Treinta años después de dejar la política partidaria, tengo natural expectativa por lo que sucederá en la política peruana a dos semanas de las elecciones generales del 2021, pero no se asemeja a la tensión que sentía en los días previos a los eventos el siglo pasado, particularmente entre 1962 y 1990, en los que fui actor… No actor principal sino de reparto, pero actor.
En las primeras elecciones que recuerdo, las que hubo el 18 de junio
de 1956, cuando era un adolescente de 14 años recién cumplidos fui sólo espectador.
Aunque ya tenía interés por lo que sucedía en el país, no sospechaba que antes
de tres años estaría inscrito en un partido político. En esas elecciones
resultó triunfador Manuel Prado, quien ya había sido presidente entre 1939 y
1945.
DE TRISTEZA A LA ALEGRÍA EN SÓLO UN AÑO
Para las elecciones de 1962 cuando terminaba el
mandato de Prado, no tenía aun edad para votar, aunque hacía más de tres años era
militante del Partido Demócrata Cristiano, PDC, (Ver crónica “Mis primeros años en política” del 21 de febrero de 2019). Pasé todo el día en el local central del partido ayudando
a coordinar a los personeros. En esa oportunidad sentí mucho la derrota. Decenas
de jóvenes habíamos participado esforzadamente en la campaña electoral durante
más de un año, sacrificando tiempo, trabajos y estudios y confiábamos que el mensaje
partidario llevado a todo el país, tendría mejores resultados. Los integrantes
del partido, en especial los de la Juventud Demócrata Cristiana, JDC, si bien
no esperábamos ganar, estábamos seguros que alcanzaríamos alrededor del 10% de
la votación y mantendríamos un equipo parlamentario que repitiera la destacada
actuación que habían cumplido los cuatro senadores y los trece diputados durante
los seis años anteriores. El resultado fue decepcionante: menos del 3% de la
votación presidencial y sólo dos diputados elegidos, uno de ellos independiente.
De ese fracaso electoral, casi sesenta años
después, recuerdo nítidamente la llegada al local, alrededor de las diez
de la noche, del candidato presidencial Héctor Cornejo Chávez para dirigir palabras
de reafirmación partidaria a militantes acongojados, muchos incluso con los
ojos llorosos…
Como ninguno de los candidatos superó el
tercio de los votos, correspondía al nuevo Congreso elegir al presidente entre
los tres candidatos más votados. Si bien Víctor Raúl Haya de la Torre, del Partido
Aprista Peruano -APRA- había logrado la primera votación era evidente que las
Fuerzas Armadas lo “vetaban”. Para evitar un golpe militar, los apristas se comprometieron
a votar en el Parlamento por el ex dictador Manuel Odría -quien había realizado
una feroz persecución contra los apristas entre 1948 y 1956- y cuya candidatura
había obtenido el tercer puesto. Por su parte, Fernando Belaunde Terry,
candidato de Acción Popular, con la segunda votación, denunciaba fraude.
El 18 de julio, a diez días de la fecha de
cambio presidencial, se produjo un golpe militar que justamente denunció fraude
electoral y convocó a nuevas elecciones para un año después.
Las elecciones del 9 de junio de 1963 fueron
distintas. Pude votar porque días antes había cumplido 21 años. Como ese año
estaba viviendo en Ayacucho, vine a Lima exclusivamente para votar. En la
noche, en el local central del partido, celebramos con mis camaradas los
resultados extraoficiales que indicaban que la alianza de Acción Popular y el PDC
-que llevaba como candidato a la presidencia a Belaunde- había ganado las
elecciones. El contraste con lo vivido en el mismo local un año antes resultaba
evidente. Éramos el socio menor de una alianza, pero habíamos ganado las
elecciones y muchos de los planteamientos enarbolados en la campaña electoral
anterior se habían recogido en el plan de Gobierno de la Alianza AP - DC.
Un excelente complemento de esa noche de
triunfo electoral fue asistir al Congreso de la República la tarde del 28 de
julio, cuando juramentó el nuevo presidente. Un par de días antes llegué de Ayacucho
y estuve entre los militantes que lograron un pase para asistir a una galería
del Congreso. La que está más alto y resultaba la más incómoda, pero que nos
permitió sentirnos parte de un acto tan solemne.
