viernes, 24 de mayo de 2013

FUI BENEFICIADO POR UNA INJUSTICIA (1952)


Diciembre de 1952, clausura del año escolar en la Gran Unidad Escolar “Tomas Marsano” de Surquillo, que cuatro años después se llamaría "Ricardo Palma". Después de cantar el himno nacional, algún poema declamado por un alumno y quizás un discurso de algún profesor, se procedió a la entrega de premios en el siguiente orden: 4° y 5° de Primaria, del 1° al 4° de Secundaria Comercial, del 1° al 4° de Secundaria Industrial y del 1° al 5° de Secundaria Común. Para mi sorpresa el primer llamado para ser premiado soy yo. Mi sorpresa es real porque sé que no me corresponde…


Era mi primer año en la Unidad Escolar, ya que a partir de 1952 se había establecido que desde el cuarto de primaria se enseñaría en las grandes unidades escolares. Yo era uno de los menores y más bajos de Cuarto “A” y por tanto del colegio. Mi profesor era Jesús Astorga, alto, gordo y bonachón, que supo ganarse la simpatía de todos sus alumnos, levantando la voz algunas veces, pero fundamentalmente con suma paciencia para explicar tanto reglas de ortografía como operaciones aritméticas, hablar de la historia del país como darnos nociones de su geografía, tratando al mismo tiempo  que avanzar con la mayoría sin descuidar a los que estaban menos preparados.
 
PERDÍ POR UN PAR DE CENTÉSIMAS
 
Ese año fui muy buen alumno y en tres de los cuatro bimestres tuve el primer lugar. Sin embargo en uno, creo que el segundo, obtuve un inesperado 09 en un curso cuyo nombre puede hoy sonar extraño: “El niño y la salud”. Era un curso hasta donde recuerdo que combinaba ideas fundamentales de Anatomía con enseñanzas que tenían que ver con la alimentación y el cuidado corporal. Me parece que fue una equivocación tonta lo que me llevó a desarrollar una respuesta correcta a una pregunta distinta a la que se había hecho en el examen.
 
Ese 09 hizo que ese bimestre fuera otro alumno, Gelacio Fukusaki, quien ocupara el primer lugar, lo que no preocupó a mi así como tampoco le preocupó a él que yo recuperara el primer lugar el bimestre siguiente. A la edad que teníamos, yo 10 años y creo que él 1 o 2 más, no estábamos pensando en competencia. Y en general no se vivía el mundo competitivo que hoy existe desde los primeros años de vida de los niños.
 
Entre la fecha de terminación de clases y la clausura hubo unos días. No sé si 3 o 4. En ese periodo, el profesor nos citó a ambos para que lo ayudemos a sacar los promedios, en una época en que no había calculadoras. Se trataba de sumar todas las notas obtenidas en los cuatro bimestres y dividirlas entre el total de calificaciones. Lo hicimos y ambos tuvimos una sorpresa: él resultó ganándome porque su promedio resultó mejor que el mío en cerca de dos centésimas. El inusitado 09 de “El niño y la salud” era el responsable que en la suma de notas de los 10 u 11 cursos durante los cuatro bimestres sumaran seiscientos y algo en mi caso y esa cifra más uno en el caso de las de Gelacio. Como nunca he sido mal perdedor y menos a esas alturas de mi vida, le dije sonriendo que me había ganado con las justas. Él, el profesor Astorga y yo fuimos los únicos que estábamos en ese momento en el salón.
 
UN PREMIO QUE NO ME CORRESPONDÍA
 
Volvamos a la clausura del año escolar. La premiación comenzó con el 4° “A” de Primaria. Me llamaron y quedé estático por la sorpresa, tratando de buscar la cara del profesor mientras mis compañeros festejaban con aplausos y me alentaban a dirigirme al frente para recibir mi diploma. Para ellos era natural que yo fuera el premiado porque había resultado primero en varios de los controles y no tenían idea que Gelacio me había superado ajustadamente. Después de unos segundos para mi interminables, en que seguí inmovilizado y que mis compañeros atribuyeron a que tenía vergüenza en salir adelante, fui a “paso ligero” hasta el estrado colocado a un medio metro de altura al inicio del patio. Recibí el diploma de parte de don Jorge Bellido, director de Primaria y regresé a mi emplazamiento. Allí traté de sonreír, mientras miraba a un también incrédulo Gelacio Fukusaki.
 
