viernes, 24 de junio de 2016

CLANDESTINIDAD Y DEPORTACIÓN (1978)

Aunque desperté en la quinta o sexta distinta cama en las tres últimas semanas, esta vez cuando miré por la ventana el ambiente me resultaba familiar. Estaba en Residencial San Felipe, el conjunto de viviendas de clase media más grande del país construido por iniciativa del presidente Fernando Belaunde Terry e inaugurado en 1966 durante su gobierno. No tenía en ese momento razón para calificarlo como “primer“ gobierno porque faltaban aun dos años para que, contra la mayoría de los pronósticos, iniciara su segundo mandato. De hecho para muchos resultaba inexplicable que para las elecciones de la Asamblea Constituyente que se realizarían dos días después, Acción Popular, el partido cuya jefatura y liderazgo indiscutible ejercía Belaunde, hubiese optado por abstenerse de participar.

Conocía muy bien la Residencial, ya que en la llamada primera etapa mis padres compraron un departamento en una de sus cuatro torres de 14 pisos. Allí todo era geométrico y predominaba el cemento, mientras que en los 29 edificios restantes de tres distintos diseños, de 15, 10 y 5 pisos, más bien estaban irregularmente “sembrados” entre jardines.  Los edificios de la primera etapa tenían nombres compuestos por números y letras, mientras que en el resto los edificios tenían nombres de árboles.

DESPUÉS DE INGRESO A PALACIO ¿QUÉ MÁS SE PODÍA HACER?

Esa mañana estaba en el primer piso de uno de los edificios más pequeños. Me sentía en paz contemplando los jardines. Pero muy pronto volví a mi realidad, aunque había pasado la noche en una casa amiga, estaba en la clandestinidad desde más de tres semanas atrás y tenía que participar en las decisiones que los dirigentes del Partido Socialista Revolucionario, PSR, tendríamos que tomar después de haberle literalmente “sacado la lengua” al régimen dictatorial de Francisco Morales Bermúdez (Ver crónica “Debía estar deportado y fugó en las narices de la policía” del 22 de enero de 2016).

Ya el día anterior habíamos hecho una rápida evaluación del hecho que el general Leonidas Rodríguez Figueroa, presidente del PSR y cabeza de la lista para la Asamblea Constituyente, hubiese ingresado y salido del fuertemente resguardado Palacio de Gobierno, después de exigir hablar con Francisco Morales Bermúdez, el presidente de la república y  ante las apresuradas explicaciones de un oficial para no concederle la audiencia dejarle una carta de protesta por los atropellos sufridos en la campaña electoral. Considerando además que existiendo una orden de deportación contra él, a menos de cien metros del palacio había sorpresivamente subido a una motocicleta y desaparecido pese a estar cercado por decenas de policías dispuestos a detenerlo. Es el principal hecho político de la campaña nos decíamos y así lo habían manifestado algunos de los diez u once periodistas extranjeros que habían sido testigos de los hechos junto con un par de decenas de hombres de prensa peruanos.

Conscientes que era muy poco lo que podría salir en los medios periodísticos nacionales, estábamos seguros que la espectacular acción se conocería gracias a la trasmisión “boca a boca”.

Después de algunas reuniones en las horas siguientes a la incursión palaciega, en la noche me había encontrado en una cafetería con Federico Velarde, Fico, uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida y a quien le debo una crónica sobre sus habilidades políticas y su extraordinaria calidad humana. En buena medida le debo a Fico el haber encontrado criterios para el análisis político desde que lo conocí en el Partido Demócrata Cristiano a inicios de 1959 y me precio de haber mantenido desde entonces una gran amistad con él hasta su muerte en enero de 2013. En esas semanas de clandestinidad, casi todas las noches antes de irme a algunas de las casas en que me tocó dormir, llamaba a Fico desde algún teléfono público para intercambiar opiniones sobre lo que estaba sucediendo. Era mi nexo con el mundo exterior. No porque yo estuviera escondido. No. Yo estaba clandestino pero en reuniones todo el tiempo, pero principalmente con otros que también estaban en la clandestinidad y corría el riesgo de percibir la realidad desde una perspectiva totalmente parcializada. Fico con su experiencia, contacto con distintas fuentes y su sapiencia era mi “cable a tierra”.

