lunes, 29 de marzo de 2021

TENSIONES EN LAS ELECCIONES (1962-1990)

Treinta años después de dejar la política partidaria, tengo natural expectativa por lo que sucederá en la política peruana a dos semanas de las elecciones generales del 2021, pero no se asemeja a la tensión que sentía en los días previos a los eventos el siglo pasado, particularmente entre 1962 y 1990, en los que fui actor… No actor principal sino de reparto, pero actor.

En las primeras elecciones que recuerdo, las que hubo el 18 de junio de 1956, cuando era un adolescente de 14 años recién cumplidos fui sólo espectador. Aunque ya tenía interés por lo que sucedía en el país, no sospechaba que antes de tres años estaría inscrito en un partido político. En esas elecciones resultó triunfador Manuel Prado, quien ya había sido presidente entre 1939 y 1945.

DE TRISTEZA A LA ALEGRÍA EN SÓLO UN AÑO

Para las elecciones de 1962 cuando terminaba el mandato de Prado, no tenía aun edad para votar, aunque hacía más de tres años era militante del Partido Demócrata Cristiano, PDC, (Ver crónica Mis primeros años en política” del 21 de febrero de 2019). Pasé todo el día en el local central del partido ayudando a coordinar a los personeros. En esa oportunidad sentí mucho la derrota. Decenas de jóvenes habíamos participado esforzadamente en la campaña electoral durante más de un año, sacrificando tiempo, trabajos y estudios y confiábamos que el mensaje partidario llevado a todo el país, tendría mejores resultados. Los integrantes del partido, en especial los de la Juventud Demócrata Cristiana, JDC, si bien no esperábamos ganar, estábamos seguros que alcanzaríamos alrededor del 10% de la votación y mantendríamos un equipo parlamentario que repitiera la destacada actuación que habían cumplido los cuatro senadores y los trece diputados durante los seis años anteriores. El resultado fue decepcionante: menos del 3% de la votación presidencial y sólo dos diputados elegidos, uno de ellos independiente.

De ese fracaso electoral, casi sesenta años después, recuerdo nítidamente la llegada al local, alrededor de las diez de la noche, del candidato presidencial Héctor Cornejo Chávez para dirigir palabras de reafirmación partidaria a militantes acongojados, muchos incluso con los ojos llorosos…

Como ninguno de los candidatos superó el tercio de los votos, correspondía al nuevo Congreso elegir al presidente entre los tres candidatos más votados. Si bien Víctor Raúl Haya de la Torre, del Partido Aprista Peruano -APRA- había logrado la primera votación era evidente que las Fuerzas Armadas lo “vetaban”. Para evitar un golpe militar, los apristas se comprometieron a votar en el Parlamento por el ex dictador Manuel Odría -quien había realizado una feroz persecución contra los apristas entre 1948 y 1956- y cuya candidatura había obtenido el tercer puesto. Por su parte, Fernando Belaunde Terry, candidato de Acción Popular, con la segunda votación, denunciaba fraude.

El 18 de julio, a diez días de la fecha de cambio presidencial, se produjo un golpe militar que justamente denunció fraude electoral y convocó a nuevas elecciones para un año después.

Las elecciones del 9 de junio de 1963 fueron distintas. Pude votar porque días antes había cumplido 21 años. Como ese año estaba viviendo en Ayacucho, vine a Lima exclusivamente para votar. En la noche, en el local central del partido, celebramos con mis camaradas los resultados extraoficiales que indicaban que la alianza de Acción Popular y el PDC -que llevaba como candidato a la presidencia a Belaunde- había ganado las elecciones. El contraste con lo vivido en el mismo local un año antes resultaba evidente. Éramos el socio menor de una alianza, pero habíamos ganado las elecciones y muchos de los planteamientos enarbolados en la campaña electoral anterior se habían recogido en el plan de Gobierno de la Alianza AP - DC.

Un excelente complemento de esa noche de triunfo electoral fue asistir al Congreso de la República la tarde del 28 de julio, cuando juramentó el nuevo presidente. Un par de días antes llegué de Ayacucho y estuve entre los militantes que lograron un pase para asistir a una galería del Congreso. La que está más alto y resultaba la más incómoda, pero que nos permitió sentirnos parte de un acto tan solemne.

