lunes, 25 de marzo de 2019

DESGRACIAS EN CARRETERAS EN LOS OCHENTA (1964 - 1991)


He escrito en otra oportunidad sobre mis primeros viajes por la carretera Panamericana hacia el norte en 1952 y hacia el sur en 1958 y mi primera subida a la sierra por la carretera Central en 1961. Como siempre partía desde Lima, esos tres casos me han servido para relatar cómo era la capital peruana al iniciarse su crecimiento desbordado (Ver crónica "Salir de viaje desde una Lima distinta del 20 de enero de 2017).

En esta oportunidad recordaré algunos viajes en esas mismas carreteras pero más de veinte años después, en la década de los 80 del siglo pasado cuando se suponía que gracias a los adelantos tecnológicos se podía viajar más rápido y mejor. No era así, lamentablemente…

FENÓMENO EL NIÑO DESTRUYÓ EL NORTE

En diciembre de 1982 se iniciaron en el norte del país lluvias copiosas, muy superiores en intensidad a las que normalmente se producían en los meses de verano -entre diciembre y marzo- de cada año. Muy poco después los expertos comenzaron a hablar del Fenómeno El Niño, nombre que en esa época llamó la atención pero que en los siguientes años pasó a formar parte del vocabulario peruano para referirse a las anomalías climáticas que generan destrozos en viviendas, instalaciones comerciales e industriales, cultivos y vías de comunicación, además incluso de pérdidas de vidas.

En el segundo semestre de 1983 viajé al norte de Perú para algunas actividades partidarias. Llegué en avión a Piura y en el par de días en que estuve en la ciudad pude notar los estragos que las inusuales lluvias habían producido en las calles y en las casas. No era raro entrar a alguna vivienda donde se notaba a metro o a metro y medio de altura la marca de hasta dónde había llegado el agua en los meses del verano anterior.

Como Piura -al igual que la mayoría de las ciudades afectadas- no tenía un buen sistema de drenaje, las redes de desagüe colapsaron al no poder evacuar la inusual cantidad de agua. Caminar por la ciudad permitía ver los destrozos sufridos por pistas y veredas. Incluso se notaba el grave deterioro de los puentes, varios de los cuales habían quedado en tal condición que hubo que suspender el tránsito por ellos.

Pero como ya indiqué líneas antes en esta crónica quiero relatar hechos relacionados con viajes terrestres, por lo que me referiré al que realicé en esa oportunidad entre Piura y Tumbes. El recorrido ya lo había hecho un par de veces años atrás y sabía que los cerca de 300 kilómetros de distancia entre ambas ciudades se transitaba en autos colectivos en menos de cuatro horas. Sin embargo en 1983 no encontré colectivos y tuve que buscar un bus para trasladarme.

Horas después, en pleno camino entendería por qué no había autos que realizaran el traslado de pasajeros -o que fueran tan pocos que no los encontré- cuando comprobé lo maltratada que estaba la carretera Panamericana en el extremo norte del país. Me embarque a las 8 o 9 de la noche y llegué a Tumbes a las 6 o 7 de la mañana. Fueron alrededor de 10 horas viajando por una carretera infame dónde era imposible dormir en el ómnibus por los constantes saltos que daba el vehículo al pasar por enormes baches y porque la mayor parte del trayecto lo hicimos en lo que parecía un camino afirmado, que ocasionalmente era reemplazado por restos de la carretera asfaltada de antaño.

EL ESTADO ABANDONÓ LAS CARRETERAS

Mientras sufría el maltrato del viaje pensé que si no se hacía algo pronto por reparar esa importante vía el deterioro iba a ir creciendo. Y es lo que ocurrió. La creciente ineficacia del segundo gobierno de Fernando Belaunde seguido por el desastroso primer gobierno de Alan García iniciado el 28 de julio de 1985 tuvo como resultado que las carreteras en el país no sólo no mejoraran sino empeoraran.

En 1992 cuando por motivos laborales hice algunos viajes en ómnibus a Chimbote y Trujillo, la Panamericana Norte era infernal. Desde los asientos se podía ver que en el lugar que quedaba muy poco de asfalto en la carretera, había más huellas hundidas formadas por el peso de los camiones por donde se deslizaban las ruedas de los ómnibus y hacían equilibrio las de los automóviles. Es que después del ya mencionado Fenómeno El Niño, el Estado no sólo fue incapaz de reparar los tramos destrozados sino tampoco pudo mantener el resto de una carretera vital para el país, como tampoco lo hizo con todas la carreteras del país.

El estado deplorable de la carretera en estos viajes me resultó más chocante porque dos años antes, en mi última actividad internacional como dirigente político, viajé en Chile desde Santiago a Valparaíso para asistir al Congreso nacional del Partido Socialista (Ver crónica “La diáspora chilena del 13 de setiembre de 2013) y tuve oportunidad de transitar por una modernísima carretera.

Aunque los fenómenos naturales de finales de 1982 y principios del año siguiente no golpearon con igual intensidad los departamentos costeros del sur del Perú, la carretera que los recorre sufrió igualmente por la mencionada incapacidad gubernamental de dedicar algún esfuerzo al mantenimiento. Por eso me resultaron dificultosos los varios viajes por la maltratada Panamericana Sur a Ica, así como entre Moquegua y Tacna.

MUERTES Y BALAZOS EN CARRETERAS

Pero en la década del 80, los viajes por tierra no solamente tuvieron que soportar la falta de mantenimiento de las carreteras. También los viajeros tuvimos que soportar la falta de seguridad. Tanto el pasajero que viajaba en transporte público como quien lo hacía en vehículos particulares estaban expuestos ataques en cualquier momento del viaje. El terrorismo que asoló el país en esos años se ensaño muchas veces con personas que simplemente se trasladaban de un lugar a otro del país.

La violencia en las carreteras del Perú la vivió muchas veces mi gran amigo José María Salcedo. De sus múltiples encuentros con la muerte en la carretera ejerciendo el periodismo, recuerdo cómo a mediados de los ochenta, cuando hizo un reportaje sobre el narcotráfico en la selva, se encontró un muerto en la carretera a veinte minutos de Tingo María. El cadáver tenía unos tres días tirado allí y en ese mismo lugar seguía cuando José María estuvo de regreso un par de días después, ya que aún no había autoridad que ordenara su levantamiento…

Asesinatos y atentados en las carreteras afectaban constantemente a los viajeros. Yo mismo lo viví directamente en julio de 1984 cuando regresaba de Huancayo y me vi en medio de una balacera que en otra oportunidad he relatado (Ver crónica “Asesinato en Huancayo, infierno en el Infiernillo” del 22 de agosto de 2014) en lo que pudo haber sido un intento de atentar contra un puente considerado una maravilla de la ingeniería del siglo 19.

Tramos de carreteras destruidas por fenómenos naturales o atentados terroristas, muertos abaleados o dinamitados abandonados en los caminos, vehículos que sorpresivamente se encontraban al medio de intercambios de balazos parecen ahora situaciones muy lejanas. No lo son tanto, ocurrían en nuestro país hace menos de 30 años…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario