En noviembre de 1973 trabajaba en el Área Laboral
del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social, SINAMOS. Era jefe de la
Unidad de Organizaciones Sindicales, una de las tres que conformaban esa área
que dirigía José Luis Alvarado quien años
atrás había sido secretario general de la Federación de Empleados Bancarios del
Perú. Justamente fue José Luis -o Pepe Lucho, como le decíamos- quien me llamó
en la tarde del día 16. “Leonidas quiere darte un encargo delicado” me dijo y
nos encaminamos a buscarlo.
- No he ido al hotel por seguridad. Estoy en casa de unos camaradas
- …
- ¿Has visto los desplazamientos de los tanques?
- Si
- ¿Son nuestros?
- No... del Pacto de Varsovia.
- No es para bromear, ¿no será un intento golpista contra Velasco?
- No, entiendo que el toque de queda incluye toda esta parafernalia.
- Me quedo más tranquilo. Nos vemos mañana que voy al hotel.
- Desayunemos juntos a las 7 y media.
Ingresamos a la oficina y nos recibió con la
franca sonrisa que lo acompañaba siempre. A sus 52 años, Leonidas Rodríguez
Figueroa era considerado uno de los puntales del Gobierno Revolucionario de la
Fuerza Armada y uno de los cuatro integrantes del grupo inicial de coroneles
progresistas que con el general Juan Velasco Alvarado decidió el golpe de
estado contra el gobierno de Fernando Belaunde el 3 de octubre de 1968.
Sabíamos que estaba al final de su gestión en SINAMOS, organismo que había
impulsado crear y del cual era el primer jefe. También conocíamos que desde el
primero de enero siguiente ocuparía un cargo militar, ya que ese día dejaría de
ser general de brigada para convertirse en general de división, el más alto grado
en la carrera del Ejército.
CONSEJERO DE UN GENERAL
El encargo de Leonidas fue preciso: “Mañana
viajas a Arequipa para asesorar al general Augusto Freyre, Comandante General
de la III Región Militar y Director Regional de SINAMOS”. Como sabes, me dijo
Leonidas, hoy se ha iniciado un paro que compromete a varios sindicatos pero es
posible que logre la adhesión de muchos más. Me advirtió que no iba para
representar a SINAMOS porque el ministerio de Trabajo representaba al gobierno.
Remarcó: “Lo que quiere el general es tener una persona con criterio que pueda
evaluar con él la situación, sugerirle acciones a tomar, asistir para escuchar
a reuniones con dirigentes sindicales, evaluar esas conversaciones y apoyarlo
en fórmulas de solución”.
A las dos de la tarde del día siguiente llegó mi
vuelo a Arequipa, dejé mi equipaje en el hotel Crismar y a las tres estaba en
la sala de espera de la oficina del general. En algún lado leí una placa:
General de División EP Augusto Freyre García. Sonreí y recordé que cuando se
enviaban cartas de Leonidas a los directores regionales siempre una era
distinta. En la mayoría se decía algo así como “tengo el agrado de dirigirme a
usted”, pero la dirigida a Freyre decía: “tengo el honor de dirigirme a usted”.
Salvo en los casos de Lima y Ancash –a cargo de civiles: Federico Velarde y
Oscar Balbuena, ambos ex democristianos- en todos los demás era un general o
almirante -en el caso de Loreto- a cargo de la oficina regional. Pero era
Arequipa la única región de SINAMOS que coincidía con la sede de una región militar
que tenía como jefe a un general de división. Y para un general de brigada -como
era Leonidas- era un “honor” poder dirigirse a un general de división, aunque
fuera jefe de un organismo nacional y el otro jefe de una de sus dependencias
regionales. ¡Cosas de los militares que los civiles no entendíamos!
HUELGA PARA CONDENAR REPRESIÓN A PROFESORES
El día anterior se había iniciado una huelga
indefinida convocada por el Comité del Fuero Sindical de Arequipa. No hubo
participación masiva de los sindicatos agrupados en la poderosa Federación
Departamental de Trabajadores de Arequipa, FDTA, base de la Confederación
General de Trabajadores del Perú, CGTP. Pero varios de los sindicatos eran muy
significativos como los bancarios, los trabajadores de construcción civil,
transportistas de diversos gremios como camioneros, microbuseros, choferes, así
como gremios universitarios. Pertenecían a distintas centrales, aunque sus direcciones nacionales no
estaban respaldando la medida.
