viernes, 21 de febrero de 2014

DE TRÁNSITO POR UN PAÍS QUE NO EXISTE (1990)


El 20 de octubre de 1990 a las cinco de la tarde aterrizamos en Moscú cuatro integrantes de la Coordinación Socialista Latinoamericana, luego de participar en un evento en la República Popular Democrática de Corea y de pasar tres días de visita en la República Popular China. La delegación la integrábamos Pepe Luna y yo, del Partido Socialista Revolucionario del Perú, un veterano dirigente del Partido Socialista de Chile y un dirigente joven de la Alianza Democrática M-19 de Colombia, movimiento político de izquierda surgido después de la desmovilización del movimiento guerrillero M 19 y que se insertó en la vida democrática de su país y obtuvo más del 25 % de los votos en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente realizada un mes y medio después de este viaje.
Habíamos salido de Beijing el día 19 en la mañana. Y después de un tránsito de 20 horas en Pyongyang partido esa mañana de la capital norcoreana en un vuelo de un par de horas a la ciudad de Khabárovsk en el extremo oriental de Rusia  para desde allí realizar un viaje de casi 9 horas. En esa época la línea aérea estatal soviética permitía fumar solamente en vuelos internacionales. Yo que por esa época era aun fumador,  lo había podido hacer incluso en tramos cortos en el viaje de ida, como el realizado entre Shannon y Luxemburgo que demoró alrededor de hora y media. Sin embargo este largo viaje, en que tuve que cruzar por siete husos horarios distintos, era un vuelo nacional. El letrero de “Prohibido fumar” no se apagó en ningún momento. Recordé entonces las palabras de un joven traductor en un viaje anterior, mientras volábamos de Moscú a Sochi: “haga como en el colegio”… En esa ocasión entré una vez al baño del avión. En esta oportunidad fueron unas cuatro veces las que entré como colegial escondiéndose para fumar. En esos tiempos no existían o Aeroflot no usaba los detectores de humo para los baños…

Cuando a las siete de la noche abandonamos el aeropuerto nuestros cuerpos tenían el cansancio no sólo de las 13 horas de viaje desde la salida de SOCH, el centro de alojamiento  para invitados en Pyongyang, que estaba vacío a nuestro regreso de Beijing a diferencia de lo repleto que estuvo días antes (Ver crónica "¿Quién se atreve a operar al Gran Líder?" del 18 de octubre de 2013). También el cansancio se debía a que nuestros cuerpos se sentían a las 1 de la mañana del día siguiente, considerando la hora asiática de los últimos 10 días en China y Corea.
UN HOTEL  DENTRO DE UNA EMBAJADA

A diferencia de otras veces, la salida del aeropuerto demoró un poco y cuando aparecimos fuera del área restringida llevando nuestro equipaje nos esperaban un par de funcionarios coreanos con letreros con nuestros nombres. En un idioma que mezclaba algo de inglés con poquísimo castellano nos indicaron que iríamos hacia el hotel. Era sábado y los dos autos diplomáticos que nos conducían avanzaron con bastante rapidez hasta la zona donde se hallaban las embajadas y residencias diplomáticas. Llegamos a un gran portón que fue inmediatamente abierto. Era por lo menos media manzana que ocupaban las distintas edificaciones, no sólo las correspondientes a oficinas de la embajada sino las casas y departamentos de los diplomáticos y un hotel para pasajeros en tránsito. Lo del hotel tenía sentido considerando que era desde Moscú que los coreanos viajaban al mundo.

En ese hotel, nos indicaron, estaríamos hasta el lunes en la noche que saldría nuestro vuelo hacia Lima. Alguno de nosotros comentó a una de las personas que nos había recibido que no tenía idea que había un hotel en la embajada y que pensaba que nos iban a alojar en el “Octubre”, hotel del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS. La respuesta fue inmediata y tajante: nosotros veníamos de regreso de una invitación de los coreanos y éramos responsabilidad de ellos. Algunas palabras, confusas aún para aquellos que hablaban inglés, dieron a entender que no tenían relaciones en los últimos meses con el PCUS.
Como mencioné en otra crónica, en los primeros días de junio de ese año, los presidentes de la Unión Soviética y de Corea del Sur, se habían reunido en la ciudad norteamericana de San Francisco, en lo que constituyó la primera reunión de dirigentes de ambos países en 45 años. Los norcoreanos consideraron que sus aliados por décadas se habían sentado con "el enemigo" y condenaron enérgicamente esa reunión, iniciándose una tensa relación entre ambos países y los partidos únicos que los gobernaban.

