Tengo
buena memoria, de hecho muchos amigos recurren a mí para comprobar algún suceso
del pasado. Por el año 70, luego del terremoto del 31 de mayo, estaba
conversando con mis padres sobre la vieja casa del jirón Marañón en el Rímac,
que se cayó en el terremoto no muy intenso que hubo en Lima el año 1966. Nosotros
habíamos vivido allí hasta que nos mudamos a Pueblo Libre a inicios de 1961.
Me preguntaron si me acordaba de la casa en la que habíamos vivido anteriormente, en el jirón Virú. Los sorprendí cuando les dije que de allí nos habíamos mudado en octubre de 1948 y más cuando precisé que la mudanza había sido después del día 3 y antes del 27.
De dónde
la precisión. Evidentemente a los seis años no andaba chequeando el calendario
todos los días. Menos tenía una agenda para apuntar algunos incidentes
importantes de mi vida. No. En realidad yo no establecí ese lapso sino muchos
años después, cuando relacioné hechos de mi niñez con sucesos importantes en el
país y que por tanto tenían fecha precisa.
Algún
día de junio de 1956, cuando el Apra que estaba en la clandestinidad llega a un
acuerdo secreto con Manuel Prado y decide que sus militantes voten por él para
presidente de la república a cambio de la legalización del partido, hubo motivo
para conversaciones sobre el inicio de esa persecución al Apra que se remontaba
al 3 de octubre de 1948. Ese día hubo un intento de derrocar al gobierno de
José Luis Bustamante y Rivero, un levantamiento de personal de la Armada con
apoyo en distintos puntos del Callao y Lima de núcleos del partido aprista. Inmediatamente
el Apra fue declarada ilegal, sus líderes perseguidos, el parlamento continuó en
crisis agravada por la ausencia de los representantes apristas y tres semanas
después justamente un exministro de Gobierno y Policía –hoy sería del Interior-
encargado de velar por la seguridad del régimen, el general Manuel A. Odría
encabezó el golpe de estado que derrocó a Bustamante el 27 de octubre.
UN AMIGO
PIDE REFUGIO EN MI CASA
No entro
en las interpretaciones más comunes sobre el movimiento del 3 de octubre: que
fue una decisión aislada de un grupo limitado de militantes apristas liderados
por oficiales de la Marina y el Ejército o que fue una decisión partidaria que
en último minuto se quiso parar pero no se llegó a comunicar a todas las bases
comprometidas.
Escuchando
hablar sobre ese levantamiento es que pude poner fecha un suceso que tenía
grabado en mi memoria desde años atrás. Estaba en mi casa en el Rímac, un
segundo piso de la segunda cuadra del jirón Virú al mediodía, cerca de la hora
de almuerzo, cuando se sintió el timbre y golpes en la puerta. Mi madre se
asomó por la ventana e inmediatamente se dirigió presurosa al final de la
escalera desde donde jaló el cordón que abría la puerta. Después que la puerta
se cerró, subió un hombre que nunca supe si era amigo o conocido, pero que
estaba muy nervioso y habló en voz baja con mi madre que lo hizo pasar a la
sala. Un rato después llegó mi padre y, después que mi madre le advirtió de la
situación, conversó con el hombre quien poco después nos estaba acompañando a
almorzar. Algunas palabras sueltas pude escuchar: levantamiento, tiroteos en el
Callao, Víctor Raúl no ordenó nada, los dirigentes dicen que no saben…
Aunque
no estaba metido en ninguna actividad política, salvo en algunos intentos por
organizar sindicalmente a los profesores de colegios particulares en la década
de los treinta, mi padre había conocido a varios de los fundadores del Apra en
sus años universitarios. Coincidió con Víctor Raul Haya de la Torre cuando
dictaban clases en el colegio Anglo Peruano por el año 1923 o 1924. Incluso por
esa época integraron el mismo jurado para tomar exámenes en un colegio de
Vitarte. Pero conversando con él en la década de los cincuenta o sesenta, era
anti aprista aunque de ninguna manera del estilo fanático que en esa época
existía. Por eso, aunque nunca llegamos a conversarlo, estoy seguro que aceptó
refugiar por algunas horas a un militante de un partido que había sido
declarado ilegal, exclusivamente por razones amicales y humanitarias.
Aunque
en el almuerzo se habló poco, como todo niño intuía que algo raro pasaba, aunque
quizá lo relacionaba con otro hecho de seis o siete meses atrás que también había
significado almuerzos silenciosos: la muerte de mi abuela materna. Recuerdo sí
que cuando anocheció la persona que buscó refugio en mi casa despareció. Mi
madre algo me dijo sobre que algunos “malos” lo estaban buscando y que no había
que comentarle a nadie que ese amigo había estado en la casa. Y quedó sepultado
en mi memoria hasta casi ocho años después.
EN PLENA
PLAZA DE ARMAS EN GOLPE DE ESTADO
Por la
misma época que recordé este episodio, me vino a la memoria otro. A las 5 o 6
de la tarde, mi padre avanzando apresuradamente por el Puente de Piedra,
mientras una de mis hermanas y yo, llevados de la mano por una empleada,
cruzábamos la pista después de terminar la calle lateral de Palacio de
Gobierno. Veníamos de corretear un poco por los jardines de la Plaza de Armas y
nos abrazamos felices con nuestro papá. Él cargó con mi hermana de cuatro años,
mientras que me cogía de la mano para terminar de regresar por el puente y caminar
cuadra y media a la casa de la primera cuadra del jirón Marañón. Al llegar vi
en el viejo balcón a mi madre sonriendo, mientras cargaba a otra hermana de un
año.
Algo
escuché mientras tomábamos lonche. Cómo se le ocurrió a la chica llevarlos
frente a Palacio de Gobierno un día de golpe de estado, decía mi padre aun muy
nervioso. Pero cómo lo íbamos a saber, replicaba mi madre. Luego algo escuché que
Odría era el nuevo presidente y que el golpe había sido dado en Arequipa.
Ese par
de hechos, cuyas fechas quedaron registradas en la historia, me indicaban que
en un caso todavía vivía en Virú 228 y en el otro ya estábamos instalados en
Marañón 180, lo me permitió decir más de veinte años después que nos habíamos
mudado entre el 3 y el 27 de octubre de 1948, cuando yo tenía 6 años.
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