El 24 o
25 de mayo de 1978, con doce dirigentes de izquierda, la mayoría candidatos a
la Asamblea Constituyente, deportados en Jujuy, con varias dirigencias enteras
de los partidos en la clandestinidad, con toque de queda que impedía aun a los
partidos no perseguidos realizar una campaña electoral con normalidad, logramos
tener una reunión del secretariado del Partido Socialista Revolucionario.
El secretario general, Antonio Meza Cuadra, consiguió que le prestara su casa un médico, colega y amigo suyo que no tenía mayores vinculaciones partidarias. Previamente advertidos, todos tomamos la precaución de llegar a pie para no generar algún tipo de inquietud entre los vecinos, ya que la casa estaba ubicada en una solitaria calle de San Isidro, cerca del pasaje Parodi y a un par de cuadras de la avenida Petit Thouars.
El secretario general, Antonio Meza Cuadra, consiguió que le prestara su casa un médico, colega y amigo suyo que no tenía mayores vinculaciones partidarias. Previamente advertidos, todos tomamos la precaución de llegar a pie para no generar algún tipo de inquietud entre los vecinos, ya que la casa estaba ubicada en una solitaria calle de San Isidro, cerca del pasaje Parodi y a un par de cuadras de la avenida Petit Thouars.
Llegamos
uno a uno varios de los integrantes y tomamos algunas determinaciones que
tenían básicamente que ver con la seguridad. En primer lugar, para mantener
ocultos a los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés, llegados
apenas en abril del exilio en México y ya con orden de deportación ambos. En
segundo lugar, medidas de seguridad que implicaba “compartimentar” la relación
entre los propios integrantes del secretariado y con el resto de la Dirección
Nacional. En tercer lugar, algunas disposiciones para que los dirigentes
regionales tomaran sus propias medidas de seguridad. Finalmente se consideró
necesario comenzar a plantearse la posibilidad de retirarse de las elecciones
para lo cual resulta indispensable convocar a una instancia partidaria mayor,
la Dirección Nacional, previa reunión de algunos de los integrantes del secretariado
con los dos generales, uno de ellos nada menos que presidente del partido ya
que considerábamos muy riesgoso que asistieran a una reunión de más de veinte
personas, pues existía mayor probabilidad que alguno hubiese sido seguido.
Leonidas
y Arturo expresaron sus puntos de vista en una rápida reunión en la que participamos
Antonio Meza Cuadra, Rafael Roncagliolo y yo. Se realizó en una casa de una
nueva urbanización de Surco donde Leonidas estaba alojado y que dejó una vez
que se terminó para trasladarse bastante lejos, a Pueblo Libre. Por precaución,
él salió primero acompañado de Antonio y un par de compañeros de seguridad. De
los pormenores de esa reunión clandestina hablaremos en otra crónica.
REUNIDOS CON ASPECTO CAMBIADO
Pocos
días después se reunió la Dirección Nacional del PSR. Creo recordar que en el local
de un pequeño colegio. La reunión no podía ser más especial. Algunos que usaban
barba aparecían perfectamente afeitados, a otros ya se nos podía notar un
bigote que antes no lucíamos, otros estaban repentinamente avejentados por el
color blanco de sus cabelleras donde apenas dos semanas antes no tenían ninguna
cana, algunos repentinamente con gruesos bigotes que para los que estábamos en
contacto con ellos casi a diario, sabíamos que eran de utilería, incluso
algunos que poco antes tenían canas ya no mostraban ninguna. También de
elegantes ternos quienes normalmente vestían de sport o de colores chillones
acordes con lo que la juventud vestía en la época a cuarentones generalmente “encorbatados”.
Incluso usaba zapatos alguien que desde la época que lo conocí sólo caminaba
con sandalias.
- Es que la cita se concretó muy rápido y no hubo otra posibilidad…
- Estando usted en la clandestinidad, hubiera ido a donde me indicara
- Le agradezco la compresión…
- Entiéndala como proveniente de una persona que ha pasado por esto…
- Cierto y no pocas veces…
- Más de las que hubiera deseado…
Allí se
planteó la posibilidad de retirarse de esas elecciones. Como he mencionado, se
trataba de una campaña electoral en la que las listas de los partidos de izquierda
no tenían posibilidad de realizar actividad proselitista alguna e incluso
resultaba absolutamente complicada para las otras agrupaciones. Si no era
posible participar lo mejor era deslegitimarlas.
De los
dos grandes partidos que habían estado en los parlamentos anteriores al
gobierno militar, uno no participaba. Acción Popular fundamentalmente por
decisión de su jefe, el ex presidente Fernando Belaunde quien había decidido,
luego de inscribirse como partido ante el Jurado Nacional de Elecciones, no presentar
lista, aduciendo que la Asamblea Constituyente era un espacio que el gobierno
militar había escogido para institucionalizar las reformas que había realizado
en los entonces ya diez años de gobierno. El otro, el Partido Aprista Peruano,
organizado con presencia nacional y con la posibilidad de líderes tanto
nacionales como departamentales conocidos, según los analistas tenía todas las
posibilidades de ganar. Además su lista la encabezada su jefe por cincuenta
años, Víctor Raúl Haya de la Torre, para quien las posibilidades de una
presidencia de la república ya resultaban remotas dados sus 83 años de edad. La
posibilidad de convertirlo en presidente de la Asamblea Constituyente era una
forma de honrar a quien en más de una oportunidad habían proclamado como el
“presidente honorario” del Perú.
