Diciembre
de 1952, clausura del año escolar en la Gran Unidad Escolar “Tomas Marsano” de
Surquillo, que cuatro años después se llamaría "Ricardo Palma". Después de cantar el himno nacional, algún poema declamado por un
alumno y quizás un discurso de algún profesor, se procedió a la entrega de
premios en el siguiente orden: 4° y 5° de Primaria, del 1° al 4° de Secundaria
Comercial, del 1° al 4° de Secundaria Industrial y del 1° al 5° de Secundaria
Común. Para mi sorpresa el primer llamado para ser premiado soy yo. Mi sorpresa
es real porque sé que no me corresponde…
Era mi
primer año en la Unidad Escolar, ya que a partir de 1952 se había establecido
que desde el cuarto de primaria se enseñaría en las grandes unidades escolares.
Yo era uno de los menores y más bajos de Cuarto “A” y por tanto del colegio. Mi
profesor era Jesús Astorga, alto, gordo y bonachón, que supo ganarse la
simpatía de todos sus alumnos, levantando la voz algunas veces, pero
fundamentalmente con suma paciencia para explicar tanto reglas de ortografía
como operaciones aritméticas, hablar de la historia del país como darnos
nociones de su geografía, tratando al mismo tiempo que avanzar con la mayoría sin descuidar a
los que estaban menos preparados.
PERDÍ
POR UN PAR DE CENTÉSIMAS
Ese año
fui muy buen alumno y en tres de los cuatro bimestres tuve el primer lugar. Sin
embargo en uno, creo que el segundo, obtuve un inesperado 09 en un curso cuyo
nombre puede hoy sonar extraño: “El niño y la salud”. Era un curso hasta donde
recuerdo que combinaba ideas fundamentales de Anatomía con enseñanzas que
tenían que ver con la alimentación y el cuidado corporal. Me parece que fue una
equivocación tonta lo que me llevó a desarrollar una respuesta correcta a una
pregunta distinta a la que se había hecho en el examen.
Ese 09
hizo que ese bimestre fuera otro alumno, Gelacio Fukusaki, quien ocupara el
primer lugar, lo que no preocupó a mi así como tampoco le preocupó a él que yo
recuperara el primer lugar el bimestre siguiente. A la edad que teníamos, yo 10
años y creo que él 1 o 2 más, no estábamos pensando en competencia. Y en
general no se vivía el mundo competitivo que hoy existe desde los primeros años
de vida de los niños.
Entre la
fecha de terminación de clases y la clausura hubo unos días. No sé si 3 o 4. En
ese periodo, el profesor nos citó a ambos para que lo ayudemos a sacar los
promedios, en una época en que no había calculadoras. Se trataba de sumar todas
las notas obtenidas en los cuatro bimestres y dividirlas entre el total de
calificaciones. Lo hicimos y ambos tuvimos una sorpresa: él resultó ganándome
porque su promedio resultó mejor que el mío en cerca de dos centésimas. El
inusitado 09 de “El niño y la salud” era el responsable que en la suma de notas
de los 10 u 11 cursos durante los cuatro bimestres sumaran seiscientos y algo
en mi caso y esa cifra más uno en el caso de las de Gelacio. Como nunca he sido
mal perdedor y menos a esas alturas de mi vida, le dije sonriendo que me había
ganado con las justas. Él, el profesor Astorga y yo fuimos los únicos que
estábamos en ese momento en el salón.
UN
PREMIO QUE NO ME CORRESPONDÍA
Volvamos
a la clausura del año escolar. La premiación comenzó con el 4° “A” de Primaria.
Me llamaron y quedé estático por la sorpresa, tratando de buscar la cara del
profesor mientras mis compañeros festejaban con aplausos y me alentaban a
dirigirme al frente para recibir mi diploma. Para ellos era natural que yo
fuera el premiado porque había resultado primero en varios de los controles y
no tenían idea que Gelacio me había superado ajustadamente. Después de unos
segundos para mi interminables, en que seguí inmovilizado y que mis compañeros
atribuyeron a que tenía vergüenza en salir adelante, fui a “paso ligero” hasta
el estrado colocado a un medio metro de altura al inicio del patio. Recibí el
diploma de parte de don Jorge Bellido, director de Primaria y regresé a mi
emplazamiento. Allí traté de sonreír, mientras miraba a un también incrédulo
Gelacio Fukusaki.
