Cuando a la una y cuarto de la tarde del jueves 15
de junio de 1978, a cuarenta metros de distancia, vi salir al presidente del Partido
Socialista Revolucionario, general Leonidas Rodríguez Figueroa, por la puerta
lateral del Palacio de Gobierno, rodeado de periodistas y fotógrafos, sentí logrado
un 50 % del objetivo. ¡Que un candidato a la Asamblea Constituyente con orden
de deportación hubiese entrado y salido de Palacio de Gobierno era un importantísimo
hecho político!
Sin embargo, de acuerdo a lo proyectado con Antonio Meza Cuadra y Rafael Roncagliolo faltaba aun evitar que los policías que en ese momento se confundían entre los periodistas lo capturaran y que, más bien, se les escapara de las manos… tal como lo habíamos repasado unas 16 horas antes, cuando revisábamos todas las tareas que nos habíamos señalado (Ver crónica “Planeando incursión a Palacio de Gobierno” del 18 de diciembre de 2015).
Un oficial se acercó nervioso para indicarle que
el general Morarles Bermúdez no lo podría recibir, después de lo cual Leonidas
le indicó que en ese caso le iba a dejar un comunicado que el oficial recibió solícito.
Leonidas sonrió. Nunca pensamos que lo recibiera
el presidente. Lo que se buscaba era que entrara y permaneciera por lo menos
diez minutos y ya había pasado más de veinte. Optó por retirarse, mientras que
el nervioso oficial se cuadró y le hizo un saludo militar.
Los periodistas y fotógrafos que habían seguido a
Leonidas estaban conmocionados y los policías estaban desesperados. No podían
creer que Leonidas se les hubiese escapado prácticamente de las manos. Uno de
los más entusiastas de los periodistas fue Hugh O'Shaughnessy, tanto, que poco después de un año le sugirió a un
colega británico que me
buscara para que le facilitara el ingreso a la Casona de San Marcos donde un
grupo de dirigentes políticos realizaba una huelga de hambre (Ver crónica
“Británicos leían lo que los peruanos no podíamos” del 23 de octubre de 2015).
Sin embargo, de acuerdo a lo proyectado con Antonio Meza Cuadra y Rafael Roncagliolo faltaba aun evitar que los policías que en ese momento se confundían entre los periodistas lo capturaran y que, más bien, se les escapara de las manos… tal como lo habíamos repasado unas 16 horas antes, cuando revisábamos todas las tareas que nos habíamos señalado (Ver crónica “Planeando incursión a Palacio de Gobierno” del 18 de diciembre de 2015).
HUBO QUE PLANIFICAR EL OPERATIVO
DETALLADAMENTE
Antonio había conseguido el eventual siguiente
refugio para Leonidas para llevarlo al cual había comprometido a un médico
amigo, quien debía esperarlo en su auto en
el centro de Lima alrededor de la una de la tarde del jueves. Por otro lado,
después de hablar con Oscar Balbuena, integrante de la Dirección Nacional del
PSR, había asegurado que una moto conducida por Luis García Céspedes estuviera
dispuesta desde el mediodía del jueves también en el centro de Lima.
Rafo había comprometido a cuatro señoras jóvenes
para que cada una de ellas recogiera de distintos hoteles de Lima a cuatro periodistas
extranjeros, algunos expresamente venidos para cubrir las informaciones sobre
las elecciones a la Constituyente y los llevaran cerca de la Clínica
Angloamericana alrededor de las 11 de la mañana. Sólo en la mañana siguiente
les indicó la dirección exacta: el consultorio de Ernesto Velit frente a la
clínica. Adicionalmente, envió mensajes a esos periodistas para que esperaran ser
recogidos alrededor de las 10:30 de la mañana y que estuvieran dispuestos a una
jornada de por lo menos tres horas. Además, contactó a César Hildebrandt,
periodista de la revista Caretas, y
lo citó al día siguiente por los alrededores del Óvalo Gutiérrez para las 10:30
de la mañana. Antes de despedirse averiguó qué fotógrafa lo acompañaría, para
luego ubicarla y citarla una hora antes en la esquina de la avenida Larco con
la avenida Benavides.