Fico notó mientras conversábamos que me fijaba en el reloj y me dijo sonriendo “Flaco, no te preocupes, no hay toque de queda desde hace una semana…”. Le expliqué que ese no era el problema, sino considerando el operativo del mediodía y que las ganas que tenían de detenernos seguro habían aumentado, estaba decidido que cambiara de alojamiento. Le conté que en los últimos días había utilizado un departamento de un solo ambiente que quedaba por Santa Beatriz, del cual me entregaron la llave diciéndome que el dueño estaba de viaje. Añadí que si la policía me detenía nadie podría darse cuenta de mi ausencia en la noche para informarlo a mi familia. Por eso saqué mis cosas esa mañana y andaba con mi maletín en el auto. Tengo previsto irme donde un amigo que ya está advertido que podría llegar, le conté. No hay problema, me dijo, vente a mi casa que María Angélica y mis hijas están en Santiago. Acepté gustoso. Aunque en San Felipe me puedo cruzar al salir mañana con alguna gente conocida no será problema porque aunque lo comenten ya no regresaré en  la noche, pensé.

Lo anterior explica por qué me desperté el 16 de junio de 1978 en una zona que conocía y también el motivo por qué esa mañana pude tomar un excelente café en la casa de Fico. Café acompañado de cigarrillos, ya que en esa época llegué a fumar por lo menos dos cajetillas diarias y tomarme diez o doce tazas de café. En todo caso en número de cigarrillos fumados y cafés tomados siempre eran superados por mi recordado amigo. No volví a encontrarme con Fico en los días siguientes, hasta que a fines de mes dejé la clandestinidad y me reincorporé a mi trabajo en DESCO, donde él era el sub director. Pero en ese lapso, siguieron mis llamadas casi todas las noches a su teléfono para comparar las informaciones que ambos teníamos tanto de medios de comunicación como de conversaciones con quienes manejaban información reservada.

SABÍAMOS QUE SERÍA DETENIDO AL IR A VOTAR

Horas después de dejar la casa de Fico asistí a una reunión con Antonio Meza Cuadra, secretario general del PSR, y otros compañeros. Allí constatamos que nuestra confianza en la comunicación “boca a boca” había sido demasiado optimista. Si bien resultó una noticia que dio la vuelta al mundo, fue muy poco lo que se conoció en el Perú. El esfuerzo de José María Salcedo de sacar unos volantes de los que tiró creo que unos 20 millares en una imprenta clandestina, no fue suficiente. Recién habían comenzado a circular a través de nuestra militancia ese mediodía. Estoy seguro que la mayoría de quienes se enteraron lo hicieron una semana después -cuatro días después de las elecciones- gracias a una detallada y extensa crónica de César Hildebrandt publicada en la revista Caretas.

Antonio nos informó que Leonidas se encontraba tranquilo y se reafirmaba en la decisión tomada días antes de acudir a votar. Estábamos seguros que en la mesa que le correspondía hacerlo en el colegio Sophianum de San Isidro muy cerca de la avenida Salaverry, límite distrital con Jesús María, lo esperarían para detenerlo. Ya que la persecución no puede ser noticia nacional, por el control sobre la prensa, que sea un escándalo internacional, fue el raciocinio que todos hicimos. Al día siguiente, Paco Moncloa fue encargado de informar a los periodistas del lugar dónde iría a votar Leonidas y la hora aproximada de su llegada. Rafael “Rafo” Roncagliolo se dedicó a contactar a algunos enviados de medios del exterior quienes se encargaron de difundir el dato a varios de sus colegas extranjeros.

La policía esperaba a Leonidas en el colegio Sophianum. Pero no fue su destino inicial cuando Antonio Meza Cuadra lo recogió de la casa donde se encontraba alojado desde tres días antes. Acudió primero a la sede del Jurado Nacional de Elecciones donde pidió hablar con su presidente Ulises Montoya Manfredi a quien le pidió lo acompañara para garantizar que lo dejaran ejercer su derecho ciudadano de votar, considerando que en ese día a nadie se podía detener. Montoya  se negó aunque usando sus mejores modales y le pidió al secretario general de JNE, Oswaldo Corpancho, le extendiera una credencial, la misma que sólo decía que Rodríguez Figueroa tenía derecho a votar.

De allí acompañado de algunos periodistas, se trasladó al  Sophianum situado más o menos a kilómetro y medio donde lo esperaban dos o tres decenas de periodistas y muchísimos más efectivos policías y militares. Votó acompañado como tres días antes por el personero del PSR José María Salcedo y apenas terminó de hacerlo, un grupo de agentes policiales lo rodeó para llevarlo a rastras a un automóvil listo para partir. No valieron los esfuerzos de Leonidas por librarse ni de José María y de algunos periodistas por ayudarlo. Tampoco los captores tuvieron en cuenta la presencia de periodistas, muchos de ellos extranjeros, que mostrarían al mundo un escandaloso episodio de unas elecciones que el gobierno mostraba como el paso inicial para el retorno a la democracia.