CAMPAÑA ELECTORAL EN CLANDESTINIDAD

Pasarían 15 años para nuevas elecciones generales. En 1968 se produjo el golpe militar con el general Juan Velasco Alvarado a la cabeza y se instauró el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. Pero desde 1975, que Velasco fue “relevado” por el general Francisco Morales Bermúdez, se había producido un alejamiento de las posiciones progresistas del gobierno e iniciado un descontento popular que se intentó superar con la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Las elecciones se realizaron el 18 de junio de 1978. En esos momentos era yo dirigente del Partido Socialista Revolucionario, PSR, fundado año y medio antes. Esas elecciones se realizaron en un ambiente absolutamente represivo, con candidatos y dirigentes de izquierda deportados y perseguidos (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013).

En la campaña electoral de 1978, el PSR era un partido nuevo y aunque sus siglas pudieron haber sido ya conocidas, en las células de votación no aparecía las siglas de los partidos sino letras del alfabeto y al PSR le correspondió la poco usada letra K. La necesidad de realizar actividades de propaganda resultaba indispensable. Por eso, los días inmediatamente anteriores a las elecciones, fueron muy intensos. Había que coordinar las últimas acciones de propaganda considerando que los candidatos no participarían de actos públicos, no solamente porque eran reprimidos sino porque podían ser capturados. 

Desde el 25 de mayo se había hecho pública las ordenes de deportación del general Leonidas Rodríguez, presidente del PSR, quien además encabezaba nuestra lista para la Constituyente, y del general Arturo Valdés Palacio, también dirigente y candidato. Ambos habían sido deportados en enero del año anterior y se les había permitido regresar al país a mediados de abril. La orden de captura cinco semanas después, los obligó a pasar a la clandestinidad.

En un intento de romper el silenciamiento que el gobierno estaba logrando sobre nuestra campaña -al igual que sucedía con otros partidos de izquierda- tres días antes de las elecciones organizamos un operativo que permitió a un perseguido Leonidas Rodríguez dar declaraciones a decenas de periodistas en el mismísimo palacio de gobierno y salir de allí cuando la policía pensaba que lo tenía acorralado (Ver crónica “Debía estar deportado y fugó en las narices de la policía” del 22 de enero de 2016).

A mediodía del 18 de junio, Leonidas había sido detenido cuando se disponía a votar y deportado ese mismo día a Argentina, para ser recluido en el mismo establecimiento militar de Jujuy donde hasta días antes habían estado confinados otros candidatos a la Asamblea Constituyente (Ver crónica “Clandestinidad y deportación” del 24 de junio de 2016).

Conocer los avances de los resultados que se hacen públicos en televisión y radio al cierre de la votación, normalmente sirve para intercambiar opiniones con los camaradas o compañeros con los que se comparten los mismos planteamientos. Esto no pudo ser así para las elecciones de la Constituyente, ya que estábamos viviendo en clandestinidad. Los primeros resultados extraoficiales que se dieron alrededor de medianoche los recibí en el departamento de un amigo, uno de los cinco o seis sitios en que me alojé durante cerca de 40 días en que tuve que cuidarme de la represión.

Aunque mejorarían algo conforme avanzó el cómputo oficial, los resultados iniciales para el PSR no me gustaron. Aparecíamos quintos o sextos entre los doce partidos participantes y consiguiendo cuatro o cinco de los cien escaños. Finalmente alcanzamos el cuarto puesto con 6.6% de la votación y seis constituyentes, demasiado lejos del APRA y el Partido Popular Cristiano, PPC, que obtuvieron 35.9% y 23.8% respectivamente. Pero también con solamente poco más de la mitad del 12.4% que logró el FOCEP -Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular- que se constituyó en la sorpresa electoral, no sólo por su alta votación sino por lo variopinto de su composición: tres partidos trotskistas, fracciones de varios partidos de izquierda y el movimiento liderado por Genaro Ledesma que además aportó el nombre FOCEP. Leonidas Rodríguez, logró la cuarta votación preferencial -casi 170 mil votos- después de Haya de la Torre -poco más de un millón de votos- del APRA, Luis Bedoya Reyes -644 mil votos- del PPC y del líder trotskista Hugo Blanco -286 mil votos- que integraba la lista del FOCEP y que fue uno de los también enviados a Jujuy.

BASTANTES MENOS VOTOS QUE LOS ESPERADOS

El ambiente en las elecciones generales de 1980 fue distinto. Si bien después de la Asamblea Constituyente, desde agosto de 1979, el gobierno de Morales Bermúdez había mantenido su carácter represivo, en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones del 18 de mayo no tomó medidas represivas contra las actividades electorales, aunque sí mantuvo una no disimulada manipulación informativa a través del control de los principales medios de comunicación, como diarios y estaciones de televisión, que contaban con directores nombrados por el gobierno.

