Después
que el 26 o 27 de mayo de 1978 en una reunión clandestina del Secretariado del
Partido Socialista Revolucionario, decidimos sugerir a la Dirección Nacional
del partido plantear a diversas fuerzas políticas el retiro de sus listas de
candidatos a la Asamblea Constituyente, dada la imposibilidad de realizar
campañas electorales con suspensión de garantías constitucionales y toque de
queda, pero sobre todo, con candidatos detenidos
y deportados en la madrugada del 26 (Ver
crónica "Hablando con Villanueva del retiro de listas" del 20 de enero de 2013).
Por cierto,
en estas semanas que se ha recordado al vicealmirante Guillermo Faura Gaig como
el precursor de la obtención de derechos marítimos para el Perú en la Corte
Internacional de La Haya por las ideas desarrolladas en su libro "El Mar
peruano y sus límites" publicado en 1977, no se mencionado que un año después Faura,
ex comandante general de la Marina, fue uno
de esos deportados por el gobierno de Francisco Morales Bermúdez, su compañero
de promoción en el colegio.
Previamente a la reunión de la Dirección Nacional, algunos de nosotros deberíamos consultar los puntos de vista de los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés, presidente y responsable de la comisión política del partido respectivamente, llegados el mes anterior del exilio en México y nuevamente con orden de deportación ambos. La razón de la conversación con ellos era evitar que participaran de mencionada reunión –convocada para 72 horas después- puesto que esta instancia tenía más de veinticinco miembros y podría ser demasiado riesgoso para su seguridad considerando que alguno pudiera estar siendo seguido.
Previamente a la reunión de la Dirección Nacional, algunos de nosotros deberíamos consultar los puntos de vista de los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés, presidente y responsable de la comisión política del partido respectivamente, llegados el mes anterior del exilio en México y nuevamente con orden de deportación ambos. La razón de la conversación con ellos era evitar que participaran de mencionada reunión –convocada para 72 horas después- puesto que esta instancia tenía más de veinticinco miembros y podría ser demasiado riesgoso para su seguridad considerando que alguno pudiera estar siendo seguido.
Al
momento de salir, Antonio Meza Cuadra, secretario general del PSR, me encargó ubicar a Arturo. Me dijo que a las
tres de la tarde un contacto me daría la dirección dónde nos reuniríamos hora y
media después.
ME
ENTREGABAN A UN GENERAL EN CALLES SOLITARIAS
Debo
indicar que al día siguiente de nuestro paso repentino a la clandestinidad por
la persecución del gobierno de Morales Bermúdez (ver
crónica "Hace 35 años fui un papá de la calle" del 24 de mayo de 2013) un familiar cercano a Arturo Valdés hizo contacto
conmigo para avisarme que estaba seguro y que no se movería de su refugio salvo
cuando le indicáramos que debía participar de alguna reunión. En esos casos él
sería la persona que nos llevaría a Arturo a algún punto acordado y él también
lo recogería. Sólo si era indispensable hablar por teléfono, quedamos en
utilizar los términos “entrega” y “devolución” para referirnos a esas acciones.
Me dio también una serie de formas de ubicarlo y creo que incluso acordamos un lugar
de contacto cada 48 horas para mantenerlo informado.
Fue
por esas razones que Antonio me dio el encargo y esa misma noche hice los
arreglos para la “entrega” de Arturo.
A
las tres de la tarde del día siguiente me encontré con un compañero enviado por
Antonio con la dirección donde debíamos reunirnos y la indicación que la
reunión no iba a durar más de hora y media. Cuando me trató de explicar cómo
llegar le dije que no era necesario. Es que puedes perderte, me dijo preocupado.
No el problema es que puedo encontrarme…, le dije. Y ante la lógica extrañeza
que mostró su cara por mi respuesta añadí: puedo encontrarme con mi hermana que
vive a una cuadra. Lo que era efectivamente cierto, porque la casa era en la
urbanización La Virreina en Surco.
