A la una de la mañana del domingo 30 de julio
de 1989 aterricé por segunda vez en el aeropuerto de Bagdad, desde donde me
había embarcado casi dos años antes pensando que no regresaría jamás o en todo
caso no tan pronto (Ver crónica “Vergüenza y sorpresas en Iraq” del 20 de abril de 2013). Al igual que en mi
primer viaje, llegué en Iraqi Airways. En la anterior oportunidad había pasado
de jueves a domingo esperando el vuelo en Madrid, pero sabiendo la hora y el
día en que me embarcaría, mientras que en este viaje esperé en Roma de
miércoles a sábado sin saber a ciencia cierta cuándo saldría o incluso si
saldría (Ver crónica “Varado en Roma” del 23 de agosto de 2013). Por los inconvenientes
sufridos podía parecer que era este viaje y no el anterior el que realizaba en
tiempos de guerra con Irán.
Los funcionarios del consulado en Roma me habían asegurado que los miembros del departamento de relaciones internacionales del Comando Nacional del Partido Bath, estaban enterados sobre mis sucesivos retrasos y que no tenía por qué preocuparme ya que estarían esperando mi llegada. Obviamente no me indicaron esos funcionarios si además habían informado que la responsabilidad directa del retraso era de ellos y no mía.
Los funcionarios del consulado en Roma me habían asegurado que los miembros del departamento de relaciones internacionales del Comando Nacional del Partido Bath, estaban enterados sobre mis sucesivos retrasos y que no tenía por qué preocuparme ya que estarían esperando mi llegada. Obviamente no me indicaron esos funcionarios si además habían informado que la responsabilidad directa del retraso era de ellos y no mía.
POR FIN LLEGAR PARA QUE NADIE TE ESPERE
Al salir de la manga del avión me paré a un
lado mientras el resto de pasajeros seguía adelante. Pasaron varios minutos
hasta que fui consciente que nadie se acercaría a preguntarme si yo era el
peruano que llegaba desde Roma. Marché entonces para alcanzar a los últimos de
mis compañeros de vuelo que se encaminaban a pasar por dos o tres ventanillas
de Migraciones. No me preocupó pasar ese trámite porque en diversos viajes casi
nunca había necesitado intercambiar palabras con los encargados. Tampoco fue
diferente el esperar que salga el equipaje,
coger mi maleta y dirigirme a la salida sin que la revisaran. Salí al
final de todos. Al otro lado de la puerta me encontré con escenas similares a
las que se encuentran en todos los países. Abrazos de bienvenida a los viajeros
de parientes o amigos o pequeños letreros en árabe o inglés con nombres de
personas, portados seguramente por choferes de hoteles.
En no más de diez minutos todo el bullicio
había cesado. En el amplio hall había una sola persona: yo…
Miré en todas las direcciones. No había ya
pasajeros por salir y aparentemente -al ver ventanillas cerradas- no se
esperaba la llegada de ningún vuelo en las siguientes horas. Recorrí las instalaciones
también solitarias de ingreso a la zona de embarque, aunque pude ver ya adentro
a un grupo de unos cien viajeros asiáticos descansando en cuclillas, posición
que me pareció incomodísima pero que aparentemente es habitual en varios países
asiáticos, como lo comprobaría poco más de un año después cuando visité la
República Popular Democrática de Corea (Ver crónica “¿Quién se atreve a operar al Gran Líder?” del 18 de octubre de 2013). Mirando los sombreros amplios que llevaban
llegué a la conclusión que seguramente se trataba de campesinos camboyanos y
recordé que en Iraq se requería bastante mano de obra foránea para cubrir
puestos con ingresos bajos principalmente en el campo y en el sector de
servicios, por los cuales ya no estaban interesados los iraquíes.
Observar a los trabajadores asiáticos me
distrajo por unos minutos, pero pronto comencé a preocuparme seriamente. No se
veía a nadie en el aeropuerto. Me asomé por una de las puertas para ver si veía
llegar algún auto apresurado, pero no se notaba nada. Reingresé y vi que sólo me quedaba acercarme al único sitio donde había tres
personas, el mostrador de informaciones que tenía letreros que así lo indicaban
en árabe que por cierto no entendía y en inglés que intuía lo que decía: Information.
