Mayo de
1982. En el hotel Bolívar asistía a una reunión de dirigentes políticos
latinoamericanos en solidaridad con Argentina, en esos momentos en guerra con
los ingleses por las islas Malvinas. En la reunión se encontraban –en realidad
la promovían- algunos dirigentes peronistas en el exilio que pretendían
regresar a su país en esos momentos aciagos, pensando que la dictadura militar
entendería su retorno como un gesto de unidad frente al enemigo común. Por
cierto que no lo entendió y, más bien, se les negó la entrada a su país. Pero
ese es otro tema que aquí no tocaré.
En algún momento salí del hotel porque había quedado en encontrarme con una persona para conversar en el Dominó, una cafetería en las Galería Boza situada a media cuadra. Al atravesar la pista vi en la vereda de la plaza San Martín a un elegante hombre maduro mirando pasar a una atractiva joven y dedicándole un encendido piropo. “Carlos Landauro Porras, genio y figura…..” dije en voz alta mientras me acercaba a él sonriente. Vino luego un gran abrazo con mi profesor de geografía de las aulas escolares, mientras me contestaba: “No negarás, Alfredito, que el buen gusto no se pierde…”
Terno
oscuro, con chaleco, zapatos negros brillantes, cabellera negra sin ningún pelo
fuera de lugar, Landauro tenía unos 55 años en esos momentos y yo lo recordaba
exactamente con esa misma actitud galante cuando caminábamos por el jirón de la
Unión con mi padre y él, a mediados de la década del 50.
Recién
ingresado a la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano de Surquillo al cuarto de
Primaria en 1952, el ser hijo de un profesor –en ese tiempo asesor de letras de
secundaria común y años después sub director de toda la unidad- me dio el
privilegio de conocer a una serie de profesores jóvenes, algunos recién
egresados de las aulas universitarias y que incluso seguían estudiando otras
carreras. Luis Orlando Barrientos Guizado, Luis Sebastiani, Luis León Juárez,
Ricardo Gaona, Carlos Cabieses –que en 1963 y 1980 sería elegido senador por
Acción Popular- eran algunos de esos profesores. Me parece que Carlos Landauro
Porras se integró el año 1953.
Todos
los nuevos profesores mantenían un excelente trato con el “viejo” Filomeno
quien en mayo de 1952 cumplió 50 años. Tuve oportunidad de apreciar esa buena
relación en numerosas charlas mientras tomaban café y algunas veces porrones de
cerveza, mientras yo brindaba con Pasteurina o Inka Kola. Las conversaciones
eran particularmente con Gaona y Landauro, ya que nos bajábamos juntos del
ómnibus del colegio cuyo paradero final en la tarde era la plaza del Congreso,
aunque no recuerdo por qué en otras ocasiones terminaba el recorrido en el
Parque Universitario.
PROFESOR QUE ACONSEJABA A ALUMNOS ADOLECENTES
A
Landauro lo traté un poco más porque vivía a unas tres cuadras de mi casa en el
Rímac. Recién casado con una hija muy pequeña, era muy cuidadoso en el vestir y
creo que en la solapa del saco solía lucir un clavel. En el colegio se decía
que era el preferido de todas las secretarias y aquellos alumnos que las
miraban embobados sentían que en el profesor tenían demasiado rival. Cierto o
falso, fue lo suficientemente caballeroso para nunca aceptar alguno de los
romances que le atribuían, pero lo suficientemente astuto para dejar sentadas
todas las dudas posibles sobre el tema.
Profesor
muy querido por lo didáctico que era en su curso de geografía, también
resultaba muy apreciado cuando en el salón bajaba la voz y decía que iba a
hablar de la vida y dedicaba muchos minutos de su clase a ilustrar a mentes
adolecentes sobre el sentido de los enamoramientos juveniles, el inicio de la
vida sexual y las responsabilidades que conllevaba. Pero también abordaba otros
temas, como las enfermedades venéreas y la forma de evitarlas, la prostitución,
etc.
Cuando
ya había cambiado el nombre del colegio a GUE Ricardo Palma, en 1957, sé que
más de uno lo buscaba después de clases para hacerle algunas consultas, sobre
lo que estaba sucediendo con algún “amigo” que el joven profesor contestaba de
buen grado seguro que tal “amigo” era justamente quien estaba frente a él.
Estoy seguro de no equivocarme al afirmar que gracias a los consejos de don
Carlos Landauro sobre las precauciones a tomar, se evitó la llegada al mundo de
algunas criaturas que hubiesen sido no deseadas.
Me
cruzaría varias veces más con el profesor Landauro, a quien comencé a tutear y
llamar Carlos en la época que me lo encontré en la Plaza San Martín, sin que
por ello disminuyera en nada el respeto que como maestro le guardo. Para él yo
seguía siendo Alfredito a pesar del paso de los años y la llegada de mis canas.
CUMPLIENDO
UN COMPROMISO CON MÁS DE 80 AÑOS
A
finales del 2003, al cumplir 45 años de egresados del colegio, nos ilustró con
sus palabras en un almuerzo de camaradería. Y con los 75 o 76 años que tenía en
ese entonces, nos dijo sonriendo: “Nos vemos en cinco años, yo llego de todas
maneras, espero que ustedes también….”. No sólo sus palabras, sino la pujanza
que se notaba cuando las pronunciaba y su apariencia física que lo hacía
parecer menor que algunos de sus exalumnos, fue motivo de comentarios entre la
mayoría de sus discípulos en esa oportunidad. También la convicción con que nos
dijo que esperaba vernos un lustro después. Por lo menos dos queridos amigos
con los que comentamos esas palabras, Ricardo Alfredo Delgado Romero y Néstor
Ezequiel Salinas Lizarzaburu, no pudieron llegar a la cita pues nos dejaron en
julio del 2005 y marzo del 2008, respectivamente.
En
octubre del 2008, en la cena por las Bodas de Oro de nuestra Promoción, nuestro
profesor cumplió con lo anunciado cinco años atrás. Con más de 80 años y
después de sufrir dos derrames cerebrales, Landauro se dirigió a todos nosotros.
Y porque mantenía la personalidad que todos recordáramos, después de los
saludos iniciales hizo menciones respetuosas a la vez que zalameras a las
esposas de los presentes. E inmediatamente después, el viejo profesor dio una
verdadera clase magistral sobre el sentido de ser maestro y expresó su
seguridad en que si volviera a comenzar a vivir recorrería el mismo camino, el
del magisterio donde las incomprensiones y el pago mezquino son comunes, pero
donde priman las satisfacciones espirituales.
Hermoso recuerdo al profesor querido. Estas crónicas son de gran valor para quienes no tuvimos el placer de ser sus alumnos. Acaba de fallecer Carlos Landauro y sentimos la honda pena de su partida. Felicito a Alfredo Filomeno porque mantiene, con sus escritos, vivo el recuerdo de nuestro querido colegio. Gracias.
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