Yo me había reunido con Francisco “Paco” Moncloa
y José María “Chema” Salcedo. Al primero le dije: Paco, mañana tenemos un gran operativo
y tu tarea es decisiva: llevar a todos los periodistas que puedas a la Plaza de
Armas a diez para la una de la tarde. ¿De qué se trata?, me dijo. Es muy
importante no te pudo decir nada más, fue mi respuesta. Paco había dejado la
clandestinidad al día siguiente de haberla iniciado después de que ambos
compartimos el mismo refugio (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24
de mayo de 2013). Planeamos lo que tenía que hacer. Con un equipo
pequeño de periodistas que coordinaba con él citaría una conferencia de prensa
a las 11 de la mañana en la oficina que teníamos en el jirón Carabaya, a la
cual no concurríamos los dirigentes desde casi tres semanas atrás. Allí tendría
que entretenerlos denunciando la persecución contra el PSR y dando a entender
que alguien más llegaría. A las 12 y cuarto se pararía abruptamente y les
diría: “Acompáñenme a la Plaza de Armas” y se dirigiría al ascensor para bajar,
avanzar unos treinta metros para cruzar la Plaza San Martín y comenzar su
marcha hacia el jirón de la Unión. A las preguntas que le hicieran en el camino
tendría que contestar con frases equívocas que generaran mayor intriga. Eso
será fácil ya que yo estaré más intrigado que ellos, me comentó en tono burlón.
Tienes que estar a las 12 y 50 en el centro de la Plaza de Armas, le dije. ¿Y
qué hago cuando esté ahí?, preguntó. Allí te lo diremos, concluí.
Encontrarme con José María fue fácil. Nos reuníamos
prácticamente a diario, cambiando los puntos de encuentro. Durante semanas,
además de Moncloa, Salcedo había sido cara pública del PSR dado que era el
Personero ante el Jurado Nacional de Elecciones. Asumimos que el gobierno de
Morales Bermúdez podría detener candidatos a la Asamblea Constituyente y
dirigentes partidarios, pero no a un personero cuando internacionalmente se
ufanaba de haber convocado a una Asamblea Constituyente. Nunca pudimos saber si
esos fueron los motivos, pero de hecho no fue detenido. Nos conocíamos con
Chema desde 1964 y aunque nos llevábamos muy bien no podíamos suponer que a lo
largo de los años nuestra amistad se acrecentaría cada vez más.
Con José María el encargo fue muy breve: mañana a
las doce y media del día te instalas en una mesa de la terraza del Haití de la
Plaza Pizarro -pequeña plaza entre el Palacio de Gobierno y el Palacio
Municipal- pide un café, pagas apenas te sirvan y me esperas.
El repaso minucioso pero rápido que en la noche
del miércoles 14 hicimos con Antonio y Rafo nos dio la seguridad que todo
estaba bien. Rafo era y es particularmente minucioso no sólo en bosquejar los
planes, sino en evaluar su desarrollo.
PLAN DE SALIDA DE PALACIO DE LEONIDAS Y SU
DESAPARICIÓN ERA VITAL
Hicimos hincapié en el escape final de Leonidas.
Como dije en otra crónica mi conocimiento de la zona, sus calles y pasajes nos
sirvió mucho. Por eso desde el principio aseguré que la salida de Leonidas
resultaba perfectamente posible.
El Palacio de Gobierno tiene como frente la Plaza
Mayor, en esa época llamada Plaza de Armas. Yendo de frente la calle del
costado izquierdo es la segunda cuadra del Jirón de la Unión -la primera cuadra
no existe- luego de la cual viene lo que conocí como el Puente de Piedra y en
los últimos años se conoce como Puente Trujillo. Frente a ese lado del palacio,
se encuentra una entrada al Pasaje del Correo parte de la edificación conocida como
Casa de Correos y Telégrafos inaugurada ochenta años antes -que ya comenzaba a
deteriorarse- donde habían dependencias de atención al público de la Dirección
de Correos, así como pequeños negocios vinculados a la correspondencia. El
pasaje es de libre tránsito peatonal y lleva desde el jirón de la Unión al
jirón Camaná a la altura de la Iglesia de Santo Domingo. La calle que une ambos
jirones antes del puente se llama Polvos Azules.
En la década del 70 se construyó un viaducto que
comunicaba la salida del Puente Trujillo con el final de la avenida Tacna donde
comenzaba el Puente Santa Rosa. En la explanada que quedó sobre el túnel se
iniciaría en 1981 el mercado informal de Polvos Azules y actualmente está la
Alameda Chabuca Granda. En esa época tenía una salida provisional –que hoy no
existe- hacia el jirón de la Unión y para cruzar de la vereda hacia la salida
del viaducto había un puente de madera que podía soportar el peso del algún
vehículo ligero para dejar carga.
CINCO HORAS DE TENSIÓN Y AUDACIA
El jueves todo se desenvolvió según lo previsto.