Antes de caer rendidos esa noche, acordamos que la mañana siguiente después del desayuno saldríamos en paseo dominical por el centro de la ciudad.
Hagamos un salto por unos momentos de ese paseo para hablar de la reunión que logramos tener con funcionarios del PCUS. No fue nada fácil porque los teléfonos que teníamos eran de oficinas y nos pasamos el domingo intentando infructuosamente de conectarnos. Recién en la mañana del lunes pude hablar con Anatoly K. funcionario encargado de las relaciones con partidos del Perú, Brasil, República Dominicana y no me acuerdo si alguno más. Con él habíamos tenido mutua simpatía desde que nos habíamos conocido justo dos años antes. Le expliqué que estábamos de paso y que nos gustaría conversar con él y alguna otra persona. Me pidió un par de minutos para coordinar. Eran las nueve de la mañana y quedamos en que nos recogería a las 11. Salgan de la embajada y diríjanse hacia la derecha como yendo a la estación del metro me dijo. Al final de esa larga calle los estaré esperando.

Terminada la conversación me acerque a la mesa donde estaban mis tres compañeros y les dije sonriendo: “Tenemos una cita clandestina con funcionarios soviéticos en una calle de Moscú...”.
CITA CLANDESTINA EN MOSCÚ

Diez minutos antes de las once de la mañana los cuatro latinoamericanos estábamos en el recibidor del hotel listos para salir. Dijimos al administrador del hotel que saldríamos a pasear y que quizás almorzaríamos fuera. Miró unos papeles y nos dijo que no había problema porque la cena se servía a las siete de la noche y nuestros autos saldrían al aeropuerto una hora después.

Como lo comentamos varias horas después nos sentíamos partícipes de una película de espionaje. Salimos lentamente de las edificaciones coreanas y nos despedimos sonrientes de los guardias de seguridad que nos abrieron la puerta sonriendo también. Avanzamos hasta la esquina. Apenas llegamos a ella distinguí a Anatoly acompañado de Yuri A., funcionario que se encargaba de las relaciones con los partidos socialistas y “progresistas” de América Latina. Nos estrechamos con un abrazo y presenté a mis compañeros. Vamos a tomarnos un café al hotel del partido dijo y nos dirigimos a dos autos que estaban estacionados a pocos metros de la esquina: uno negro y otro de color marrón claro, lo que me extrañó. Había estado invitado o de tránsito en otras oportunidades y era la primera vez que en había un auto que no era negro.
En unos veinte minutos estábamos ingresando al hotel “Octubre” y nos sentamos en la cafetería. Después de consultarnos, pidieron café para todos y nos preguntaron con qué tiempo contábamos. En realidad no tenemos ningún programa, contestamos. Entonces, dijo Yuri, es mejor que me apure a reservar mesa para seis en el comedor para la una o una y treinta. En ese momento reparé en que el hotel estaba lleno y con mucho movimiento, incluyendo alegres gritos de grupos juveniles, lo que me extrañó porque era distinto al ambiente que yo recordaba (Ver crónica "Moscú: no sólo los tres hoteles fueron distintos" del 26 de noviembre de 2013). Poco después vimos pasar a cuatro o cinco personas con grandes sombreros y que tenían el aspecto y los modales que en las películas norteamericanas tienen los millonarios texanos. ¿Y estos son del PC de Estados Unidos?, pregunté. Medio azorado Anatoly me explicó que el hotel del partido, antes inaccesible incluso para los comunistas soviéticos que no tenían autorización, funcionaba ya como hotel abierto al turismo y donde regularmente sólo un piso estaba reservado para invitados del PCUS.

