viernes, 21 de febrero de 2014

REUNIÓN CON ROSTROS CAMBIADOS (1978)


Después que el 26 o 27 de mayo de 1978 en una reunión clandestina del Secretariado del Partido Socialista Revolucionario, decidimos sugerir a la Dirección Nacional del partido plantear a diversas fuerzas políticas el retiro de sus listas de candidatos a la Asamblea Constituyente, dada la imposibilidad de realizar campañas electorales con suspensión de garantías constitucionales y toque de queda, pero sobre todo, con candidatos detenidos y deportados en la madrugada del 26 (Ver crónica "Hablando con Villanueva del retiro de listas" del 20 de enero de 2013).
Por cierto, en estas semanas que se ha recordado al vicealmirante Guillermo Faura Gaig como el precursor de la obtención de derechos marítimos para el Perú en la Corte Internacional de La Haya por las ideas desarrolladas en su libro "El Mar peruano y sus límites" publicado en 1977,  no se mencionado que un año después Faura, ex comandante general de la Marina,  fue uno de esos deportados por el gobierno de Francisco Morales Bermúdez, su compañero de promoción en el colegio.

Previamente  a la reunión de la Dirección Nacional, algunos de nosotros deberíamos consultar los puntos de vista de los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés, presidente y responsable de la comisión política del partido respectivamente, llegados el mes anterior del exilio en México y  nuevamente con orden de deportación ambos.  La razón de la conversación con ellos era evitar que participaran de mencionada reunión –convocada para 72 horas después- puesto que esta instancia tenía más de veinticinco miembros y podría ser demasiado riesgoso para su seguridad considerando que alguno pudiera estar siendo seguido.
Al momento de salir, Antonio Meza Cuadra, secretario general del PSR,  me encargó ubicar a Arturo. Me dijo que a las tres de la tarde un contacto me daría la dirección dónde nos reuniríamos hora y media después.
ME ENTREGABAN A UN GENERAL EN CALLES SOLITARIAS
Debo indicar que al día siguiente de nuestro paso repentino a la clandestinidad por la persecución del gobierno de Morales Bermúdez (ver crónica "Hace 35 años fui un papá de la calle" del 24 de mayo de 2013) un familiar cercano a Arturo Valdés hizo contacto conmigo para avisarme que estaba seguro y que no se movería de su refugio salvo cuando le indicáramos que debía participar de alguna reunión. En esos casos él sería la persona que nos llevaría a Arturo a algún punto acordado y él también lo recogería. Sólo si era indispensable hablar por teléfono, quedamos en utilizar los términos “entrega” y “devolución” para referirnos a esas acciones. Me dio también una serie de formas de ubicarlo y creo que incluso acordamos un lugar de contacto cada 48 horas para mantenerlo informado.
Fue por esas razones que Antonio me dio el encargo y esa misma noche hice los arreglos para la “entrega” de Arturo.
A las tres de la tarde del día siguiente me encontré con un compañero enviado por Antonio con la dirección donde debíamos reunirnos y la indicación que la reunión no iba a durar más de hora y media. Cuando me trató de explicar cómo llegar le dije que no era necesario. Es que puedes perderte, me dijo preocupado. No el problema es que puedo encontrarme…, le dije. Y ante la lógica extrañeza que mostró su cara por mi respuesta añadí: puedo encontrarme con mi hermana que vive a una cuadra. Lo que era efectivamente cierto, porque la casa era en la urbanización La Virreina en Surco.
Una hora después detuve el Volkswagen que me había prestado otra hermana en una solitaria calle transversal de la Alameda Pardo de Miraflores. Me bajé justo a tiempo para darles el encuentro a los ocupantes de otro Volkswagen que también acababa de llegar. Quedé con el piloto en volvernos a encontrar en la cuadra siguiente dos horas y media después. Mientras tanto, alguien vestido con una casaca y pantalón jean que inicialmente me pareció desconocido, bajaba por la otra puerta y avanzaba hacia el otro auto. Cuando subió al mismo tiempo que yo, se dio cuenta de mi cara de sorpresa y Arturo Valdés soltó su risa inconfundible.
Arturo era calvo y en los últimos años lucía barba blanca. Pero sentado a mi lado estaba bien afeitado y con una peluca negra, que junto a su vestimenta lo hacían parecer fácilmente con veinte años menos. Y como lo vería poco después, había ensayado una forma de caminar que de ninguna manera se asociaba a una persona de su edad.
Mientras nos dirigíamos a la reunión escogí una ruta que cruzaba por la zona antigua de Surco y al llegar a Los Rosales –urbanización en que cada una de sus veintitantas calles se denomina Doña seguida de un nombre-comencé a avanzar dando vueltas para alejarme de la avenida Ayacucho. Ya me estás mareando con tanta doña, deja de preocuparte en dar tanta vuelta, que ya sabes lo desorientado que soy y si más tarde me detienen, aunque me torturen, no voy a ser capaz de ubicar dónde estuve, me dijo Arturo. No es eso, le contesté, sucede que al otro lado de la avenida está la urbanización donde yo vivo y no quiero encontrarme con ningún conocido. Pero inmediatamente recordé sonriendo que,  medio año antes pensó aterrado que el avión que nos llevaría a Londres había aterrizado en otro lado (Ver crónica "No hemos llegado a Londres sino a Heathrow" del 27 de noviembre de 2012).
