viernes, 22 de agosto de 2014

ASESINATO EN HUANCAYO, INFIERNO EN EL INFIERNILLO (1984)

Al final de la tarde del 25 de julio de 1984 emprendimos viaje a Huancayo con Enrique Bernales, secretario general del partido Socialista Revolucionario, junto con Fernando Peña y Jorge Melo, integrantes del partido que trabajaban en la oficina de Enrique en el Senado. No era la primera vez que subiríamos por la carretera central con Enrique y Fernando. Dos años antes habíamos viajado también a esa ciudad, la más importante en el centro del país. En esa oportunidad debíamos coordinar con compañeros dirigentes campesinos las actividades que nos permitieron mantener la dirección de la Confederación Nacional Agraria.

Este segundo desplazamiento se trataba de otro viaje político pero esencialmente distinto. Íbamos a un velorio…
 
ENFRENTAMIENTO A IZQUIERDA UNIDA
 
El día anterior había sido asesinado por Sendero Luminoso el alcalde provincial de Huancayo Saúl Muñoz Menacho, integrante de Izquierda Unida. Sucedió a un par de cuadras de su domicilio al que regresaba después de su habitual caminata matutina a paso ligero. Horas después, al mediodía, tuvimos una reunión de emergencia del Comité Directivo Nacional de IU que yo integraba como miembro alterno. En la reunión además de acordar una serie de medidas organizativas y de seguridad, se decidió el viaje del presidente del frente y alcalde provincial de Lima, Alfonso Barrantes para asistir al sepelio previsto para el 26 de julio.
 
El terrorismo que en 1980 comenzó en el departamento de Ayacucho, ya se había extendido a prácticamente todo el país, especialmente a los departamentos más cercanos: Apurímac, Huancavelica, Junín y Pasco. En Huancayo, capital de Junín se había registrado ya múltiples ataques a personas y edificaciones y, principalmente, contra las torres de alta tensión. En esos departamentos el enfrentamiento con Izquierda Unida era muy fuerte. Cruelmente muerto  por siete balazos, Saúl Muñoz no sería el último alcalde provincial de las filas de Izquierda Unida asesinado por Sendero.
 
Después de haber comido algo en San Mateo, situado a menos de 3200 metros de altura sobre el nivel del mar, antes de emprender la “trepada” hacia Ticlio, el punto más alto de la carretera a más de 4800 metros de altura, la presencia de grandes camiones que tenían dificultades cuando se encontraban de subida uno y de bajada otro, forzaba a ir despacio o parar la marcha en no pocas ocasiones. Alrededor de medianoche, optamos por quedarnos en Concepción, ciudad bastante más tranquila  a escasos treinta minutos de Huancayo, considerando la tensa situación que sabíamos se vivía allí. Incluso mientras subíamos por la carretera, habíamos pasado a buses que llevaban efectivos policiales sin duda con dirección a esa ciudad. Además, en algunos puntos observamos piquetes resguardando instalaciones y lugares estratégicos de la carretera.
 
A la mañana siguiente, en el hotel Huaychulo donde nos alojamos tomamos un desayuno contundente ya que desconocíamos cuándo nos tocaría la siguiente comida y salimos hacia Huancayo. A las 9 de la mañana después de dejar el auto en las cercanías nos dirigimos a pie al local del municipio huancaíno donde se velaban los restos del alcalde. Con la ciudad prácticamente paralizada y la mayoría de las calles centrales fuertemente custodiadas por la policía y en algunos puntos también por efectivos militares, lo que menos queríamos era llamar la atención. Sin embargo, la presencia de Enrique no podía pasar desapercibida ya que sus cuatro años como senador no sólo lo habían hecho conocido sino respetado por su destacado papel.
 
Ya en las afueras del municipio nos encontramos con dirigentes de varios de los partidos de Izquierda Unida igualmente conmovidos por el asesinato, a la vez que preocupados por rumores que circulaban en el sentido que Sendero Luminoso pretendía atacar el cortejo fúnebre cuando se dirigiera al cementerio.
 
En la plaza Huamanmarca, donde estaba ubicado el municipio, en algún momento me crucé con el diputado por Ayacucho César Galindo Moreano acompañando a algunos dirigentes de la Unidad Democrático Popular, quienes pocos meses después formarían el PUM, Partido Unificado Mariateguista. Lo saludé como a tantos otros conocidos que habían llegado desde Lima. De pronto me acordé de algo y retrocedí para abordarlo y le pregunté por Jesús Oropeza, dirigente campesino del PSR y paisano del parlamentario. Se quedó en Puquio, me informó. Pero si viajaba contigo era para que no se quedara solo en su tierra dónde está amenazado, le dije. Tú sabes la terquedad del cholo, me insistió en que se quedaba porque el 28 es cumpleaños de su padre, concluyó Galindo. Ojalá no le pase nada, dijimos casi al mismo tiempo. No podíamos saber en ese momento que nunca más veríamos al combativo dirigente campesino, pero esa es otra historia.
 