CAMPAÑA ELECTORAL EN CLANDESTINIDAD
Pasarían 15 años para nuevas elecciones
generales. En 1968 se produjo el golpe militar con el general Juan Velasco
Alvarado a la cabeza y se instauró el Gobierno Revolucionario de la Fuerza
Armada. Pero desde 1975, que Velasco fue “relevado” por el general Francisco
Morales Bermúdez, se había producido un alejamiento de las posiciones progresistas
del gobierno e iniciado un descontento popular que se intentó superar con la
convocatoria a una Asamblea Constituyente. Las elecciones se realizaron el 18
de junio de 1978. En esos momentos era yo dirigente del Partido Socialista Revolucionario,
PSR, fundado año y medio antes. Esas elecciones se realizaron en un ambiente absolutamente
represivo, con candidatos y dirigentes de izquierda deportados y perseguidos (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013).
En la campaña electoral de
1978, el PSR era un partido nuevo y aunque sus siglas pudieron haber sido ya conocidas,
en las células de votación no aparecía las siglas de los partidos sino letras
del alfabeto y al PSR le correspondió la poco usada letra K. La necesidad de
realizar actividades de propaganda resultaba indispensable. Por eso, los días inmediatamente
anteriores a las elecciones, fueron muy intensos. Había que coordinar las últimas
acciones de propaganda considerando que los candidatos no participarían de
actos públicos, no solamente porque eran reprimidos sino porque podían ser
capturados.
Desde el 25 de mayo se había hecho pública las ordenes de deportación del general Leonidas Rodríguez, presidente del PSR, quien además encabezaba nuestra lista para la Constituyente, y del general Arturo Valdés Palacio, también dirigente y candidato. Ambos habían sido deportados en enero del año anterior y se les había permitido regresar al país a mediados de abril. La orden de captura cinco semanas después, los obligó a pasar a la clandestinidad.
En un intento de romper el silenciamiento que
el gobierno estaba logrando sobre nuestra campaña -al igual que sucedía con
otros partidos de izquierda- tres días antes de las elecciones organizamos un
operativo que permitió a un perseguido Leonidas
Rodríguez dar declaraciones a decenas de periodistas
en el mismísimo palacio de gobierno y salir de allí cuando la policía pensaba
que lo tenía acorralado (Ver crónica “Debía estar deportado y fugó en las narices de la policía”
del 22 de enero de 2016).
A mediodía del 18 de junio, Leonidas había
sido detenido cuando se disponía a votar y deportado ese mismo día a Argentina,
para ser recluido en el mismo establecimiento militar de Jujuy donde hasta días
antes habían estado confinados otros candidatos a la Asamblea Constituyente (Ver crónica “Clandestinidad y deportación” del 24 de
junio de 2016).
Conocer los avances de los resultados que se
hacen públicos en televisión y radio al cierre de la votación, normalmente sirve
para intercambiar opiniones con los camaradas o compañeros con los que se
comparten los mismos planteamientos. Esto no pudo ser así para las elecciones
de la Constituyente, ya que estábamos viviendo en clandestinidad. Los primeros resultados
extraoficiales que se dieron alrededor de medianoche los recibí en el
departamento de un amigo, uno de los cinco o seis sitios en que me alojé durante
cerca de 40 días en que tuve que cuidarme de la represión.
Aunque mejorarían algo conforme avanzó el
cómputo oficial, los resultados iniciales para el PSR no me gustaron. Aparecíamos
quintos o sextos entre los doce partidos participantes y consiguiendo cuatro o
cinco de los cien escaños. Finalmente alcanzamos el cuarto puesto con 6.6% de
la votación y seis constituyentes, demasiado lejos del APRA y el Partido
Popular Cristiano, PPC, que obtuvieron 35.9% y 23.8% respectivamente. Pero
también con solamente poco más de la mitad del 12.4% que logró el FOCEP -Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular- que se
constituyó en la sorpresa electoral, no sólo por su alta votación sino por lo variopinto
de su composición: tres partidos trotskistas, fracciones de varios partidos de
izquierda y el movimiento liderado por Genaro Ledesma que además aportó el
nombre FOCEP. Leonidas Rodríguez, logró la cuarta votación preferencial -casi
170 mil votos- después de Haya de la Torre -poco más de un millón de votos- del
APRA, Luis Bedoya Reyes -644 mil votos- del PPC y del líder trotskista Hugo
Blanco -286 mil votos- que integraba la lista del FOCEP y que fue uno de los también
enviados a Jujuy.
BASTANTES MENOS VOTOS QUE LOS ESPERADOS
El ambiente en las elecciones generales de
1980 fue distinto. Si bien después de la Asamblea Constituyente, desde agosto
de 1979, el gobierno de Morales Bermúdez había mantenido su carácter represivo,
en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones del 18 de mayo no tomó medidas
represivas contra las actividades electorales, aunque sí mantuvo una no disimulada
manipulación informativa a través del control de los principales medios de
comunicación, como diarios y estaciones de televisión, que contaban con directores
nombrados por el gobierno.