De hecho las urnas demostrarían ese mismo día la importancia política del detenido, ya que Leonidas Rodríguez Figueroa alcanzaría la cuarta votación preferencial, después de Víctor Raúl Haya de la Torre del Partido Aprista Peruano, Luis Bedoya Reyes del Partido Popular Cristiano y Hugo Blanco del FOCEP.

DETENIDO Y DESTERRADO, PERO ELEGIDO…

Esa misma noche, Leonidas fue el único pasajero en un vuelo de un avión Hércules de la Fuerza Aérea Peruana hacia Jujuy al norte de Argentina. Al igual los otros trece deportados el 24 de mayo desde el aeropuerto de la pequeña ciudad, fue trasladado a un cuartel. No se encontraban ya en ese lugar los anteriores detenidos, varios de ellos también candidatos a la Asamblea Constituyente, entre ellos el ex dirigente bancario José Luis Alvarado y los vicealmirantes José Arce Larco y Guillermo Faura, integrantes de la lista del PSR que encabezaba Leonidas. A lo largo de los días transcurridos desde su llegada a la Argentina, gracias a gestiones del representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, y de organismos de derechos humanos, así como de algunos gobiernos, cinco de los detenidos se encontraban como refugiados en Buenos Aires, tres viajado a México, uno a Suecia y cuatro a Francia.

Al día siguiente de las elecciones iniciamos gestiones con ACNUR para repatriar a Leonidas o, por lo menos, que pudiese salir del cuartel de Jujuy. Su escandalosa detención conocida internacionalmente, hacía imposible su desaparición. Más aun cuando se trataba de líder de un partido que había alcanzado el cuarto lugar en las elecciones para la Asamblea Constituyente con cerca del 7%. Por otro lado, los dirigentes del PSR continuábamos en peligro de ser detenidos. Incluso Rafo -que al igual que Leonidas había llegado del exilio dos meses antes, el 16 de abril, tuvo que asilarse ese día en la embajada de México considerando la presión policial sobre su familia.

Aunque nuestra inquietud principal era por Leonidas, por cierto que también andábamos preocupados por nuestros otros tres ex candidatos del PSR. De ambos vicealmirantes a través de sus familiares supimos que estaban libres pero pasando penurias económicas en Buenos Aires, mientras que José Luis Alvarado -cuyo primer exilio lo había pasado justamente en Buenos Aires a los 21 ó 22 años durante el gobierno de Odría- se había integrado en México a la numerosa colonia de exiliados latinoamericanos.

Comenzó el mes de julio aun con la incertidumbre de lo que pasaría con los deportados. En el caso de Leonidas se encontraba recluido más de dos semanas en Jujuy. Justamente en esos días tuve un encuentro casual con Javier Silva Ruete, quien tenía menos de dos meses de haber sido nombrado ministro de Economía, días después del cual realizamos una reunión (Ver crónica “Reunión clandestina con un flamante ministro” del 16 de enero de 2015) en la que nos dijo que el gobierno quería anunciar que los constituyentes electos no tenían impedimento para regresar al país pero estaba supeditado a que el Jurado Nacional de Elecciones los proclamara pero el proceso electoral, pese a que estaba claramente definido, no culminaba formalmente debido a pequeños problemas de impugnaciones que no modificarían en nada los resultados.

Aunque no lo sabíamos, esa misma noche del 7 de julio en que hablábamos con Silva Ruete en una casa de Miraflores, a unos quince kilómetros en línea recta, Leonidas pisaba el aeropuerto internacional Jorge Chávez en una escala de un vuelo que lo llevaba de Buenos Aires a Panamá. No podía dejar el avión en esa escala, pero cuando quedó vacío, bajó las escalinatas hasta la pista. Ningún tripulante se dio cuenta y pudo alejarse del avión hasta perderse por los confines del aeropuerto. No lo hizo pues de día quizás lo hubiesen reconocido y detenido. De noche quizás algún centinela sospechando algún tipo de robo o sabotaje, le hubiese disparado.

A Panamá llegó Leonidas sin dinero y apenas una bolsa de plástico con algo de ropa. De alguna manera logró llegar a la ciudad y se comunicó con una peruana, amiga del PSR, quien lo alojó para que durmiera tranquilo por primera vez en más de mes y medio. Horas después logró contactarse con Rafo Roncagliolo, una vez más exiliado, quien se encargó que le diera el encuentro en México para esperar lo que se decidiera en el Perú.