Una
hora después detuve el Volkswagen que me había prestado otra hermana en una solitaria
calle transversal de la Alameda Pardo de Miraflores. Me bajé justo a tiempo
para darles el encuentro a los ocupantes de otro Volkswagen que también acababa
de llegar. Quedé con el piloto en volvernos a encontrar en la cuadra siguiente
dos horas y media después. Mientras tanto, alguien vestido con una casaca y
pantalón jean que inicialmente me pareció desconocido, bajaba por la otra
puerta y avanzaba hacia el otro auto. Cuando subió al mismo tiempo que yo, se
dio cuenta de mi cara de sorpresa y Arturo Valdés soltó su risa inconfundible.
Arturo
era calvo y en los últimos años lucía barba blanca. Pero sentado a mi lado estaba
bien afeitado y con una peluca negra, que junto a su vestimenta lo hacían
parecer fácilmente con veinte años menos. Y como lo vería poco después, había
ensayado una forma de caminar que de ninguna manera se asociaba a una persona
de su edad.
Mientras
nos dirigíamos a la reunión escogí una ruta que cruzaba por la zona antigua de
Surco y al llegar a Los Rosales –urbanización en que cada una de sus
veintitantas calles se denomina Doña seguida de un nombre-comencé a avanzar
dando vueltas para alejarme de la avenida Ayacucho. Ya me estás mareando con
tanta doña, deja de preocuparte en dar tanta vuelta, que ya sabes lo
desorientado que soy y si más tarde me detienen, aunque me torturen, no voy a
ser capaz de ubicar dónde estuve, me dijo Arturo. No es eso, le contesté,
sucede que al otro lado de la avenida está la urbanización donde yo vivo y no
quiero encontrarme con ningún conocido. Pero inmediatamente recordé sonriendo
que, medio año antes pensó aterrado que
el avión que nos llevaría a Londres había aterrizado en otro lado (Ver crónica "No hemos llegado a Londres sino a Heathrow" del 27 de noviembre de 2012).
Las
últimas cuadras las recorrí despacio, pasando incluso la casa donde nos
reuniríamos y dando la vuelta por los alrededores para ver si había algo
sospechoso. A las 4 y 30 de la tarde estaba tocando el timbre de un chalet de
dos pisos. Me abrió un rostro conocido: “Pecho”, compañero de promoción de Rafo
Roncagliolo en Ciencias Sociales de la Católica y de gran talento y preparación
que lo llevarían años después a trabajar en organismos internacionales. Aunque
en ese momento yo no lo sabía, su casa había sido el refugio de Leonidas desde
la segunda noche de clandestinidad. La primera la había pasado en la casa del
médico Ernesto Velit, dirigente del partido, quien pasó providencialmente
minutos después de iniciado el toque de queda por la casa de los suegros de
Leonidas cuando éste no sabía a dónde dirigirse luego que el almirante Faura le
advirtiera telefónicamente que lo estaban deteniendo. Velit lo sacó de la casa
minutos antes que llegaran los autos militares llevando a un general porque por
su rango, Leonidas no podía ser detenido por un oficial de menor graduación.
Por
seguridad ya que la casa de Velit podía estar entre aquellas que buscaran, se
optó por trasladarlo a la casa de un militante menos conocido. Pecho nos dijo que
subiéramos al segundo piso que allí sería la reunión. En un cuarto algo en
penumbras pese a la hora debido a que las cortinas estaban cerradas para no ser
vistos desde la calle o de alguna casa vecina, estaban Leonidas, Antonio y
Rafo. Hubo efusivos abrazos en el reencuentro y los dos últimos miraron asombrados
el aspecto de Arturo. A una señal de
Antonio los tres o cuatro compañeros de apoyo que allí se encontraban se
retiraron y quedamos sólo los cinco dirigentes. Comencemos la reunión, dijo
Antonio y todos quedamos a la espera de las palabras de Leonidas. Éste, sin
embargo, no abrió la boca y por algunos de sus gestos nos dimos cuenta que algo
lo incomodaba. Arturo rompió el silencio diciendo: ¿Vamos a quedarnos callados
todo el tiempo? La cara de Leonidas cambio completamente y exclamó: Arturito
eres tú…
Nos
reímos todos. Leonidas explicó que como no había reconocido a quien había
llegado conmigo, supuso que era mi seguridad y que le pareció mal comenzar la reunión antes que se retirara.
