Los días 4 y 5 de noviembre de 1987 se realizó en Moscú el “Encuentro
de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de
la Gran Revolución de Octubre”. Participaron 178 organizaciones, 63 delegados hablaron
en la reunión y como no hubo tiempo para los otros 64 que estábamos en la lista
de oradores dejamos nuestros textos escritos para la publicación que se haría
con todas las intervenciones. Era imposible que todos hablaran, pese a que ningún
orador llegó a los 10 minutos, incluyendo a Fidel Castro célebre por sus extensos
discursos y excluyendo a Nicolae Ceausescu que habló cerca de media hora.
Como he señalado en otras oportunidades, aunque convocado por el
Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, no era sólo una reunión de
partidos comunistas sino bastante más amplia porque incluía a partidos social
demócratas europeos, algunos movimientos políticos de África y Asia y también a
partidos socialistas latinoamericanos, que habían constituido un año y medio
antes en Montevideo la Coordinación Socialista
Latinoamericana. Del
Perú hubo delegaciones del Partido Comunista Peruano, del Partido Aprista
Peruano y del Partido Socialista Revolucionario.
Cuando meses después revisé la publicación en dos tomos de los
discursos, figuraba el mío como secretario general del PSR y el de Nicanor
Mújica, miembro de la Dirección Nacional del Apra. Me sorprendió que no
estuviera el de Jorge del Prado, secretario general del PCP, pero la
explicación que me dieron y su significado son para desarrollarse en otra
crónica.
NO HABÍA INVITACIÓN PARA BARRANTES
No me voy a referir al Encuentro y las otras ceremonias. Tampoco a las
primeras muestras de la “Perestroika” –reestructuración económica- y la “Glasnost”
–apertura política- inimaginables pocos años atrás. En esta ocasión escribiré sobre las múltiples
gestiones que semanas antes hizo para participar del Encuentro Alfonso
Barrantes Lingán, voceado candidato presidencial, ex alcalde de Lima y ex
presidente de Izquierda Unida. Y además sobre algunas peripecias que tuvo que
pasar en Moscú.
Meses antes, durante una recepción en alguna de las embajadas de los entonces
llamados “países socialistas”, alguien hizo referencia a los 70 años de la “revolución
de octubre” y que los soviéticos estaban preparando varios actos
conmemorativos. Al salir Barrantes me preguntó
si el PSR sería invitado. No sé, respondí. Pero ustedes reciben algunas
invitaciones del PCUS, replicó. Asentí y le conté que desde 1981 contábamos con
invitaciones anuales a dos o tres dirigentes para viajes de “descanso y chequeo
médico”, que por lo que sabíamos era un primer escalón en las relaciones
partidarias. Pero hasta el momento no hemos sido invitados a otro tipo de
eventos, añadí. Mantenme informado si tienen alguna novedad, dijo al
separarnos.
En setiembre me llamó el agregado político de la URSS para trasmitirme
la invitación del PCUS para que viajara al Encuentro. También me informó que
estaba invitado Jorge del Prado, a quien acompañaría otro dirigente y que se
había invitado al Apra que designaría a dos dirigentes. Al día siguiente lo comuniqué
a Barrantes. Me preguntó si creía que invitarían a Izquierda Unida. Estoy
seguro que no, dije. No era necesario preguntárselo para saber que Alfonso
estaba pensando que podía ser invitado como líder de IU, por lo que añadí que en
el supuesto negado que los soviéticos pensaran en esa invitación, existía un
problema que no era menor: Alfonso no era presidente de Izquierda Unida desde mayo
cuando renunció públicamente al cargo (Ver crónica “Propuesta a Barrantes que no pude concretar” del 21 de
octubre de 2016).
DE DISCRETO ASESOR A LÍDER DE LA IZQUIERDA
Hago un paréntesis. Pese a su militancia en el Partido Aprista hasta
treinta años atrás, cuando renunció siendo presidente de la Federación
Universitaria de San Marcos, Alfonso había sido por 20 años un independiente de
izquierda, salvo un breve paso por el PCP poco antes que se produjera la
ruptura originada por el enfrentamiento entre el PCUS y el PC Chino, después de
la cual se mantuvo apartado de ambas posiciones. Siempre tuvo buenas relaciones
con dirigentes de distintos sectores de izquierda y logró el respeto de
políticos de diferente signo.