Por cierto que eran los profesores del Sindicato
Único de Trabajadores de la Educación del Perú, SUTEP, los más decididos
impulsores de la huelga ya que los reclamos planteados en su plataforma de
lucha tenían que ver con ellos: exigencia de liberación de profesores detenidos
y la derogatoria del Decreto Ley 20201 que permitía despedir a profesores y
personal administrativo.
Un mes antes, el 16 de octubre, el ministerio de
Educación había declarado improcedente el reconocimiento del SUTEP, lo que fue
contestado por la dirigencia con el anuncio de un paro de 24 horas si en los
siguientes días no se le reconocía, se ordenaba la libertad de ocho dirigentes
detenidos y se aumentaban los sueldos y salarios. Al no acceder a sus demandas,
el SUTEP realizó un paro el 24 de octubre con relativo éxito y al día siguiente
fueron detenidos varios de sus dirigentes en Tacna, Ayacucho y Huancayo. En los
últimos días del mes, el ministerio del Interior en comunicado público señaló
haber dispuesto “la destitución, detención y enjuiciamiento de los extremistas
del denominado SUTEP, por propiciar en el país una situación subversiva…”. El
SUTEP, por su parte indicó que habían sido detenidos 31 profesores, entre ellos
su secretario general Horacio Zevallos.
Muy poco después, el 31, se publicó el Decreto
Ley 20201 autorizando por un año al ministerio de Educación “a separar
definitivamente del servicio sin proceso administrativo previo, al personal
docente y administrativo que propicie acciones subversivas dentro y fuera del
magisterio, inculcando ideas contrarias al espíritu de la Reforma de la
Educación”.
Este decreto ley generó rechazo generalizado no
sólo en el magisterio y en el caso de Arequipa, hizo que los sectores más
radicales constituyeran el Comité del Fuero Sindical que convocó la huelga que
se inició el 16 de noviembre y que cuando arribé a esa ciudad estaba
presionando para que la FDTA se pliegue
a la huelga. También habían logrado que los trabajadores ferrocarrileros de
todo el sur anunciaran su incorporación a la medida de fuerza.
SIEMPRE HA SIDO NECESARIO DIALOGAR
No pretendo en esta crónica pormenorizar y
analizar lo sucedido en esos días en Arequipa, pasados ya más de 40 años, no
sólo porque fue un episodio muy complejo sino considerando además que es un
hecho sobre el cual hay diversas versiones. Quiero más bien presentar algunos
aspectos muy puntuales como la relación con algunos protagonistas de ese episodio
y la sensación de vivir por primera vez el “toque de queda”.
Vuelvo entonces a la salita donde esperaba hablar
con el general Freyre. Fue muy cordial la reunión que tuvimos durante dos horas.
Estaba él seguro que la huelga podía crecer y las protestas que ya existían
aumentar. No quiero examinar partes policiales sobre cómo marcha la situación
sino poder analizar con criterio político el avance de la medida de fuerza,
pero principalmente qué hay que hacer para hallar una solución a las demandas, me
dijo. Antes de retirarme quedamos en que, considerando que era sábado, me
dedicaría el resto ese fin de semana en conversar con distintos contactos que
tenía en Arequipa para hacerme un cuadro de la situación.
Después de la reunión con el general Freyre, con quien
primero conversé, ya que desde el día anterior le había adelantado mi llegada,
fue con Melitón Torres, quien estaba a cargo del Área Laboral del SINAMOS, tanto
para que me diera una visión rápida de lo que estaba ocurriendo como para que
me facilitara movilidad para algunos desplazamientos.
En esos años Alfredo Lazo Peralta ya era conocido
como “el viejo Lazo” por tener los cabellos totalmente blancos aunque tendría
cuarenta y pocos años. Ya era muy canoso cuando lo conocí unos doce años antes
cuando era dirigente ferrocarrilero arequipeño y militante del Partido Demócrata Cristiano. Con el
transcurso de los años Alfredo se había convertido en dirigente ferrocarrilero de todo el sur
del país. Hablando sobre él, me dijo el general Freyre que lo consideraba un
dirigente sindical serio con quien le hubiera gustado hablar para ver salidas
para el conflicto, pero que su gente no lo había logrado localizar. Sólo le
dije que yo conocía bien a Lazo. Poco después de despedirme, utilice una
camioneta proporcionada por Melitón para dirigirme a la urbanización donde
vivía mi tocayo, bajarme una cuadra antes y dirigirme a una “canchita” de
fulbito donde lo encontré jugando con un grupo de familiares y amigos. Conversamos
unos minutos y quedamos en seguir hablando al día siguiente.
