viernes, 24 de mayo de 2013

NIÑO DIOS: UN ACTIVISTA PARA ELECCIONES (1961)

Uno de los mejores amigos que tuve en el colegio se llamaba Oscar Álvarez Carrillo que falleció trágicamente en 1978 (Ver crónica "Óscar Álvarez se fue muy pronto” del 27 de noviembre de 2012). Cuando conocí a su familia por el año 1954 me enteré que era el segundo de diez hermanos, aunque años después nacerían dos hermanas más. Todos los hermanos eran tranquilos y ayudaban a la madre en algunas tareas del hogar, particularmente con los hermanos menores. Su hermano Julio, el quinto, además era muy tranquilo e incluso ayudaba en las misas dominicales como monaguillo en la iglesia del parque de Barranco, a la que acudía casi a diario.

Un lunes, creo que en 1957 ó 1958, Oscar me contó que Julio no había regresado el día anterior a la casa después de misa, pero no se notó su ausencia hasta que apareció el párroco –creo que apellidado Malpartida- para decirles que el muchacho, hasta ese momento considerado modelo y hasta aspirante a seminarista, se había alzado el dinero de todas las alcancías del templo. La angustia se apoderó de doña Hortensia, la madre, y la preocupación del resto de la familia.
 
Dos o tres días después la familia recibió un telegrama de unos familiares de Arequipa, que más o menos decía que Julio había llegado bien, que estaba alojado con ellos, que agradecían algún regalito que les había llevado, pero que advirtieran previamente si se le ocurría enviar de viaje a otro de los hermanos.
 
En esa época Julio tendría 13 o 14 años, había llegado a Arequipa, donde sabía que había parientes de su padre, “tirando dedo”. Y esa travesura más juvenil que infantil le creó una afición por los viajes, a tal punto que en los siguientes años sería un aventurero que conocería varios lugares del Perú movilizándose en camiones de carga.
 
UN ACTIVISTA NATO
 
A mediados de 1961, iniciándose la campaña electoral para las elecciones de 1962, donde el Partido Demócrata Cristiano postulaba a la presidencia a Héctor Cornejo Chávez, me reencontré con Julio, así como con sus hermanos Hernán y Luis, que con otros seis o siete muchachos barranquinos –creo que integrantes varios de ellos de un club de rock llamado los Tabacos Negros- se sumaron como activistas a la campaña. En un partido donde la mayoría de sus jóvenes estaban más bien dedicados a quehaceres intelectuales, grupos como éste significaron un refrescante complemento.
 
Alguna noche mientras se realizaban pintas en muros de lo que años después sería parte de la Costa Verde, por los Baños de Barranco y la playa de Agua Dulce, así como en el camino a la Herradura, alguien que revisaba cómo estaban quedando, descubrió que cada siete u ocho pintas, después de la inscripción “Partido Demócrata Cristiano 1962 Cornejo Chávez Presidente” se había añadido en letra muy pequeña “Niño Dios”. Pensando que se trataba de algún adversario que así se mofaba del calificativo cristiano del partido, comenzó a buscar quién era el intruso, hasta que encontró que Julio después de terminar el lema partidario realizaba el añadido. Cuando se le dijo por qué estaba malogrando la propaganda, dijo que lo hacía de pequeñísimo tamaño y sólo cuando él realizaba la pinta, ya que siendo él vecino de esa zona quería que sus amigos supieran quién era el autor. Y es que ese era el apelativo con el que él mismo se presentaba: niño dios, aludiendo a que -según él- era tan lindo cuando bebe que lo solicitaban más de una vez para representar al niño Jesús en nacimientos vivos. Aunque no faltaba quien dijera que se debía a que estaba en todas partes y nadie lo podía ver…
 
Como esa campaña electoral era franciscana y siempre faltaba la plata, algo se ahorraba cuando se le comunicaba a Julio dónde sería la siguiente gira y cuándo llegaría el equipo de activistas. El salía un par de días antes “tirando dedo” y llegaba horas antes para esperar al resto. Algunas veces esperaba con alguna provisión de fruta que le habían regalado en alguno de los camiones en que se había desplazado y que guardaba para compartir con sus camaradas.
 
