viernes, 22 de enero de 2016

DEBÍA ESTAR DEPORTADO Y FUGÓ EN LAS NARICES DE LA POLICÍA (1978)

Cuando a la una y cuarto de la tarde del jueves 15 de junio de 1978, a cuarenta metros de distancia, vi salir al presidente del Partido Socialista Revolucionario, general Leonidas Rodríguez Figueroa, por la puerta lateral del Palacio de Gobierno, rodeado de periodistas y fotógrafos, sentí logrado un 50 % del objetivo. ¡Que un candidato a la Asamblea Constituyente con orden de deportación hubiese entrado y salido de Palacio de Gobierno era un importantísimo hecho político!

Sin embargo, de acuerdo a lo proyectado con Antonio Meza Cuadra y Rafael Roncagliolo faltaba aun evitar que los policías que en ese momento se confundían entre los periodistas lo capturaran y que, más bien, se les escapara de las manos… tal como lo habíamos repasado unas 16 horas antes, cuando revisábamos todas las tareas que nos habíamos señalado (Ver crónica “Planeando incursión a Palacio de Gobierno” del 18 de diciembre de 2015).


HUBO QUE PLANIFICAR EL OPERATIVO DETALLADAMENTE

Antonio había conseguido el eventual siguiente refugio para Leonidas para llevarlo al cual había comprometido a un médico amigo, quien debía esperarlo en su auto en el centro de Lima alrededor de la una de la tarde del jueves. Por otro lado, después de hablar con Oscar Balbuena, integrante de la Dirección Nacional del PSR, había asegurado que una moto conducida por Luis García Céspedes estuviera dispuesta desde el mediodía del jueves también en el centro de Lima.
Rafo había comprometido a cuatro señoras jóvenes para que cada una de ellas recogiera de distintos hoteles de Lima a cuatro periodistas extranjeros, algunos expresamente venidos para cubrir las informaciones sobre las elecciones a la Constituyente y los llevaran cerca de la Clínica Angloamericana alrededor de las 11 de la mañana. Sólo en la mañana siguiente les indicó la dirección exacta: el consultorio de Ernesto Velit frente a la clínica. Adicionalmente, envió mensajes a esos periodistas para que esperaran ser recogidos alrededor de las 10:30 de la mañana y que estuvieran dispuestos a una jornada de por lo menos tres horas. Además, contactó a César Hildebrandt, periodista de la revista Caretas, y lo citó al día siguiente por los alrededores del Óvalo Gutiérrez para las 10:30 de la mañana. Antes de despedirse averiguó qué fotógrafa lo acompañaría, para luego ubicarla y citarla una hora antes en la esquina de la avenida Larco con la avenida Benavides.

Yo me había reunido con Francisco “Paco” Moncloa y José María “Chema” Salcedo. Al primero le dije: Paco, mañana tenemos un gran operativo y tu tarea es decisiva: llevar a todos los periodistas que puedas a la Plaza de Armas a diez para la una de la tarde. ¿De qué se trata?, me dijo. Es muy importante no te pudo decir nada más, fue mi respuesta. Paco había dejado la clandestinidad al día siguiente de haberla iniciado después de que ambos compartimos el mismo refugio (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013). Planeamos lo que tenía que hacer. Con un equipo pequeño de periodistas que coordinaba con él citaría una conferencia de prensa a las 11 de la mañana en la oficina que teníamos en el jirón Carabaya, a la cual no concurríamos los dirigentes desde casi tres semanas atrás. Allí tendría que entretenerlos denunciando la persecución contra el PSR y dando a entender que alguien más llegaría. A las 12 y cuarto se pararía abruptamente y les diría: “Acompáñenme a la Plaza de Armas” y se dirigiría al ascensor para bajar, avanzar unos treinta metros para cruzar la Plaza San Martín y comenzar su marcha hacia el jirón de la Unión. A las preguntas que le hicieran en el camino tendría que contestar con frases equívocas que generaran mayor intriga. Eso será fácil ya que yo estaré más intrigado que ellos, me comentó en tono burlón. Tienes que estar a las 12 y 50 en el centro de la Plaza de Armas, le dije. ¿Y qué hago cuando esté ahí?, preguntó. Allí te lo diremos, concluí.
Encontrarme con José María fue fácil. Nos reuníamos prácticamente a diario, cambiando los puntos de encuentro. Durante semanas, además de Moncloa, Salcedo había sido cara pública del PSR dado que era el Personero ante el Jurado Nacional de Elecciones. Asumimos que el gobierno de Morales Bermúdez podría detener candidatos a la Asamblea Constituyente y dirigentes partidarios, pero no a un personero cuando internacionalmente se ufanaba de haber convocado a una Asamblea Constituyente. Nunca pudimos saber si esos fueron los motivos, pero de hecho no fue detenido. Nos conocíamos con Chema desde 1964 y aunque nos llevábamos muy bien no podíamos suponer que a lo largo de los años nuestra amistad se acrecentaría cada vez más.