En los días previos a la votación y ese mismo día, no hubo sobresaltos mayores. Salimos con mi esposa a votar en nuestros centros de votación, cuando dos años antes no habíamos podido vernos el día de las elecciones porque por la represión, no vivía en mi casa.

Los resultados en 1980 estuvieron muy por debajo de nuestras expectativas. Fueron decepcionantes. Así los apreciamos al final de ese día intenso, cuando los dirigentes nos reunimos en casa de Leonidas Rodríguez. Nuestro partido había formado una alianza denominada Unidad de Izquierda con el Partido Comunista Peruano que había obtenido en las elecciones de la constituyente el 5.9% de la votación. Aunque la suma de las votaciones de ambas organizaciones superaba el 12%, sólo logramos obtener el 2.9% de los votos válidos con Leonidas como candidato presidencial.

LA IZQUIERDA SE CONSOLIDA

Distinto fue el ambiente en los días finales de la campaña para las elecciones generales de 1985. Desde más de cuatro años y medio, el PSR había integrado la alianza denominada Izquierda Unida y participaba en esas elecciones teniendo como candidato a Alfonso Barrantes en esos momentos alcalde de Lima y cuyo liderazgo había sido importantísimo para consolidar al frente izquierdista como la segunda fuerza electoral del país. Personalmente me sentía satisfecho por los avances de IU, ya que estaba identificado con ese logro unitario por haber participado todos esos años en las coordinaciones Inter partidarias representando al PSR (Ver crónica “Lanzamiento de Barrantes para forzar la unidad” del 28 de enero de 2014).

En un país convulsionado por el creciente avance de la violencia terrorista, si bien todas las encuestas señalaban que el joven candidato del APRA Alan García lograría la primera votación, en esas elecciones podía definirse que la derecha quedaba muy reducida y que la IU avanzaba significativamente. Además, el senador Enrique Bernales, en esos momentos secretario general del PSR, había integrado la fórmula presidencial como candidato a la primera vicepresidencia y podía consolidar la presencia en IU de sectores izquierdistas no marxistas leninistas. Así lo apreciamos al final del día de las elecciones reunidos en casa justamente de Bernales. 

IU se convirtió en la segunda fuerza en el Congreso. Aunque el APRA logró 32 de los 60 senadores y 108 de los 180 diputados, nuestro frente obtuvo 15 senadores y 48 diputados. El PPC y sus aliados del Movimiento de Bases Hayistas 7 senadores y 12 diputados y Acción Popular, AP, el partido del saliente presidente Balaunde, sólo 5 senadores y 10 diputados.

BARRANTES CONVENCIDO QUE IRÍA A SEGUNDA VUELTA

Para las elecciones convocadas para el 8 de abril de 1990 se había producido un fenómeno inimaginable cinco años atrás: la derecha había reaparecido y con fuerza. AP y el PPC aliados con el novísimo Movimiento Libertad liderado por el afamado escritor Mario Vargas Llosa, habían constituido el Frente Democrático, FREDEMO, llevando como candidato presidencial al propio escritor. Desde el inicio del año, la mayoría de los analistas daba por seguro el triunfo de Vargas Llosa, incluso en primera vuelta, al mismo tiempo que consideraba que Barrantes, ocuparía el segundo lugar.

En enero de 1989 al culminar el primer Congreso Nacional de IU, se había producido el rompimiento del frente como narré extensamente en otra oportunidad (Ver crónica “Cuando la unidad no fue posible” del 29 de enero de 2019). Para las elecciones de 1990, el PSR apoyó otra vez la candidatura presidencial de Barrantes esta vez dentro de la alianza electoral denominada Izquierda Socialista. Lo acompañaban como candidatos a las vicepresidencias Enrique Bernales y el economista y profesor universitario Carlos Amat y León, uno de los más destacados técnicos que conformaban el amplio grupo de independientes de IS. A Carlos lo conocía desde los años sesenta cuando éramos parte de la JDC.

Muchos pensábamos que Barrantes que durante varios años fue considerado como el favorito en las encuestas, hasta la aparición de la candidatura de Vargas Llosa, era seguro participante de la segunda vuelta. Pero hacia fines de febrero comenzó a preocuparnos que algunos análisis mostraran que, pese al desastroso gobierno de García, el aparato partidario del APRA podía garantizar una importante votación para Luis Alva Castro, candidato aprista, que podía amenazar con sobrepasar a Barrantes, quien justamente en esos momentos daba la impresión de que no estaba muy animado en campaña. Esa era la única amenaza que veíamos, ya que dábamos por descontado que Henry Pease, candidato de IU, no alcanzaría el 10%.

