El 20 de octubre de 1990 a las cinco
de la tarde aterrizamos en Moscú cuatro integrantes de la Coordinación
Socialista Latinoamericana, luego de participar en un evento en la República
Popular Democrática de Corea y de pasar tres
días de visita en la República Popular China. La delegación la integrábamos Pepe
Luna y yo, del Partido Socialista Revolucionario del Perú, un veterano dirigente
del Partido Socialista de Chile y un dirigente joven de la Alianza Democrática
M-19 de Colombia, movimiento político de izquierda surgido después de la
desmovilización del movimiento guerrillero M 19 y que se insertó en la vida
democrática de su país y obtuvo más del 25 % de los votos en las elecciones de
la Asamblea Nacional Constituyente realizada un mes y medio después de este
viaje.
Habíamos salido de Beijing el día
19 en la mañana. Y después de un tránsito de 20 horas en Pyongyang partido esa
mañana de la capital norcoreana en un vuelo de un par de horas a la ciudad de Khabárovsk en el
extremo oriental de Rusia para desde
allí realizar un viaje de casi 9 horas. En esa época la línea aérea estatal
soviética permitía fumar solamente en vuelos internacionales. Yo que por esa
época era aun fumador, lo había podido hacer incluso en tramos cortos
en el viaje de ida, como el realizado entre Shannon y Luxemburgo que demoró alrededor
de hora y media. Sin embargo este largo viaje, en que tuve que cruzar por siete
husos horarios distintos, era un vuelo nacional. El letrero de “Prohibido
fumar” no se apagó en ningún momento. Recordé entonces las palabras de un joven
traductor en un viaje anterior, mientras volábamos de Moscú a Sochi: “haga como
en el colegio”… En esa ocasión entré una vez al baño del avión. En esta
oportunidad fueron unas cuatro veces las que entré como colegial escondiéndose
para fumar. En esos tiempos no existían o Aeroflot no usaba los detectores de
humo para los baños…
Cuando a las siete de la noche
abandonamos el aeropuerto nuestros cuerpos tenían el cansancio no sólo de las
13 horas de viaje desde la salida de SOCH,
el centro de alojamiento
para invitados en Pyongyang, que estaba vacío a nuestro regreso de
Beijing a diferencia de lo repleto que estuvo días antes (Ver crónica "¿Quién se atreve a operar al Gran Líder?" del 18 de octubre de 2013). También el cansancio se debía a que nuestros
cuerpos se sentían a las 1 de la mañana del día siguiente, considerando la hora
asiática de los últimos 10 días en China y Corea.
UN
HOTEL DENTRO DE UNA EMBAJADA
A
diferencia de otras veces, la salida del aeropuerto demoró un poco y cuando
aparecimos fuera del área restringida llevando nuestro equipaje nos esperaban
un par de funcionarios coreanos con letreros con nuestros nombres. En un idioma
que mezclaba algo de inglés con poquísimo castellano nos indicaron que iríamos
hacia el hotel. Era sábado y los dos autos diplomáticos que nos conducían
avanzaron con bastante rapidez hasta la zona donde se hallaban las embajadas y
residencias diplomáticas. Llegamos a un gran portón que fue inmediatamente
abierto. Era por lo menos media manzana que ocupaban las distintas
edificaciones, no sólo las correspondientes a oficinas de la embajada sino las
casas y departamentos de los diplomáticos y un hotel para pasajeros en
tránsito. Lo del hotel tenía sentido considerando que era desde Moscú que los
coreanos viajaban al mundo.
En
ese hotel, nos indicaron, estaríamos hasta el lunes en la noche que saldría
nuestro vuelo hacia Lima. Alguno de nosotros comentó a una de las personas que
nos había recibido que no tenía idea que había un hotel en la embajada y que
pensaba que nos iban a alojar en el “Octubre”, hotel del Partido Comunista de
la Unión Soviética, PCUS. La respuesta fue inmediata y tajante: nosotros
veníamos de regreso de una invitación de los coreanos y éramos responsabilidad
de ellos. Algunas palabras, confusas aún para aquellos que hablaban inglés,
dieron a entender que no tenían relaciones en los últimos meses con el PCUS.
Como
mencioné en otra crónica, en los primeros días de junio de ese año, los
presidentes de la Unión Soviética y de Corea del Sur, se habían reunido en la
ciudad norteamericana de San Francisco, en lo que constituyó la primera reunión
de dirigentes de ambos países en 45 años. Los norcoreanos consideraron que sus
aliados por décadas se habían sentado con "el enemigo" y condenaron
enérgicamente esa reunión, iniciándose una tensa relación entre ambos países y los
partidos únicos que los gobernaban.