Con José María el encargo fue muy breve: mañana a las doce y media del día te instalas en una mesa de la terraza del Haití de la Plaza Pizarro -pequeña plaza entre el Palacio de Gobierno y el Palacio Municipal- pide un café, pagas apenas te sirvan y me esperas.
El repaso minucioso pero rápido que en la noche del miércoles 14 hicimos con Antonio y Rafo nos dio la seguridad que todo estaba bien. Rafo era y es particularmente minucioso no sólo en bosquejar los planes, sino en evaluar su desarrollo.

PLAN DE SALIDA DE PALACIO DE LEONIDAS Y SU DESAPARICIÓN ERA VITAL
Hicimos hincapié en el escape final de Leonidas. Como dije en otra crónica mi conocimiento de la zona, sus calles y pasajes nos sirvió mucho. Por eso desde el principio aseguré que la salida de Leonidas resultaba perfectamente posible.

El Palacio de Gobierno tiene como frente la Plaza Mayor, en esa época llamada Plaza de Armas. Yendo de frente la calle del costado izquierdo es la segunda cuadra del Jirón de la Unión -la primera cuadra no existe- luego de la cual viene lo que conocí como el Puente de Piedra y en los últimos años se conoce como Puente Trujillo. Frente a ese lado del palacio, se encuentra una entrada al Pasaje del Correo parte de la edificación conocida como Casa de Correos y Telégrafos inaugurada ochenta años antes -que ya comenzaba a deteriorarse- donde habían dependencias de atención al público de la Dirección de Correos, así como pequeños negocios vinculados a la correspondencia. El pasaje es de libre tránsito peatonal y lleva desde el jirón de la Unión al jirón Camaná a la altura de la Iglesia de Santo Domingo. La calle que une ambos jirones antes del puente se llama Polvos Azules.
En la década del 70 se construyó un viaducto que comunicaba la salida del Puente Trujillo con el final de la avenida Tacna donde comenzaba el Puente Santa Rosa. En la explanada que quedó sobre el túnel se iniciaría en 1981 el mercado informal de Polvos Azules y actualmente está la Alameda Chabuca Granda. En esa época tenía una salida provisional –que hoy no existe- hacia el jirón de la Unión y para cruzar de la vereda hacia la salida del viaducto había un puente de madera que podía soportar el peso del algún vehículo ligero para dejar carga.

CINCO HORAS DE TENSIÓN Y AUDACIA
El jueves todo se desenvolvió según lo previsto. A las 8 y 45 de la mañana Antonio recogió a Leonidas con su maletín. Lo dejó con Rafo una media hora después y se fue a entregar el maletín al médico que debía llevarlo a su siguiente refugio, indicándole que su pasajero debía llegar en moto al final del puente Santa Rosa y comienzo de la avenida Tacna alrededor de la 1 y 15 de esa tarde. Luego habló con Balbuena y le indicó que la moto tendría que estar estacionada y con el motor encendido en el Pasaje del Correo en la puerta del jirón Camaná y le dio el plano de la ruta que de allí seguiría. A las 10 de la mañana Antonio ingresó al consultorio de Velit. Rafo con Leonidas y la fotógrafa Alicia Benavides entrarían minutos después y yo a las diez y cuarto, después de haber visto el ingreso de todos ellos y comprobar que no había seguimiento. Previamente a las 9 de la mañana me había reunido con Rafael Cáceres para asegurar que la reunión de Paco Moncloa con la prensa tuviera todas las facilidades logísticas. Poco después llegó Hildebrandt quien en ese momento se enteró que las fotos a Leonidas ya las había tomado “Chichi” Benavides en plena avenida Larco, una de ellas mirando los periódicos del día en un quiosco. No recuerdo si fue llevado por otro compañero o si fue Rafo quien salió a recogerlo.