…Y DE PRONTO ME HABLARON EN MI IDIOMA
Pregunté en español si hablaban el idioma.
Negaron con la cabeza, ¿portugués? pregunté primero, ¿italiano? luego, no
porque yo hablara esos idiomas sino porque en todo caso por sus raíces latinas
algo comprendería y me comprenderían. La respuesta fue igualmente negativa. English me remarcaron rotundamente,
mientras yo me devanaba los sesos buscando qué decirles. Piensa con
tranquilidad, me dije, has llegado para la conmemoración de los 40 días del
fallecimiento de Michel Aflaq, dirigente sirio acogido como ideólogo del
Partido Bath de Iraq y este hecho debe ser conocido.
Traté de recordar mis dos horas semanales de
clases de inglés en mi querida Gran Unidad Escolar Ricardo Palma, curso que
siempre pasé raspando y me lancé a decirle a quienes me veían ya como personaje
raro algo así como: forty days… Michel
Aflaq conmemoration…La cara de los tres cambió, me hicieron una indicación
con las manos para que esperara mientras uno de ellos marcaba un teléfono. Segundos
después conversó en árabe con quien le contestó y me acercó el auricular para
que yo hablara. Dudé, pero los ademanes hicieron que tomara el aparato y dijera
“Aló”. Para mi felicidad escuché que, con acento español, me decían “Hotel
Meliá, buenas noches, ¿en qué podemos ayudarlo?” Cuando comencé a explicar la
situación en que me encontraba, mi interlocutor me interrumpió para preguntar
mi nombre. Cuando me identifiqué, dijo: “señor Filomeno, tenemos una habitación
reservada para usted, páseme con una de las personas de allí para que le
consigan traslado hasta el hotel”. Lo hice y quien habló me hizo señas que todo
estaba controlado. Respiré tranquilo después de hora y veinte minutos de no
saber cómo iba a hacer y me senté en un sillón cercano. Ya había pasado las dos
de la mañana.
Poco después quien había hablado con el
empleado del hotel me hizo una seña para que me acercara. Dijo que taxis no
había. Me indicó mostrando el reloj que su turno de trabajo terminaba en 10
minutos y que él me llevaría… Por cierto que fue por señas toda la
conversación. Por señas también le pregunté cuánto me cobraría. El tipo tomó un
papel y escribió ع.د 25. Antes de recordar que cada dinar era
equivalente a 3 dólares, el mismo escribió al lado US$ 75. No había forma de pagarle,
de manera que le hice señas que no tenía esa cantidad y le mostré los 40
dólares que constituía todo mi capital. Asintió casi de inmediato por lo que
luego calculé que también habría aceptado si le mostraba 20.
EN BAGDAD HABLANDO SÓLO ESPAÑOL
Minutos después iba sentado al lado del
chofer en la desierta carretera a la ciudad. Me sentía agotado pero tranquilo.
No pensaba en que algún misil podía caer sobre el auto como en mi llegada
anterior. Eran las tres de la mañana cuando un atento empleado de recepción del
Hotel Meliá me daba la bienvenida, un formulario que llené rápidamente -gracias
a que estaba en inglés, árabe y español- y las llaves de mi habitación. Subí al
ascensor, sólo saque pijamas de la maleta y caí sobre la cama exhausto. No era
por la hora -después de todo era sólo la una de la mañana, hora de Roma- sino
porque había llegado a un destino, algo de lo cual no estuve seguro los cuatro
días anteriores.
El agotamiento también era por todo el
ajetreo desde que me levanté: desayuno con Gabriela Fernández y su par de
amigas, entrevista con un italiano, traslado al aeropuerto, chequeo del pasaje,
frustración por anuncio de retraso del vuelo, llamada prácticamente de auxilio
a mi amigo y paisano Toribio Matos, espera de casi una hora a uno de sus
colaboradores, almuerzo en un pueblito cercano, regreso al aeropuerto, embarque
con retraso, vuelo de seis horas y lo que acababa de pasar en el aeropuerto.