En Lima el gobierno era consciente que existía una tensión permanente en las calles debido a movilizaciones sindicales, particularmente del magisterio, que justamente podría calmarse cuando existiera la certeza que la Asamblea Constituyente efectivamente funcionaría. Como el Jurado Nacional de Elecciones aun demoraba en dar a conocer oficialmente los resultados, el 12 de julio la oficina del Primer Ministro en un comunicado anunció que cuando el Jurado hiciera la proclamación oficial aquellos deportados que hubiesen sido elegidos podrían regresar al país. Sin embargo el clima de protestas populares obligaron a que la noche del 14 se informara que se otorgaba “la más amplia amnistía”. Aunque el día 15 el JNE dio a conocer los resultados oficiales finales de las elecciones y los nombres de los 100 constituyentes elegidos, fue el anuncio de la amnistía lo que determinó el  viaje de retorno de los exiliados.

SEGUNDA LLEGADA DEL EXILIO EN TRES MESES

Llegué al aeropuerto a las 7 de la mañana del 16 de julio. El camino desde mi casa resultó despejado ya que era domingo. Sentí que estaba repitiendo algo ya vivido. Otro domingo 16, pero de abril, también me dirigía al aeropuerto en mi Volkswagen más o menos a esa hora. Sólo tres meses habían pasado desde que Leonidas había arribado al Perú después de más de un año de exilio junto con un grupo de entrañables compañeros que también volvían a la Patria. Aunque también desde México esta vez llegaba solo.

Los noventa días trascurridos fueron intensos para todos quienes integrábamos el PSR, pero dramáticamente tensos para Leonidas. Reencontrarse con su familia y compañeros a mediados de abril, iniciar la campaña electoral inmediatamente después viajando a distintos puntos del país, pasar a la clandestinidad el 24 de mayo y seguir durante 25 días desde distintos lugares las noticias falsas que sobre la situación política y su actuación se difundían, aparecer en Palacio de Gobierno y desaparecer el 15 de junio, ejercer el derecho al voto y ser deportado el 18 de junio, ser confinado en un cuartel militar argentino más de 15 días, llegar como perseguido político a Panamá sin dinero ni equipaje el 7 de julio, pasar sólo en relativas mejores condiciones a México unos tres días después, ser despedido cordialmente en esa ciudad por los exiliados latinoamericanos y amigos mexicanos el día anterior a su regreso a  Lima. Y el 16 de julio un nuevo reencuentro con su familia y sus compañeros.

De todos esos días casi la mitad se la había pasado solo. Tanto en las tres o cuatro casas donde estuvo acogido como en el alojamiento que le pusieron los militares argentinos en el cuartel de Jujuy. Como alguna vez me lo comentó, en ese lugar le parecía como que se hubieran olvidado de él, que quisieran ignorar que era un incómodo huésped producto de intercambio de favores entre militares de alto grado del Perú y Argentina.

El 28 de julio las pantallas de televisión que trasmitían la instalación de la Asamblea Constituyente no pudieron ignorar la presencia de Leonidas dado su reluciente cabello totalmente cano, bastante distinto a la cabellera negra que lucía el 15 de junio cuando sorprendió a todos al presentarse en Palacio de Gobierno pese a la orden de deportación que pesaba sobre él…

CUANDO DEPORTAR SE MEZCLA CON DEPORTE

En Argentina del 1 al 25 de junio de ese año 1978 se jugó el campeonato Mundial de Futbol. Mantener esa sede fue bastante discutida considerando que gobernaba una cruel dictadura encabezada por el general Videla. Por otro lado, en esa época se dijo que el gobierno peruano había definido la fecha de las elecciones considerando que el equipo peruano participaría y muchas situaciones podían pasar desapercibidas con la ciudadanía preocupada en el fútbol. Pasada la primera ronda, el miércoles 21, el cuadro de casa debía ganar al Perú por más de cinco goles de diferencia para llegar a la final. Ganó por 6 a 0 jugando en la ciudad de Rosario. Se especuló  -aun hasta ahora ocasionalmente se toca el tema- que hubo un entendimiento entre ambos gobiernos militares donde la derrota en fútbol era un compromiso peruano y albergar a 14 políticos desterrados era un compromiso argentino. Una revista que logró salir a finales de junio sintetizó en un titular lo vivido en ese mes: “Nos metieron 6 en Rosario y 14 en Jujuy”.

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