IMPORTANTE Y PELIGROSA PRESENCIA DE BARRANTES
 
Más de un dirigente huancaíno preguntaba por Barrantes pero ninguno de los que allí estábamos sabíamos con certeza si llegaría. Inconscientemente había una ambivalencia de sentimientos no reconocida. Por un lado, una sensación de inseguridad para todos que resultaría peor si teníamos a Barrantes cerca, ya que de ser ciertos los rumores él sería el principal objetivo. Por otro lado, las arengas de los militantes, la curiosidad de los espectadores y la cara expectante de los dirigentes locales, eran la evidencia que allí faltaba el presidente de Izquierda Unida. No había forma de comunicarse. Faltaban más de cinco años para que, en Roma, yo viera por primera vez a personas comunicándose con enormes teléfonos portátiles y unos diez años para que en Lima ya no llamaran la atención las pocas personas que tenían el privilegio de usar un celular.
 
Cerca de las 11 de la mañana, casi a punto de comenzar la marcha del cortejo al Cementerio General de Huancayo, apareció Alfonso Barrantes. Venía acompañado de un par de militantes huancaínos a los que había llamado telefónicamente desde Lima para avisar que estaría llegando alrededor de la diez y media de la mañana en un helicóptero que aterrizaría en el estadio de la ciudad, aeronave que todos habíamos avistado pero que supusimos era parte de las medidas de seguridad tomadas. El líder de la izquierda peruana pudo saludar y dar las condolencias a familiares y compañeros en la gestión municipal de Saúl Muñoz, así como a dirigentes de IU de la zona.
 
Recuerdo que la gigantesca marcha recorrió a pie el camino. El féretro era aplaudido por quienes permanecían inmóviles en las veredas de la Calle Real, primero, y luego las de una calle que se dirigía al cementerio que estaba a unas ocho o diez cuadras del municipio. La ceremonia del entierro del alcalde asesinado fue bastante caótica aunque fundamentalmente muy emotiva. Sin embargo, lo que tengo más presente hasta hoy es la tensión en el ambiente…
 
Terminado el entierro pasadas las dos de la tarde, salimos tratando de no separarnos. En un momento, Enrique que iba caminando a lado de Barrantes a unos metros de distancia nos hizo una seña y Fernando se le acercó. Inmediatamente vimos cómo con ayuda de militantes huancaínos se abrían paso apresuradamente. Barrantes le ha dicho a Enrique que tiene sitio en el helicóptero y que tienen que partir lo más pronto posible, nos comunicó Fernando.
 
TRANSITAR EN MEDIO DE UNA BALACERA
Nos dirigimos al auto y salimos de la ciudad poco antes de las 3 de la tarde. Nuestro apuro no sólo se debía a que queríamos dejar la tensión que se vivía en Huancayo, sino también a que queríamos cruzar Ticlio antes del anochecer y antes que comenzara a bajar la temperatura que a fines de julio resulta muy dura de soportar.
Alrededor de las seis de tarde ya estábamos descendiendo. Prácticamente no habíamos parado, salvo para echar gasolina, medir llantas y aprovechar para comprar paquetes de galletas y gaseosas. Ya comeríamos en San Mateo al igual que el día anterior. Mientras comenzaba a anochecer y después de pasar el centro minero de Casapalca, avanzábamos a través de la carretera con curvas cerradas que permitían ir bajando zigzagueando, mirando las luces de los vehículos que avanzaban lentamente arriba y abajo del nuestro.
En menos de quince minutos paramos a comer, anunció Fernando cuando estábamos ya por el kilómetro 106 ó 105 de la Carretera Central. De pronto al salir de una curva, escuchamos sonidos extraños que muy pronto nos dimos cuenta que eran disparos que sentíamos acercándose a nosotros. Fernando no dejó en ningún momento de mirar la pista y mantener firme el timón mientras sentíamos no sólo múltiples disparos sino ráfagas cada vez más cercanas. En realidad los disparos no se acercaban a nosotros sino éramos nosotros los que nos acercábamos a ellos. Menos de un minuto después, estábamos pasando por debajo del puente El Infiernillo y a medida que nos alejábamos de él dejamos de sentir los balazos.
Un par de kilómetros después ya respiramos con tranquilidad y coincidimos en que con seguridad se había tratado de un intercambio de tiros entre senderistas que intentaban atentar contra el puente y efectivos policiales o militares que lo impidieron. Un atentado así no sólo hubiese cortado el ferrocarril sino la propia carretera. No sería la primera vez que se intentaba una acción que aislara a los departamentos de la sierra central, e incluso la selva, con la capital. Nuestra hipótesis fue de alguna manera corroborada al llegar a San Mateo donde, al hablar sobre lo sucedido, alguno de los lugareños comentó que El Infiernillo se había convertido en un objetivo de los terroristas.
Más allá de la condena que cualquier acción terrorista merece, en este caso al intentar atacar el puente se estaba atentando contra una de las mayores proezas de ingeniería, ya que ese puente es sostenido por una armadura de fierro clavada en dos paredes de roca a 60 metros de distancia y comunica dos túneles de manera tal que uno puede ver que el tren no termina de salir de un túnel cuando sus primeros vagones han ingresado a otro. Al mismo tiempo, el puente pasa sobre el río Rímac y la Carretera Central.
A pesar de estar a poca distancia, en San Mateo todo estaba tranquilo. Comimos rápidamente y seguimos el viaje para entrar a Lima al borde de las 9 de la noche. Llegamos cansados no tanto por el tiempo en carretera, prácticamente la mitad de todo el viaje, sino por la tensión en el velorio y entierro del alcalde huancaíno y por el episodio de El Infiernillo que pudo significar nuestros propios velorios y entierros.

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