Dormí alrededor de cinco horas y, luego de
afeitarme y bañarme, me dirigí a la planta baja para ver con qué me encontraba…
No tuve que esperar mucho para encontrar en
el comedor una mesa con tres latinoamericanos: dos venezolanos y un uruguayo,
pertenecientes a partidos integrantes de la Coordinación Socialista
Latinoamericana. Uno de ellos Roque Díaz, encargado de relaciones
internacionales del Movimiento Electoral del Pueblo, MEP, venezolano, a quien
había conocido en una reunión en Lima. Les conté mis peripecias en Roma y cómo
recién a las 5 de la tarde del viernes me habían extendido el pasaje para
Bagdad, un par de horas después que desde el aeropuerto romano me comunicara
telefónicamente por sexta o sétima vez -con una llamada para ser pagada por el
destinatario- con el funcionario iraquí en Caracas con quien había coordinado
mi viaje para ver de regresarme a Lima y cómo me había insistido en que de
todas maneras viajara a Bagdad. Mi relato culminó con lo vivido horas antes en
el aeropuerto y mi alivio al escuchar la voz en español del empleado del hotel.
Tal como ya estaba seguro, la ceremonia a la
que debía asistir se había realizado el día anterior y se había tratado de una
ceremonia muy sobria, aunque los periódicos le habían dedicado importantes
reseñas a la vida Michel Aflaq, a su vinculación al Partido Bath de Iraq y al
respeto que en el mundo árabe se le tenía como uno de los fundadores de
nacionalismo árabe.
MÁS DE CINCUENTA GRADOS DE TEMPERATURA
Cuando terminamos nuestra conversación,
apareció el traductor y
coordinador de las actividades del grupo latinoamericano de nombre Jale. Me
saludó efusivamente, lamentó los problemas por los que había pasado para llegar
y coordinó brevemente conmigo mi vuelo de regreso. Mis compañeros viajarían al
día siguiente temprano, pero yo me quedaría hasta el martes para poder tener
algunas conversaciones el lunes. Inmediatamente me integré al grupo para un
recorrido de un par de horas por la ciudad. Al salir del hotel hacia dos
automóviles que esperaban se me empañaron los lentes por el cambio de temperatura, ya que en
el interior había aire acondicionado y en las afueras del hotel un calor
fortísimo.
Nuestro paseo por la ciudad me mostró la misma ciudad moderna que
recordaba cuando la recorrí dos años antes, aunque esta vez vi un edificio en
que se notaba huellas de la guerra reciente con Irán. En la zona antigua volví
a ver casonas que para mí se parecían a las existentes en el centro histórico
de Trujillo y zonas populosas a las que les veía un cierto aire a barrios
piuranos.
De regreso al hotel para almorzar me fijé al mirar la entrada en un
enorme termómetro que marcaba 49 grados centígrados de temperatura. Dentro del
edificio nos encontramos con el embajador venezolano que había ido a conversar
con sus compatriotas y casi inmediatamente hablamos de la temperatura tan alta.
Sí, nos dijo, 51 grados es insoportable. Cuando le indicamos que eran 49 nos
dijo, en tono de confidencia, que las leyes laborales consideraban que si el
termómetro pasaba los 50 grados se debía considerar como feriado y hacer
determinada bonificación. Por eso es muy difícil que los termómetros en lugares
públicos lleguen a los 50 grados, añadió sonriendo.
AMISTAD Y SOLIDARIDAD LATINOAMERICANA
A las cinco de la tarde nos reunimos los cuatro latinoamericanos en una
de las habitaciones para intercambiar ideas. Uno de los venezolanos llamó por
teléfono para pedir hielo y gaseosas. Luego que se retiró el camarero sacó una
botella de ron a medio consumir que terminamos mientras conversábamos. Aunque
en mis viajes no eran los bares lo que más buscaba en los hoteles, recordé que
en los de Bagdad no había venta de bebidas alcohólicas. Terminado el ron bajamos
a la cafetería para esperar a Jale que tendría todos los datos sobre la salida
de mis compañeros a primera hora del día siguiente y con quien comeríamos en el
hotel.
