Uno de
los mejores amigos que tuve en el colegio se llamaba Oscar Álvarez Carrillo que
falleció trágicamente en 1978 (Ver
crónica "Óscar Álvarez se fue muy pronto” del 27 de noviembre de 2012). Cuando conocí a su familia por el año 1954 me
enteré que era el segundo de diez hermanos, aunque años después nacerían dos
hermanas más. Todos los hermanos eran tranquilos y ayudaban a la madre en
algunas tareas del hogar, particularmente con los hermanos menores. Su hermano
Julio, el quinto, además era muy tranquilo e incluso ayudaba en las misas
dominicales como monaguillo en la iglesia del parque de Barranco, a la que
acudía casi a diario.
Un
lunes, creo que en 1957 ó 1958, Oscar me contó que Julio no había regresado el
día anterior a la casa después de misa, pero no se notó su ausencia hasta que
apareció el párroco –creo que apellidado Malpartida- para decirles que el
muchacho, hasta ese momento considerado modelo y hasta aspirante a seminarista,
se había alzado el dinero de todas las alcancías del templo. La angustia se
apoderó de doña Hortensia, la madre, y la preocupación del resto de la familia.
Dos o
tres días después la familia recibió un telegrama de unos familiares de
Arequipa, que más o menos decía que Julio había llegado bien, que estaba
alojado con ellos, que agradecían algún regalito que les había llevado, pero
que advirtieran previamente si se le ocurría enviar de viaje a otro de los hermanos.
En esa
época Julio tendría 13 o 14 años, había llegado a Arequipa, donde sabía que
había parientes de su padre, “tirando dedo”. Y esa travesura más juvenil que
infantil le creó una afición por los viajes, a tal punto que en los siguientes
años sería un aventurero que conocería varios lugares del Perú movilizándose en
camiones de carga.
UN
ACTIVISTA NATO
A
mediados de 1961, iniciándose la campaña electoral para las elecciones de 1962,
donde el Partido Demócrata Cristiano postulaba a la presidencia a Héctor
Cornejo Chávez, me reencontré con Julio, así como con sus hermanos Hernán y
Luis, que con otros seis o siete muchachos barranquinos –creo que integrantes
varios de ellos de un club de rock llamado los Tabacos Negros- se sumaron como
activistas a la campaña. En un partido donde la mayoría de sus jóvenes estaban
más bien dedicados a quehaceres intelectuales, grupos como éste significaron un
refrescante complemento.
Alguna
noche mientras se realizaban pintas en muros de lo que años después sería parte
de la Costa Verde, por los Baños de Barranco y la playa de Agua Dulce, así como
en el camino a la Herradura, alguien que revisaba cómo estaban quedando,
descubrió que cada siete u ocho pintas, después de la inscripción “Partido
Demócrata Cristiano 1962 Cornejo Chávez Presidente” se había añadido en letra
muy pequeña “Niño Dios”. Pensando que se trataba de algún adversario que así se
mofaba del calificativo cristiano del partido, comenzó a buscar quién era el
intruso, hasta que encontró que Julio después de terminar el lema partidario
realizaba el añadido. Cuando se le dijo por qué estaba malogrando la
propaganda, dijo que lo hacía de pequeñísimo tamaño y sólo cuando él realizaba
la pinta, ya que siendo él vecino de esa zona quería que sus amigos supieran
quién era el autor. Y es que ese era el apelativo con el que él mismo se
presentaba: niño dios, aludiendo a que -según él- era tan lindo cuando bebe que
lo solicitaban más de una vez para representar al niño Jesús en nacimientos
vivos. Aunque no faltaba quien dijera que se debía a que estaba en todas partes
y nadie lo podía ver…
Como esa
campaña electoral era franciscana y siempre faltaba la plata, algo se ahorraba
cuando se le comunicaba a Julio dónde sería la siguiente gira y cuándo llegaría
el equipo de activistas. El salía un par de días antes “tirando dedo” y llegaba
horas antes para esperar al resto. Algunas veces esperaba con alguna provisión
de fruta que le habían regalado en alguno de los camiones en que se había
desplazado y que guardaba para compartir con sus camaradas.