Lo que vino luego se desarrolló cronométricamente. En el despacho Ernesto Velit, con Antonio y Rafo, en el baño Hildebrandt entrevistando a Leonidas, en la salita de espera yo abriendo la puerta a varios corresponsales de prensa extranjera que iban llegando casi simultáneamente con compañeras que hasta ahí los acompañaban: Hugh O'Shaughnessy del Financial Times, a quien había conocido en Londres, fue el primero y los siguieron los corresponsales de ANSA -Alberto Ku King-, Inter Press Service -Abraham Lama- y France Presse. Completados los convocados, salieron Rafo y Antonio y alguna conversación se comenzó a tener hasta que Leonidas asomó a las 11:15 para iniciar la rueda de prensa, mientras Hildebrandt pasó al despacho. Los periodistas no podían disimular su entusiasmo por entrevistar al dirigente político más buscado. En medio de la entrevista, Leonidas mostró una carta de protesta por la persecución indicando que estaba dirigida al presidente Morales Bermúdez. Yo mismo la entregaré en Palacio, dijo ante el asombro de los hombres de prensa. Y ustedes lo acompañarán, añadió Rafo, por esa razón les indicamos que estarían con nosotros hasta la 1 y 30 más o menos. Los periodistas se miraron entre sí, incrédulos…
Faltaban unos diez minutos para las doce cuando dejé el consultorio. Todos los demás saldrían diez minutos después. Yo me fui directamente por la Vía Expresa. A las doce salieron Leonidas y Rafo en un Volkswagen manejado por Antonio. En otros dos Volkswagen -manejados creo por Velit y Normita, secretaria de Antonio- se repartían los cuatro corresponsales y Hildebrandt. Fueron hasta la Vía de Evitamiento para llegar al costado del Palacio de Gobierno desde el Rímac. Chichi Benavides se adelantó en un taxi para esperarlos y fotografiar la entrada.

Serían las 12 y 30 cuando dejé mi auto estacionado cerca y me dirigí hacia el Haití, cafetería en esa época ya poca concurrida, y que tenía en la parte de afuera una terraza con unas diez o doce mesas debajo de gruesas sombrillas. En una de ellas estaba José María. Y el platillo con la factura y unas monedas indicaba que su cuenta estaba pagada. Nos saludamos con gestos, pedí un expreso, miré el reloj y le dije: En cinco o diez minutos llegará Leonidas a esa puerta lateral de palacio, estate listo porque tú serás el único dirigente que entrará con él… Por supuesto que le impactó la noticia, pero Chema era imperturbable cuando se trataba de asumir retos como tendría ocasión de comprobarlo yo más de una vez en los años venideros. Volteó la cara para mirar la entrada y me dijo lacónicamente: De acuerdo. Cuando te avise que ya llegó camina tranquilamente ya que tendrán que bajar de tres Volkswagen Leonidas, cuatro corresponsales extranjeros y Cesar Hildebrandt. Además le indiqué cuál sería la ruta de salida. Seguramente irá rodeado de periodistas, pero al terminar el pasaje trata que nadie le obstaculice el paso.
CON ORDEN DE DEPORTACIÓN Y CONVERSANDO CON PERIODISTAS EN PALACIO

Vi llegar el auto que guiaba Antonio. Miré el reloj: las 12:45. ¡Ahora! le dije a José María que avanzó los cuarenta metros que nos separaban. Llegó tranquilamente para acompañar a Leonidas rodeado del grupo de periodistas que lo habían seguido a los que se unió Chichi Benavides. Con Chema al lado, tocó la puerta y habló por una pequeña ventana. Luego me enteraría que había dicho “Soy el general Leonidas Rodríguez y vengo a pedir una entrevista con el general Morales Bermúdez”. Por los gestos me di cuenta que le habían dicho que esperara.
Casi simultáneamente pasó frente a mi Rafael Cáceres señal que Paco Moncloa estaba a punto de llegar. Miré nuevamente el reloj. Eran casi las 12:50 y miré a la Plaza de Armas. Cerca de la pileta distinguí un grupo precedido por la cabeza cana de Moncloa. Era la hora convenida. Le dije al mozo que no retirara mi café ya pagado y me dirigí a su encuentro. Mientras caminaba vi que la puerta de Palacio se estaba abriendo. Apenas me distinguió, Paco se me acercó y me dijo: Ya no sé de qué mierda hablar, la gente está harta, cree que los estoy tonteando. Ya puedes dejar de entretenerlos, hace un par de minutos Leonidas ingresó a Palacio a encarar a Morales, le contesté. ¡Carajo! exclamó Paco mientras volteaba para dar la primicia. El pelotón de periodistas y fotógrafos salió corriendo y casi nos lleva de encuentro.