Cuando en julio de 1977 el gobierno de Morales Bermúdez convocó
elecciones para una Asamblea Constituyente y anunció que luego de culminada
habría elecciones generales, los partidos que estaban formando la Unidad
Democrático Popular, UDP, frente político con más de una decena de agrupaciones
que compartían el mismo espacio político y que precisamente por eso no lograban
procesar sus diferencias, se les ocurrió que habría mucho “papeleo” y buscaron para
que los presidiera un abogado que los ayudara a entender e implementar
disposiciones de la “democracia burguesa”, al mismo tiempo que mediara en sus
diferencias. Alguna vez Carlos Tapia afirmó que a Barrantes se le ofreció el
cargo casi sin pensarlo y porque algunos lo ubicaban como asesor legal de
sindicatos. Se cuenta que Barrantes esperaba pacientemente que terminaran las larguísimas
discusiones en pasillos para iniciar reuniones que la mayor parte de las veces
era sólo una formalidad.
En setiembre u octubre de 1980, los jóvenes dirigentes de partidos de
la UDP se sorprendieron de la calidad oratoria de Barrantes al escucharlo por
primera vez. No tenían idea de la capacidad de liderar que ya había tenido 20 ó
25 años antes en el movimiento universitario y, por tanto, no imaginaban el
liderazgo que podía ser capaz de desarrollar.
Entre el abogado de comportamiento discreto de 1977 y el candidato de
Izquierda Unida que alcanza el 28 % de los votos para la alcaldía de Lima en
noviembre de 1980, hubo un salto significativo. Entre este sorprendente
candidato que impone a los partidos integrantes de IU que lo nombren presidente
y tres años después el triunfante alcalde electo de Lima, convertido además en
líder del frente que logra una gran presencia electoral en los municipios del
país, hay otro salto notable. Y más significativo incluso resulta que segundo
en las elecciones presidenciales de abril del 85 y perdedor por pocos votos de
la reelección a la alcaldía a finales de 1986, en el segundo semestre de 1987, en
la mayoría de encuestas y opiniones de analistas, se le considerara como el
candidato con mayores posibilidades de ganar las elecciones presidenciales de
1990. Ya no era un ex líder universitario, silencioso árbitro de pugnas de
pequeños partidos y respetado abogado. Era el segundo hombre en importancia del
país después del presidente Alan García. Sabía que sus votos habían logrado que
partidos más significativos superaran la valla electoral. Por tanto estaba
convencido que no necesitaba el cargo de presidente de IU ya que era su líder
indiscutido.
Ese era el Barrantes que quería viajar a Moscú en octubre de 1987.
Conociendo la relación entre ambos, estoy seguro que Alfonso, buscó a
Del Prado para que gestionara su invitación señalándoles a los soviéticos la
importancia de tener como invitado a quien tenía posibilidades de ser el
siguiente presidente del Perú. Días después me dijo Alfonso, aparentando no
darle importancia, que Del Prado le había dicho que conversaría con los
soviéticos sobre su invitación.
Pero en Moscú estaba convocada una reunión de partidos…
Como tuve oportunidad de conversar con los soviéticos por esos días, intuí
que estaban analizando otras posibilidades ya que en Moscú estaban programadas simultáneamente
varias reuniones internacionales, aunque Barrantes no se había interesado por ninguna
que no fuera el Encuentro.
DE TODAS FORMAS LLEGÓ MOSCÚ
Cuando poco después del mediodía del 30 de octubre nos encontramos con
Del Prado en el aeropuerto y me confirmó que por insistencia de Barrantes hizo algunas
gestiones infructuosamente, confiándome que el propio Alfonso lo había
intentado hablando con el embajador soviético. Ambos convinimos que era muy
difícil que Alfonso viajara sabiendo que no participaría en el Encuentro. Cerca
de medianoche del día siguiente aterrizamos en el aeropuerto Sheremétievo y a
cada una de las tres delegaciones peruanas la esperaba un alto funcionario para
dar la bienvenida del PCUS, así como un traductor y un auto. Como a diferencia
de las otras dos delegaciones, yo era el único del PSR un auto era sólo para
mí. Mencionar esto puede parecer una frivolidad pero tiene relación con lo que
pasó poco después.
Los días 2 y 3 de noviembre en el Palacio de los Congresos se realizó
una sesión conjunta del Comité Central del PCUS, el Soviet Supremo de la URSS y
el Soviet Supremo de la Federación Rusa. Aunque no habían llegado todas las
delegaciones, los que participaríamos del Encuentro fuimos invitados a asistir,
por lo que nos trasladamos y nos ubicamos en unos palcos donde en cada asiento
nos esperaban audífonos para la traducción simultánea.