Para esos como otros viajes que había realizado anteriormente, Julio algunas veces –como me lo contó años después entre avergonzado y orgulloso- hasta se presentaba a los choferes como un joven que había sido arrebatado del seno hogareño por un padre cruel y que quería regresar con su madre y hermanos. Lo ayudaba la cara de niño bueno, incapaz de matar ni una mosca.
 
SÓLO ERA PARA CAMPAÑAS ELECTORALES
 
“Niño dios” era un activista nato ya que el amanecerse pintando paredes, pasarse el día perifoneando, aplaudir a los candidatos mientras hablaban en los mítines, corear lemas, encajaba perfectamente con su espíritu aventurero. E incluso, se sentía mejor si podía mostrar sus dotes de matoncito de barrio, cuando aparecía algún contra-manifestante. Pero a diferencia de varios de sus amigos barranquinos no le atraía para nada la parte reflexiva de preparación teórica o la preocupación organizativa de la Democracia Cristiana.
 
Julio no era para integrar un partido sino sólo para participar en sus campañas electorales, como hizo para las elecciones presidenciales de 1962 y 1963, así como para las municipales de 1963 y 1966. Sus hermanos Hernán y Luis, a los que luego se sumó Miguel, se mantuvieron como militantes muchos años y los dos últimos con responsabilidades en distintos estamentos de la dirigencia DC durante décadas.
 
En los años siguientes Julio mantuvo el espíritu de sus años adolecentes. Y como era “niño dios” podía encontrarlo en los momentos y sitios más insospechados. Incluso en 1972 nos abordó a mi esposa y a mí y nos felicitó efusivamente, cuando nos dirigíamos discretamente al aeropuerto para iniciar nuestro viaje de “luna de miel”, al día siguiente de nuestro matrimonio.
 
NO SE PUEDE SER SIEMPRE ADOLECENTE
 
Pero a finales de los 70 e inicios de los 80 era evidente que los años no habían pasado en vano y era muy distinto un joven aventurero de 18, 20 e incluso hasta de 25 años “tirando dedo” en la carretera y otra un hombre desocupado o sin trabajo conocido de 35 o más años pretendiendo hacer lo mismo. Julio no lograba conservar ningún trabajo, ni atender debidamente a la familia que había formado. Sin embargo, pese a su inestabilidad económica, mantenía el sentimiento de haber sido parte de un colectivo que apreciaba y así me lo hizo saber las veces que nos encontrábamos casualmente.
 
En sus últimos años de vida su deterioro fue cada vez más marcado, se le podía encontrar acompañando a un grupo de desocupados en los alrededores del mercado de la avenida Grau de Barranco, todos mal trajeados y luciendo abandonados, esperando alguna propina por cuidar autos o llevar paquetes, dinero que inmediatamente servía para incrementar el “pozo” para comprar trago.
 
Por esa zona tenía un pequeño estudio José María Salcedo cuando estaba finiquitando su libro “El vuelo de la bala”, en base a diversos trabajos periodísticos publicados en esos años y que presentó en marzo del 1990. Alguna vez, pasó cerca del mercado y Julio se le acercó y le dijo: Chema, pásame diez mil intis (unos 60 centavos de dólar) para un pisco y José María le dio cincuenta mil. Como Julio conservaba también su buen humor, le dijo: No pues hermano, yo quiero tomarme un pisquito y tú quieres que me tome un whisky, fingiendo el intento de devolverle el billete.
 
No fue una sorpresa enterarme de su muerte en los primeros años de los 90, cuando quizás no llegaba a los 50 años. Estuve con Ana María en su velorio y conversando con sus hermanos y algunos amigos. En esos momentos recordé mis años de colegial, ya que fue velado en los salones de velatorio de la iglesia donde justamente Julio había sido monaguillo cerca de 40 años atrás y a menos de cien metros de la Bajada de los Baños donde vivieron muchos años los Álvarez Carrillo, en cuya casa siempre me sentí en familia.

1 comentario:

  1. Conocía la historia de las pintas. Me gustó saber de toda la historia.

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