Al final de la tarde del 25 de julio de 1984 emprendimos
viaje a Huancayo con Enrique Bernales, secretario general del partido
Socialista Revolucionario, junto con Fernando Peña y Jorge Melo, integrantes
del partido que trabajaban en la oficina de Enrique en el Senado. No era la primera
vez
que subiríamos por la carretera central con Enrique y Fernando. Dos años antes
habíamos viajado también a esa ciudad, la más importante en el centro del país.
En esa oportunidad debíamos coordinar con compañeros dirigentes campesinos las
actividades que nos permitieron mantener la dirección de la Confederación
Nacional Agraria.
Este segundo desplazamiento se trataba de otro
viaje político pero esencialmente distinto. Íbamos
a un velorio…
ENFRENTAMIENTO A IZQUIERDA UNIDA
El día anterior había
sido asesinado por Sendero Luminoso el alcalde provincial de Huancayo Saúl
Muñoz Menacho, integrante de Izquierda Unida. Sucedió a un par de cuadras de su
domicilio al que regresaba después de su habitual caminata matutina a paso
ligero. Horas después, al mediodía, tuvimos una reunión de emergencia del
Comité Directivo Nacional de IU que yo integraba como miembro alterno. En la
reunión además de acordar una serie de medidas organizativas y de seguridad, se
decidió el viaje del presidente del frente y alcalde provincial de Lima,
Alfonso Barrantes para asistir al sepelio previsto para el 26 de julio.
El terrorismo que en 1980 comenzó en el
departamento de Ayacucho, ya se había extendido a prácticamente todo el país,
especialmente a los departamentos más cercanos: Apurímac, Huancavelica, Junín y
Pasco. En Huancayo, capital de Junín se había registrado ya múltiples ataques a
personas y edificaciones y, principalmente, contra las torres de alta tensión. En
esos departamentos el enfrentamiento con Izquierda Unida era muy fuerte.
Cruelmente muerto por siete balazos, Saúl
Muñoz no sería el último alcalde provincial de las filas de Izquierda Unida asesinado
por Sendero.
Después de haber comido algo en San Mateo,
situado a menos de 3200 metros de altura sobre el nivel del mar, antes de
emprender la “trepada” hacia Ticlio, el punto más alto de la carretera a más de
4800 metros de altura, la presencia de grandes camiones que tenían dificultades
cuando se encontraban de subida uno y de bajada otro, forzaba a ir despacio o
parar la marcha en no pocas ocasiones. Alrededor de medianoche, optamos por
quedarnos en Concepción, ciudad bastante más tranquila
a escasos treinta minutos de
Huancayo, considerando la tensa situación que sabíamos se vivía allí. Incluso
mientras subíamos por la carretera, habíamos pasado a buses que llevaban
efectivos policiales sin duda con dirección a esa ciudad. Además, en algunos
puntos observamos piquetes resguardando instalaciones y lugares estratégicos de
la carretera.
A la mañana siguiente, en el hotel Huaychulo
donde nos alojamos tomamos un desayuno contundente ya que desconocíamos cuándo
nos tocaría la siguiente comida y salimos hacia Huancayo. A las 9 de la mañana
después de dejar el auto en las cercanías nos dirigimos a pie al local del
municipio huancaíno donde se velaban los restos del alcalde. Con la ciudad
prácticamente paralizada y la mayoría de las calles centrales fuertemente
custodiadas por la policía y en algunos puntos también por efectivos militares,
lo que menos queríamos era llamar la atención. Sin embargo, la presencia de
Enrique no podía pasar desapercibida ya que sus cuatro años como senador no
sólo lo habían hecho conocido sino respetado por su destacado papel.
Ya en las afueras del municipio nos
encontramos con dirigentes de varios de los partidos de Izquierda Unida
igualmente conmovidos por el asesinato, a la
vez que preocupados por rumores que circulaban en el sentido que Sendero
Luminoso pretendía atacar el cortejo fúnebre cuando se dirigiera al cementerio.
En la plaza Huamanmarca, donde estaba ubicado
el municipio, en algún momento me crucé con el diputado por Ayacucho César
Galindo Moreano acompañando a algunos dirigentes de la Unidad Democrático
Popular, quienes pocos meses después
formarían el PUM, Partido Unificado Mariateguista. Lo saludé como a tantos
otros conocidos que habían llegado desde Lima. De pronto me acordé de algo y
retrocedí para abordarlo y le pregunté por Jesús Oropeza, dirigente campesino
del PSR y paisano del parlamentario. Se quedó en Puquio, me informó. Pero si
viajaba contigo era para que no se quedara solo en su tierra dónde está
amenazado, le dije. Tú sabes la terquedad del cholo, me insistió en que se
quedaba porque el 28 es cumpleaños de su padre, concluyó Galindo. Ojalá no le
pase nada, dijimos casi al mismo tiempo. No podíamos saber en ese momento que
nunca más veríamos al combativo dirigente campesino, pero esa es otra historia.
