En estos días de lluvias en la sierra peruana es
común leer o escuchar en las noticias que se ha producido un “huaico” que ha
cortado alguna carretera por cientos de metros y aislado determinados centros
poblados. La palabra derivada del quechua, la lengua oficial en estos
territorios hace cinco siglos, califica de ese modo al potente torrente de lodo
y piedras que caen de las alturas de los Andes y que barren lo que encuentran a
su paso hasta llegar a los ríos para hacer que aumenten sus caudales y se
produzcan desbordes en el curso de sus recorridos. Me parece que en el Perú es
uno de los pocos países en que se utiliza esa palabra.
Aunque desde que recuerdo en los meses de verano que
son los de copiosas lluvias en la sierra siempre hubo huaicos, en algunos
años con efectos desastrosos, en mis experiencias de viajero por nuestro
territorio que se extienden a cerca de siete décadas, felizmente nunca hubo
oportunidad de que se interrumpiera el viaje por encontrarme con un huaico,
aunque sí he pasado por zonas donde había aun secuelas de una interrupción
reciente del tránsito por inundación del camino.
RECUERDOS DE MIS PRIMEROS VIAJES
Los recuerdos de mis primeras salidas para viajar
por carretera al norte, centro o sur son desde una ciudad totalmente distinta a
la enorme metrópoli que es actualmente Lima. Alrededor del millón de habitantes
cuando fui consciente que estaba en la Carretera Panamericana norte y superando
el millón ochocientos mil cuando recorrí por primera vez la Carretera Central,
hoy la capital del Perú se acerca ya a los 10 millones de habitantes, es decir
ha multiplicado por más de cinco el número de habitantes que tenía en el censo
de 1961 y por 15 el del censo de 1940.
No considero viajes en carretera las salidas en
la década de los 50 hasta Huaral o Chancay al norte, Chosica o Santa Eulalia al
centro o Mala y alrededores, Pucusana, San Bartolo y, principalmente, la playa Santa
Rosa al sur, ya que en ningún caso eran localidades que estaban a más de 100
kilómetros de Lima y en la mayoría de los casos se trató de viajes de ida y
vuelta el mismo día.
Aunque en
el año 1948 o 1949 había viajado con mi tía Teresa, hermana de mi padre, hasta
Chiclayo para visitar a mi tío Armando quien vivía con su esposa Laura y sus
ocho hijos en la hacienda Tumán donde era administrador, prácticamente no
recuerdo el viaje mismo supongo debido a que estuve adormilado tanto a la ida
como al regreso, posiblemente porque ambos viajes creo que fueron nocturnos. Además
tenía sólo seis o siete años.
Recuerdo
aunque sin muchas precisiones la carretera Panamericana norte, particularmente
los inacabables tramos desérticos a fines de julio de 1952, cuando mi padre
acompañó a un grupo de alumnos de quinto de secundaria de la Gran Unidad
Escolar “Tomas Marsano” donde él era profesor y del que un año después sería
sub director. Yo que estaba en cuarto de primaria, lo acompañé en el viaje acomodado
en el asiento del ómnibus entre él y un auxiliar de educación. Gocé de todo el
viaje, que incluyó ver el castillo de Chancay, la fortaleza de Paramonga, Chan
Chan -la ciudad de barro más grande del mundo-, el museo Chiclín y el museo Brüning
de Lambayeque, además de conocer las ciudades de Trujillo y Chiclayo. Pero también
fue una gran ocasión de poder conversar ampliamente que tuvimos dos Alfredo
Filomeno, uno de 50 y otro de 10 años (Ver
crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012).
Mi primera
salida a la Carretera Panamericana sur ocurrió justamente seis años después, a
fines de julio de 1958, esta vez integrando el amplio grupo de alumnos del 5°
“A” de la misma Gran Unidad Escolar que en esos momentos ya llevaba el nombre
de Ricardo Palma y fueron ocho días intensos que ya han sido motivo de algún relato
anterior (Ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica” del 16 de febrero de 2013) y fue cuando conocí Ica,
Arequipa, Moquegua y Tacna, importantes ciudades del sur peruano.
Tenía más de dos años de dejar el colegio, a
fines de mayo de 1961, cuando comprobé lo peligrosa que era la Carretera
Central no sólo por la altura hasta donde se eleva, sino principalmente por las
incontables curvas que tiene, porque en buena parte del camino se viaja al
borde de profundas quebradas, así como por el hecho del problema ya existente en
ese tiempo, de camiones de gran tamaño que dificultan el paso a ómnibuses y
automóviles. La altura no la sentí mucho ya que incluso cuando el vehículo paró
en un zona desolada y algunos bajamos a estirar las piernas yo encendí un
cigarrillo y sólo cuando estaba por terminarlo los faros de otro bus iluminaron
un letrero que decía “Anticona, punto más alto de la carretera central”.
Anticona o Ticlio como también se le conoce está a los 4818 metros sobre el
nivel del mar. A poco más de un año de la fecha de elecciones comenzábamos la
primera gira de la campaña electoral Héctor Cornejo Chávez, del candidato
presidencial del Partido Demócrata Cristiano (Ver crónica “Las campañas electorales de antaño” del 19 de febrero de
2016).