A las 10 de la mañana la reunión fue inaugurada por Andréi Gromyko,
presidente del Presidium del Soviet Supremo, que había sido canciller soviético
desde 1957 hasta un par de años antes. Si bien se trataba de un personaje
histórico porque había sido la cara visible de la URSS en toda la “guerra
fría”, era evidente que cercano a los 80 años no encajaba en las nuevas
posiciones que encabezaba Mijaíl Gorbachov, Secretario General del Comité
Central del PCUS. El discurso de Gromyko fue breve, prácticamente sólo una
bienvenida a los integrantes de la reunión y a los invitados. Y diez minutos
después inició su intervención Gorbachov. Duró hasta la una y quince de la
tarde, con un intermedio de una media hora para servirse café o bebidas.
Durante el intermedio, en una sala destinada a los delegados al
Encuentro, Carlos Roca quien era el segundo delegado del Apra, me aseguró que
había visto a Barrantes en un grupo de 40 o 50 personas agrupadas a un costado
del primer nivel del auditorio. No pude ubicarlo. Culminado el discurso de
Gorbachov se planteó otro receso de unos 45 minutos para refrigerio. Algo
estaba sirviéndome cuando escuché una inconfundible voz que decía “Que bien se
alimenta, mi buen señor…”. Era Alfonso. Poco después lo acompañé a saludar a
Del Prado y a Enrique Castro, el otro delegado del PCP, así como a Nicanor Mujica y Roca.
Antes de juntarnos con los otros peruanos me enteré que había llegado
en la madrugada, que estaba en una categoría especial de invitados: las
“personalidades” que eran desde políticos en ese momento sin cargos partidarios
o gubernamentales hasta científicos, diplomáticos o académicos que habían
mantenido buenas relaciones con la URSS y habían impulsado las relaciones con
sus países. Me dijo que eran unas treinta personas de todo el mundo, aunque me
contó que se desplazaban en dos buses lo cual podía indicar que eran más.
Estaban invitados a esas sesiones, del 4 al 6 tenían un programa de visitas a lugares
de importancia y museos de la ciudad y el 7, día central de las celebraciones,
presenciarían desde un tribuna en la Plaza Roja, el acto y el desfile
conmemorativos en la mañana y asistirían a una recepción en el Kremlin por la
tarde.
MOVILIZANDO A BARRANTES
Alfonso estaba alojado en el Hotel Leningrado, uno de los siete edificios
de Moscú con apariencia de castillo que combinaban estilos barroco y gótico
rusos, pero construidos con la tecnología de los rascacielos norteamericanos. Nueve
años atrás, me había hospedado en otro similar, el Hotel Ucrania (Ver crónica “Desorientaciones en Moscú” del
31 de diciembre de 2012). Cuando
me preguntó dónde nos alojábamos y le contesté que en el Octubre, el hotel del
partido, me dijo si era cierto que se necesitaba estar registrado como
visitante para que lo dejaran pasar en la caseta de seguridad. Cuando se lo
confirmé me dijo en tono misterioso “algo habrá que hacer en estos días…”.
Como había algunos sitios vacíos, Alfonso se quedó con nosotros hasta
que terminó la reunión a las 5 de la tarde. Al bajar, Alfonso viendo que los
dirigentes apristas y comunistas se dirigían a sus autos me comentó sonriente
que seguramente era aburrido no conversar con algún compatriota cuando me
desplazaba en el auto. Me reí y le dije que justamente le iba a ofrecer
llevarlo, ya que no quedaba nadie del grupo con que había llegado. Instantes
después cuando me encontré con Nicolai, mi traductor, se produjo el siguiente
diálogo:
·
Nicolai,
dile al chofer que vamos al hotel Leningrado, a dejar al doctor Barrantes, ya
que su bus partió…
·
Bien, le
diré al chofer que nos deje en el hotel y luego lleve al señor a su hotel.
·
No, el
doctor no irá solo al hotel …
·
Entonces
lo dejamos a usted y luego me voy con el chofer a dejar al doctor.
·
No,
iremos primero al Leningrado y después a nuestro hotel.
·
Pero,
usted estará cansado de haber estado todo el día escuchando la sesión.
·
¡¡¡Nicolai
le he dicho que vamos primero a dejar al doctor Barrantes…!!!
·
De
acuerdo.
Puede parecer una tontería, pero muchas veces personas encargadas de
servicios miden su valor de acuerdo a la importancia -real o supuesta- de aquellos
con los que trabajan. Para Nicolai a mí me habían destinado auto mientras que Alfonso
se movilizaba en bus… Y por tanto le correspondía preocuparse por mi comodidad
y no por la “de un intruso”.
Al día siguiente, pese a la cara adusta del traductor, hicimos el
mismo recorrido a las dos y media de la tarde en que salimos de la sesión
conjunta. Ese día Alfonso también había llegado con el grupo de
“personalidades” y se había escabullido hasta donde estábamos las delegaciones.