IMPORTANTE Y PELIGROSA PRESENCIA DE BARRANTES
Más de un dirigente huancaíno preguntaba por
Barrantes pero ninguno de los que allí estábamos sabíamos con certeza si
llegaría. Inconscientemente había una ambivalencia de sentimientos no
reconocida. Por un lado, una sensación de inseguridad para todos que resultaría peor si teníamos a Barrantes
cerca, ya que de ser ciertos los rumores él
sería el principal objetivo. Por otro lado, las arengas de los militantes, la
curiosidad de los espectadores y la cara expectante de los dirigentes locales,
eran la evidencia que allí faltaba el presidente de Izquierda Unida. No había
forma de comunicarse. Faltaban más de cinco años para que, en Roma, yo viera
por primera vez a personas comunicándose con enormes teléfonos portátiles y
unos diez años para que en Lima ya no llamaran la atención las pocas personas
que tenían el privilegio de usar un celular.
Cerca de las 11 de la mañana, casi a punto de
comenzar la marcha del cortejo al Cementerio General de Huancayo, apareció
Alfonso Barrantes. Venía acompañado de un par de militantes huancaínos a los
que había llamado telefónicamente desde Lima para avisar que estaría llegando
alrededor de la diez y media de la mañana en un helicóptero que aterrizaría en
el estadio de la ciudad, aeronave que todos habíamos avistado pero que
supusimos era parte de las medidas de seguridad tomadas. El líder de la
izquierda peruana pudo saludar y dar las condolencias a familiares y compañeros
en la gestión municipal de Saúl Muñoz, así como a dirigentes de IU de la zona.
Recuerdo que la gigantesca marcha recorrió a
pie el camino. El féretro era aplaudido por quienes permanecían inmóviles en
las veredas de la Calle Real, primero, y luego las de una calle que se dirigía
al cementerio que estaba a unas ocho o diez cuadras del municipio. La ceremonia
del entierro del alcalde asesinado fue bastante caótica aunque fundamentalmente
muy emotiva. Sin embargo, lo que tengo más presente hasta hoy es la tensión en
el ambiente…
Terminado el entierro pasadas las dos de la
tarde, salimos tratando de no separarnos. En un momento, Enrique que iba
caminando a lado de Barrantes a unos metros de distancia nos hizo una seña y
Fernando se le acercó. Inmediatamente vimos cómo con
ayuda de militantes huancaínos se abrían paso apresuradamente. Barrantes le ha
dicho a Enrique que tiene sitio en el helicóptero y que tienen que partir lo
más pronto posible, nos comunicó Fernando.
TRANSITAR EN MEDIO DE UNA BALACERA
Nos dirigimos al auto y salimos de la ciudad
poco antes de las 3 de la tarde. Nuestro apuro no sólo se debía a que queríamos
dejar la tensión que se vivía en Huancayo, sino también a que queríamos cruzar
Ticlio antes del anochecer y antes que comenzara a bajar la temperatura que a
fines de julio resulta muy dura de soportar.
Alrededor de las seis de tarde ya estábamos
descendiendo. Prácticamente no habíamos parado, salvo para echar gasolina, medir
llantas y aprovechar para comprar paquetes de galletas y gaseosas. Ya
comeríamos en San Mateo al igual que el día anterior. Mientras comenzaba a
anochecer y después de pasar el centro minero de Casapalca, avanzábamos a
través de la carretera con curvas cerradas que permitían ir bajando
zigzagueando, mirando las luces de los vehículos que avanzaban lentamente
arriba y abajo del nuestro.
En menos de quince minutos paramos a comer,
anunció Fernando cuando estábamos ya por el kilómetro 106 ó 105 de la Carretera
Central. De pronto al salir de una curva, escuchamos sonidos extraños que muy
pronto nos dimos cuenta que eran disparos que sentíamos acercándose a nosotros.
Fernando no dejó en ningún momento de mirar la pista y mantener firme el timón
mientras sentíamos no sólo múltiples disparos sino ráfagas cada vez más
cercanas. En realidad los disparos no se acercaban a nosotros sino éramos nosotros
los que nos acercábamos a ellos. Menos de un minuto después, estábamos pasando por debajo del puente El
Infiernillo y a medida que nos alejábamos de él dejamos de sentir los balazos.
Un par de kilómetros después ya respiramos con
tranquilidad y coincidimos en que con seguridad se había tratado de un
intercambio de tiros entre senderistas que intentaban atentar contra el puente
y efectivos policiales o militares que lo impidieron. Un atentado así no sólo
hubiese cortado el ferrocarril sino la propia carretera. No sería la primera
vez que se intentaba una acción que aislara a los departamentos de la sierra
central, e incluso la selva, con la capital. Nuestra hipótesis fue de alguna
manera corroborada al llegar a San Mateo donde, al hablar sobre lo sucedido,
alguno de los lugareños comentó que El Infiernillo se había convertido en un
objetivo de los terroristas.
Más allá de la condena que cualquier acción
terrorista merece, en este caso al intentar atacar el puente se estaba
atentando contra una de las mayores proezas de ingeniería, ya que ese puente es
sostenido por una armadura de fierro clavada en dos paredes de roca a 60 metros
de distancia y comunica dos túneles de manera tal que uno puede ver que el tren
no termina de salir de un túnel cuando sus primeros vagones han ingresado a
otro. Al mismo tiempo, el puente pasa sobre el río Rímac y la Carretera
Central.
A pesar de estar a poca distancia, en San
Mateo todo estaba tranquilo. Comimos rápidamente y seguimos el viaje para
entrar a Lima al borde de las 9 de la noche. Llegamos cansados no tanto por el
tiempo en carretera, prácticamente la mitad de todo el viaje, sino por la
tensión en el velorio y entierro del alcalde huancaíno y por el episodio de El
Infiernillo que pudo significar nuestros propios velorios y entierros.
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