El resto
de la jornada me pasé haciéndome preguntas, ¿mi padre como Asesor de Letras de
la unidad había tenido que ver en ese cambio?, ¿el profesor Astorga había
querido congraciarse con su colega?, ¿el director de Primaria era quien quería
quedar bien con mi padre? Y aunque me repetía una y otra vez las preguntas, las
respuestas en cada caso siempre eran negativas. Mi padre era incapaz de torcer
voluntad de nadie, ni siquiera de su hijo menor de edad como ocurriría tres años
y medio después (ver crónica
“Cuando las lecciones se reciben encasa” del 29 de octubre de 2012).
Astorga me había demostrado que era un hombre recto y nunca me dijo algo como
para que mi padre lo tuviera en cuenta. Por otro lado, en las veces que había conversado con
Bellido, entre las 5 de la tarde que terminaban las clases de Primaria y las 6
que salía el ómnibus que llevaba a los profesores y a dos o tres alumnos, hijos
o sobrinos de los docentes, nunca me dijo algo como para que lo comentara con
mi padre.
Ensimismado
como estaba me pasaron desapercibido algunos murmullos que se escucharon en
algunos casos de premiación en años de secundaria. Pero no pude dejar de
escuchar ya no murmullos sino casi silbidos, cuando se hizo la premiación de
alumnos de cuarto o quinto de secundaria. Y algo más extraño aún: no hubo
ningún tipo de amonestación por parte del regente que en ese momento se
encargaba que todos, aunque en posición de descanso, luciéramos formados
ordenadamente aula por aula. Tampoco se notaba incomodidad mayor en los
directivos de la unidad, a quienes mirábamos a lo lejos desde la parte de atrás
del patio, ni en los profesores de primaria que teníamos cerca. Parecía que
esos chiflidos, si bien no eran auspiciados por lo menos eran comprendidos por
los docentes del colegio.
LA
ESTUPIDEZ ALCANZA RANGO DE DIRECTIVA MINISTERIAL
¿Qué
había pasado? Un par de días antes había dejado el ministerio de Educación,
después de cuatro años de extraordinaria gestión, el coronel Juan Mendoza
Rodríguez, sin duda uno de los mejores ministros que haya pasado por esa
cartera, independientemente de ser integrante de un gobierno dictatorial como
el del general Manuel Odría. A ese ministro se deben ambiciosos y acertados
proyectos educativos como las grandes unidades escolares, una de las cuales era
en la que yo estudiaba.
A
Mendoza lo sucedió un marino, el Contralmirante Alfonso Balaguer Regalado quien
como una de sus primeras medidas prohibió que se premiara en los colegios
nacionales a los alumnos de ascendencia asiática. Idea propia o sugerida por
algún novel asesor. Aunque suena extrañísimo, la medida tenía que ver con la
guerra de Corea que en esos momentos se desarrollaba y cuando las
conversaciones de paz se habían paralizado. En esta guerra, en que se
enfrentado el norte del país apoyado por la Unión Soviética y el sur por los
Estados Unidos, el gobierno peruano se había alineado en los foros
internacionales con los norteamericanos.
Como el
flamante ministro no lograba entender – ya que todos eran igualmente de ojos
rasgados- que coreanos, japoneses o chinos no eran del mismo país, ni
ciertamente de la misma etnia, optó por prohibir premiar a todos los
descendientes de inmigrantes asiáticos. No encontró otra forma de demostrar el
apoyo a una línea “occidental y cristiana” que impidiendo el justo reconocimiento
al rendimiento escolar de niños y adolecentes del sector “enemigo”. Y aunque en
el caso de Fukusaki, nadie excepto él, el profesor Astorga y yo conocíamos la
verdad, en otros casos hubo protestas. Fue cuando los compañeros de estudio en
secundaria de alumnos nisei o de ascendencia china, que habían sido premiados
en años anteriores o que nítidamente destacaban, se dieron cuenta que se les
estaba marginando. Creo que incluso hubo algún salón que eran los dos o tres
primeros nisei y se pasó a premiar al tercero o cuarto.
