martes, 27 de noviembre de 2012

ÓSCAR ÁLVAREZ SE FUE MUY PRONTO (1978)

Tengo muy buenos recuerdos de todos los amigos que hice en el colegio. Con motivo de cumpleaños o algunas actividades estuve en casa de varios de ellos. Sin embargo fueron pocos los casos en que también fui amigo de las familias de mis compañeros. Uno de ellos fue la familia de Oscar Álvarez Carrillo.

Vivían en la última finca de la Bajada de los Baños de Barranco. Creo que en el número 407. Una escalera servía para entrar en un corredor desde el cual se ingresaba a por lo menos tres casas. La suya tenía la letra C. Parado en el corredor podía ver el mar. Cuando visité la casa por primera vez, los Álvarez eran diez hermanos: Carlos, Oscar, Hernán, Luis, Julio, Carmen, Miguel, Isabel, Jorge y Alfonso. En 1954 Carlos tenía 14 años y creo que Alfonso no llegaba a uno. Yo tuve amistad con los 8 mayores, ya que Jorge murió muy niño creo que en 1955 o 1956 y Alfonso no tendría más de cinco  o seis años cuando terminamos el colegio y dejé de frecuentar a esa cariñosa familia, en cuya casa más de una noche me quedé a dormir ya que eran tantos que uno más no importaba. A Hortensia y Graciela, las dos últimas hermanas que nacieron a finales de los 50 o inicios de los 60 prácticamente no las conocí.


La madre, doña Hortensia Carrillo, era un abnegada mujer con una paciencia a prueba de todo y que se esforzaba por alimentar y sacar adelante a toda su extensa prole, pese a los limitados recursos provenientes del sueldo exiguo de su esposo, don Oscar Álvarez Cano, empleado administrativo de Penitenciaria de Lima. Esa era la principal prisión del país, inicialmente construida en las afueras de la ciudad, una imponente edificación de muros anchos y muy altos de ladrillo que ocupaba una manzana frente al Palacio de Justicia, donde hoy se encuentran el Hotel Sheraton y la Torre de Lima.

Todos los días los cinco hermanos mayores se turnaban para tomar el tranvía e ir por los 60, 70 u 80 panes comprados a precio de costo por don Oscar en la panadería del penal. Por lo que supe, trabajaba allí desde muy joven hasta que se jubiló poco antes que se iniciara su demolición para construir lo que inicialmente se conocía como el Centro Cívico de Lima. Cuando don Oscar murió, varios de sus hijos aun estudiaban y fue el hijo del mismo nombre, mi compañero de colegio, quien asumió las responsabilidades de encabezar esa enorme familia.

JUGANDO CON PELOTA DE TRAPO EN BARRANCO

Con Oscar y algunos de sus hermanos pasamos varias horas jugando fulbito con pelota de trapo debajo del Puente de los Suspiros, en una canchita de cemento casi cuadrada de no más de 20 metros de largo y con arcos marcados por montículos de piedra. Aunque nunca fui bueno en ningún deporte, era una forma de soltar energías y conversar al mismo tiempo. Cuando caía la noche se jugaba con una luz que no era precisamente para iluminar estadios, porque en la parte que quedaba bajo la sombra del puente casi no se veía. En una oportunidad, otro compañero de colegio que también vivía en Barranco, Ricardo Delgado, me gritó “cabecea flaco”. Lo hice cuando vi llegar el objeto que pensé era la pelota de trapo… pero era una lata de leche lanzada por el “loco” Delgado que estaba seguro que yo me iba a dar cuenta. Esa noche, en el tranvía que me llevaba al Rímac iba con mi “cristina” cubriéndome la cabeza, algo inusual ya que se trataba de una gorra que normalmente uno usaba sólo en las formaciones en el colegio y se sacaba después. Lo que pasaba es que así disimulaba el pequeño listón de gasa que tenía en el pelo, después de los dos puntos que me pusieron en la posta médica para cerrar el corte en el cuero cabelludo luego del cabezazo.

Cuando dejamos el colegio, Oscar ingresó a la Fuerza Aérea Peruana. Nos vimos en los siguientes años ocasionalmente. Siendo él ya alférez alguna vez lo invité a almorzar en mi casa, aunque me olvidé de decírselo a mi madre y cuando llegué casi a los postres nos reímos todos, porque él había preguntado por mí y mis hermanas pensaban que no era la hora de almuerzo la mejor para caer de visita sin avisar.

Era teniente o recién había ascendido a capitán, cuando lo encontramos en Chiclayo alrededor del 1° de mayo de 1970. Habíamos viajado a visitar a una de mis hermanas casadas que vivía con su esposo e hijas en esa ciudad. El viaje lo hicimos en el Toyota de la familia con mis padres, otra hermana, mi novia y su hermano menor de 12 años, que fue la condición que sus padres pusieron para darle permiso a ella, ya que no estaba bien que una señorita viajara con su novio, aunque estuvieran presentes sus futuros suegros y cuñadas que además la conocían desde niña. Oscar estuvo en casa de mi hermana y conversó con toda la familia con la cordialidad y confianza de las épocas del colegio y nos contó que al día siguiente tenía que viajar a Lima.

Como mi padre se iba a quedar unos días, le dijimos a Oscar para salir esa noche en el auto y compartir conmigo el manejo del auto, lo que aceptó gustoso con lo cual alargamos por una diez o doce horas nuestra amena conversación.

Nos vimos algunas veces más en los siguientes años, incluso casados algunas pocas veces nos reunimos con nuestras esposas. Siempre fueron encuentros muy cortos, pero teníamos la certeza que ya habría tiempo de hablar tranquilamente más adelante.