Estos recuerdos de mis primeros viajes por
las tres carreteras más importantes que salen de Lima me sirven para indicar lo
distinto que era partir de la ciudad en esos años. Dejo a los lectores imaginar
cuánto cambió la capital en las últimas décadas…
ANTES ERAN INICIO DE CARRETERAS, HOY SON PARTE DE
LA CIUDAD
Para el viaje hasta Chiclayo en julio de
1952, luego de pasar el Puente del Ejército que comunicaba el Cercado con el
Rímac, el ómnibus transitó frente a la inmensa edificación de la Universidad de
Ingeniería y antes de terminar de pasarla estaba la Portada de Guía, una de las
antiguas salidas de la Lima amurallada a mediados del siglo XVII en época en
que era capital del Virreinato del Perú. En esos momentos estábamos en el
novísimo distrito de San Martín de Porres creado dos años antes, pero donde no
se veían edificaciones sino tierras de cultivo a ambos lados de la carretera.
Los pujantes distritos de Comas, Independencia y Los Olivos no existían, como
tampoco el tranquilo distrito de Santa Rosa. Carabayllo y Puente Piedra eran
distritos esencialmente rurales muy lejos de la ciudad y Ancón era un balneario
de personas pudientes. Nadie podía imaginar que todos ellos formarían un cuarto
de siglo después, el Cono Norte y que 50 años después sería Lima Norte, con una
población que actualmente más que duplica a todos los habitantes de Lima en los
momentos en que hice ese viaje.
En 1958 cuando realicé el esperado viaje de
promoción, nos sentimos ya en carretera cuando pasamos el cementerio y estadio
de Surquillo y avanzamos en medio de haciendas y chacras por unos diez o doce
kilómetros hasta llegar al desierto sólo interrumpido por unas precarias
viviendas construidas casi cuatro años antes ubicadas en una zona que habían
denominado Ciudad de Dios, debido a que la invasión que fundó esa entonces
denominada barriada, se había realizado por los días de Navidad de 1954. No se podía
suponer que esos arenales donde se conocía que se trabajaba en canteras para
fabricar cemento, se convertirían en los años siguientes en tres distritos:
Villa María del Triunfo, San Juan de Miraflores y Villa El Salvador. Tampoco
que se extenderían hasta los entonces distritos rurales de Pachacamac y Lurín y
que actualmente juntos superen el número de habitantes de toda Lima de los
cincuenta.
Cuando por primera vez viajé a la sierra, en
mayo de 1961, después de pasar por El Agustino, un cerro totalmente cubierto
con viviendas, que quedaba al borde de la ciudad a unos mil quinientos metros
más o menos de la avenida Grau, me encontré en la carretera central. A unos
cuantos kilómetros cruzamos el pequeño pueblo de Vitarte –hoy capital del
distrito de Ate-Vitarte- y a los veintitantos kilómetros de iniciado el
recorrido pasamos por el distrito de Chaclacayo, con muchas viviendas de
descanso que al igual que el colindante distrito de Lurigancho –más conocido
como Chosica- sin imaginar que pocos años después estarían totalmente integrados
al Cono Este de Lima y que junto con los entonces inexistentes distritos de
Santa Anita y El Agustino actualmente superarían también el millón de
habitantes, por cierto sin contar con el distrito de San Juan de Lurigancho,
creado en 1967, que es un caso singular.
Este último es el distrito más poblado del
Perú, que hace un par de años justamente ya superó el millón de habitantes y
que en momentos de mis primeros viajes por el Perú no sólo no existía sino que
en las tierras que hoy ocupa no había ningún centro poblado significativo. Como
en otra oportunidad conté, desde lo alto del San Cristóbal, el más importante
cerro de Lima y que divide actualmente los distritos del Rímac y San Juan de
Lurigancho, pude descubrir lo inmenso y poblado de este distrito en el año 2006
allí donde cerca de 50 años antes sólo había divisado plantaciones (Ver crónica “¿Cuándo nació esta ciudad?” del 11
de diciembre de 2012).
El crecimiento de Lima ha sido tan explosivo
que en muchos casos antiguos lechos secos de riachuelos se han ocupado con construcciones
precarias y también se ha edificado casas casi al borde del río Rímac. Esto
explica que los huaicos actualmente causen mayores daños, no sólo a viviendas
sino incluso en algunos casos cobrando vidas humanas.
LIMA CRECIÓ INCONTENIBLE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS
Al relatar mis primeros tres viajes he
querido que sirva para comparar la Lima de mi niñez y juventud con la enorme
ciudad actual. Habrá otras oportunidades para contar mis viajes más largos o más
peligrosos, o de recorridos por carreteras totalmente deterioradas por
fenómenos naturales o por desidia de quienes debían encargarse de mantenerlas.
También la incomodidad y la imposibilidad de calcular tiempos de viaje en tramos
muy afectados por lluvias o la por niebla.
Son múltiples las experiencias después de
haber viajado por tierra por buena parte del país y, como antes señalé, sin
toparme con ningún huaico. Puedo decir que por carretera he llegado a la mayoría de
las capitales de los departamentos del Perú: Tumbes, Piura, Chiclayo, Trujillo,
Huaraz, Ica, Arequipa, Moquegua, Tacna, Puno, Cusco, Abancay, Ayacucho,
Huancavelica, Huancayo, Cerro de Pasco, Huánuco, Cajamarca y Moyobamba. En
muchas de estas ciudades he estado más de veinte veces. A varias de ellas he
arribado también en avión, aunque a Abancay, Huancavelica, Moquegua y Cerro de Pasco no
hay posibilidad de hacerlo. Y a Huaraz, Puno, Huancayo y Moyobamba se puede
llegar a aeropuertos situados en provincias aledañas. A tres capitales, Puerto
Maldonado, Pucallpa, Iquitos sólo he llegado volando, aunque a las dos primeras
hay posibilidad de llegar por tierra en larguísimos viajes. Sólo me falta
conocer la ciudad de Chachapoyas, capital del departamento de Amazonas. Estoy
seguro de poder decir algún día que he estado en todas las capitales del Perú.
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