Tengo la impresión muy personal que Barrantes, por lo menos hasta una semana antes de las elecciones, estaba convencido de que pasaría a la segunda vuelta con Vargas Llosa. En esa época, como secretario general del PSR, participé en muchas reuniones con él y como su vecino en la urbanización La Capullana -vivíamos a cuatro cuadras- más de una vez lo acompañé a su casa o lo recogí de allí. Porque lo frecuentaba, pude deducir que actitudes consideradas como de desgano, podrían tener como explicación que no quería enfrentar a quienes podían ser sus votantes en la segunda vuelta, ya que estaba convencido que quienes votaran por Alva Castro o Pease, optarían en segunda vuelta por su candidatura. Incluso creo que pensaba que, luego de demostrar disciplina partidaria en la primera vuelta, los militantes de AP votarían por él en la segunda.

FUERTE DERROTA FRENTE A UN DESCONOCIDO

Hasta dos semanas antes de las elecciones nadie había advertido la candidatura de Alberto Fujimori, cuando en una encuestadora apareció desplazando del cuarto puesto a Pease. Sólo el martes 3 me enteré que Barrantes había buscado un intermediario para tratar de plantearle a Fujimori que se retirara a cambio de un respaldo expreso a su candidatura al Senado, al que también postulaba. No tuvo ninguna respuesta.

Meses atrás Fujimori, inscrito ya como candidato presidencial, había planteado a Barrantes su disposición a retirarse a cambio de estar en el primer puesto de la lista senatorial de IS, dando a entender que podría aceptar ser segundo o tercero. No tuvo ninguna respuesta… No se enteró que su mensaje nunca le llegó al candidato de IS, porque el emisario -bastante amigo de Barrantes- consideró que era mucho atrevimiento el planteamiento de quien había sido rector de la Universidad Agraria, pero era un desconocido en política. Este inesperado pedido no comunicado lo supe semanas después de las elecciones, cuando ese emisario lamentaba -mientras conversábamos en su restaurante- no haber trasmitido el mensaje.

El viernes 6, cuando ya no se podían realizar movilizaciones, aunque sí difundir mensajes, el Canal 7 invito a decenas de candidatos al parlamento de casi todos los partidos para que dieran un brevísimo mensaje. Creo que hubo más de cincuenta postulantes reunidos, acompañado por militantes partidarios e incluso por policías ya que el ministerio del Interior había destinado resguardo a todos los candidatos debido a los últimos atentados (Ver crónica “Elecciones: cercados por elterror” del 22 de febrero de 2018).

En algún momento vi a lo lejos a José -Pepe- Tassara, gerente general del canal estatal. Lo conocía desde 1965 cuando Pepe era militante de la JDC en el Cusco. Me hizo una seña para que me acercara, nos saludamos cordialmente y subimos a su oficina. Sobre una mesa había muchos papeles, todos con números o gráficos. Me dijo que todos los días le llegaban encuestas que realizaban extraoficialmente algunas dependencias del gobierno. Y mostrándome diversos cuadros, me dijo que Fujimori no existía al comenzar marzo, pero al terminar la primera semana tenía 2%, en la segunda 5%, en la tercera 10 %, en la cuarta 15 % y al comenzar abril estaba sobre 20 %. Añadió que en cinco semanas Fujimori le había quitado prácticamente el 80% de votos a Barrantes, un 20% a Pease y un 10% a Vargas Llosa y que prácticamente no le había quitado votos a Alva. Y ante mi asombro, añadió “Flaco, felizmente las elecciones son en dos días, porque si fueran ocho o diez, Barrantes se queda sin un voto”.

La mañana del 8 de abril, antes de ir a votar, nos reunimos con varios dirigentes de IS en casa de Alfonso. Estaba poco comunicativo y su cara daba a entender que presagiaba la derrota. Después de conversar brevemente, nos dijo que votaría después y dio a entender que prefería hablar después de cerrarse la votación. Quedamos en recibir juntos los “flash” electorales de los canales de televisión en casa de Francisco Guerra García, quien encabezaba la lista de senadores. No volvimos a ver a Barrantes ese día…

A las cuatro de la tarde, cuando alrededor de cuarenta personas nos agolpamos frente al televisor en casa de Pancho Guerra, los resultados extraoficiales nos dejaron totalmente mudos, ya que no distaron mucho de los números definitivos que conoceríamos semanas después: Vargas Llosa 32.6%, Fujimori 29.1 %, Alva Castro 22.5 %, Pease 8.2% y Barrantes 4.7%.

Nuestra derrota fue contundente… 

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