Antes
de caer rendidos esa noche, acordamos que la mañana siguiente después del
desayuno saldríamos en paseo dominical por el centro de la ciudad.
Hagamos
un salto por unos momentos de ese paseo para hablar de la reunión que logramos
tener con funcionarios del PCUS. No fue nada fácil porque los teléfonos que
teníamos eran de oficinas y nos pasamos el domingo intentando infructuosamente
de conectarnos. Recién en la mañana del lunes pude hablar con Anatoly K.
funcionario encargado de las relaciones con partidos del Perú, Brasil,
República Dominicana y no me acuerdo si alguno más. Con él habíamos tenido
mutua simpatía desde que nos habíamos conocido justo dos años antes. Le
expliqué que estábamos de paso y que nos gustaría conversar con él y alguna
otra persona. Me pidió un par de minutos para coordinar. Eran las nueve de la
mañana y quedamos en que nos recogería a las 11. Salgan de la embajada y
diríjanse hacia la derecha como yendo a la estación del metro me dijo. Al final
de esa larga calle los estaré esperando.
Terminada la conversación me
acerque a la mesa donde estaban mis tres compañeros y les dije sonriendo:
“Tenemos una cita clandestina con funcionarios soviéticos en una calle de
Moscú...”.
CITA CLANDESTINA EN MOSCÚ
Diez minutos antes de las once de
la mañana los cuatro latinoamericanos estábamos en el recibidor del hotel
listos para salir. Dijimos al administrador del hotel que saldríamos a pasear y
que quizás almorzaríamos fuera. Miró unos papeles y nos dijo que no había
problema porque la cena se servía a las siete de la noche y nuestros autos
saldrían al aeropuerto una hora después.
Como lo comentamos varias horas
después nos sentíamos partícipes de una película de espionaje. Salimos
lentamente de las edificaciones coreanas y nos despedimos sonrientes de los
guardias de seguridad que nos abrieron la puerta sonriendo también. Avanzamos hasta
la esquina. Apenas llegamos a ella distinguí a Anatoly acompañado de Yuri A.,
funcionario que se encargaba de las relaciones con los partidos socialistas y
“progresistas” de América Latina. Nos estrechamos con un abrazo y presenté a mis
compañeros. Vamos a tomarnos un café al hotel del partido dijo y nos dirigimos
a dos autos que estaban estacionados a pocos metros de la esquina: uno negro y
otro de color marrón claro, lo que me extrañó. Había estado invitado o de
tránsito en otras oportunidades y era la primera vez que en había un auto que
no era negro.
En unos veinte minutos estábamos
ingresando al hotel “Octubre” y nos sentamos en la cafetería. Después de
consultarnos, pidieron café para todos y nos preguntaron con qué tiempo
contábamos. En realidad no tenemos ningún programa, contestamos. Entonces, dijo
Yuri, es mejor que me apure a reservar mesa para seis en el comedor para la una
o una y treinta. En ese momento reparé en que el hotel estaba lleno y con mucho
movimiento, incluyendo alegres gritos de grupos juveniles, lo que me extrañó
porque era distinto al ambiente que yo recordaba (Ver crónica "Moscú: no sólo los tres hoteles fueron distintos" del 26 de noviembre de 2013). Poco después vimos pasar a cuatro o cinco
personas con grandes sombreros y que tenían el aspecto y los modales que en las
películas norteamericanas tienen los millonarios texanos. ¿Y estos son del PC
de Estados Unidos?, pregunté. Medio azorado Anatoly me explicó que el hotel del
partido, antes inaccesible incluso para los comunistas soviéticos que no tenían
autorización, funcionaba ya como hotel abierto al turismo y donde regularmente
sólo un piso estaba reservado para invitados del PCUS.
Luego añadió que los autos del
comité central se solicitaban con anticipación y aquellos no separados se
dedicaban a trabajar para las agencias estatales de turismo. Quedaban unos
pocos para emergencias. Eso explicaba que sólo hubiese un auto negro, que era
el único que había disponible para el departamento internacional y habían
tenido que conseguir el otro. Cada negocio del partido tiene que generar sus
propios ingresos me dijo. Posteriormente, tanto él como Yuri se encargaron de
hablarnos de una reciente Conferencia de Organización del partido, la primera
en décadas, y cómo la línea de Mijaíl Gorbachov de acabar con los privilegios
partidarios había generado adhesiones en grandes sectores del país.
