Tenía
14 años y medio al terminar el año 1956 y,
aunque seguramente yo mismo no me daba cuenta, estaba comenzando a perfilarse
en mí lo que sería mi actitud predominante en las siguientes décadas: la
actividad política. Desde que se instaló el gobierno de Manuel Prado el 28 de
julio de ese año estaba más interesado que nunca en leer en los periódicos lo
que pasaba en el Perú, pero ya no lo hacía sólo en mi casa como ocurría desde
cuatro o cinco años antes, sino también en el colegio cuando ayudaba a seleccionar
las noticias que difundiríamos en el radio periódico que propagábamos durante
los recreos de la mañana. También comenzaba a conversar con algunos compañeros
de estudio sobre la historia reciente, particularmente las denuncias sobre las
inmoralidades ocurridas durante el gobierno del general Manuel A. Odría. No
podía olvidar que, junto con varios compañeros de mi promoción, había estado
entre los dirigentes en mi colegio de la huelga estudiantil de Lima y el Callao
en protesta por la eliminación del pasaje escolar realizada un mes antes de la
terminación del régimen odriísta (Ver
crónica "Cuando las lecciones se reciben en casa" del 29 de octubre de 2012).
En
los últimos días del funcionamiento del colegio y antes de comenzar las
vacaciones, se nos informó que el municipio de Surquillo –creo que el alcalde
de esa época era el ex diputado piurano Juan Palacios Pintado- tenía preparado
un censo socio económico y solicitaba voluntarios para hacer de encuestadores y
visitar todos los hogares del distrito recabando la información requerida. Me
inscribí para participar en ese censo, cuya aplicación se haría durante cuatro
días en la segunda quincena de diciembre, no estoy seguro si en los días
inmediatamente anteriores o posteriores a la Navidad. Varios de mis compañeros
de tercero de secundaria también lo hicieron.
ENTUSIASMO
JUVENIL PARA APOYAR TAREAS CÍVICAS
Los
voluntarios para participar en el censo no sólo eran quienes estaban
interesados en política –sin incluso ser conscientes de ello-, ya que de ser
así muy pocos hubiéramos sido los inscritos. Como ocurre en hechos que pueden
suceder eventualmente y que salen de lo rutinario, se inscribieron aquellos
estudiantes que les gustaba organizar actividades o que tenían sana curiosidad
por conocer realidades sociales distintas a las propias o que querían meses
después demostrar en el colegio ante algunos profesores que les gustaba
colaborar con la comunidad. En fin, por
diversas razones participamos un buen grupo de estudiantes de la hasta entonces
Gran Unidad Escolar “Tomas Marsano”, que dos
meses después el 17 de febrero de 1957 pasaría a llamarse “Ricardo Palma”.
No
tengo muy claro la parte de la preparación, si se hizo por grupos o al conjunto
de los voluntarios, tampoco en qué local se realizó. Sí que hubo demostración
práctica de cómo llenar los formularios del censo. Los datos socio económicos
tenían una parte bastante subjetiva, ya que teníamos que calificar el estado
externo e interno de las viviendas o las condiciones de los muebles hogareños.
Había otra parte que tenía que ser desarrollado con la persona que se
encontraba en la casa: si había luz, agua o desagüe, si cocinaban con carbón,
leña o kerosene, si tenían radio, licuadora o refrigeradora, ya que aún no
habían llegado al país los televisores. Los datos sobre los habitantes de las
viviendas eran los clásicos: sexo, edad, estado civil, ocupación, grado de
instrucción, etc.
Surquillo
en esa época era un distrito que tenía apenas siete años de creado. Algunas de
las casas de su zona más antigua se diferenciaban poco de las de Miraflores que
se encontraban al otro lado del Paseo de la República, o dicho de otro modo, al
otro lado de las líneas del tranvía.
También en sus calles había construcciones de los años cuarenta cuando esa zona
inicialmente miraflorina comenzó a crecer albergando principalmente a sectores
populares y ya a algunos migrantes. Existían también zonas rurales que unos
diez años después habían disminuido ostensiblemente y dos décadas después desaparecidas
del todo.
El
censo lo realizamos sin mayores problemas. Vestidos con nuestros uniformes
caqui y portando credenciales entregadas por la municipalidad nos dedicamos a
tocar las puertas, recibir información de los ocupantes, fijarnos en algunos
indicadores subjetivos como los ya mencionados. Como para cada jornada nos
daban un sector, en algunos casos se tenía que averiguar con los vecinos si una
casa en la que no respondían estaba desocupada o se podía volver. En el común
de los casos, el trato de los entrevistados fue de colaboración y en algunos
encontramos insistencia en que tomáramos notas de carencias cuya
responsabilidad podía atribuirse a la municipalidad.
En
Surquillo había pobreza, pero no pobreza extrema. Se trataba de un distrito de
trabajadores quizás con pocos ingresos pero con mucha seguridad en que sus
hijos tendrían mejores condiciones de vida que las que les había tocado a
ellos. Mientras entrevistaba principalmente a madres de familia no me sentía
muy lejano de sus limitaciones y aspiraciones económicas. Yo vivía en los altos
de una vieja casa en el Rímac, en una de cuyas habitaciones nueve años antes se
había construido un baño, ya que la casa originalmente no lo tenía. Mi padre
como profesor ganaba quizás más que las dos terceras partes de los que yo
entrevistaba, pero menos seguramente de una tercera parte.