Para
esos como otros viajes que había realizado anteriormente, Julio algunas veces
–como me lo contó años después entre avergonzado y orgulloso- hasta se
presentaba a los choferes como un joven que había sido arrebatado del seno
hogareño por un padre cruel y que quería regresar con su madre y hermanos. Lo
ayudaba la cara de niño bueno, incapaz de matar ni una mosca.
SÓLO ERA
PARA CAMPAÑAS ELECTORALES
“Niño
dios” era un activista nato ya que el amanecerse pintando paredes, pasarse el
día perifoneando, aplaudir a los candidatos mientras hablaban en los mítines,
corear lemas, encajaba perfectamente con su espíritu aventurero. E incluso, se
sentía mejor si podía mostrar sus dotes de matoncito de barrio, cuando aparecía
algún contra-manifestante. Pero a diferencia de varios de sus amigos
barranquinos no le atraía para nada la parte reflexiva de preparación teórica o
la preocupación organizativa de la Democracia Cristiana.
Julio no
era para integrar un partido sino sólo para participar en sus campañas
electorales, como hizo para las elecciones presidenciales de 1962 y 1963, así
como para las municipales de 1963 y 1966. Sus hermanos Hernán y Luis, a los que
luego se sumó Miguel, se mantuvieron como militantes muchos años y los dos
últimos con responsabilidades en distintos estamentos de la dirigencia DC
durante décadas.
En los
años siguientes Julio mantuvo el espíritu de sus años adolecentes. Y como era
“niño dios” podía encontrarlo en los momentos y sitios más insospechados.
Incluso en 1972 nos abordó a mi esposa y a mí y nos felicitó efusivamente,
cuando nos dirigíamos discretamente al aeropuerto para iniciar nuestro viaje de
“luna de miel”, al día siguiente de nuestro matrimonio.
NO SE
PUEDE SER SIEMPRE ADOLECENTE
Pero a
finales de los 70 e inicios de los 80 era evidente que los años no habían pasado
en vano y era muy distinto un joven aventurero de 18, 20 e incluso hasta de 25
años “tirando dedo” en la carretera y otra un hombre desocupado o sin trabajo
conocido de 35 o más años pretendiendo hacer lo mismo. Julio no lograba
conservar ningún trabajo, ni atender debidamente a la familia que había
formado. Sin embargo, pese a su inestabilidad económica, mantenía el
sentimiento de haber sido parte de un colectivo que apreciaba y así me lo hizo
saber las veces que nos encontrábamos casualmente.
En sus
últimos años de vida su deterioro fue cada vez más marcado, se le podía
encontrar acompañando a un grupo de desocupados en los alrededores del mercado
de la avenida Grau de Barranco, todos mal trajeados y luciendo abandonados, esperando
alguna propina por cuidar autos o llevar paquetes, dinero que inmediatamente
servía para incrementar el “pozo” para comprar trago.
Por esa
zona tenía un pequeño estudio José María Salcedo cuando estaba finiquitando su
libro “El vuelo de la bala”, en base a diversos trabajos periodísticos
publicados en esos años y que presentó en marzo del 1990. Alguna vez, pasó cerca
del mercado y Julio se le acercó y le dijo: Chema, pásame diez mil intis (unos
60 centavos de dólar) para un pisco y José María le dio cincuenta mil. Como
Julio conservaba también su buen humor, le dijo: No pues hermano, yo quiero
tomarme un pisquito y tú quieres que me tome un whisky, fingiendo el intento de
devolverle el billete.
No fue
una sorpresa enterarme de su muerte en los primeros años de los 90, cuando
quizás no llegaba a los 50 años. Estuve con Ana María en su velorio y
conversando con sus hermanos y algunos amigos. En esos momentos recordé mis
años de colegial, ya que fue velado en los salones de velatorio de la iglesia
donde justamente Julio había sido monaguillo cerca de 40 años atrás y a menos
de cien metros de la Bajada de los Baños donde vivieron muchos años los Álvarez
Carrillo, en cuya casa siempre me sentí en familia.
Conocía la historia de las pintas. Me gustó saber de toda la historia.
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