En los días previos a la votación y ese mismo
día, no hubo sobresaltos mayores. Salimos
con mi esposa a votar en nuestros centros de votación, cuando dos años antes no
habíamos podido vernos el día de las elecciones porque por la represión, no vivía en mi casa.
Los resultados en 1980 estuvieron muy por
debajo de nuestras expectativas. Fueron decepcionantes. Así los apreciamos al
final de ese día intenso, cuando los dirigentes nos reunimos en casa de Leonidas
Rodríguez. Nuestro partido había formado una alianza denominada Unidad de Izquierda
con el Partido Comunista Peruano que había obtenido en las elecciones de la
constituyente el 5.9% de la votación. Aunque la suma de las votaciones de ambas
organizaciones superaba el 12%, sólo logramos obtener el 2.9% de los votos válidos con Leonidas
como candidato presidencial.
LA IZQUIERDA SE CONSOLIDA
Distinto fue el ambiente en los días finales
de la campaña para las elecciones generales de 1985. Desde más de cuatro años y
medio, el PSR había integrado la alianza denominada Izquierda Unida y participaba
en esas elecciones teniendo como candidato a Alfonso Barrantes en esos momentos
alcalde de Lima y cuyo liderazgo había sido importantísimo para consolidar al
frente izquierdista como la segunda fuerza electoral del país. Personalmente me
sentía satisfecho por los avances de IU, ya que estaba identificado con ese
logro unitario por haber participado todos esos años en las coordinaciones Inter
partidarias representando al PSR (Ver
crónica “Lanzamiento de Barrantes para forzar la unidad” del 28 de enero de
2014).
En un país convulsionado por el creciente avance de la violencia terrorista, si bien todas las encuestas señalaban que el joven candidato del APRA Alan García lograría la primera votación, en esas elecciones podía definirse que la derecha quedaba muy reducida y que la IU avanzaba significativamente. Además, el senador Enrique Bernales, en esos momentos secretario general del PSR, había integrado la fórmula presidencial como candidato a la primera vicepresidencia y podía consolidar la presencia en IU de sectores izquierdistas no marxistas leninistas. Así lo apreciamos al final del día de las elecciones reunidos en casa justamente de Bernales.
IU se convirtió en la segunda fuerza en el Congreso. Aunque el APRA logró 32 de los 60 senadores y 108 de los 180 diputados, nuestro frente obtuvo 15 senadores y 48 diputados. El PPC y sus aliados del Movimiento de Bases Hayistas 7 senadores y 12 diputados y Acción Popular, AP, el partido del saliente presidente Balaunde, sólo 5 senadores y 10 diputados.
BARRANTES CONVENCIDO QUE IRÍA A SEGUNDA VUELTA
Para las elecciones convocadas para el 8 de
abril de 1990 se había producido un fenómeno inimaginable cinco años atrás: la
derecha había reaparecido y con fuerza. AP y el PPC aliados con el novísimo Movimiento
Libertad liderado por el afamado escritor Mario Vargas Llosa, habían constituido
el Frente Democrático, FREDEMO, llevando como candidato presidencial al propio escritor.
Desde el inicio del año, la mayoría de los analistas daba por seguro el triunfo
de Vargas Llosa, incluso en primera vuelta, al mismo tiempo que consideraba que
Barrantes, ocuparía el segundo lugar.
En enero de 1989 al culminar el primer
Congreso Nacional de IU, se había producido
el rompimiento del frente como narré extensamente en otra oportunidad (Ver crónica “Cuando la unidad no fue posible” del 29 de enero de 2019). Para las elecciones de 1990, el PSR apoyó otra
vez la candidatura presidencial de Barrantes esta vez dentro de la alianza electoral
denominada Izquierda Socialista. Lo acompañaban como candidatos a las vicepresidencias Enrique Bernales
y el economista y profesor universitario Carlos Amat y León, uno de los más
destacados técnicos que conformaban el amplio grupo de independientes de IS. A Carlos
lo conocía desde los años sesenta cuando éramos parte de la JDC.
Muchos pensábamos que Barrantes que durante
varios años fue considerado como el favorito en las encuestas, hasta la aparición
de la candidatura de Vargas Llosa, era seguro participante de la segunda vuelta.
Pero hacia fines de febrero comenzó a preocuparnos que algunos análisis mostraran
que, pese al desastroso gobierno de García, el aparato partidario del APRA podía
garantizar una importante votación para Luis Alva Castro, candidato aprista, que
podía amenazar con sobrepasar a Barrantes, quien justamente en esos momentos daba
la impresión de que no estaba muy animado en campaña. Esa era la única amenaza que
veíamos, ya que dábamos por descontado que Henry Pease, candidato de IU, no
alcanzaría el 10%.