Una mañana de fines de febrero de 1978, sumergido como estaba en ver todo lo relacionado con las elecciones para la Asamblea Constituyente, leí en los periódicos las noticias políticas y miré sin detenerme algunos titulares, uno de ellos decía “Cae avión FAP en Tarapoto”. A mediodía recibí una llamada de César Carmelino, otro gran amigo con quien también la amistad se extendió a su familia, quien me dijo con voz conmovida que tenía una mala noticia. Inmediatamente recordé el titular y le dije “¿Oscar?”. Asintió y me informó que el avión con los cuatro integrantes de la FAP fallecidos llegaban a las tres de la tarde al Aeropuerto Jorge Chávez y que de allí se dirigían directamente al Cementerio.

DEMASIADAS MUERTES TEMPRANAS PARA UNA SOLA FAMILIA

Destino trágico el de la familia Álvarez. El hermano mayor, Carlos, tuvo una caída de su silla de comer muy pequeño. Las consecuencias fueron evidentes cuando estaba en tercer o cuarto de primaria y comenzó a sufrir continuos mareos y ataques que parecían epilépticos. Dejó de estudiar y aunque inicialmente no parecía diferente a un joven de su edad, se fue quedando atrás física y emocionalmente hasta que dejó de existir bastante antes de llegar a los 60 años. Oscar murió en el accidente aéreo que aquí relatamos. Hernán falleció en un accidente tonto, rodándose las escaleras de su casa alrededor de los 55 años, después que unos años antes perdiera la vista de un ojo cuando le cayó una esquirla en momentos que encabezaba una movilización de empleados bancarios. Julio murió antes de los 50 después de abandonarse totalmente y Alfonso fue muerto creo que antes de los cuarenta en un confuso incidente en Venezuela donde residía. Si añadimos a Jorge que falleció de niño, seis de los ocho hermanos hombres murieron en edad temprana y varios en trágicas circunstancias. Por si fuera poco, en la década de los 90, la hija mayor de Oscar, llamada Sonia como su madre, murió en un accidente automovilístico en la mañana de un primero de enero a los veintitantos años.

Al momento de morir, el Mayor FAP Oscar Raúl Álvarez Carrillo tenía 36 años, estaba casado, era padre de dos hijos y el eje sobre el que giraba la vida de su extensa familia. No había olvidado la GUE Ricardo Palma, nuestra alma mater, pues era vicepresidente de la asociación de exalumnos. Tenía ya sus cosas embaladas para viajar con su familia a Argentina enviado por la FAP por uno o dos años a algún tipo de curso de perfeccionamiento, cuando se prestó a reemplazar a otro oficial que estaba enfermo en un viaje a la ciudad de Tarapoto, en la selva peruana.

SONRIENDO MINUTOS ANTES DE MORIR

Me llamó la atención la presencia adolorida de una compañera del Partido Socialista Revolucionario en el cementerio y que justamente había viajado tres días antes a Tarapoto con un encargo partidario que yo le había dado. Pero inmediatamente recordé que ella -Rosa María Uzátegui- alguna vez me había dicho que vivió en la Bajada de los Baños de Barranco y cuando le pregunté si conocía a los Álvarez me contó que había vivido exactamente en la casa que estaba al lado de la de ellos. Era amiga de las hermanas menores de Oscar.

Días después, Rosa María me contó que se encontró con Oscar en el aeropuerto selvático y que éste estaba esperando que terminaran de cargar con decenas de cilindros el avión de la FAP. Tratándola con la confianza de haberla conocido desde que era una niña, bromeó con ella, le dijo que tuviera cuidado con sus actividades políticas y le invitó una gaseosa en la cafetería. Cuando le avisaron que su avión estaba listo, le dijo para que se embarcara con él y que así llegaría más pronto a Lima, pero ella ya había entregado su equipaje en los mostradores de Faucett, en ese momento prestigiosa y antigua línea aérea nacional, y el avión estaba por llegar y saldría de regreso una hora después, por lo que Oscar se despidió de ella sonriente...

Me contó nuestra amiga que Oscar estaba feliz por su carrera, por el apoyo que podía seguir prestando a su familia y por el hogar que había formado. Rosa María desde la terraza del aeropuerto vio cuando el aparato corrió por la pista y comenzó a elevarse. Pero a unos quince o veinte metros de altura, de pronto se ladeó, se precipitó a tierra y explotó. No hubo sobrevivientes y trascendió que las investigaciones indicaron que la carga estaba mal estibada y al momento de elevarse los cilindros rodaron hacia un lado y trajeron abajo el avión.

Luego de escuchar el relato de los últimos minutos de vida de tan querido amigo, rogué que su muerte hubiese sido instantánea, sin mayor sufrimiento. Tuve la seguridad que en esos momentos Oscar estaba en paz consigo mismo. Pero al mismo tiempo recordé el semblante inconsolable de Sonia, su esposa, y los rostros consternados de todos sus hermanos en el cementerio. Y sobre todo, el rostro abatido de su madre, doña Hortensia, que para describirlo nunca encontraré palabras…

Recuerdo que él no pudo estar en mi matrimonio, pero semanas después llegó con su hijo de un par de años al departamento en que vivimos con Ana María durante el primer año de casados. Nos llevó como regalo un gran rosario de cuentas de madera que estirado tendrá cerca de dos metros y que aun hoy después de más de 40 años cuelga en mi dormitorio.

1 comentario:

  1. Alfredo, realmente tu blog de los recuerdos es maravilloso, en mi caso me retrotrae a mi infancia, a tantas experiencias lindas que tuvimos todos en Barranco, no se si cabe agradecerte por este gesto tan simpático, o considerarlo como una vida en común tanto juvenil y después política. Deseo que vivas muchos años para que sigas escribiendo cosas tan bonitas del pasado, presente y también del futuro. Te felicito por la buena memoria!!!

    Gracias.

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