Vámonos para que tomes un café. Preferiría un pisco ya pasaron las doce del día, me contestó Paco. Cuando nos dirigíamos a la mesa donde habíamos estado sentados me dijo: La curiosidad puede destruir la seguridad y me hizo un gesto. Miré hacia la parte de adentro el café. Sentados en una mesa estaban Antonio y Rafo que acababan de dejar a Leonidas. En otra mesa Balbuena y otros integrantes de la Dirección Nacional. Tragué saliva y pedí algo para Paco.
Ignoré a los otros compañeros y presté atención a Paco que no podía disimular su ansiedad. ¿Qué hacemos?, me dijo. Esperar que Leonidas salga, contesté. ¿No crees que lo detengan?, inquirió. Adentro y rodeado de periodistas, en especial extranjeros, definitivamente no, dije. ¿Crees que podrá escapar después?, insistió. Eso espero le contesté y soporté su mirada pidiendo explicaciones que no le di.

Mientras nosotros conversábamos en el Haití, adentro de Palacio se había armado un caos. Después de abrirle la puerta a Leonidas y sus seis acompañantes iniciales, mientras el oficial hacia consultas telefónicas, la comitiva comenzó a avanzar por las escaleras que llevaban a un amplio hall en el segundo piso. Cuando los soldados trataron de evitar el avance se precipitaron por la puerta los periodistas y fotógrafos que habían estado con Paco, a los que poco después se sumaron varios periodistas que estaban cubriendo la visita del Canciller chileno a Morales Bermúdez.
Mientras esperaban, el perseguido líder político tuvo ocasión de departir con decenas de periodistas ante el nerviosismo de los uniformados. Para cortar las declaraciones o por cortesía, por indicación del oficial, un soldado le ofreció a Leonidas un vaso de agua. Éste sonriendo le indicó que primero tomara él un sorbo, luego de lo cual esperó un minuto en silencio y bebió con tranquilidad por lo menos medio vaso.


A pedido de Leonidas, soldado toma el agua (Revista Caretas N° 541 del 22 de junio 1978 - Foto de Alicia Benavides)
Un oficial se acercó nervioso para indicarle que el general Morarles Bermúdez no lo podría recibir, después de lo cual Leonidas le indicó que en ese caso le iba a dejar un comunicado que el oficial recibió solícito. Leonidas sonrió. Nunca pensamos que lo recibiera el presidente. Lo que se buscaba era que entrara y permaneciera por lo menos diez minutos y ya había pasado más de veinte. Optó por retirarse, mientras que el nervioso oficial se cuadró y le hizo un saludo militar.