Era
difícil que el Apra se retirara. Como también que lo hiciera el Partido Popular
Cristiano que con once años de existencia enfrentaría por primera vez un
proceso electoral. El PPC tenía en Luis Bedoya Reyes un líder carismático que
ya había ganado la alcaldía de Lima en dos elecciones, en 1963 y 1966, aunque
en ambas oportunidades como candidato de la alianza entre Acción Popular y el
Partido Demócrata Cristiano. El PPC ante la ausencia de AP en las elecciones
tenía plena confianza en capitalizar esos votos que eran anti apristas y
distanciados de posiciones de izquierda.
BUSCANDO EL DIÁLOGO
Se
decidió que, entre ambas agrupaciones, era mejor intentar conversar con el Apra
no con la esperanza que se retirara, sino con la seguridad que tenían propios y
extraños sobre su triunfo, era consciente que requería el máximo de legitimidad
por lo que podía exigir al gobierno de Morales Bermúdez garantías mínimas para
todos.
Al igual
que con el PPC, se decidió no conversar con la Unión Nacional Odriista,
UNO y el Movimiento Democrático Pradista
o Peruano, MDP. Eran agrupaciones, sobrevivientes de caudillos ya fallecidos
bajo cuya sombra habían surgido. En el caso de la UNO, del ex dictador Manuel
A. Odría, que había derrocado a José Luis Bustamante y Rivero el 27 de octubre
de 1948 y que luego de ser gobernante de facto por cerca de dos años ganó en
1950 unas elecciones en que fue candidato único luego de mandar apresar a quien
pretendió ser su rival. Odría tuvo fuerza electoral en la década del 60 cuando
bajo el sobrentendido de “robó pero hizo obra”, logró un 25 % de los votos en
las elecciones presidenciales de 1962 y 1963. También el caso del MDP, creación
de Manuel Prado Ugarteche, miembro connotado de la oligarquía peruana que había
sido elegido presidente en 1939 y 1956 y que luego de ser derrocado 10 días
antes de culminar su mandato se fue a vivir a París hasta su muerte cinco años
después.
Había
que conversar con los partidos de centro, el Partido Demócrata Cristiano y el
Frente Nacional de Trabajadores y Campesino, FENATRACA, ninguno de ellos con
dirigentes perseguidos por la policía, pero sí impedidos de hacer una campaña
electoral normal y con muy poca presencia en los medios que controlaba el
gobierno.
Y por
cierto, también con los distintos partidos de izquierda que presentaban listas
para la constituyente y que tenían dirigentes deportados, detenidos o
perseguidos: El Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular, FOCEP, el
Partido Comunista Peruano y la Unión Democrática Popular, frente que agrupaba a
no menos de ocho pequeños partidos de izquierda. También con Acción Política
Socialista, que si bien aparentemente no había sido golpeado sí sufría la
deserción constante de candidatos de su lista.
De las coordinaciones
y evaluación inicial del diálogo con las fuerzas políticas quedamos encargados el
secretario general Antonio Meza Cuadra, yo que era el subsecretario general y
Rafael Roncagliolo llegado del exilio y retomado el liderazgo que tenía en la
etapa previa a la fundación del PSR.
Los tres
consideramos que yo participara en las distintas conversaciones, acompañado cuando
fuera posible –dado las limitaciones que su clandestinidad le daba- de Arturo
Valdés. Iniciados los contactos para sondear las posibilidades, vimos que lo
mejor era comenzar las conversaciones con el Partido Aprista, que lo hicimos a
través de algún amigo personal de Antonio. La respuesta llegó en un par de
horas. La reunión podría ser ese mismo día con Armando Villanueva del Campo, secretario
general del Apra. Por cierto que aceptamos y fijamos un punto para encontrarlo.
No hubo forma
de ubicar a Arturo Valdés dado que no teníamos canales partidarios para
conectarlo. A él sólo llegamos Rafo o yo a través de un familiar que era el
único que lo sacaba de su refugio para “entregármelo” para alguna reunión y a
él también lo “devolvía”. Pero requería algunas horas previas de coordinación
que ese día no pudimos cubrir. De tal manera que tendría que ir yo solo a la
reunión.
CON ARMANDO VILLANUEVA EN UN VIEJO AUTO
Desde
varios días antes yo había contactado con un amigo simpatizante del PSR que
tenía un antiguo auto, de finales de los años 50 o principios de los 60. Los
que se usaban antes para colectivos interprovinciales. Me había reunido dos o
tres veces con él y acordamos la forma de ubicarlo rápidamente si en algún
momento tenía necesidad de usarlo como chofer.