Desde mediados de 1988 la prédica
renovadora de Gorbachov se había plasmado ya en reformas económicas. Por
primera vez desde que se instauró la Nueva Política Económica de Vladimir Lenin
en 1921 y que tuvo vigencia unos siete años, se permitió la propiedad privada
en algunos sectores de servicios, como restaurantes o cafeterías, la industria
manufacturera y sectores de comercio exterior. Al mismo tiempo se decidió reducir el control gubernamental sobre las
actividades privadas. Incluso en un tránsito de unas 35 horas que yo había
hecho a fines de junio de ese año 1988, un amable segundo secretario de la
embajada peruana me había mostrado uno de los primeros cafés de propiedad
privada que había en Moscú.
Cuando después de almorzar, nos
paramos para retirarnos vimos que en otras mesas se estaba tomando licor y no
en pocas cantidades. Le recordé a Anatoly cuando en ese hotel no se servía licor. Nosotros aun cumplimos
esas reglas, pero a los turistas es imposible imponerlas, me dijo. Seguimos
nuestra conversación una vez más en la cafetería y se centró en que existía una lucha, de un lado, porque las
reformas instalaran instituciones sólidas y por otro la constitución de
verdaderas “mafias” que comenzaban a prepararse para hacerse dueños del máximo
posible de negocios que se privatizarían, lo que incluía también pequeños
acaparadores. Del resultado de esa disputa dependía el rumbo que tomaría la
Unión Soviética.
DESABASTECIMIENTO, COLAS Y
MERCADO NEGRO
Esto último tenía que ver con lo
vivido por nosotros el día anterior. Cuando decidimos salir y al caer en cuenta
que no teníamos monedas soviéticas, le dijimos al conserje del hotel si podía
cambiarnos unos dólares. Nos dimos cuenta que no tenía mucho sentido cambiar ni
siquiera diez dólares. Buscamos billetes de a dólar, dos de mis compañeros
tenían un billete cada uno y me los dieron. Yo tenía un billete de 5 que le di
y el coreano me dio 35 rublos. El cambio oficial era un dólar con veinte
centavos por rublo, pero nos estaba dando 7, aunque por la cara que puso
estábamos seguros que nos estaba dando bastante menos que en el mercado negro,
como lo comprobaríamos posteriormente.
Después de caminar unas dos o
tres cuadras desde la embajada, llegamos a una estación del metro. Nos
orientamos con los mapas y planos de las estaciones que habían en la primera
planta y descendimos las rápidas escaleras que nos llevaban a una estación en
la profundidad que era hermosa, como la mayoría de la estaciones del metro que
conocí en Moscú. Desde allí nos trasladamos a la estación cercana a la Plaza
Roja. Gastamos 40 kopek (centavos) en los cuatro pasajes de ida y otro tanto en
el regreso. Quizás gastamos algunas monedas más en algunas botellas de agua compradas en un kiosco. De
todas maneras nos quedaban más de 30 rublos cuando subimos al avión de regreso
que nos repartimos los billetes sobrantes como recuerdo, ya que no pudimos comprar nada.
Llegando a la Plaza Roja pudimos
caminar por su amplia superficie de unas siete hectáreas y visitar la hermosa Catedral de San Basilio, construida cuatro siglos antes,
mirar las murallas del Kremlin, el Museo Histórico, el Mausoleo de Lenin y
otros edificios (Ver crónica "Desorientaciones en Moscú" del 31 de
diciembre de 2012).
No pudimos comprar ningún
recuerdo, ni objeto de artesanía rusa, ni otra cosa con rublos. Las tiendas por
las que pasábamos estaban cerradas, pero se podían ver vacías. Cuando ingresamos al enorme hotel Rusia situado a pocos metros
de la plaza, vimos que la tienda para turistas en donde se pagaba con dólares
estaba llena y que una buena cantidad tenía aspecto de no ser visitantes
extranjeros sino locales. Caminamos un rato por los enormes ambientes del hotel
y comprobamos que los restaurantes y cafeterías no sólo estaban repletos sino
que había enormes colas de comensales esperando.
También
habíamos visto incluso mayores colas en restaurantes por los alrededores de la
plaza con menús que costaban 6, 8 ó 10 rublos. Salimos del hotel y nos
dirigimos a un elegante y antiguo edificio de unos cuatro pisos situado cerca
del Museo Histórico donde un par de horas antes habíamos visto al pasar que se
encontraban algunos negocios que daban a la calle.
