Teníamos casi
tres semanas en esta etapa de clandestinidad, la más extensa que viví durante
el gobierno de Morales Bermúdez. Se había iniciado el 24 mayo de 1978 con la
persecución a los partidos de izquierda que participaban de la campaña
electoral para los comicios de la Asamblea Constituyente que debía realizarse
el 18 de junio y que no cesaría incluso el mismo día de las elecciones (Ver crónica
“Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013). Tratábamos que
en las reuniones entre miembros de la
Comisión Política del Partido Socialista Revolucionario no participaran más de
tres. Y cuando fueran reuniones con otros militantes del partido, tampoco
fueran muy amplias, no más de seis o siete personas. Siempre en sitios muy
seguros pues la mayoría estábamos en la clandestinidad.
En un pequeño
departamento en Magdalena nos reunimos una mañana Rafael Roncagliolo, Marcial
Rubio y yo. O Rafo, Malulo y el Flaco, como nos conocían nuestros amigos. Era
parte de las evaluaciones periódicas que realizábamos, para cumplir las tareas
que debíamos realizar. Marcial mantenía reuniones con los GAP, grupos de acción
política, que reunían a 6, 8, 10 o incluso más militantes, particularmente con
los constituidos por jóvenes considerando que era un profesor universitario en
ese momento cerca de cumplir 30 años. Pese a que trabajaba en DESCO donde ya
había sido sub director -y once años después sería presidente- una importante
ONG en la que yo también laboraba, no era imposible pensar que la vocación de
Malulo por la docencia universitaria que paralelamente practicaba la mantendría
toda la vida. Más difícil resultaba imaginar que su vinculación con la
Pontificia Universidad Católica lo llevaría a ser Jefe del Departamento
Académico de Derecho, vicerrector académico, primero y vicerrector
administrativo después y desde el año 2009 rector de esa universidad.
“HAY QUE PENSAR
EN UNA LOCURA…”
Una buena parte
de la necesariamente corta conversación tuvo que ver con la impotencia de
realizar una campaña electoral, por definición momento de gran despliegue de
propuestas públicas, en forma clandestina con imposibilidad de realizar actos
masivos, con una prensa que nos ignoraba y sólo descansando en la publicidad
“boca a boca” de nuestra militancia junto con el reparto de pequeños volantes.
Había que buscar formas para que pese a la decisión gubernamental de
acallarnos, alguna de nuestras acciones trascendiera…
Una forma
importante pero claramente insuficiente eran las osadas sesiones de pintas con
nuestras siglas en lugares estratégicos a plena luz del día. Lo hacíamos las
tardes que jugaba la selección peruana en el Campeonato Mundial de la
Argentina, aprovechando que las calles estaban vacías, sin transeúntes ni
policías. Aunque sabedores que la militancia estaba dispuesta a sacrificarse,
los dirigentes no llegábamos a extremos: se pintaba solamente durante el primer
tiempo de los partidos para dejar que todos vieran el segundo tiempo, incluidos
los dirigentes que muchas veces -cuando claramente no corríamos riesgos
innecesarios- también participábamos de las “pintas”.
Al terminar la
reunión, parados ya los tres, Marcial dijo que teníamos que pensar en algo
espectacular, algo que no se pueda acallar, en alguna locura, por ejemplo que
Leonidas vaya a Palacio de Gobierno a “cuadrar” a Morales Bermúdez o algo así.
Cuando Malulo dijo eso, Rafo y yo nos miramos por unos segundos, mientras nos dirigíamos
a la puerta. Salimos con diferencia de un par de minutos a los Volkswagen que
estábamos usando, primero Rafo, mientras que yo establecía el momento del
siguiente contacto con Malulo.
CON CUATRO
COMPAÑEROS QUE NO IMAGINABAN SERÍAN MINISTROS
El departamento
en que se alojaba por esos días Marcial era de dos de sus ex alumnos, egresados
de Derecho a fines de 1976, y que a esas alturas ya habían obtenido el título
de abogados. Con unos cinco o seis años menos que Marcial, serían en los
siguientes años docentes también de la Católica y destacarían en el mundo
académico. Eran Walter Albán Peralta, quien encabezó la lista de los fundadores
del PSR que estaba en orden alfabético, y Francisco Eguiguren Praelli. Esa
mañana no los vi aunque la primera vez que contacté a Marcial en esa etapa de
la clandestinidad si pude conversar con ellos.