Ese mismo sábado conversé con un hasta hoy gran
amigo: Simón Balbuena Marroquín. Periodista profesional vinculado al importante
diario arequipeño “El Pueblo” me permitió tener una información objetiva. Con
un año menos que yo, nos habíamos conocido en el Partido Demócrata Cristiano en
la campaña electoral de 1962. Simón también me organizó esa noche una conversación
con algunos amigos que había conocido cuando eran universitarios vinculados al
PDC, partido al que yo había renunciado más de dos años antes, aunque sin
romper vínculos amicales.
En el hotel me encontré y conversé un rato con él, con Gustavo Espinoza Montesinos, secretario
general de la CGTP, quien también estaba alojado ahí y se encontraba
coordinando con los dirigentes de la FDTA que hasta ese momento se mantenía al
margen de la huelga pero que estaba presionado por varias de sus bases. Con
Gustavo teníamos muy buena relación desde más de 10 años antes, cuando era
dirigente de la Juventud Comunista y presidente de la Federación de Estudiantes
del Perú y yo era dirigente de la Juventud DC. En 1973 era, además de dirigente
sindical, integrante de la Comisión Política del Partido Comunista Peruano.
Espinoza estaba evaluando decisiones a tomar, considerando el real problema
generado con la represión a los profesores y la posibilidad de quitarle
estabilidad al régimen que el PCP consideraba progresista, más aun cuando
apenas dos meses antes se había producido el sangriento golpe militar contra
Salvador Allende en Chile.
El domingo tuve múltiples conversaciones, entre
otros nuevamente con Espinoza, Lazo y Balbuena, así como con Torres quien me
puso en contacto con varios de sus promotores que se desenvolvían en distintos
ambientes y que me ayudaron a tener mayor información…
Casi al final del día me comuniqué
telefónicamente con Leonidas. Le dije que al día siguiente, después de hacerle
un informe de la situación al General Freyre y de tener algunas conversaciones regresaría
en la tarde a Lima para dirigirme directamente a su despacho para dar mis
opiniones sobre las medidas a tomar por el gobierno.
La conversación con Freyre alrededor de las diez
de la mañana me reafirmó en que, si las decisiones pasaban a estar en sus
manos, buscaría una solución consensuada con los trabajadores. En la misma
línea, conservando su propia autonomía estaban Gustavo Espinoza, que me dijo
que la FDTA tendría que sumarse a la huelga en cualquier momento, y Alfredo
Lazo, cuyas bases ferrocarrileras ya estaban en huelga. Esa tarde viajé a Lima
y del aeropuerto me dirigí directamente a SINAMOS.
En reunión con Leonidas y José Luis Alvarado di
mi opinión sobre la necesidad de encontrar soluciones, así como que si la FDTA
se plegaba a la huelga abría la posibilidad de interlocutores dispuestos a
encontrar soluciones. Leonidas se dedicó a conversar con los ministros del Interior,
general de brigada EP Pedro Richter Prada y de Trabajo, teniente general FAP
Pedro Sala Orozco, que más bien estaban en una línea dura. Ya para entonces
Leonidas había apoyado la posición de quienes integrábamos el área laboral de
SINAMOS de no convertirnos en impulsores de la Central de Trabajadores de la Revolución Peruana, CTRP, organización que recibía
pleno apoyo de esos ministros.
Con instrucciones precisas y para ponerme en contacto con el general
Freyre regresé al mediodía del 20 de noviembre a Arequipa. Sin embargo ese día se
había producido graves enfrentamientos entre huelguistas y la policía con el
trágico saldo de dos muertos y 19 heridos y las calles de la ciudad se
mostraban casi sin movimiento. Me comuniqué telefónicamente con Freyre quien quedó
en llamarme a la mañana siguiente, pues se encontraba evaluando de la situación
de violencia de ese día. Al final de la tarde y en la noche conversé con mis
interlocutores de días anteriores. Gustavo Espinoza me adelantó que la FDTA se
plegaba a la huelga al día siguiente.