A las 8 y 45 de la mañana Antonio recogió a Leonidas con su maletín. Lo dejó
con Rafo una media hora después y se fue a entregar el maletín al médico que
debía llevarlo a su siguiente refugio, indicándole que su pasajero debía llegar
en moto al final del puente Santa Rosa y comienzo de la avenida Tacna alrededor
de la 1 y 15 de esa tarde. Luego habló con Balbuena y le indicó que la moto
tendría que estar estacionada y con el motor encendido en el Pasaje del Correo
en la puerta del jirón Camaná y le dio el plano de la ruta que de allí
seguiría. A las 10 de la mañana Antonio ingresó al consultorio de Velit. Rafo
con Leonidas y la fotógrafa Alicia Benavides entrarían minutos después y yo a
las diez y cuarto, después de haber visto el ingreso de todos ellos y comprobar
que no había seguimiento. Previamente a las 9 de la mañana me había reunido con
Rafael Cáceres para asegurar que la reunión de Paco Moncloa con la prensa
tuviera todas las facilidades logísticas. Poco después llegó Hildebrandt quien en
ese momento se enteró que las fotos a Leonidas ya las había tomado “Chichi”
Benavides en plena avenida Larco, una de ellas mirando los periódicos del día
en un quiosco. No recuerdo si fue llevado por otro compañero o si fue Rafo quien
salió a recogerlo.
Lo que vino luego se desarrolló cronométricamente.
En el despacho Ernesto Velit, con Antonio y Rafo, en el baño Hildebrandt entrevistando
a Leonidas, en la salita de espera yo abriendo la puerta a varios corresponsales de prensa extranjera que iban llegando casi simultáneamente con compañeras que hasta ahí
los acompañaban: Hugh
O'Shaughnessy del Financial Times, a quien había
conocido en Londres, fue el primero y los siguieron los corresponsales de
ANSA -Alberto Ku King-, Inter Press Service -Abraham Lama- y France Presse. Completados los convocados, salieron Rafo y Antonio y alguna conversación se
comenzó a tener hasta que Leonidas asomó a las 11:15 para iniciar la rueda de
prensa, mientras Hildebrandt pasó al despacho. Los periodistas no podían
disimular su entusiasmo por entrevistar al dirigente político más buscado. En
medio de la entrevista, Leonidas mostró una carta de protesta por la
persecución indicando que estaba dirigida al presidente Morales Bermúdez. Yo
mismo la entregaré en Palacio, dijo ante el asombro de los hombres de prensa. Y
ustedes lo acompañarán, añadió Rafo, por esa razón les indicamos que estarían
con nosotros hasta la 1 y 30 más o menos. Los periodistas se miraron entre sí,
incrédulos…
Faltaban unos diez minutos para las doce cuando
dejé el consultorio. Todos los demás saldrían diez minutos después. Yo me fui
directamente por la Vía Expresa. A las doce salieron Leonidas y Rafo en un
Volkswagen manejado por Antonio. En otros dos Volkswagen -manejados creo por
Velit y Normita, secretaria de Antonio- se repartían los cuatro corresponsales
y Hildebrandt. Fueron hasta la Vía de Evitamiento para llegar al costado del
Palacio de Gobierno desde el Rímac. Chichi Benavides se adelantó en un taxi
para esperarlos y fotografiar la entrada.
Serían las 12 y 30 cuando dejé mi auto estacionado
cerca y me dirigí hacia el Haití, cafetería en esa época ya poca concurrida, y que tenía en la parte de afuera una terraza
con unas diez o doce mesas debajo de gruesas sombrillas. En una de ellas estaba
José María. Y el platillo con la factura y unas monedas indicaba que su cuenta
estaba pagada. Nos saludamos con gestos, pedí un expreso, miré el reloj y le
dije: En cinco o diez minutos llegará Leonidas a esa puerta lateral de palacio,
estate listo porque tú serás el único dirigente que entrará con él… Por
supuesto que le impactó la noticia, pero Chema era imperturbable cuando se
trataba de asumir retos como tendría ocasión de comprobarlo yo más de una vez
en los años venideros. Volteó la cara para mirar la entrada y me dijo lacónicamente:
De acuerdo. Cuando te avise que ya llegó camina tranquilamente ya que tendrán
que bajar de tres Volkswagen Leonidas, cuatro corresponsales extranjeros y Cesar
Hildebrandt. Además le indiqué cuál sería la ruta de salida. Seguramente irá
rodeado de periodistas, pero al terminar el pasaje trata que nadie le
obstaculice el paso.