Había
citado a Villanueva en una esquina de una calle de Miraflores, por la zona de
la avenida Benavides con la avenida La Paz. A la hora convenida, siete de la
noche, el voluminoso auto con un letrero de taxi, paró donde se encontraba
parado Villanueva y mi amigo Angel se inclinó desde el volante hasta la ventana
de su derecha y le dijo: “Don Armando, debo llevarlo a su cita”. Un par de
cuadras más adelante subí yo.
- Disculpe don Armando que lo haya citado en la calle y no en una casa…
-
No se
preocupe…- Disculpe don Armando que lo haya citado en la calle y no en una casa…
- Es que la cita se concretó muy rápido y no hubo otra posibilidad…
- Estando usted en la clandestinidad, hubiera ido a donde me indicara
- Le agradezco la compresión…
- Entiéndala como proveniente de una persona que ha pasado por esto…
- Cierto y no pocas veces…
- Más de las que hubiera deseado…
Una
sonora carcajada terminó de romper el hielo. Armando Villanueva tenía en ese
momento 62 años y más de 45 de actividad política. Era secretario general
colegiado del Apra y uno de sus más destacados dirigentes. Había pasado por
detenciones y exilio, clandestinidad y deportaciones, la última hacia menos de
tres años. Entre 1963 y 1968 fue diputado por Lima y presidió la Cámara de
Diputados en 1966. Era fundador de la Federación Aprista Juvenil y su primer
secretario general, junto con una serie de sus compañeros nacidos en 1915 como
Andres Townsend, Luis Rodríguez Vildósola y Nicanor Mujica.
Mientras
habíamos iniciado el diálogo, el auto pasó de la avenida La Paz a la Alameda
Ricardo Palma, cruzó el puente sobre la Vía Expresa y se dirigió hasta la
avenida República de Panamá. Allí había una cafetería con estacionamiento hoy
desaparecida: OK BUENO. Ángel se bajó para consumir algo adentro de la cafetería,
mientras que yo ordené que nos sirvieran en el auto un par de cafés mientras iniciaba
la conversación con el dirigente aprista.
No hubo
mayores sorpresas en el intercambio de opiniones que tuvimos en el asiento trasero
del enorme auto. Para los apristas –que se sentían ganadores, aunque Villanueva
se cuidaba de hacer ostentación de ello- esas elecciones sin la participación
de Acción Popular era la oportunidad de volver al primer plano de la política
nacional, incluyendo la reivindicación de su líder Víctor Raúl Haya de la Torre
que, gracias al voto preferencial que para esos comicios se instauró por
primera vez, podía alcanzar una votación aluvional. Y por cierto que no estaban
descaminados. Menos de un mes después, el máximo líder aprista superó el millón
de votos y –debido a ser el más votado de la lista más votada- se aseguró la
presidencia de la Asamblea Constituyente.
Por todo
eso, la argumentación de Villanueva frente a nuestro planteamiento de boicotear
las elecciones con un retiro de las listas, fue señalar que, cuando se había
abierto un espacio, se debía asegurar el retorno de la democracia y hacer una
constitución que reflejara los nuevos tiempos en el Perú. Aun cuando se cuidó
de decirlo, podía entenderse que era una indicación a que se recogería todo lo
avanzado en lo social por la primera fase del gobierno militar, es decir de las
posiciones velasquistas que en el PSR reivindicábamos.
El
dirigente aprista era consciente de las condiciones en que se estaba
desarrollando la campaña electoral y se comprometió a pedir que se garantizara
la posibilidad de realizar campaña electoral a todos los partidos. Pero era
poco lo que podía hacer cuando faltaban unas tres semanas para las elecciones.
Dejó sin embargo abierto el camino de replantear su posición sólo si un número
significativo de listas se retiraban.
La
reunión fue breve y muy cordial. Para mi significó cumplir con el acuerdo de
hacer llegar nuestro planteamiento de todas maneras al partido que apuntaba a
ser el triunfador de las elecciones. Para él creo que el reconocimiento –basado
en su propia historia- que es necesario escuchar al perseguido.
Terminada
la conversación, dejamos a Villanueva por el centro de Miraflores y nos
retiramos rápidamente por la Vía Expresa con dirección a Lima. Al llegar a
Javier Prado pedí a mi amigo que me dejara por Lince, distrito por donde me
movía en esos días. Busqué un teléfono público y pude hablar con mi contacto
con Arturo Valdés, ya que al día siguiente tendríamos una reunión con otro
partido.
Una
media hora después había asegurado que contaría con el general a mi lado, pero
no tenía por qué saber que ni en esa reunión ni en otra que tendría dos días
después, nuestros interlocutores se sentirían extrañados que Arturo no
asistiera pese a estar anunciado. Eso será motivo de otra crónica…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario