Hace unos días tuve la ocasión de conversar con
un amigo cerca de la Plaza de Armas de Lima. Viajé en el Metropolitano y me
bajé en la estación llamada “Jirón de la Unión”. Salí a la avenida Emancipación
y me dirigí justamente hacia ese jirón a la altura de la calle antaño llamada
La Merced. Al hacerlo traté de recordar cuándo fue que lo recorrí por primera
vez, y aunque supuse que seguramente había caminado por sus calles a los 3 o 4
años, tuve la certeza que hacia 1949 o 1950 ya había caminado solo por sus
calles.
Aunque empieza luego del puente de Piedra o Trujillo y termina cuando se inicia el Paseo de la República, muchos consideraban que el jirón de la Unión -entre ellos yo durante un tiempo- sólo unía a la plaza de Armas con la plaza San Martín. Esas cinco cuadras en realidad eran de la cuarta a la octava del jirón y se llamaban respectivamente Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano y Boza y eran las más concurridas en la décadas del 50 y 60.
La primera cuadra existió hasta alrededor de 1940, cuando la pequeña Iglesia de los Desamparados allí situada fue derruida para extender la parte posterior del Palacio de Gobierno. El templo había sido afectado por varios terremotos. Las construcciones del frente también desaparecieron y quedó un espacio amplio que se usaba para estacionamiento, por lo menos hasta 1961 que viví en el Rímac. La segunda cuadra se denominaba Palacio y uno de sus lados estaba justamente ocupado por el Palacio de Gobierno y la tercera se conocía como Portal de Escribanos y estaba frente a la Plaza de Armas. La cuadra 9 se denominaba Juan de Dios antes que se construyera la Plaza San Martín, inaugurada en 1921 con ocasión del centenario de la independencia del Perú. Por la misma época también se inauguró en esa misma cuadra el Hotel Bolívar, durante muchos años el mejor hotel de la capital. La décima cuadra se llamaba Belén y la undécima y última Juan Simón, después de la cual comienza el Paseo de la República al lado derecho del cual se levantaba el imponente edificio del Penitenciaría de Lima, que había sido construida en las afueras de Lima en los años 60 del siglo XIX y que fue derruida a comienzos de los años 60 del siglo XX para dar paso a la construcción del Centro Cívico y el Hotel Sheraton, que fueron inaugurados en 1973 y 1974, respectivamente...
Aunque empieza luego del puente de Piedra o Trujillo y termina cuando se inicia el Paseo de la República, muchos consideraban que el jirón de la Unión -entre ellos yo durante un tiempo- sólo unía a la plaza de Armas con la plaza San Martín. Esas cinco cuadras en realidad eran de la cuarta a la octava del jirón y se llamaban respectivamente Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano y Boza y eran las más concurridas en la décadas del 50 y 60.
La primera cuadra existió hasta alrededor de 1940, cuando la pequeña Iglesia de los Desamparados allí situada fue derruida para extender la parte posterior del Palacio de Gobierno. El templo había sido afectado por varios terremotos. Las construcciones del frente también desaparecieron y quedó un espacio amplio que se usaba para estacionamiento, por lo menos hasta 1961 que viví en el Rímac. La segunda cuadra se denominaba Palacio y uno de sus lados estaba justamente ocupado por el Palacio de Gobierno y la tercera se conocía como Portal de Escribanos y estaba frente a la Plaza de Armas. La cuadra 9 se denominaba Juan de Dios antes que se construyera la Plaza San Martín, inaugurada en 1921 con ocasión del centenario de la independencia del Perú. Por la misma época también se inauguró en esa misma cuadra el Hotel Bolívar, durante muchos años el mejor hotel de la capital. La décima cuadra se llamaba Belén y la undécima y última Juan Simón, después de la cual comienza el Paseo de la República al lado derecho del cual se levantaba el imponente edificio del Penitenciaría de Lima, que había sido construida en las afueras de Lima en los años 60 del siglo XIX y que fue derruida a comienzos de los años 60 del siglo XX para dar paso a la construcción del Centro Cívico y el Hotel Sheraton, que fueron inaugurados en 1973 y 1974, respectivamente...
“JIRONEANDO” POR EL CENTRO DE LIMA
Una constante desde que me acuerdo hasta inicios
de los setenta eran los grupos de hombres conversando en la entrada de
distintas casonas del jirón de la Unión mientras observaban, sin siquiera
disimularlo, a las damas que por allí pasaban. También grupos de jóvenes que
paseaban curioseando las vidrieras de los negocios. Incluso existía la palabra
“jironear” para calificar a quienes gustaban de caminar por esas calles.
Vagamente recuerdo seguramente a finales de los
cuarenta, que los caballeros usaban sombrero, pero paulatinamente el uso de
esta prenda fue desapareciendo. Aunque algunas veces recorrí solo ese jirón
desde el año 49, seguramente iba más preocupado en llegar a mi casa que fijarme
en las calles que recorría, pero sí estoy seguro que cada vez veía menos
personas con sombrero. En 1951 cuando mi madre se operó en la clínica Maison de Santé, a la espalda del
Palacio de Justicia, era el jirón de la Unión mi camino obligado para visitarla
cuando salía del colegio San Agustín, cuyo local principal quedaba en el jirón
Ica a cuadra y media de ese jirón.
Ya por los años 1952 o 1953 las veces que hice el
recorrido con mi padre, al regreso del colegio, me fijaba con mayor
detenimiento en los grupos de caballeros que como ya mencioné se encontraban a
lo largo de jirón. Si uno se fijaba bien, cada grupo tenía su sitio establecido
y sus integrantes permanentes. Gran parte eran bastante mayores, de hecho con
más edad que mi padre que en esos años estaba por los 50 o 51 años. Por lo que
escuchaba se trataba en gran mayoría de jubilados o personas con el suficiente
dinero como para tener su propio horario. La tranquilidad con la que estos
grupos permanecían parados, contrastaba con el paso apresurado de algunos
transeúntes. Algo que llamaba mucho la atención, principalmente cuando uno
tiene 9 o 10 años es una buena cantidad de gente movilizándose al mismo tiempo.
Pensaba en esa época que si me descuidaba podía resultar arrollado por algún
peatón apurado.
UN JIRÓN EN EL QUE TAMBIÉN SE HACIA POLÍTICA
Recordando tal la afluencia de gente es que a
inicios de 1959, cuando a los 16 años me inscribí en el Partido Demócrata
Cristiano, no me extrañó cuando me contaron que en ese jirón se había escondido
durante algunos días el ya conocido maestro universitario Luis Jaime Cisneros
en enero de 1956, en los últimos meses de la dictadura de Manuel A. Odría cuyos
esbirros lo estaban buscando.
El jirón de la Unión fue testigo de
movilizaciones ciudadanas numerosas veces. Recuerdo en particular dos, de las
que me enteré por informaciones periodísticas ya que no participé en ninguna de
ellas. La marcha del 1° de junio de 1956 de Fernando Belaunde exigiendo a Odría
que fuera permitida su inscripción como candidato presidencial. Con presencia
mayoritariamente juvenil la movilización fue reprimida por la policía que
estrenó los vehículos para disolver manifestaciones con potentes chorros de
agua, conocido por varias décadas como “rochabus”, debido a que el senador
odriísta por Ica, Temístocles Rocha, había sido autor de la idea de traerlos al
Perú. Belaunde al frente de la marcha en la calle La Merced, fue impedido de
seguir adelante. Totalmente mojado y soportando el gas despedido por las bombas
lacrimógenas, Belaunde habló ante sus acompañantes y dio un plazo perentorio al
gobierno para aceptar su inscripción, ya que en caso contrario continuaría su
marcha a Palacio de Gobierno. En la plazuela de La Merced se produjo una tensa
espera, mientras estaban frente a frente manifestantes gritando arengas, por un
lado, y policías con varas en alto, por otro. Finalmente la candidatura fue
aceptada formalmente por el Jurado Nacional de Elecciones por evidente decisión
de Odría. El episodio quedó perennizado como “el manguerazo” que catapultó la
figura de Belaunde al punto que siete años después sería presidente de la
república.
Algo que leí con interés porque estando todavía
en el colegio me sentí simpatizante del Partido Demócrata Cristiano, fue una
amplísima movilización contra el gobierno de Manuel Prado por parte de ese
partido en los primeros meses de 1958 que terminó siendo reprimido fuertemente
por la policía en el jirón de la Unión, mojando y golpeando a buena parte de
los integrantes de una de las mejores bancadas parlamentarias que ha tenido el
país. Me impresionó saber que un médico había sido herido por bala policial en
la parte posterior de la rodilla. Un año después me enteraría que se trataba
del fundador y dirigente nacional en ese entonces, el afamado oftalmólogo
Enrique Cipriani Vargas, quien era padre de once hijos uno de los cuales es el
actual Cardenal Juan Luis Cipriani.
