Este- me parece que a unas cuatro o cinco
cuadras de la actual avenida Tomás Marsano. En esa época no existía sino unas
pocas casas pioneras seguidas de chacras de maíz o algodón. Luego de algunos
años aparecerían las urbanizaciones que a ambos lados de la avenida se
prolongarían por varios kilómetros hasta llegar al local donde muchos años
después se construyó el Club Unión Árabe Palestino.
BUSCANDO
ENTRETENERNOS HASTA QUE HUBIERA QUORUM
Ese
sábado, alrededor de las cuatro de la tarde, nos encontrábamos reunidos el
senador Héctor Cornejo Chávez, los diputados Alfredo García Llosa y Valentín
Paniagua, Javier Silva Ruete y yo, además del anfitrión. Seis en total que no
podíamos iniciar la sesión porque el quórum era de ocho.
Media
hora después seguíamos esperando en la sala de la casa cuando mi tocayo vio a
través del ventanal corredizo que daba al jardín una pelota de plástico, de
tamaño mediano. Era con la que jugaban los hijos de Fico en ese tiempo aun muy
pequeños. García Llosa se fue acercando poco a poco al ventanal y terminó
saliendo al jardín. Comenzó a jugar con la pelota solo y luego volteó hacia
nosotros y nos dijo: ¿jugamos un partidito mientras llegan los otros?
Salimos
todos al jardín, mientras García Llosa marcaba los arcos con baldes de plástico
y otros juguetes. Luego mirándonos a todos dijo: Viejos contra jóvenes, jalando
a su lado a Cornejo Chávez y a Hurtado. Alfredo tenía 45 años, Cornejo estaba
por cumplir 48 y Fico no creo que sobrepasara los 50. Estos “viejos” que no
llegaban al medio siglo eran bastante ágiles. Alfredo había jugado básquet en
la universidad, llegando incluso a ser parte de alguna selección peruana. Por
otro lado, se decía que Cornejo había practicado boxeo en la universidad y, más
allá de su brillantez intelectual, se dedicaba a la ebanistería en los pocos
momentos libres que tenía, ya que el trabajo físico fabricando muebles le
servía de válvula de escape a las tensiones de la vida política. Fico era
también bastante ágil aunque su apariencia –más bien abultada en el vientre- no
lo demostraba, incluso algunas veces se lucía ante los jóvenes levantando la
pierna más arriba del metro sesenta.
Por el lado
de los jóvenes, tanto Valentín como Javier tenían cada uno un record: haber sido
los ministros más jóvenes de su sector, Justicia y Agricultura, carteras de las
que habían sido titulares antes de cumplir 30 años. Pero ese tipo de record no
tenía que ver nada con lo deportivo. En esos
días Paniagua acababa de cumplir 30 y Silva Ruete tenía 31 años, mientras que
yo –que completaba ese equipo- andaba por los 24. Valentín, bajo y delgado, el
único deporte que practicaba era el ajedrez. Silva Ruete pesaba en ese tiempo
bastante más que doce años después cuando asumió el ministerio de Economía en
el gobierno de Morales Bermúdez y le pusieron el apelativo de gordito
simpaticón. Por mi parte, además de estar fumando más de 30 cigarrillos
diarios, tenía como única experiencia deportiva el haber sido delegado de mi
salón, para intentar impedir que nos ganaran en mesa los campeonatos relámpagos
de fútbol de mi colegio.
DERROTADOS
Y HUMILLADOS
El
partido fue de un solo lado. No recuerdo si jugamos hasta los 6 o hasta los 12
goles. Sí tengo claro que no metimos ninguno. Los tres deambulábamos en el
jardín tratando de evitar que siguieran metiéndonos goles, mientras que Alfredo
se divertía haciendo gambetas con la pelota, Cornejo Chávez pateaba con fuerza,
al mismo tiempo que Fico se dedicaba a burlarse de nuestra total incapacidad,
de manera tal que nos sintiéramos derrotados no sólo física y deportivamente,
sino también moralmente.
Para
nuestra tranquilidad, la llegada de los pequeños hijos del dueño de casa y el
reclamo de su pelota hizo que el juego no se prolongara infinitamente, ya que
nuestros adversarios –que estaban de los más frescos- podían seguir jugando hasta los 24 o 36 goles ya que se
estaban divirtiendo a costa de nuestra inutilidad para el deporte.
Seguramente
esa “pichanguita” no duró más de 10 o 15 minutos. Sin embargo, por la forma en
que caímos sobre los asientos al terminar el partido, para el equipo de los
jóvenes parecía que duró 90 minutos, seguido además de un par de
suplementarios. Yo miraba sonriendo a mis compañeros de equipo con la
satisfacción de haber encontrado dos personas tan incompetentes como yo para
los deportes.
Quizás
lo que ahora, más de 45 años después, recuerdo con más intensidad de ese
partido de fulbito, es la forma de jugar de Héctor Cornejo Chávez. Lo hacía con
la misma rotundidad con la que apabullaba a sus contrarios en los debates
parlamentarios, implacable, directo, sin dar tregua… Pero además quien para
muchos fue el mejor parlamentario que ha tenido el Perú, sentado ya en la sala
de la casa, bromeaba con los derrotados y reía a carcajadas en una actitud muy
distante a la del adusto político que la mayoría de la prensa se encargó de
difundir.
Pero lo
que ninguno de los que estábamos sentados en esa sala imaginaba, a pesar que ya
entonces era evidente el talento de ambos, es que 34 años después Valentín, en
su calidad de presidente de la república, estaría tomándole juramento a Javier
como su ministro de Economía. Fue en el breve y respetado gobierno de
transición que se instaló en noviembre del año 2000, luego de la renuncia por
fax de Alberto Fujimori desde Japón.
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