El resto de la jornada me pasé haciéndome preguntas, ¿mi padre como Asesor de Letras de la unidad había tenido que ver en ese cambio?, ¿el profesor Astorga había querido congraciarse con su colega?, ¿el director de Primaria era quien quería quedar bien con mi padre? Y aunque me repetía una y otra vez las preguntas, las respuestas en cada caso siempre eran negativas. Mi padre era incapaz de torcer voluntad de nadie, ni siquiera de su hijo menor de edad como ocurriría tres años y medio después (ver crónica “Cuando las lecciones se reciben encasa” del 29 de octubre de 2012). Astorga me había demostrado que era un hombre recto y nunca me dijo algo como para que mi padre lo tuviera en cuenta. Por otro lado,  en las veces que había conversado con Bellido, entre las 5 de la tarde que terminaban las clases de Primaria y las 6 que salía el ómnibus que llevaba a los profesores y a dos o tres alumnos, hijos o sobrinos de los docentes, nunca me dijo algo como para que lo comentara con mi padre.
 
Ensimismado como estaba me pasaron desapercibido algunos murmullos que se escucharon en algunos casos de premiación en años de secundaria. Pero no pude dejar de escuchar ya no murmullos sino casi silbidos, cuando se hizo la premiación de alumnos de cuarto o quinto de secundaria. Y algo más extraño aún: no hubo ningún tipo de amonestación por parte del regente que en ese momento se encargaba que todos, aunque en posición de descanso, luciéramos formados ordenadamente aula por aula. Tampoco se notaba incomodidad mayor en los directivos de la unidad, a quienes mirábamos a lo lejos desde la parte de atrás del patio, ni en los profesores de primaria que teníamos cerca. Parecía que esos chiflidos, si bien no eran auspiciados por lo menos eran comprendidos por los docentes del colegio.
 
LA ESTUPIDEZ ALCANZA RANGO DE DIRECTIVA MINISTERIAL
 
¿Qué había pasado? Un par de días antes había dejado el ministerio de Educación, después de cuatro años de extraordinaria gestión, el coronel Juan Mendoza Rodríguez, sin duda uno de los mejores ministros que haya pasado por esa cartera, independientemente de ser integrante de un gobierno dictatorial como el del general Manuel Odría. A ese ministro se deben ambiciosos y acertados proyectos educativos como las grandes unidades escolares, una de las cuales era en la que yo estudiaba.
 
A Mendoza lo sucedió un marino, el Contralmirante Alfonso Balaguer Regalado quien como una de sus primeras medidas prohibió que se premiara en los colegios nacionales a los alumnos de ascendencia asiática. Idea propia o sugerida por algún novel asesor. Aunque suena extrañísimo, la medida tenía que ver con la guerra de Corea que en esos momentos se desarrollaba y cuando las conversaciones de paz se habían paralizado. En esta guerra, en que se enfrentado el norte del país apoyado por la Unión Soviética y el sur por los Estados Unidos, el gobierno peruano se había alineado en los foros internacionales con los norteamericanos.
 
Como el flamante ministro no lograba entender – ya que todos eran igualmente de ojos rasgados- que coreanos, japoneses o chinos no eran del mismo país, ni ciertamente de la misma etnia, optó por prohibir premiar a todos los descendientes de inmigrantes asiáticos. No encontró otra forma de demostrar el apoyo a una línea “occidental y cristiana” que impidiendo el justo reconocimiento al rendimiento escolar de niños y adolecentes del sector “enemigo”. Y aunque en el caso de Fukusaki, nadie excepto él, el profesor Astorga y yo conocíamos la verdad, en otros casos hubo protestas. Fue cuando los compañeros de estudio en secundaria de alumnos nisei o de ascendencia china, que habían sido premiados en años anteriores o que nítidamente destacaban, se dieron cuenta que se les estaba marginando. Creo que incluso hubo algún salón que eran los dos o tres primeros nisei y se pasó a premiar al tercero o cuarto.
 