LOS TANQUES EN LAS CALLES
El 21 el gobierno declaró a la ciudad de Arequipa
en Estado de Emergencia, que incluía la suspensión de garantías
constitucionales y que el Comandante General de la III Región Militar asumiera
el mando político-militar. A media mañana recibí una llamada: Freyre me
esperaba a las dos de la tarde. Hicimos un largo análisis de la situación y me
dijo que tenía previsto reunirse con los dirigentes de los huelguistas a partir
de la una de la tarde del día siguiente. Al despedirme me dijo que para evitar
disturbios, se implantaría el toque de queda, comentario que no entendí en ese
momento. Pero también me dijo en tono de confidencia: me faltan menos de 40
días para dejar la región, si no arreglo esto y se me va de las manos soy
hombre muerto para mi institución y yo quiero salir vivo de Arequipa.
Llegué de regreso al hotel y por comentarios que
escuché entendí qué era el toque de queda. A partir de las 9 de la noche y
hasta las cinco de la mañana nadie podía circular por las calles ya que podía
ser arrestado y abaleado si trataba de huir. Tragué saliva y recordé los
noticieros de televisión de muy poco antes informando sobre el toque de queda
en Chile y el hallazgo de cadáveres al aclarar el día.
Comí en el hotel. A través de los ventanales se
veía que no había movimiento. Sólo transitaban vehículos militares. Subí a mi
habitación cerca de las diez de la noche. Ya leyendo en la cama sentí ruidos
extraños en la calle. Me asomé con cuidado a la ventana: eran un par de tanques
avanzando por la calle. Había mucho movimiento militar frente al hotel,
considerando que por ahí estaba la oficina de correos y telégrafo que en esa
época resultaba un servicio vital. ¡Estábamos muy lejos de los correos
electrónicos y los escaneados, pero también del fax o los “Courier”!.
Me llamó mucho la atención tanto movimiento de
tropas. En esos momentos sonó el
teléfono de la habitación y al contestar reconocí la voz de Gustavo Espinoza y
se produjo el diálogo siguiente:
-
Sabes quién te habla…
-
Si.- No he ido al hotel por seguridad. Estoy en casa de unos camaradas
- …
- ¿Has visto los desplazamientos de los tanques?
- Si
- ¿Son nuestros?
- No... del Pacto de Varsovia.
- No es para bromear, ¿no será un intento golpista contra Velasco?
- No, entiendo que el toque de queda incluye toda esta parafernalia.
- Me quedo más tranquilo. Nos vemos mañana que voy al hotel.
- Desayunemos juntos a las 7 y media.
La lógica preocupación de Gustavo tenía como
telón de fondo los sangrientos sucesos de Chile y que habían significado la
desaparición y asesinato de dirigentes sindicales. Al día siguiente en el
desayuno, me dijo que viajaba a Lima a reunirse esa tarde con el ministro Sala
Orozco. Iba a exigirle soluciones mínimas a lo planteado por los huelguistas.
CONVERSANDO SIEMPRE ES POSIBLE ENCONTRAR SALIDAS
Desde la una de la tarde de ese día se inició una
maratónica reunión entre los dirigentes sindicales, algunos funcionarios
públicos y el general Freyre. Destacaron las intervenciones de varios
dirigentes de la FDTA, entre ellos el dirigente de construcción civil Valentín
Pacho. También por cierto del experimentado Alfredo Lazo. El dirigente de los transportistas
Justiniano Apaza, cercano a Patria Roja, en ese momento de 31 años, fue muy
rotundo en sus intervenciones. El general Freyre demostró desde el primer
momento que quería encontrar soluciones. Yo seguía desde el fondo de la sala
los acontecimientos. En un par de intermedios algo conversé con Freyre pero él
tenía las cosas muy claras. Aunque hizo alguna consulta telefónica con el
ministro Sala. A las 9 de la noche las bases del acuerdo estaban definidas. Quedó
pendiente sólo ultimar detalles de redacción.
Alrededor del mediodía del 23 se levantó
oficialmente la huelga. Los despedidos podrían pedir su reposición, no habrían
más profesores despedidos y los detenidos serían puestos en libertad previo
determinados trámites judiciales.