Las últimas cuadras las recorrí despacio, pasando incluso la casa donde nos reuniríamos y dando la vuelta por los alrededores para ver si había algo sospechoso. A las 4 y 30 de la tarde estaba tocando el timbre de un chalet de dos pisos. Me abrió un rostro conocido: “Pecho”, compañero de promoción de Rafo Roncagliolo en Ciencias Sociales de la Católica y de gran talento y preparación que lo llevarían años después a trabajar en organismos internacionales. Aunque en ese momento yo no lo sabía, su casa había sido el refugio de Leonidas desde la segunda noche de clandestinidad. La primera la había pasado en la casa del médico Ernesto Velit, dirigente del partido, quien pasó providencialmente minutos después de iniciado el toque de queda por la casa de los suegros de Leonidas cuando éste no sabía a dónde dirigirse luego que el almirante Faura le advirtiera telefónicamente que lo estaban deteniendo. Velit lo sacó de la casa minutos antes que llegaran los autos militares llevando a un general porque por su rango, Leonidas no podía ser detenido por un oficial de menor graduación.
Por seguridad ya que la casa de Velit podía estar entre aquellas que buscaran, se optó por trasladarlo a la casa de un militante menos conocido. Pecho nos dijo que subiéramos al segundo piso que allí sería la reunión. En un cuarto algo en penumbras pese a la hora debido a que las cortinas estaban cerradas para no ser vistos desde la calle o de alguna casa vecina, estaban Leonidas, Antonio y Rafo. Hubo efusivos abrazos en el reencuentro y los dos últimos miraron asombrados el aspecto de Arturo.  A una señal de Antonio los tres o cuatro compañeros de apoyo que allí se encontraban se retiraron y quedamos sólo los cinco dirigentes. Comencemos la reunión, dijo Antonio y todos quedamos a la espera de las palabras de Leonidas. Éste, sin embargo, no abrió la boca y por algunos de sus gestos nos dimos cuenta que algo lo incomodaba. Arturo rompió el silencio diciendo: ¿Vamos a quedarnos callados todo el tiempo? La cara de Leonidas cambio completamente y exclamó: Arturito eres tú…
Nos reímos todos. Leonidas explicó que como no había reconocido a quien había llegado conmigo, supuso que era mi seguridad y que le pareció  mal comenzar la reunión antes que se retirara. En ese momento nos miramos todos. Rafo parecía mayor porque se había pintado algunos mechones de canas, Antonio por su parte aparentaba menos edad, habían desaparecido sus canas y lucía el pelo tan negro como los bigotes de utilería que usaba. Yo tenía un peinado distinto al habitual y mis bigotes de una semana habían cambiado en algo mi apariencia. A Arturo no lo reconocería ni su esposa, algo que efectivamente pasó cuando terminó la etapa de unos 40 días de clandestinidad. Leonidas estaba igual, aunque unos días después su cabello blanco fue totalmente teñido, pero a su lado sobre un maletín estaba una peluca que había utilizado para llegar a esa casa días antes.
Hicimos un repaso de la situación del partido a nivel nacional. Si bien tres de nuestros candidatos a la Asamblea Constituyente estaban detenidos en un cuartel de Jujuy en Argentina: además de Faura, el también ex comandante general de la Marina  vicealmirante José Arce Larco y el ex secretario general de la Federación de Empleados Bancarios, José Luis Alvarado. En varios departamentos nuestros candidatos habían pasado a la clandestinidad y en otros casos tenían que tener cuidado porque estaban vigilados por si intentaran hacer algún tipo de movilizaciones. En Lima, nuestros locales estaban cerrados aunque ninguno allanado seguramente porque la vigilancia previa había demostrado a la policía que eran sólo para desarrollar acciones de campaña electoral. Unas dos o tres oficinas no públicas que teníamos no habían tenido problemas.
Se examinó también la situación de ambos generales y se concluyó que era muy importante evitar que los detuvieran ya que tenían orden de deportación, porque la certeza que se hallaban en el Perú serviría mucho para mantener la moral de los militantes que estaban resistiendo en las bases las embestidas del gobierno contra las organizaciones populares, principalmente para el caso del PSR aquellas vinculadas a la Confederación Nacional Agraria.
Planteamos la estrategia de buscar el retiro conjunto con otros partidos de las listas de candidatos a la Asamblea Constituyente, la misma que un par de días después fuera aprobada por la Dirección Nacional, en la que no participaron los dos generales. La coordinación de esa estrategia la encargaron a Antonio, a Rafo y a mí y a las entrevistas con los distintos partidos asistimos Arturo y yo, aunque en alguna oportunidad no pude lograr que me lo “entregaran” a tiempo.
Como he relatado en otras crónicas la posibilidad del retiro de listas fue superado por las particulares razones que tenía cada agrupación (Ver crónica "Citas clandestinas acompañado de un desconocido"del 27 de diciembre de 2013). Y eso ocurrió pese a las limitaciones que hacían imposible realizar una campaña electoral.
LA RISA ALIVIA LAS TENSIONES
Pero volvamos a la casa de La Virreina. Alrededor de las 5:30 pm la reunión había terminado. Antonio nos dijo que el saldría primero llevándose a Leonidas a otra casa que había conseguido en Pueblo Libre. Justamente por eso habíamos tenido la reunión ahí. A partir de ese momento dejábamos de utilizar la casa, por si alguno de los vecinos hubiese notado movimientos raros en los días últimos. Previamente Leonidas entró al baño llevándose la peluca. Cuando salió usando una larga peluca de color castaño claro, parecía un cantante hippie, mejor dicho, un viejo cantante hippie. Arturo miró a Leonidas, se miró a si mismo en un espejo que había en la habitación y dijo: “Si hay una redada policial, no nos detienen por políticos sino por travestis…”, mientras que soltaba una carcajada que todos acompañamos.
Como he dicho en otras ocasiones en etapas tan tensas como las vividas en esa época, ayuda mucho mantener el humor y no sólo sonreír sino reír abiertamente.

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