EL JIRÓN DE LA UNIÓN ERA EL CENTRO DE LIMA
Más allá de refriegas políticas, a mediados de
los 50 en el jirón de la Unión se encontraban las principales y más elegantes
tiendas y muchas personas iban desde Miraflores y San Isidro, que habían
comenzado a ser poblados desde finales de los años veinte, para hacer sus
compras más importantes. De hecho era el “centro” de la ciudad y coloquialmente
cuando se hablaba de ir al centro era justamente porque se necesitaba hacer
determinado tipo de compras en el jirón de la Unión o sus alrededores. Se
señala que el prematuramente fallecido escritor Abraham Valdelomar por los años
1916 o 1917 alguna vez dijo que: “El Perú es Lima, Lima es el jirón de la
Unión, el jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert, soy yo”.
Aunque hacía más de veinte años en que se había
cerrado ese afrancesado café bar, a principios de los años 50 todavía
conservaba validez la frase que Lima era el jirón de la Unión. Los principales
chismes políticos allí circulaban, las más guapas mujeres caminaban por sus
veredas en esos años en que recién comenzaban a estudiar en centros
universitarios o a trabajar, todas las oficinas de líneas aéreas estaban muy
cerca en la avenida Nicolás de Piérola, más conocida como La Colmena, las sedes
principales de bancos y empresas de seguros también se encontraban en los
alrededores. Incluso prácticamente todos los cines de estreno estaban en el
jirón de la Unión -Excélsior y Biarritz- o muy cerca como el San Martín y Metro en
la Plaza San Martín, Le Paris, Colmena y Venecia en la mencionada Colmena o el
Tacna en la avenida del mismo nombre o el Central en el jirón Ica.
CUANDO ME ENCONTRÉ CON UN BRAZO MÁS CORTO
Pero el jirón de la Unión y los años cincuenta no
sólo están en mis recuerdos por las caminatas que hasta 1956 hice varias veces
con mi padre y algunos profesores jóvenes de mi colegio, entre ellos Ricardo
Gaona y el recientemente fallecido Carlos Landauro (Ver crónica
“Carlos Landauro: genio y figura” del 1° de noviembre de 2012). También
están mis primeros ternos. En la calle Baquíjano vendían ternos hechos que
luego que el cliente escogía y se lo probaba, un sastre veía donde había que
ajustar o soltar. Un par días después lo entregaban “hecho a la medida”. Me
parece que había algún descuento especial o posibilidad de pagarlo en partes
para los profesores. Recuerdo que cuando ingresé a la universidad en el verano
de 1959, mi padre me llevó a comprarme un terno. Lo escogí yo mismo, creo que
era de color gris, pero no me duró ni un solo día. Apenas llegué a mi casa mi
madre reparó que era de bastante ligero como para esa estación y no me serviría
para otoño, invierno y primavera que serían los meses en que lo usaría. Tuve
que regresar con la cabeza baja para cambiarlo por un azulino de media
estación. Mi segundo terno o traje como se llama en otros países fue uno de
color marrón que mi padre ya no usaba y un sastre “volteó” para mí. Esa era una
práctica común para darle dos o tres años más de uso, ya que la parte interna
del traje –con la tela menos gastada- pasaba a ser la externa con el
inconveniente que el bolsillo superior del saco quedaba a la derecha o el
zurcido “invisible” que en ese lugar se hacía comenzaba a dejarse notar muy
pronto.
Aunque luego yo pude comprarme un terno, unos
cinco años después, en agosto de 1964, volví con mi padre a la sastrería del
jirón de la Unión. Mi padre quería regalarme uno para mi primer viaje a Europa.
De hecho fue el último que me compró y la adquisición de un traje que más
recuerdo. Tenían que achicar en algo la cintura del pantalón y alargar las
mangas del saco. Al momento de recogerlo fui a probármelo y frente al espejo
noté algo raro. Me había estirado las mangas de la camisa para que no se
subieran y noté que la del brazo izquierdo sobresalía más que la del brazo
derecho. Disculpe señor, le dije al sastre que aguardaba afuera del pequeño
probador, pero creo que no han bajado una de las mangas. No puede ser me indicó
el sastre. Me saqué el saco, junto ambas mangas que parecían del mismo tamaño,
las midió con su cinta métrica y eran iguales. Me volví a poner el saco con el
sastre al lado, estiro ambas mangas de la camisa y una quedaba más baja que la
otra. Quedó pensativo el hombre, me indicó que me quitara el saco, me midió los
brazos y luego me dijo sonriente: “tiene un brazo más largo que el otro…”. Como
no recordaba algo así con el terno comprado en 1959 y como terminé de crecer a
finales de 1960 supuse que mi crecimiento, además de tardío, había tenido
imperfecciones como mi brazo derecho casi dos centímetros más largo que el
otro.