CON ORDEN DE DEPORTACIÓN Y CONVERSANDO CON
PERIODISTAS EN PALACIO
Vi llegar el auto que guiaba Antonio. Miré el
reloj: las 12:45. ¡Ahora! le dije a José María que avanzó los cuarenta metros
que nos separaban. Llegó tranquilamente para acompañar a Leonidas rodeado del grupo
de periodistas que lo habían seguido a los que se unió Chichi Benavides. Con
Chema al lado, tocó la puerta y habló por una pequeña ventana. Luego me
enteraría que había dicho “Soy el general Leonidas Rodríguez y vengo a pedir
una entrevista con el general Morales Bermúdez”. Por los gestos me di cuenta
que le habían dicho que esperara.
Casi simultáneamente pasó frente a mi Rafael
Cáceres señal que Paco Moncloa estaba a punto de llegar. Miré nuevamente el
reloj. Eran casi las 12:50 y miré a la Plaza de Armas. Cerca de la pileta distinguí
un grupo precedido por la cabeza cana de Moncloa. Era la hora convenida. Le
dije al mozo que no retirara mi café ya pagado y me dirigí a su encuentro.
Mientras caminaba vi que la puerta de Palacio se estaba abriendo. Apenas me
distinguió, Paco se me acercó y me dijo: Ya no sé de qué mierda hablar, la
gente está harta, cree que los estoy tonteando. Ya puedes dejar de
entretenerlos, hace un par de minutos Leonidas ingresó a Palacio a encarar a
Morales, le contesté. ¡Carajo! exclamó Paco mientras volteaba para dar la
primicia. El pelotón de periodistas y fotógrafos salió corriendo y casi nos
lleva de encuentro.
Vámonos para que tomes un café. Preferiría un
pisco ya pasaron las doce del día, me contestó Paco. Cuando nos dirigíamos a la
mesa donde habíamos estado sentados me dijo: La curiosidad puede destruir la
seguridad y me hizo un gesto. Miré hacia la parte de adentro el café. Sentados
en una mesa estaban Antonio y Rafo que acababan de dejar a Leonidas. En otra
mesa Balbuena y otros integrantes de la Dirección Nacional. Tragué saliva y
pedí algo para Paco.
Ignoré a los otros compañeros y presté atención a
Paco que no podía disimular su ansiedad. ¿Qué hacemos?, me dijo. Esperar que
Leonidas salga, contesté. ¿No crees que lo detengan?, inquirió. Adentro y
rodeado de periodistas, en especial extranjeros, definitivamente no, dije. ¿Crees
que podrá escapar después?, insistió. Eso espero le contesté y soporté su
mirada pidiendo explicaciones que no le di.
Mientras nosotros conversábamos en el Haití, adentro
de Palacio se había armado un caos. Después de abrirle la puerta a Leonidas y
sus seis acompañantes iniciales, mientras el oficial hacia consultas
telefónicas, la comitiva comenzó a avanzar por las escaleras que llevaban a un
amplio hall en el segundo piso. Cuando los soldados trataron de evitar el
avance se precipitaron por la puerta los periodistas y fotógrafos que habían
estado con Paco, a los que poco después se sumaron varios periodistas que
estaban cubriendo la visita del Canciller chileno a Morales Bermúdez.
Mientras esperaban, el perseguido líder político
tuvo ocasión de departir con decenas de periodistas ante el nerviosismo de los
uniformados. Para cortar las declaraciones o por cortesía, por indicación del
oficial, un soldado le ofreció a Leonidas un vaso de agua. Éste sonriendo le indicó
que primero tomara él un sorbo, luego de lo cual esperó un minuto en silencio y
bebió con tranquilidad por lo menos medio vaso.
