En los
años cincuenta recuerdo haber pasado muchísimas veces de Lima al Rímac por el
llamado Puente de Palo que llevaba desde unas callecitas ubicadas alrededor del
Colegio Santo Tomás de Aquino, una de las cuales creo que se llamaba La Toma,
al Malecón Rímac. Hoy esa parte de Lima es el final del jirón Rufino Torrico y al
otro lado del río el Malecón Rímac no existe porque en su lugar se ha
construido la vía de evitamiento paralela justamente al río Rímac.
Antes de llegar al Puente de Palo propiamente dicho, había que subir unas escaleras de cemento, ya que se tenía que pasar sobre las vías –aun hoy en uso- del ferrocarril central que en esa parte se dirigía al Callao llevando carga de minerales que venían del centro del país, ya sin los pasajeros que había dejado unos 250 metros antes en la Estación de Desamparados.
Como su
nombre lo indica, el puente era de madera y de no más de metro y medio de
ancho. Su piso era de tablas de unos veinte centímetros de ancho y la baranda
estaba conformada por rectángulos más o menos de un metro cincuenta de ancho
por un metro de altura cruzados por dos palos que formaban una cruz y otros dos
que formaban un aspa. Los rectángulos estaban unidos en la parte de arriba por
un madero que les daba consistencia, al mismo tiempo que servía de pasamanos.
Calculo que ese puente vendría de finales del siglo XIX. No se asentaba en el
río sino al costado, en la pared lateral del puente de fierro, por donde pasaba
la línea del ferrocarril a Ancón, que creo no funcionaba desde un tiempo atrás
o, en todo caso, no vi nunca pasar.
Cuando
uno terminaba de atravesar el puente podía voltear a la derecha hacia el llamado
Malecón Rímac, una alameda ancha, con jardines y con vista al río y que tenía
unos trescientos cincuenta metros hasta unas escalinatas desde donde se llegaba
al final del Puente de Piedra. Pero, si volteaba hacia la izquierda, encontraba
una callecita muy estrecha que terminaba en la Iglesia de las Cabezas. La calle
se llamaba Camaroneros, aparentemente porque muchos años atrás allí vivían
personas que recogían camarones que aparecían en el río en épocas de crecida en
verano. De más está decir que a inicios de la década de los 50, no había ya
esos crustáceos ni de muestra en la zona. Lo que tengo muy presente es que al
final del puente, e inicio del malecón, había un par de carretillas. En una se
vendía habas sancochadas y en la otra choncholíes que se preparaban en un
brasero. Ambos productos se servían en pancas de choclo con una salsita de ají
si el cliente lo solicitaba.
PROPINA
PARA HABAS SANCOCHADAS
Por los
años 1953 y 1954 solía ir los domingos a misa a las once de la mañana a la
Iglesia de Santo Domingo con mis tres hermanas menores. Como vivíamos en el
jirón Marañón, a media cuadra del jirón Trujillo, atravesábamos por el Puente
de Piedra y a la mitad de la calle del costado de Palacio de Gobierno entrábamos
al Pasaje del Correo y al salir ya estábamos prácticamente en la iglesia. Pero
al regreso, salíamos con dirección al colegio Santo Tomás. En la callecita
previa al comienzo del Puente de Palo había una taberna de un viejo italiano
viudo de una medio hermana de nuestra abuela materna, Don Cayetano. Con mis
diez u once años encabezaba la pequeña comitiva que ingresaba a la viejísima
chingana y el anciano después de recibir nuestro saludo, nos servía un par de
botellas de Pasteurina distribuidas en cuatro vasos y nos daba una moneda a
cada uno.
Como
toda taberna de barrio pobre, aun en domingo a mediodía ya había una cuota de
los habituales borrachitos que, según como cada uno lo midiera, estaban
terminando o comenzando una semana más de tranca. Aunque la mayoría no se encontraba
en la pequeña tienda donde estaba el mostrador, sino en la pieza del costado a
donde se ingresaba por una pequeña puertita de vaivén, colocada a la mitad del marco
de la puerta.
Pero en
ese bar nos quedábamos muy poco tiempo, ya que el propio italiano nos despedía
rápido porque ciertamente, no era el lugar más apropiado para cuatro niños, más
aun si tres eran mujercitas. Para no caer cargosos, esa escala no la realizábamos
todos los domingos sino la vuelta por donde Don Cayetano la hacíamos sólo cada tres
o cuatro semanas.
Al salir
cruzábamos el Puente de Palo y al terminar nos dirigíamos a las carretillas. Si
nos había tocado un real por cabeza, eran cuarenta centavos que alcanzaban para
comprar dos porciones de habas. Pero si era una peseta lo que cada uno había
recibido, eran cincuenta centavos para choncholíes y 30 para porción y media de
habas.
Vale la
pena recordar que en ese tiempo y hasta finales de los 60 y quizá inicios de
los años 70, se utilizaban esos nombres al comprar o dar un precio. La moneda
de 5 centavos era un medio, la de 10 un real y la de 20 una peseta. Medio sol
se llamaba la moneda de 50 centavos y libra se le decía al billete de 10 soles.
Era habitual que al comprar una camisa le dijeran a uno que valía 4 libras, es
decir 40 soles. Aunque circulaban ya poco, habían monedas de 1 y 2 centavos,
conocidas como chico y gordo, por lo que no era raro el apelativo de “tres
centavos” para aquellos bajitos y gruesos.
DEL
PUENTE A LA ALAMEDA
Leí
alguna vez que por el año 1955, Chabuca Granda llevó a un grupo de periodistas
al Rímac para que conocieran a Victoria Angulo, en quien se había inspirado
para “La Flor de la canela”, pero para llegar a la casa de esa señora los llevó
por el Puente de Palo, porque era por ese puente y no por el Puente de Piedra
–hoy más conocido como Puente Trujillo- por donde ella transitaba diariamente
dirigiéndose justamente “del puente a la alameda”.
Cuando se
construyó el Puente Santa Rosa, por los inicios de la década del 60,
desapareció el puente de fierro con la vía del antiguo tren a Ancón. Y al
desaparecer ese puente fuerte, desapareció también el endeble puente de madera
que estaba a aquel adosado. Y el malecón Rímac, esa alameda de trescientos o
cuatrocientos metros desaparecería quizás unos 10 ó 15 años después, cuando
como señalé anteriormente se construyó la vía de evitamiento. Es decir que el crecimiento de la ciudad se llevó de encuentro al Puente de Palo.
Me imagino mas a Lima como una ciudad que sale de la edad media, por la forma como describes los puentes y costumbres. Me hace recordar el por que de los nombres de las antiguas calles. Por mi parte yo comienzo a conocer Lima por los años 50 acompañando a mi madre donde medicos ubicados atras de Palacio, ¿bajo el puente?
ResponderBorrarEres un factor de recordacion realmente muy motivadora
Gracias por compartir estos recuerdos que aún mi madre los tiene presente sobre todo el puente de Palo y conoció a la Sra Victoria Ángulo, saludos
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