Entramos,
vimos algunas agencias de viajes, subimos por una escalera lateral después de
leer en un letrero en inglés y ruso que anunciaba un restaurante. Al llegar al
segundo piso además de una serie de oficinas, destacaba el inicio de una enorme
escalera de mármol de unos diez metros de ancho. Un grueso cordón forrado en
terciopelo rojo cuidado por dos fornidos vigilantes, impedía seguir subiendo.
Pepe trató de hacerles entender que queríamos subir a almorzar. Nos indicaron
en ruso y con ademanes que todo estaba lleno. Pepe insistió indicando con
gestos que pagaríamos con dólares. Ambos fortachones se miraron y uno le hizo
una seña al otro para que subiera. Un par de minutos después, bajó acompañado
de un maître quien conversó rápidamente con Pepe. Cinco dólares por cada uno
fue el resultado del regateo. Nos pidió unos minutos de espera. No pasó mucho
tiempo para que bajara sonriente y nos dijera que la reservación que habíamos
hecho estaba lista.
Una
vez arriba comprobamos que había cola para ingresar al comedor, seguramente
porque quienes estaban esperando iban a pagar en rublos. Vodka como aperitivo,
entrada, segundo, postre, además de un par de jarras de gaseosas y café fue lo
que consumimos. Al terminar vino con una boleta con la cuenta que prácticamente
no tuvimos tiempo de mirar, recibió los veinte dólares que guardó en un
bolsillo mientras se dirigía a la caja sacando rublos del otro. Por los precios
que habíamos logrado ver en los menús calculábamos que sólo utilizaría la mitad
del dinero. Nos equivocamos.
SE
PREPARABAN PARA HACERSE DE LAS EMPRESAS DE CUALQUIER FORMA
Volviendo
a la cafetería del hotel “Octubre” al
día siguiente, nuestros anfitriones nos dirían que se sabía que en el mercado
negro el dólar podía estar cotizándose alrededor de los 15 rublos. Es decir que
el maître sólo había gastado la cuarta parte de lo que le dimos. Y allí nos
enteraríamos que desde que se comenzó a conocer que era posible la
“privatización” de negocios como los restaurantes se comenzó a hablar que sus
trabajadores tendrían preferencia y facilidades para comprarlos. Nuestro maître
acumulaba dólares para especular permanentemente y estar en condiciones de
tener más rublos que otros para comprar el restaurante en el que seguramente
estaba trabajando por más de 20 años.
Cuando
incluso en la actualidad se publican informaciones sobre multimillonarios rusos
cuyas fortunas surgieron de la nada, yo no dejo de pensar en el sonriente
maître indicándonos que nuestra reservación estaba lista.
Si
en nuestro tránsito por Moscú sólo hubiésemos conversado con Anatoly y Yuri
hubiésemos pensado que Gorbachov consolidaría sus reformas en un modelo
económico bastante distinto al que había campeado por alrededor de 60 años. Sin
embargo, nuestra experiencia en el almuerzo dominical, los almacenes vacíos,
las enormes colas para tratar de comer algo en un restaurante, el
amontonamiento de gente para comprar en tiendas que sólo aceptaban dólares y la
abierta especulación de monedas, nos hizo definitivamente dudar en el éxito del
carismático gobernante. El mensaje político no sólo era esperanzador, aunque
sólo fuera por el desconcierto y aun desencanto total que había generado entre
los ortodoxos seguidores de PCUS en todo el mundo, sino de persistir en él se
encaminaba hacia una social democracia. Por alguna razón varios años después el
ya ex presidente soviético formaría el Partido Social Demócrata de Rusia el
2001 y, en base a éste, la Unión de Social Demócratas en el 2007, pero eso no
podíamos saberlo el 22 de octubre de 1990.
IMPOSIBLE
SER CAPITAL DE UN PAÍS QUE YA NO EXISTE
Horas
después de nuestra cordial conversación con los funcionarios del PCUS, cuando
se acercaba la medianoche, nuestro vuelo despegó del aeropuerto moscovita Sheremétievo. Podía imaginar
varias razones para pensar que era mi última visita a la capital soviética,
pero ninguna de esas razones era que NO habría capital soviética, porque NO
habría Unión Soviética. No podía sospechar que en agosto siguiente un grupo del
partido comunista soviético intentaría un golpe de estado para retroceder en
las reformas, sin suponer que con el debilitamiento que su acción produjo en el
liderazgo de Gorbachov, terminaría no sólo
con la renuncia de éste a la presidencia
sino con la disolución de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991.
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