He escrito en otra oportunidad sobre mis primeros viajes por la
carretera Panamericana hacia el norte en 1952 y hacia el sur en 1958 y mi
primera subida a la sierra por la carretera Central en 1961. Como siempre
partía desde Lima, esos tres casos me han servido para relatar cómo era la capital
peruana al iniciarse su crecimiento desbordado (Ver crónica "Salir de viaje desde una Lima distinta” del 20 de
enero de 2017).
En esta oportunidad recordaré algunos viajes en
esas mismas carreteras pero más de veinte años después, en la década de los 80
del siglo pasado cuando se suponía que gracias a los adelantos tecnológicos se
podía viajar más rápido y mejor. No era así, lamentablemente…
FENÓMENO EL NIÑO
DESTRUYÓ EL NORTE
En diciembre de 1982 se iniciaron en el norte del
país lluvias copiosas, muy superiores en intensidad a las que normalmente se
producían en los meses de verano -entre diciembre y marzo- de cada año. Muy
poco después los expertos comenzaron a hablar del Fenómeno El Niño, nombre que
en esa época llamó la atención pero que en los siguientes años pasó a formar
parte del vocabulario peruano para referirse a las anomalías climáticas que
generan destrozos en viviendas, instalaciones comerciales e industriales,
cultivos y vías de comunicación, además incluso de pérdidas de vidas.
En el segundo semestre de 1983 viajé al norte de
Perú para algunas actividades partidarias. Llegué en avión a Piura y en el par
de días en que estuve en la ciudad pude notar los estragos que las inusuales lluvias
habían producido en las calles y en las casas. No era raro entrar a alguna vivienda
donde se notaba a metro o a metro y medio de altura la marca de hasta dónde
había llegado el agua en los meses del verano anterior.
Como Piura -al igual que la mayoría de las ciudades
afectadas- no tenía un buen sistema de drenaje, las redes de desagüe colapsaron
al no poder evacuar la inusual cantidad de agua. Caminar por la ciudad permitía
ver los destrozos sufridos por pistas y veredas. Incluso se notaba el grave
deterioro de los puentes, varios de los cuales habían quedado en tal condición
que hubo que suspender el tránsito por ellos.
Pero como ya indiqué líneas antes en esta crónica
quiero relatar hechos relacionados con viajes terrestres, por lo que me
referiré al que realicé en esa oportunidad entre Piura y Tumbes. El recorrido
ya lo había hecho un par de veces años atrás y sabía que los cerca de 300
kilómetros de distancia entre ambas ciudades se transitaba en autos colectivos
en menos de cuatro horas. Sin embargo en 1983 no encontré colectivos y tuve que
buscar un bus para trasladarme.
Horas después, en pleno camino entendería por qué no
había autos que realizaran el traslado de pasajeros -o que fueran tan pocos que
no los encontré- cuando comprobé lo maltratada que estaba la carretera
Panamericana en el extremo norte del país. Me embarque a las 8 o 9 de la noche
y llegué a Tumbes a las 6 o 7 de la mañana. Fueron alrededor de 10 horas
viajando por una carretera infame dónde era imposible dormir en el ómnibus por
los constantes saltos que daba el vehículo al pasar por enormes baches y porque
la mayor parte del trayecto lo hicimos en lo que parecía un camino afirmado,
que ocasionalmente era reemplazado por restos de la carretera asfaltada de antaño.
EL ESTADO ABANDONÓ LAS
CARRETERAS
Mientras sufría el maltrato del viaje pensé que si
no se hacía algo pronto por reparar esa importante vía el deterioro iba a ir
creciendo. Y es lo que ocurrió. La creciente ineficacia del segundo gobierno de
Fernando Belaunde seguido por el desastroso primer gobierno de Alan García
iniciado el 28 de julio de 1985 tuvo como resultado que las carreteras en el
país no sólo no mejoraran sino empeoraran.
En 1992 cuando por motivos laborales hice algunos
viajes en ómnibus a Chimbote y Trujillo, la Panamericana Norte era infernal.
Desde los asientos se podía ver que en el lugar que quedaba muy poco de asfalto
en la carretera, había más huellas hundidas formadas por el peso de los
camiones por donde se deslizaban las ruedas de los ómnibus y hacían equilibrio
las de los automóviles. Es que después del ya mencionado Fenómeno El Niño, el
Estado no sólo fue incapaz de reparar los tramos destrozados sino tampoco pudo
mantener el resto de una carretera vital para el país, como tampoco lo hizo con
todas la carreteras del país.
El estado deplorable de la carretera en estos
viajes me resultó más chocante porque dos años antes, en mi última actividad
internacional como dirigente político, viajé en Chile desde Santiago a
Valparaíso para asistir al Congreso nacional del Partido Socialista (Ver crónica “La diáspora chilena” del 13 de setiembre de 2013) y tuve oportunidad de transitar por una modernísima carretera.
Aunque los fenómenos naturales de finales de 1982 y
principios del año siguiente no golpearon con igual intensidad los
departamentos costeros del sur del Perú, la carretera que los recorre sufrió
igualmente por la mencionada incapacidad gubernamental de dedicar algún
esfuerzo al mantenimiento. Por eso me resultaron dificultosos los varios viajes
por la maltratada Panamericana Sur a Ica, así como entre Moquegua y Tacna.
MUERTES Y BALAZOS EN
CARRETERAS
Pero en la década del 80, los viajes por tierra no
solamente tuvieron que soportar la falta de mantenimiento de las carreteras.
También los viajeros tuvimos que soportar la falta de seguridad. Tanto el
pasajero que viajaba en transporte público como quien lo hacía en vehículos particulares
estaban expuestos ataques en cualquier momento del viaje. El terrorismo que
asoló el país en esos años se ensaño muchas veces con personas que simplemente
se trasladaban de un lugar a otro del país.
La violencia en las carreteras del Perú la vivió
muchas veces mi gran amigo José María Salcedo. De sus múltiples encuentros con
la muerte en la carretera ejerciendo el periodismo, recuerdo cómo a mediados de
los ochenta, cuando hizo un reportaje sobre el narcotráfico en la selva, se
encontró un muerto en la carretera a veinte minutos de Tingo María. El cadáver
tenía unos tres días tirado allí y en ese mismo lugar seguía cuando José María
estuvo de regreso un par de días después, ya que aún no había autoridad que
ordenara su levantamiento…
Asesinatos y atentados en las carreteras afectaban constantemente
a los viajeros. Yo mismo lo viví directamente en julio de 1984 cuando regresaba
de Huancayo y me vi en medio de una balacera que en otra oportunidad he
relatado (Ver crónica “Asesinato en Huancayo, infierno en el Infiernillo” del 22 de agosto de 2014) en lo que pudo haber sido un intento de atentar contra un puente
considerado una maravilla de la ingeniería del siglo 19.
Tramos de carreteras destruidas por fenómenos naturales o atentados
terroristas, muertos abaleados o dinamitados abandonados en los caminos,
vehículos que sorpresivamente se encontraban al medio de intercambios de
balazos parecen ahora situaciones muy lejanas. No lo son tanto, ocurrían en
nuestro país hace menos de 30 años…
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