A esa particularidad me acostumbre y aunque un
par de veces intenté que las mangas de mis sacos tuvieran distinto tamaño,
finalmente asumí que la diferencia era casi imperceptible y me olvidé del
asunto. Pasarían varias décadas cuando a los 60 años lo comenté con un
empresario bastante peculiar. A los dos días, mientras que yo lo tomaba a la
broma, en un ritual que considero mezcló curandería, medicina oriental y canticos
religiosos, terminé con ambos brazos del casi mismo largo ya que mi brazo
izquierdo “creció” hasta incluso superar por un par de milímetros al otro. Pero
ese puede ser tema de otra crónica futura.
UN BURRO EN EL JIRÓN
Pero volvamos a hablar del jirón de la Unión. Ya
egresado del colegio, entre 1959 y 1961 era el camino obligado para regresar a
mi casa en el Rímac después de estudiar en la universidad o de tener reuniones
políticas. Aunque ese año dejamos de vivir en ese tradicional barrio, en los años
siguientes muchas de las actividades políticas tuvieron lugar en los
alrededores del céntrico jirón. Incluso recuerdo que a finales del año 1961,
hartos que los periódicos no informaran sobre la campaña de Héctor Cornejo
Chávez candidato presidencial del PDC para las elecciones generales de 1962,
optamos por buscar la noticia de una forma poco ortodoxa: dejamos en la esquina
del jirón de la Unión con la Plaza San Martín un burro luciendo un letrero que
decía “SOLO LLO NO BOTARE POR CORNEJO CHAVES”. Creo que quien tuvo a su cargo
conseguir el burro y dejarlo allí fue Luis Rodríguez Aranguren quien poco
después ingreso a trabajar como periodista al diario El Comercio y actualmente radica en Los Angeles.
LA DECADENCIA DEL JIRÓN DE LA UNIÓN
Fui testigo como poco a poco el jirón de la Unión
comenzó a cambiar debido al traslado de muchas de las tiendas a otros lugares
de Lima, particularmente a Miraflores. Podría decir que a mediados de la década,
el “centro” había dejado de serlo. Ya los lugares de las compras importantes
para una familia se habían multiplicado. Había un “centro” en Miraflores y una
creciente zona comercial en San Isidro, lugares frecuentados por los sectores
de mayores ingresos. Pero también las compras familiares se trasladaron a zonas
comerciales de distritos de clase media como Jesús María, Magdalena, San
Miguel, Barranco o Chorrillos. Con el desplazamiento posterior de grandes
empresas comerciales, pero también de oficinas profesionales a otras zonas de
Lima, comenzó la decadencia del jirón de la Unión.
Yo seguí concurriendo al jirón de la Unión hasta
inicios de los años 70. Tuve desde 1968 o 1969 una casilla postal hasta, más o
menos, 1972 por lo que un par de veces a la semana caminaba con Ana María,
entonces mi novia, desde el Versalles –cafetería donde nos encontrábamos y
sobre la cual en algún momento tengo que escribir- hasta la sección de casillas
del Correo Central, al costado de la Plaza de Armas. A fines de años setenta,
particularmente en momentos en que tuve que pasar algunos días de
clandestinidad, solía llenar las “horas muertas” caminando por sus calles.
A mediados de los 80, durante la gestión de
Alfonso Barrantes como alcalde Lima, volví a caminar por el jirón de la Unión
con mayor frecuencia, pero notaba que la mayoría de los nuevos negocios que se
instalaban eran de comida rápida. Quizás la explicación tiene que ver con el
crecimiento vertiginoso del inicialmente llamado Cono Norte que cambió
definitivamente la característica de la otrora principal vía de Lima. El jirón
de la Unión se convirtió en determinadas horas en un corredor donde las
personas iban muy apuradas para cruzar el puente y embarcarse en la Vía de
Evitamiento hacia sus viviendas en los muy poblados distritos de la ahora
llamada Lima Norte.
Si bien en esos años los ambulantes fueron
reubicados a locales feriales, en los últimos años de esa década volvieron a
invadir el jirón de la Unión durante el día y la delincuencia a campear de
noche.
Hubo en los últimos años esfuerzos,
particularmente planeados por el alcalde Alberto Andrade, que mejoraron
bastante el histórico jirón. Pero hablar de ellos ya no serían “Crónicas del
Siglo Pasado”…
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