Conversando esa tarde con mi padre, me contó que el día anterior había llegado la orden y que cuando en algún caso se trató de explicar que no había descendientes de coreanos en ningún colegio, la respuesta fue absolutamente irracional: todos los asiáticos son iguales y por lo tanto está prohibido premiarlos. Y aunque los comentarios que había escuchado en la mañana habían tranquilizado mi conciencia, también me habían generado sentimientos de rebeldía por la injusticia contra alumnos que no podían protestar para no poner en riesgo su educación.
 
DE CADA SIETE ALUMNOS, UNO ERA DESCENDIENTE DE ASIÁTICO
 
Para una unidad escolar como la nuestra no era problema menor un acto discriminatorio contra hijos de japoneses o chinos. La cercanía de granjas de aves o chacras de artículos de pan llevar cuyos dueños eran inmigrantes asiáticos, hacia que en el colegio estudiara una buena cantidad de sus descendientes, calculo que cerca del 10% del total de la población estudiantil.
 
Una demostración de esta presencia la podemos encontrar en 1958, seis años después cuando terminamos secundaria. En mi promoción terminaron doce nisei: Gelacio Fukusaki, Víctor Higa, Rufino Ishii, Santiago Kuniyoshi, Enrique Murakami, Federico Tobaru, Vicente Yamakawa y Antonio Yamashiro, en el 5° “A” y Manuel Chinén, Juan Noda, Julio Shiroma y Luis Tokashiki en el 5° “B”. Y si tomamos   en cuenta a dos de ascendencia china, Petronio Tam Yi del 5° “A” y Enrique Tam Fox del 5° “B”, 14 de 103 egresados de Secundaria Común supera largamente el 13 %. Y si  añadimos a Silvio Inoue del 4° de Secundaria Industrial y Manuel Ogawa y José Lau de Secundaria Comercial, tenemos 17 de 159 egresados ese año, es decir 11% del total de los egresados en 1958 era de ascendencia asiática.
 
Con todos ellos la relación fue muy fluida durante los años en el colegio. Ni se les marginaba, ni se marginaban. Todos nos sentíamos iguales. Y una vez que dejamos en el colegio, todos en general nos dispersamos y sólo nos vimos con muy pocos. En el caso de los amigos nisei, con Ishii nos vimos algunas veces después de dejar el colegio hasta que a principios de los 90, a poco de enviudar se fue a radicar a Japón, a Kuniyoshi lo seguí viendo hasta que el legendario “Palermo” de Colmena Izquierda, propiedad de su familia, cerró y pocos años después me enteré de fallecimiento, a Yamakawa lo veía de vez en cuando, en una cebicheria en Pueblo Libre a la que estaba asociado y después dirigiendo su propio restaurante en Surquillo, aunque lamentablemente desde hace unos siete años está postrado en grave estado de salud. A Higa y Noda los he visto en reuniones de la promoción en los últimos años y con Chinen, a pesar de su silla de ruedas, es el nisei con quien más nos reunimos los de la promoción. A Petronio Tam Yi –que reside en Colombia- lo vi en setiembre último después de más de diez años. Ha desarrollado la temática de la Espiritualidad Científica y su relación con la mente y es Fundador y Director General de la Fundación para la Formación Evolutiva de la Humanidad.
 
Volviendo a mis años de Primaria, a inicios de los 50, debo decir que felizmente un año después de mi sorpresiva premiación –no sé si porque se firmó la paz entre Corea del Norte y Corea del Sur- ya había desaparecido la disposición discriminatoria y hubo algunos nisei que fueron legítimamente reconocidos por sus rendimientos escolares.
 
Yo aunque me mantuve en los siguientes años como un buen alumno, nunca más disputé el primer puesto. Felizmente no volví a sentirme mal por ser beneficiado indirecto de ninguna otra pésima decisión del ministerio de Educación. Y nunca hasta hoy, pasados más de 60 años, tuve oportunidad de relatarlo.

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