Al despedirnos me indicó que coordinara para desplazarnos juntos a las
actividades del 7, mientras hacía una seña indicando el auto… que era el único
que tenía espacio para ir a la Plaza Roja con otro pasajero.
En algún momento comenté con Anatoly, funcionario del departamento
Internacional del PCUS encargado de las relaciones con partidos del Perú, Brasil
y República Dominicana, sobre la presencia de Alfonso, que lo había movilizado un
par de veces y que lo haría el día central de las celebraciones. Me dijo que no
habría problemas. No me imaginaba todavía la buena relación que desarrollaría
con este funcionario (Ver
crónica “Moscú - Surmenage - Moscú” del 21 de agosto de 2015).
No vi a Alfonso hasta la noche del 6 de noviembre cuando nos
encontramos en la embajada peruana. El embajador Roger Loayza ofreció una comida
a todos los peruanos que asistíamos a las distintas reuniones internacionales
que se realizaban simultáneamente en Moscú. De esa reunión y el posterior
frustrado intento de hacer un brindis a medianoche en la Plaza Roja trataré de
ocuparme en otra crónica. Durante los dos días del Encuentro, Alfonso se había movilizado con un auto que el
embajador había puesto a su disposición y ese día con Del Prado, ya que
prácticamente no habíamos tenido programa. Apenas nos encontramos, me preguntó
por lo del día siguiente. “No hay problema. Nos encontramos en la recepción del
hotel a las 9 de la mañana. Ya está registrado tu nombre en la caseta”, le
dije.
A la mañana siguiente antes de las 9, Alfonso llegó al hotel Octubre. Poco
después nos trasladamos hasta cerca de la Plaza Roja. Tuvimos que caminar con
intensísimo frio las tres o cuatro últimas cuadras. Estuvimos juntos en la
tribuna para delegados al Encuentro, escuchamos el discurso de Gorbachov, vimos
el imponente desfile militar, y dos horas después a pie y en auto regresamos al
hotel. Hablamos un buen rato mientras admiraba algunas de las instalaciones del
flamante hotel recientemente inaugurado (Ver crónica “Moscú: no sólo los tres hoteles fueron distintos” del 26 de noviembre de 2013). Nos separamos a la una, Alfonso
almorzaría con Del Prado mientras yo asistía a una reunión con partidos
integrantes de la Coordinación Socialista
Latinoamericana. A las 4 y 30 de la tarde, nos dirigimos en el auto hacia el Kremlin donde se realizó una
recepción oficial por el 70 aniversario. Era imposible imaginar que antes de
cinco años no habría PCUS y ni Unión Soviética o Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, su nombre oficial.
Dos horas después salimos del Kremlin. Ignoré a Nicolai que con la cabeza me señalaba el bus
donde se movilizaban las “personalidades”, subimos al auto y le dije al
traductor: Vamos al hotel Leningrado…
SIGO SIN ENTENDER ESE VIAJE
Me despedí afectuosamente de Alfonso, quien estaría fuera del Perú
hasta enero de 1988. Ese 7 de noviembre, con algunas interrupciones, habíamos
estado juntos desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la noche. Mientras iba a
mi hotel pensaba en lo conversado con él ese día. Era claro que Alfonso sentía
que había afianzado su relación con Del Prado. Cuando hablamos de la posibilidad
que ganara la presidencia en 1990, entendí que él no imaginaba al PCP en un rol
decisivo en el gobierno. Lo que temía era un país ingobernable si es que no
contaba con el apoyo comprometido de los sectores populares organizados. Y eso,
pensaba Barrantes, sólo lo podía garantizar la Confederación General de Trabajadores
del Perú, CGTP, frenando el ultra izquierdismo que seguramente sería “nuestro
principal enemigo” y que lo “tenemos en nuestras propias filas”. Entendí que
para Barrantes era vital acercarse al PCP debido a su amplía influencia en esa
central sindical y que para él eso pasaba por hacer gestos de reconocimiento a
la importancia de la URSS asistiendo a una celebración tan especial. Pero tal
raciocinio contrastaba con la insatisfacción que le noté porque no se le había
dado importancia a su presencia en Moscú. No me convenció esa interpretación
entonces y prácticamente 30 años después de la larga charla con Alfonso,
todavía no entiendo por qué se empecinó en ir a un Encuentro donde no tenía posibilidad
de participar.
A su regreso al país Alfonso
comentó que en Alemania Federal se había sometido a un tratamiento médico por
problemas renales, que en Cuba había apreciado la importancia del Proceso de
Rectificación y que en Moscú había participado en las celebraciones por los 70
años de la revolución de octubre…
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