A pedido de Leonidas, soldado toma el agua (Revista Caretas N° 541 del 22 de junio 1978 - Foto de Alicia Benavides) |
SALIDA TRANQUILA, HUIDA ESPECTACULAR
Al salir, los periodistas se extrañaron que
Leonidas no se dirigiera a la Plaza de Armas sino que atravesara la pista y se
dirigiera al Pasaje del Correo. Rodeado de periodistas y conversando con ellos, caminaba tranquilamente mientras que
algunos policías de civil lo seguían a unos 30 metros de distancia y varios
corrían -a bordo de vehículos algunos- por la calle Conde de Superunda para
cortarle la retirada por el jirón Camaná. Mientras se acercaba a esa salida,
Hildebrandt le advirtió: “general hay policías esperando al final el pasaje…”. Al
llegar al jirón Camaná se encuentran con una calle donde no circulaban autos
porque no tenían salida. Todos vieron a la izquierda un gran número de
policías. De pronto, Leonidas subió en la parte trasera del asiento de una motocicleta
que un aparentemente distraído conductor tenía encendida. Inmediatamente la
moto salió velozmente hacia la derecha. Al llegar a la esquina volteó a la
derecha en un pequeño espacio que había junto a la vereda y al llegar al puente
de madera lo cruzó para entrar al viaducto y al llegar a su salida dar una
vuelta en U para dirigirse a la avenida Tacna. Al salir, Leonidas pasó al auto
que lo esperaba y se alejó rápidamente. Cuando los sorprendidos policías
llegaron a la esquina de Camaná no había rastros del fugitivo. Desde que subió
a la moto hasta que se terminó de acomodar en el auto ya en marcha no habían
pasado más de dos minutos…
Leonidas escapa en moto (Revista Caretas N° 541 del 22 de junio 1978 - Foto de Alicia Benavides) |
La partida fue tan impecable que Rafael Cáceres y
su pequeño grupo de acompañantes -que pocas semanas después se convertirían en
el nuevo equipo de seguridad del PSR- quienes se encontraban en la salida del
pasaje y estaban destinados a tratar de obstaculizar la detención de Leonidas
no intervinieron para nada. Por cierto que ese grupo sólo había sido enterado
que tenía que impedir que la policía detuviera a quien estuviera acompañando a
Salcedo ¡Menuda sorpresa que se llevaron al reconocer a Leonidas!
¡TAREA CUMPLIDA!
Nos reencontramos con Chema al regresar por el
Pasaje del Correo. Cuando pasamos por el Haití no quedaba ninguno de los
compañeros de la Dirección Nacional. Nos seguimos de largo y despedimos. Le
había sorprendido la apariencia de Leonidas con las canas pintadas, ya que no
lo veía desde tres semanas atrás. No se imaginaba que lo vería nuevamente tres días
después. La casi media hora de nerviosismo acompañándolo en Palacio sería
superada esa noche y en la madrugada siguiente por horas de tensión a unas
veinte cuadras desde donde nos encontrábamos. Sucedería en Barrios Altos, entre
bares sin licencia con cajas de cerveza apiladas e imprentas clandestinas con
revistas pornográficas y libros pirateados almacenados, cuando Chema estuviera
a la espera de la impresión de volantes con el testimonio de la incursión a
Palacio. Pero eso es para ser relatado en otra crónica.
Busqué mi auto y me dirigí a un chifa por la
avenida Sucre de Pueblo Libre, donde había quedado en encontrarme a las 2 y 15
de la tarde con Antonio y Rafo. Cuando llegué ya habían pedido y acababan de
servir. A las dos y media se levantó Antonio y pidió el teléfono que había en
el mostrador. Lo escuchamos preguntar por un fulano y si habían llegado las
compras del mercado. Perfecto, casi gritó antes de colgar. Se acercó sonriendo.
“Me han dicho que los ollucos llegaron en perfecto estado”, nos dijo. Olluco
era el apodo que algunos de sus compañeros de estudios en la Escuela Militar le
habían puesto a Leonidas.
Todos respiramos tranquilos, el operativo había
culminado en forma exitosa. El lugar del nuevo refugio de Leonidas sólo Antonio
lo sabría. Convinimos en avisarle a Marcial Rubio que la locura que se le había
ocurrido cuatro días antes había culminado con éxito. Por otro lado, comenzamos
a planificar cómo sería la ida a votar de Leonidas el siguiente domingo. No pensamos
en preparar ningún plan de escape, no tenía sentido dado que sería una
aparición con lugar y fecha conocidos. Eso ya estaba convenido con Leonidas. Pero
esa es también otra historia que ya contaremos.
Sentida
Postdata
Al momento de terminar de escribir esta crónica, la noche del 19 de enero, me enteré que esa tarde había fallecido Antonio Meza Cuadra, con quien compartí varios años de intensa actividad política y fraterna amistad. Al día siguiente ante su féretro pude decir ¡Descansa por fin en paz, querido amigo!
Al momento de terminar de escribir esta crónica, la noche del 19 de enero, me enteré que esa tarde había fallecido Antonio Meza Cuadra, con quien compartí varios años de intensa actividad política y fraterna amistad. Al día siguiente ante su féretro pude decir ¡Descansa por fin en paz, querido amigo!
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