Tengo la impresión muy personal que Barrantes,
por lo menos hasta una semana antes de las elecciones, estaba convencido de que
pasaría a la segunda vuelta con Vargas Llosa. En esa época, como secretario general
del PSR, participé en muchas reuniones con él y como su vecino en la urbanización
La Capullana -vivíamos a cuatro cuadras- más de una vez lo acompañé a su casa o
lo recogí de allí. Porque lo frecuentaba, pude deducir que actitudes consideradas
como de desgano, podrían tener como explicación que no quería enfrentar a
quienes podían ser sus votantes en la segunda vuelta, ya que estaba convencido que
quienes votaran por Alva Castro o Pease, optarían en segunda vuelta por su
candidatura. Incluso creo que pensaba que, luego de demostrar disciplina
partidaria en la primera vuelta, los militantes de AP votarían por él en la
segunda.
FUERTE DERROTA FRENTE A UN DESCONOCIDO
Hasta dos semanas antes de las elecciones nadie
había advertido la candidatura de Alberto Fujimori, cuando en una encuestadora apareció
desplazando del cuarto puesto a Pease. Sólo el martes 3 me enteré que Barrantes
había buscado un intermediario para tratar de plantearle a Fujimori que se
retirara a cambio de un respaldo expreso a su candidatura al Senado, al que
también postulaba. No tuvo ninguna respuesta.
Meses atrás Fujimori, inscrito ya como
candidato presidencial, había planteado a Barrantes su disposición a retirarse
a cambio de estar en el primer puesto de la lista senatorial de IS, dando a
entender que podría aceptar ser segundo o tercero. No tuvo ninguna respuesta… No
se enteró que su mensaje nunca le llegó al candidato de IS, porque el emisario -bastante
amigo de Barrantes- consideró que era mucho atrevimiento el planteamiento de quien
había sido rector de la Universidad Agraria, pero era un desconocido en
política. Este inesperado pedido no comunicado lo supe semanas después de las
elecciones, cuando ese emisario lamentaba -mientras conversábamos en su
restaurante- no haber trasmitido el mensaje.
El viernes 6, cuando ya no se podían realizar movilizaciones,
aunque sí difundir mensajes, el Canal 7 invito a decenas de candidatos al
parlamento de casi todos los partidos para que dieran un brevísimo mensaje. Creo
que hubo más de cincuenta postulantes reunidos, acompañado por militantes
partidarios e incluso por policías ya que el ministerio del Interior había destinado
resguardo a todos los candidatos debido a los últimos
atentados (Ver crónica “Elecciones: cercados por elterror” del 22 de febrero de 2018).
En algún momento vi
a lo lejos a José -Pepe- Tassara, gerente general del canal estatal. Lo conocía
desde 1965 cuando Pepe era militante de la JDC en el Cusco. Me hizo una seña
para que me acercara, nos saludamos cordialmente y subimos a su oficina. Sobre
una mesa había muchos papeles, todos con números o gráficos. Me dijo que todos
los días le llegaban encuestas que realizaban extraoficialmente algunas
dependencias del gobierno. Y mostrándome diversos cuadros, me dijo que Fujimori
no existía al comenzar marzo, pero al terminar la primera semana tenía 2%, en
la segunda 5%, en la tercera 10 %, en la cuarta 15 % y al comenzar abril estaba
sobre 20 %. Añadió que en cinco semanas Fujimori le había quitado prácticamente
el 80% de votos a Barrantes, un 20% a Pease y un 10% a Vargas Llosa y que prácticamente
no le había quitado votos a Alva. Y ante mi asombro, añadió “Flaco, felizmente las
elecciones son en dos días, porque si fueran ocho o diez, Barrantes se queda sin un voto”.
La mañana del 8 de
abril, antes de ir a votar, nos reunimos con varios dirigentes de IS en casa de
Alfonso. Estaba poco comunicativo y su cara daba a entender que presagiaba la
derrota. Después de conversar brevemente, nos dijo que votaría después y dio a
entender que prefería hablar después de cerrarse la votación. Quedamos en
recibir juntos los “flash” electorales de los canales de televisión en casa de
Francisco Guerra García, quien encabezaba la lista de senadores. No volvimos a
ver a Barrantes ese día…
A las cuatro de la
tarde, cuando alrededor de cuarenta personas nos agolpamos frente al televisor
en casa de Pancho Guerra, los resultados extraoficiales nos dejaron totalmente
mudos, ya que no distaron mucho de los números definitivos que conoceríamos semanas
después: Vargas
Llosa 32.6%, Fujimori 29.1 %, Alva Castro 22.5 %, Pease 8.2% y Barrantes 4.7%.
Nuestra derrota fue contundente…
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