SALIDA TRANQUILA, HUIDA ESPECTACULAR
Al salir, los periodistas se extrañaron que Leonidas no se dirigiera a la Plaza de Armas sino que atravesara la pista y se dirigiera al Pasaje del Correo. Rodeado de periodistas y conversando con ellos, caminaba tranquilamente mientras que algunos policías de civil lo seguían a unos 30 metros de distancia y varios corrían -a bordo de vehículos algunos- por la calle Conde de Superunda para cortarle la retirada por el jirón Camaná. Mientras se acercaba a esa salida, Hildebrandt le advirtió: “general hay policías esperando al final el pasaje…”. Al llegar al jirón Camaná se encuentran con una calle donde no circulaban autos porque no tenían salida. Todos vieron a la izquierda un gran número de policías. De pronto, Leonidas subió en la parte trasera del asiento de una motocicleta que un aparentemente distraído conductor tenía encendida. Inmediatamente la moto salió velozmente hacia la derecha. Al llegar a la esquina volteó a la derecha en un pequeño espacio que había junto a la vereda y al llegar al puente de madera lo cruzó para entrar al viaducto y al llegar a su salida dar una vuelta en U para dirigirse a la avenida Tacna. Al salir, Leonidas pasó al auto que lo esperaba y se alejó rápidamente. Cuando los sorprendidos policías llegaron a la esquina de Camaná no había rastros del fugitivo. Desde que subió a la moto hasta que se terminó de acomodar en el auto ya en marcha no habían pasado más de dos minutos…
Leonidas escapa en moto (Revista Caretas N° 541 del 22 de junio 1978 - Foto de Alicia Benavides)
Los periodistas y fotógrafos que habían seguido a Leonidas estaban conmocionados y los policías estaban desesperados. No podían creer que Leonidas se les hubiese escapado prácticamente de las manos. Uno de los más entusiastas de los periodistas fue Hugh O'Shaughnessy, tanto, que poco después de un año le sugirió a un colega británico que me buscara para que le facilitara el ingreso a la Casona de San Marcos donde un grupo de dirigentes políticos realizaba una huelga de hambre (Ver crónica “Británicos leían lo que los peruanos no podíamos” del 23 de octubre de 2015).

La partida fue tan impecable que Rafael Cáceres y su pequeño grupo de acompañantes -que pocas semanas después se convertirían en el nuevo equipo de seguridad del PSR- quienes se encontraban en la salida del pasaje y estaban destinados a tratar de obstaculizar la detención de Leonidas no intervinieron para nada. Por cierto que ese grupo sólo había sido enterado que tenía que impedir que la policía detuviera a quien estuviera acompañando a Salcedo ¡Menuda sorpresa que se llevaron al reconocer a Leonidas!
¡TAREA CUMPLIDA!
Nos reencontramos con Chema al regresar por el Pasaje del Correo. Cuando pasamos por el Haití no quedaba ninguno de los compañeros de la Dirección Nacional. Nos seguimos de largo y despedimos. Le había sorprendido la apariencia de Leonidas con las canas pintadas, ya que no lo veía desde tres semanas atrás. No se imaginaba que lo vería nuevamente tres días después. La casi media hora de nerviosismo acompañándolo en Palacio sería superada esa noche y en la madrugada siguiente por horas de tensión a unas veinte cuadras desde donde nos encontrábamos. Sucedería en Barrios Altos, entre bares sin licencia con cajas de cerveza apiladas e imprentas clandestinas con revistas pornográficas y libros pirateados almacenados, cuando Chema estuviera a la espera de la impresión de volantes con el testimonio de la incursión a Palacio. Pero eso es para ser relatado en otra crónica.

Busqué mi auto y me dirigí a un chifa por la avenida Sucre de Pueblo Libre, donde había quedado en encontrarme a las 2 y 15 de la tarde con Antonio y Rafo. Cuando llegué ya habían pedido y acababan de servir. A las dos y media se levantó Antonio y pidió el teléfono que había en el mostrador. Lo escuchamos preguntar por un fulano y si habían llegado las compras del mercado. Perfecto, casi gritó antes de colgar. Se acercó sonriendo. “Me han dicho que los ollucos llegaron en perfecto estado”, nos dijo. Olluco era el apodo que algunos de sus compañeros de estudios en la Escuela Militar le habían puesto a Leonidas.
Todos respiramos tranquilos, el operativo había culminado en forma exitosa. El lugar del nuevo refugio de Leonidas sólo Antonio lo sabría. Convinimos en avisarle a Marcial Rubio que la locura que se le había ocurrido cuatro días antes había culminado con éxito. Por otro lado, comenzamos a planificar cómo sería la ida a votar de Leonidas el siguiente domingo. No pensamos en preparar ningún plan de escape, no tenía sentido dado que sería una aparición con lugar y fecha conocidos. Eso ya estaba convenido con Leonidas. Pero esa es también otra historia que ya contaremos.

Sentida Postdata
Al momento de terminar de escribir esta crónica, la noche del 19 de enero, me enteré que esa tarde había fallecido Antonio Meza Cuadra, con quien compartí varios años de intensa actividad política y fraterna amistad. Al día siguiente ante su féretro pude decir ¡Descansa por fin en paz, querido amigo!

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