Luego añadió que los autos del comité central se solicitaban con anticipación y aquellos no separados se dedicaban a trabajar para las agencias estatales de turismo. Quedaban unos pocos para emergencias. Eso explicaba que sólo hubiese un auto negro, que era el único que había disponible para el departamento internacional y habían tenido que conseguir el otro. Cada negocio del partido tiene que generar sus propios ingresos me dijo. Posteriormente, tanto él como Yuri se encargaron de hablarnos de una reciente Conferencia de Organización del partido, la primera en décadas, y cómo la línea de Mijaíl Gorbachov de acabar con los privilegios partidarios había generado adhesiones en grandes sectores del país.
Desde mediados de 1988 la prédica renovadora de Gorbachov se había plasmado ya en reformas económicas. Por primera vez desde que se instauró la Nueva Política Económica de Vladimir Lenin en 1921 y que tuvo vigencia unos siete años, se permitió la propiedad privada en algunos sectores de servicios, como restaurantes o cafeterías, la industria manufacturera y sectores de comercio exterior. Al mismo tiempo se decidió  reducir el control gubernamental sobre las actividades privadas. Incluso en un tránsito de unas 35 horas que yo había hecho a fines de junio de ese año 1988, un amable segundo secretario de la embajada peruana me había mostrado uno de los primeros cafés de propiedad privada que había en Moscú.

Cuando después de almorzar, nos paramos para retirarnos vimos que en otras mesas se estaba tomando licor y no en pocas cantidades. Le recordé a Anatoly cuando en ese hotel  no se servía licor. Nosotros aun cumplimos esas reglas, pero a los turistas es imposible imponerlas, me dijo. Seguimos nuestra conversación una vez más en la cafetería y se centró en que existía una lucha, de un lado, porque las reformas instalaran instituciones sólidas y por otro la constitución de verdaderas “mafias” que comenzaban a prepararse para hacerse dueños del máximo posible de negocios que se privatizarían, lo que incluía también pequeños acaparadores. Del resultado de esa disputa dependía el rumbo que tomaría la Unión Soviética.
DESABASTECIMIENTO, COLAS Y MERCADO NEGRO
Esto último tenía que ver con lo vivido por nosotros el día anterior. Cuando decidimos salir y al caer en cuenta que no teníamos monedas soviéticas, le dijimos al conserje del hotel si podía cambiarnos unos dólares. Nos dimos cuenta que no tenía mucho sentido cambiar ni siquiera diez dólares. Buscamos billetes de a dólar, dos de mis compañeros tenían un billete cada uno y me los dieron. Yo tenía un billete de 5 que le di y el coreano me dio 35 rublos. El cambio oficial era un dólar con veinte centavos por rublo, pero nos estaba dando 7, aunque por la cara que puso estábamos seguros que nos estaba dando bastante menos que en el mercado negro, como lo comprobaríamos posteriormente.

Después de caminar unas dos o tres cuadras desde la embajada, llegamos a una estación del metro. Nos orientamos con los mapas y planos de las estaciones que habían en la primera planta y descendimos las rápidas escaleras que nos llevaban a una estación en la profundidad que era hermosa, como la mayoría de la estaciones del metro que conocí en Moscú. Desde allí nos trasladamos a la estación cercana a la Plaza Roja. Gastamos 40 kopek (centavos) en los cuatro pasajes de ida y otro tanto en el regreso. Quizás gastamos algunas monedas más en algunas  botellas de agua compradas en un kiosco. De todas maneras nos quedaban más de 30 rublos cuando subimos al avión de regreso que nos repartimos los billetes sobrantes como recuerdo, ya que no pudimos comprar nada.
Llegando a la Plaza Roja pudimos caminar por su amplia superficie de unas siete hectáreas y visitar la hermosa Catedral de San Basilio, construida cuatro siglos antes, mirar las murallas del Kremlin, el Museo Histórico, el Mausoleo de Lenin y otros edificios (Ver crónica "Desorientaciones en Moscú" del 31 de diciembre de 2012).

No pudimos comprar ningún recuerdo, ni objeto de artesanía rusa, ni otra cosa con rublos. Las tiendas por las que pasábamos estaban cerradas, pero se podían ver vacías. Cuando ingresamos al enorme hotel Rusia situado a pocos metros de la plaza, vimos que la tienda para turistas en donde se pagaba con dólares estaba llena y que una buena cantidad tenía aspecto de no ser visitantes extranjeros sino locales. Caminamos un rato por los enormes ambientes del hotel y comprobamos que los restaurantes y cafeterías no sólo estaban repletos sino que había enormes colas de comensales esperando.
También habíamos visto incluso mayores colas en restaurantes por los alrededores de la plaza con menús que costaban 6, 8 ó 10 rublos. Salimos del hotel y nos dirigimos a un elegante y antiguo edificio de unos cuatro pisos situado cerca del Museo Histórico donde un par de horas antes habíamos visto al pasar que se encontraban algunos negocios que daban a la calle.