Siendo
una interesante experiencia no hubiese tenido mi participación en ese censo ninguna
significación en mi vida futura si no fuera por una entrevista. Una sola y con
quien de ninguna manera era jefe de familia. Pero fue una entrevista que marcó
mis años futuros al demostrarme lo duro
que puede ser la vida para algunos y que hizo que decidiera que frente a la
realidad peruana no podía ser indiferente…
LA
TRAGEDIA DE UNA MADRE Y SU HIJO ME CONMOVIERON
No
recuerdo la calle, ni siquiera tengo en mente cuantas otras viviendas existían
en el solar al que ingresé. Sí que al centro y final del callejón adonde daban
todas las puertas de las viviendas había un lavadero-botadero de fierro negro
de donde se recogía el agua y a donde se arrojaban otros líquidos. También que
era una tarde. Mi memoria se centra en el rostro
de un niño que entreabrió la puerta cuando estaba a punto de retirarme porque
nadie me abría. Tendría unos ocho o nueve años, así que le pregunté por alguna
persona mayor y me dijo que estaba solo. Le conté sobre el censo y le dije que
necesitaba que me contestara algunas preguntas. Dudó pero vio mi uniforme
escolar y mi credencial Comenzó a
abrirme la puerta y seguramente notó que en ese momento tenía yo mayor
inseguridad que la suya y me dijo resuelto señalándome un desfondado sofá:
Siéntese. Dejo la puerta a medio abrir y se sentó a su vez en un despintado
banquito de madera.
Por
lo que vi cuando se entreabrió la puerta
y mientras daba dos o tres pasos, además del sofá y el banco, había una mesa
una cama, un baúl, una cocina, un par de sillas disparejas, una caja donde
había algunos platos, tazas y cubiertos
y otra con algunos víveres, así como un par de ollas y una sartén en el piso.
En las paredes algunas alcayatas con ropa y un cuadro con el Corazón de
Jesús.
Sentados
ambos, el diálogo fue más o menos el siguiente:
- ¿En qué trabaja tu padre?
- No tengo padre…
- ¿Cuándo murió?
- No tengo padre… Nunca lo tuve
- ¿Nunca?
- Nunca, no tengo apellido. Nada más que el de mi mamá.
- … ¿Tu mamá trabaja?
- Sí trabaja.
- ¿Dónde?
- Es puta.
- ¿Cómo?
- Puta. Trabaja en un burdel. Su oficio se llama meretriz pero los vecinos dicen que es puta…
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- Porque ella me lo ha dicho. Ahora mismo está trabajando.
- ¿Dónde?
- En La Victoria, en el jirón Huatica…
- ¿Quiénes viven acá?
- Mi mamá y yo. Nadie más.
- ¿Estudias?
- No. Estudiaba pero los otros chicos me fregaban…
Quedé
mudo. Y al levantarme para salir sobre el hule de la mesa había una receta
médica con un nombre: estreptomicina.
- ¿Estas enfermo?
- No. Esa receta es para mi mamá. Ella es tísica…
Sentí que me faltaba aire. Le agradecí al niño y salí hacía la calle. Lo que sentía en ese momento lo describió mejor de lo que yo lo hubiese hecho el escritor Guillermo Thorndike, quien narró este episodio de mi vida en su novela “No, mi general”, publicada en abril de 1976:
“País de mierda, se enfurecía Filomeno, mundo
de mierda, peruanos de mierda que permitíamos, que consentíamos. Así es
peruanito, todos cómplices. Y el tugurio le hervía en la sangre, tanta cólera y
ni siquiera quince años, a todo esto –ciudad, funcionarios, discursos, primeras
piedras, diplomas- había que echarle candela, reventarlo.”
LA VIDA DE UNA PROSTITUTA ME IMPULSÓ A LA POLÍTICA
Hasta
ese momento mi acercamiento todavía inconsciente a la política había sido ético
y racional. Lo que se hablaba en mi casa, las conversaciones con mi padre, lo
que decían pero sobre todo conversaban los profesores de mi colegio, me
permitían irme armando un sistema de valores que me servía para distinguir lo
que estaba bien de lo que estaba mal. Mi precoz afán por enterarme de lo que
sucedía en el país a través de la lectura de periódicos me permitía sopesar las
posiciones que sobre determinados hechos tenían los actores políticos de esa
época. Pero esa tarde la conversación con un chiquillo de no más de nueve años,
le dio una dimensión distinta a mi vocación política, una mucho más completa
que me encaminó a lo que luego sería el compromiso político. No sólo se trataba
de buscar lo bueno o de sostener lo correcto. Sobre todo se trataba de luchar
por lo justo. No era la acción política una actividad dirigida a mejorar las
frías cifras con que se mide el crecimiento de un país sino a cambiar los
rostros tristes de quienes viven la pobreza. Pero al mismo tiempo, no tiene
sentido la política que se impulse por determinados dogmas, principios
ideológicos o concepciones del mundo sino sólo tiene sentido si lo que la inspira
es la insatisfacción, la indignación y la rabia frente a la marginación, la
desigualdad y la pobreza.
Fue después del censo que instintivamente
entendí que las realidades se cambian con instrumentos políticos que estén
dispuestos a que las carencias no existan más y que esos eran los partidos. Me
comenzó a interesar el Partido Demócrata Cristiano, cuya brillante bancada
parlamentaria se oponía tenazmente a lo que llamaba la actitud de “borrón y
cuenta nueva” y planteaba un verdadero
juicio político al ex dictador. Gobernantes como ese, pensaba yo, producen madres e hijos como los que había descubierto
en un cuarto de un callejón de Surquillo. Ese interés inicial me convertiría ya
en el último año del colegio en un simpatizante demócrata cristiano, por lo que
fue natural que inmediatamente después al terminar el quinto año de secundaria fuera
a inscribirme en ese partido, pero esa es otra historia.
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