En ese momento nos miramos todos. Rafo parecía mayor porque se había pintado
algunos mechones de canas, Antonio por su parte aparentaba menos edad, habían
desaparecido sus canas y lucía el pelo tan negro como los bigotes de utilería
que usaba. Yo tenía un peinado distinto al habitual y mis bigotes de una semana
habían cambiado en algo mi apariencia. A Arturo no lo reconocería ni su esposa,
algo que efectivamente pasó cuando terminó la etapa de unos 40 días de
clandestinidad. Leonidas estaba igual, aunque unos días después su cabello
blanco fue totalmente teñido, pero a su lado sobre un maletín estaba una peluca
que había utilizado para llegar a esa casa días antes.
Hicimos
un repaso de la situación del partido a nivel nacional. Si bien tres de
nuestros candidatos a la Asamblea Constituyente estaban detenidos en un cuartel
de Jujuy en Argentina: además de Faura, el también ex comandante general de la
Marina vicealmirante José Arce Larco y
el ex secretario general de la Federación de Empleados Bancarios, José Luis
Alvarado. En varios departamentos nuestros candidatos habían pasado a la clandestinidad
y en otros casos tenían que tener cuidado porque estaban vigilados por si
intentaran hacer algún tipo de movilizaciones. En Lima, nuestros locales
estaban cerrados aunque ninguno allanado seguramente porque la vigilancia
previa había demostrado a la policía que eran sólo para desarrollar acciones de
campaña electoral. Unas dos o tres oficinas no públicas que teníamos no habían
tenido problemas.
Se
examinó también la situación de ambos generales y se concluyó que era muy
importante evitar que los detuvieran ya que tenían orden de deportación, porque
la certeza que se hallaban en el Perú serviría mucho para mantener la moral de
los militantes que estaban resistiendo en las bases
las embestidas del gobierno contra las organizaciones populares,
principalmente para el caso del PSR aquellas vinculadas a la Confederación
Nacional Agraria.
Planteamos
la estrategia de buscar el retiro conjunto con otros partidos de las listas de
candidatos a la Asamblea Constituyente, la misma que un par de días después fuera
aprobada por la Dirección Nacional, en la que no participaron los dos
generales. La coordinación de esa estrategia la encargaron a Antonio, a Rafo y
a mí y a las entrevistas con los distintos partidos asistimos Arturo y yo,
aunque en alguna oportunidad no pude lograr que me lo “entregaran” a tiempo.
Como
he relatado en otras crónicas la posibilidad del retiro de listas fue superado
por las particulares razones que tenía cada agrupación (Ver crónica "Citas clandestinas acompañado de un desconocido"del 27 de diciembre de 2013). Y eso ocurrió pese a las limitaciones que hacían
imposible realizar una campaña electoral.
LA
RISA ALIVIA LAS TENSIONES
Pero
volvamos a la casa de La Virreina. Alrededor de las 5:30 pm la reunión había
terminado. Antonio nos dijo que el saldría primero llevándose a Leonidas a otra
casa que había conseguido en Pueblo Libre. Justamente por eso habíamos tenido
la reunión ahí. A partir de ese momento dejábamos de utilizar la casa, por si
alguno de los vecinos hubiese notado movimientos raros en los días últimos.
Previamente Leonidas entró al baño llevándose la peluca. Cuando salió usando
una larga peluca de color castaño claro, parecía un cantante hippie, mejor
dicho, un viejo cantante hippie. Arturo miró a Leonidas, se miró a si mismo en
un espejo que había en la habitación y dijo: “Si hay una redada policial, no
nos detienen por políticos sino por travestis…”, mientras que soltaba una
carcajada que todos acompañamos.
Como
he dicho en otras ocasiones en etapas tan tensas como las vividas en esa época,
ayuda mucho mantener el humor y no sólo sonreír sino reír abiertamente.
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