Conversando
esa tarde con mi padre, me contó que el día anterior había llegado la orden y
que cuando en algún caso se trató de explicar que no había descendientes de
coreanos en ningún colegio, la respuesta fue absolutamente irracional: todos
los asiáticos son iguales y por lo tanto está prohibido premiarlos. Y aunque los comentarios que había escuchado en la
mañana habían tranquilizado mi conciencia, también me habían generado
sentimientos de rebeldía por la injusticia contra alumnos que no podían
protestar para no poner en riesgo su educación.
DE CADA
SIETE ALUMNOS, UNO ERA DESCENDIENTE DE ASIÁTICO
Para una
unidad escolar como la nuestra no era problema menor un acto discriminatorio
contra hijos de japoneses o chinos. La cercanía de granjas de aves o chacras de
artículos de pan llevar cuyos dueños eran inmigrantes asiáticos, hacia que en
el colegio estudiara una buena cantidad de sus descendientes, calculo que cerca
del 10% del total de la población estudiantil.
Una
demostración de esta presencia la podemos encontrar en 1958, seis años después
cuando terminamos secundaria. En mi promoción terminaron doce nisei: Gelacio
Fukusaki, Víctor Higa, Rufino Ishii, Santiago Kuniyoshi, Enrique Murakami,
Federico Tobaru, Vicente Yamakawa y Antonio Yamashiro, en el 5° “A” y Manuel
Chinén, Juan Noda, Julio Shiroma y Luis Tokashiki en el 5° “B”. Y si tomamos en cuenta a dos de ascendencia china,
Petronio Tam Yi del 5° “A” y Enrique Tam Fox del 5° “B”, 14 de 103 egresados de
Secundaria Común supera largamente el 13 %. Y si añadimos a Silvio Inoue del 4° de Secundaria
Industrial y Manuel Ogawa y José Lau de Secundaria Comercial, tenemos 17 de 159
egresados ese año, es decir 11% del total de los egresados en 1958 era de
ascendencia asiática.
Con todos
ellos la relación fue muy fluida durante los años en el colegio. Ni se les
marginaba, ni se marginaban. Todos nos sentíamos iguales. Y una vez que dejamos
en el colegio, todos en general nos dispersamos y sólo nos vimos con muy pocos.
En el caso de los amigos nisei, con Ishii nos vimos algunas veces después de
dejar el colegio hasta que a principios de los 90, a poco de enviudar se fue a
radicar a Japón, a Kuniyoshi lo seguí viendo hasta que el legendario “Palermo”
de Colmena Izquierda, propiedad de su familia, cerró y pocos años después me
enteré de fallecimiento, a Yamakawa lo veía de vez en cuando, en una cebicheria
en Pueblo Libre a la que estaba asociado y después dirigiendo su propio
restaurante en Surquillo, aunque lamentablemente desde hace unos siete años
está postrado en grave estado de salud. A Higa y Noda los he visto en reuniones
de la promoción en los últimos años y con Chinen, a pesar de su silla de
ruedas, es el nisei con quien más nos reunimos los de la promoción. A Petronio
Tam Yi –que reside en Colombia- lo vi en setiembre último después de más de
diez años. Ha desarrollado la temática de la Espiritualidad Científica y su
relación con la mente y es Fundador y Director General de la Fundación para la
Formación Evolutiva de la Humanidad.
Volviendo
a mis años de Primaria, a inicios de los 50, debo decir que felizmente un año
después de mi sorpresiva premiación –no sé si porque se firmó la paz entre
Corea del Norte y Corea del Sur- ya había desaparecido la disposición
discriminatoria y hubo algunos nisei que fueron legítimamente reconocidos por
sus rendimientos escolares.
Yo
aunque me mantuve en los siguientes años como un buen alumno, nunca más disputé
el primer puesto. Felizmente no volví a sentirme mal por ser beneficiado
indirecto de ninguna otra pésima decisión del ministerio de Educación. Y nunca
hasta hoy, pasados más de 60 años, tuve oportunidad de relatarlo.
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