Me despedí del general Freyre quien me dijo
sonriente: “Ahora sí puedo salir vivo de Arequipa”. Poco después de almorzar, fui al aeropuerto para embarcarme a Lima y a las seis de la tarde estaba una
vez más con Leonidas y Pepe Lucho para informar de la solución final del
problema en Arequipa. Estábamos satisfechos por la culminación del conflicto,
aunque lamentando las muertes producidas. Era 23 de noviembre. Lo que no podía
imaginar es que esa misma fecha tendría el manifiesto público que exactamente tres
años después firmaríamos Leonidas y yo junto con otros 58 fundadores del
Partido Socialista Revolucionario (ver crónica “Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014). Tampoco que cinco años
después integraríamos los tres la lista de candidatos a la Asamblea
Constituyente del PSR en unas elecciones convocadas por un régimen militar con
conducción distinta, ni que Leonidas y Pepe Lucho serían deportados con ocasión de
esas elecciones.
A partir de 1983, Pacho tendría el cargo de
secretario general de la CGTP que en esos momentos tenía Espinoza, quien sería
diputado por Lima en 1985 mientras Pacho sería senador el mismo año. Apaza asumió el
cargo de diputado por Arequipa para completar el periodo del fallecido Horacio
Zevallos en 1984, fue reelecto en 1985 y ha sido elegido congresista en 2011 y
2016. Lazo sería por varios años secretario general de la Confederación
Nacional de Trabajadores. Simón Balbuena 20 años después sería elegido alcalde
de un distrito que en esa época no existía: Jacobo Hunter, reelecto por tres
veces consecutivas, después elegido alcalde provincial de Arequipa y, luego de
un periodo “sabático” actualmente alcalde de Hunter por quinta vez. El general
Freyre no salió vivo de Arequipa, murió en un accidente aéreo cuando realizaba
sus últimas actividades como Comandante General de la III Región Militar…
Recordar a Leonidas Rodríguez es recordar también al SINAMOS y a lo que él, aun con su capacidad de estratega, no pudo evitar (la traición de algunos de sus allegados). En 1970 me encontraba aun en París pero muy interesado en los acontecimientos en Perú; sobre todo porque, a través de la prensa, sabía de los programas de Reforma Agraria, y de las expropiaciones de empresas transnacionales (IPC, Cerro de Paco, etc). Eso me animó dejar la UNESCO (ya había culminado mi programa de estudio en la Sorbona)para -como sociólogo rural- apoyar. Mis amigos de los grupos de estudios, me aconsejaron estudiar mejor la posibilidad porque, al parecer, era un programa nada revolucionario. Ya en el Perú, luego de entrar al sector agrario y conocer a varios militares y allegados, me di cuenta que, efectivamente, había una finta del Tio Sam. Los militares habían ya ingresado a las refinerías y todo seguía sin reacción, cuando era normal -en esa época- la intervención de los "mariners" en defensa de las transnacionales. La cooperación técnica daba generosamente becas a muchos "izquierdistas", en SINAMOS con su logo publicaba toda clase de documentos para "concientizar", etc. pero todo ello, al decir de un técnico de la cooperación internacional se debía a que en SINAMOS podían estar todos los que quieran decir algo; así se los conoce y controla y, a veces, es necesario darles una beca. Por mi parte, en el sector agrario casi me botan por escribir un libro sobre las SAIS (Sociedades Agrícolas de Interés Social) publicado por ESAN donde mostraba el germen de su fracaso. En ese momento no tenía a la mano lo que después me llegó de Francia. Me llegó, el Tercer Capítulo del Código Rural Francés, que trata sobre las Sociedades de Interés Social Agrícola (sic). Con ello sustenté que la famosa SAIS no era un "modelo original creado por la revolución peruana". Lógicamente, como ya había sido "personal nombrado", mis jueces en el COAMA no pudieron botarme, pero me arrinconaron a una oficina sin labor alguna; situación que aproveché para escribir boletines y folletos hasta que, en 1983 fui contactado por la FAO y dejé mi nombramiento (por el cual sólo me daban un año de licencia). La "revolución" de Velasco no fue sino un programa bien elaborado para acabar totalmente con los grupos guerrilleros y sus bandera de lucha (Reforma Agraria, Nacionalizaciones, etc); pues, el Sistema ya había fracasado con otros programas como "la revolución verde", Alianza para el Progreso", etc. hasta que decidieron hacer, en Punta del Este 1961, los cambios que ya conocemos. Hay mucho más.
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