Entramos, vimos algunas agencias de viajes, subimos por una escalera lateral después de leer en un letrero en inglés y ruso que anunciaba un restaurante. Al llegar al segundo piso además de una serie de oficinas, destacaba el inicio de una enorme escalera de mármol de unos diez metros de ancho. Un grueso cordón forrado en terciopelo rojo cuidado por dos fornidos vigilantes, impedía seguir subiendo. Pepe trató de hacerles entender que queríamos subir a almorzar. Nos indicaron en ruso y con ademanes que todo estaba lleno. Pepe insistió indicando con gestos que pagaríamos con dólares. Ambos fortachones se miraron y uno le hizo una seña al otro para que subiera. Un par de minutos después, bajó acompañado de un maître quien conversó rápidamente con Pepe. Cinco dólares por cada uno fue el resultado del regateo. Nos pidió unos minutos de espera. No pasó mucho tiempo para que bajara sonriente y nos dijera que la reservación que habíamos hecho estaba lista.
Una vez arriba comprobamos que había cola para ingresar al comedor, seguramente porque quienes estaban esperando iban a pagar en rublos. Vodka como aperitivo, entrada, segundo, postre, además de un par de jarras de gaseosas y café fue lo que consumimos. Al terminar vino con una boleta con la cuenta que prácticamente no tuvimos tiempo de mirar, recibió los veinte dólares que guardó en un bolsillo mientras se dirigía a la caja sacando rublos del otro. Por los precios que habíamos logrado ver en los menús calculábamos que sólo utilizaría la mitad del dinero. Nos equivocamos.

SE PREPARABAN PARA HACERSE DE LAS EMPRESAS DE CUALQUIER FORMA
Volviendo a la cafetería del hotel “Octubre” al día siguiente, nuestros anfitriones nos dirían que se sabía que en el mercado negro el dólar podía estar cotizándose alrededor de los 15 rublos. Es decir que el maître sólo había gastado la cuarta parte de lo que le dimos. Y allí nos enteraríamos que desde que se comenzó a conocer que era posible la “privatización” de negocios como los restaurantes se comenzó a hablar que sus trabajadores tendrían preferencia y facilidades para comprarlos. Nuestro maître acumulaba dólares para especular permanentemente y estar en condiciones de tener más rublos que otros para comprar el restaurante en el que seguramente estaba trabajando por más de 20 años.

Cuando incluso en la actualidad se publican informaciones sobre multimillonarios rusos cuyas fortunas surgieron de la nada, yo no dejo de pensar en el sonriente maître indicándonos que nuestra reservación estaba lista.
Si en nuestro tránsito por Moscú sólo hubiésemos conversado con Anatoly y Yuri hubiésemos pensado que Gorbachov consolidaría sus reformas en un modelo económico bastante distinto al que había campeado por alrededor de 60 años. Sin embargo, nuestra experiencia en el almuerzo dominical, los almacenes vacíos, las enormes colas para tratar de comer algo en un restaurante, el amontonamiento de gente para comprar en tiendas que sólo aceptaban dólares y la abierta especulación de monedas, nos hizo definitivamente dudar en el éxito del carismático gobernante. El mensaje político no sólo era esperanzador, aunque sólo fuera por el desconcierto y aun desencanto total que había generado entre los ortodoxos seguidores de PCUS en todo el mundo, sino de persistir en él se encaminaba hacia una social democracia. Por alguna razón varios años después el ya ex presidente soviético formaría el Partido Social Demócrata de Rusia el 2001 y, en base a éste, la Unión de Social Demócratas en el 2007, pero eso no podíamos saberlo el 22 de octubre de 1990.

IMPOSIBLE SER CAPITAL DE UN PAÍS QUE YA NO EXISTE
Horas después de nuestra cordial conversación con los funcionarios del PCUS, cuando se acercaba la medianoche, nuestro vuelo despegó del  aeropuerto moscovita Sheremétievo. Podía imaginar varias razones para pensar que era mi última visita a la capital soviética, pero ninguna de esas razones era que NO habría capital soviética, porque NO habría Unión Soviética. No podía sospechar que en agosto siguiente un grupo del partido comunista soviético intentaría un golpe de estado para retroceder en las reformas, sin suponer que con el debilitamiento que su acción produjo en el liderazgo de Gorbachov, terminaría no sólo con la renuncia de éste a la presidencia sino con la disolución de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991.

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