Y aunque resulte extraño, a las ocho de la noche en la capital de un
país árabe, cuatro latinoamericanos estábamos comiendo paella en el restaurante
“Don Quijote”. Al terminar nos despedimos ya que ellos tendrían que levantarse
temprano pues saldrían hacia el aeropuerto a las 6 o 7 de la mañana. Yo tendría
que esperar a un funcionario del departamento de relaciones internacionales del Comando Nacional del
Partido Bath, uno con los que había hablado en mi visita anterior y que además había estado presente en alguna reunión
de la Coordinación Socialista Latinoamericana. Llegó muy tarde, se disculpó por
la hora ya que era casi las 11 de la noche y conversamos poco mientras
tomábamos un café y me explicaba que al día siguiente tenía una reunión con su
equipo.
Al despertarme al día siguiente sentí que sin los compañeros
latinoamericanos me iba a sentir solo. Esa sensación me duró muy poco ya que
cuando me levanté vi que por debajo de la puerta de la habitación había
introducido un sobre: junto con los abrazos de despedida y los deseos que mi
regreso no fuera tan complicado como mi llegada, mis amigos viajeros me habían
dejado 70 dólares. Realmente me emocionó el gesto de solidaridad… Decidí no
gastarlos por lo que pudiera pasar en el viaje a Lima.
EQUIVOCACIONES MÚLTIPLES
Después del desayuno llegó Jale y nos fuimos al local del Comando
Nacional para reunirme con funcionarios encargados de las relaciones internacionales
del Partido Bath y nuestra conversación se centró en el interés en intensificar
las relaciones con América Latina considerando que después de ocho años se
había acabado la guerra e iniciado una etapa de paz que estaban seguros sería
duradera. No me imaginaba que año y medio después los iraquís estarían en otra
guerra y estoy seguro que mis interlocutores tampoco…
De regreso al hotel almorzamos en el restaurante español. Después Jale
me comentó que le había gustado más la comida china del almuerzo del día
anterior que le había parecido muy especial y exótica. Me pareció innecesario
decirle que para mí la comida chino-peruana era mucho mejor.
En la tarde en un paseo por la ciudad con mi traductor y guía pasamos
nuevamente por el único edificio que había sido alcanzado por un misil iraní en la
reciente guerra. Era evidente que no estaba reconstruido intencionalmente para
que fuera una muestra de los ataques que los iraníes habían hecho en numerosos
pueblos y ciudades iraquíes.
De regreso al hotel, Jale se acercó al mostrador y recogió un sobre. Lo
abrió y sacó mi pasaje: Bagdad a Londres en Iraqi Airways, de Londres a Ámsterdam en KLM y desde allí a Lima también en la
aerolínea holandesa. Desde mi embarque hasta salir del avión en Lima cerca de
28 horas. No es la ruta más corta, pero es la forma más rápida que llegues a tu
país, me explicó. Luego sacó dinero del sobre y me entregó 50 dinares. Por los
gastos que hizo, dijo. Es más de lo que me costó el taxi desde el aeropuerto,
le contesté. Pero bastante menos que lo que tuvo que gastar por quedarse en
Roma, replicó. El traductor quedó en encontrarse conmigo en una hora para la
comida. Cuando estaba por subir un rato a mi habitación, reparé que los dinares
no me iban a servir de nada fuera de Iraq por lo que me tomé media hora en
hacer comprar en la tienda del hotel: un bonito plato decorativo para mi
colección y algunos adornos.
Al día siguiente después del desayuno salimos hacia el aeropuerto y, a
diferencia del viaje anterior, no sentí que sería la última vez que estaba en
Bagdad. Me equivoqué en las dos oportunidades. Exactamente un cuarto de siglo
después sólo en los noticieros he visto esa ciudad devastada por la guerra. Y
al mirar esas escenas recuerdo que en varios momentos del viaje de retorno
repasé mi conversación con los encargados de las relaciones internacionales del Partido Bath en torno a
la paz que se vivía en Iraq que nos imaginábamos duradera. Como es evidente,
también me equivoqué, mejor dicho todos los que conversamos en esa oportunidad,
nos equivocamos totalmente…
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