Mientras conducía
el auto haciendo tiempo para otra reunión, estaba pensando en muchas cosas,
particularmente en la “locura” que Malulo había soltado. Y recordé la ubicación
de todas las calles y pasajes aledaños a Palacio. Para eso me ayudó mucho que
esas zonas habían sido recorridas cientos de veces por mí durante mi niñez y los
primeros años de juventud cuando vivía en el Rímac. Pero además que había visto
una serie de cambios arquitectónicos en las semanas anteriores cuando en la
clandestinidad necesitaba cubrir “las horas muertas” caminando solo por el
Cercado de Lima.
También pensaba
en otras cosas como las carencias económicas cada vez mayores para las
actividades partidarias. En lo que de ninguna manera pensaba era que mis dos
interlocutores de esa mañana serían ministros. De Educación, Marcial entre
noviembre del 2000 y julio de 2001, en el breve gobierno de transición de
Valentín Paniagua, y Canciller, Rafo a partir del 28 de julio de 2011 en el
gobierno de Ollanta Humala. Menos aún se me hubiera ocurrido que Eguiguren
sería ministro de Justicia también el 2011 y Albán titular del Interior en el
2013.
¿ERA AUDACIA O
LOCURA?
Como la mayoría
de los días en esas semanas, a las ocho y media de la noche del lunes 12 de
junio nos encontramos con Rafo y Antonio Meza Cuadra, secretario general del
PSR, para hacer nuestra diaria evaluación de la situación política (Ver crónica “Clandestinidad y cafés en Lima” del 16
de febrero de 2013). Fui el último en llegar. ¿Sobre qué
crees que estamos hablando?, me pregunto Rafo sonriente. Sobre cómo hacemos
para que Leonidas entre a Palacio, le contesté sin dudar. Se nota que ustedes
politiquean juntos hace mucho tiempo, dijo riendo Antonio. Desde fines de 1960,
concluí.
Efectivamente,
como estábamos buscando algún hecho que nos permitiera hacer noticia que
pudiera ser trasmitida “boca a boca”, a Rafo como a mí nos impactó la “locura”
de la que había hablado Marcial Rubio en la mañana de ese día. Y de eso
conversamos en los minutos siguientes. ¿Es posible hacerlo? Nos preguntamos.
Vimos pros y contras y concluimos que era posible y comenzamos a hacer un
listado de todo lo que tendríamos que hacer.
Un primer punto
era conocer la opinión de Leonidas Rodríguez,
presidente del PSR, con orden de deportación desde el 24 o 25 del mes anterior por
lo que permanecía en la clandestinidad desde esa fecha. No era una situación de
las más difíciles de mantener, ya que habíamos decidido que Leonidas no se
moviera a reuniones. Sólo se le cambiaba de casa cada cinco o seis días y
éramos a esas alturas sólo los tres que conocíamos dónde se hallaba. Teníamos
mecanismos como para que si alguno de los tres fuera detenido, los otros fueran
alertados y que nuestro presidente fuera cambiado de lugar. Con Rafo ya
habíamos probado fórmulas para alertar al otro sin que el emisario fuera
consciente que estaba trasmitiendo un mensaje (Ver crónica “Metralletas en el techo de mi casa” del 19
de julio de 2013).
Con Leonidas
habíamos decidido días antes que acudiría a votar el 18 de junio. Teóricamente
nadie podía ser detenido ese día, así estaba legalmente establecido. Pero
éramos conscientes que ese era el único momento en que la represión tenía
seguridad de saber en dónde estaría y en qué día. Lo más seguro entonces era
que fuera detenido incluso antes de votar y en el plazo más breve –horas
después- se le deportaba para demostrar que las decisiones del gobierno se
cumplen. Era cuestión de esperarlo entre las 9 de la mañana y cuatro de la
tarde en el local donde quedaba su mesa de votación. En el caso muy improbable
que votara y no pasara nada, tomaría un taxi cualquiera -de un militante no
conocido que pondríamos en las afueras del local- con dirección a su casa y se
le seguiría discretamente y, ante el improbable caso que ningún auto policial
apareciera persiguiéndolo, el taxi haría una serie de maniobras para entregarlo
a otro auto que lo llevaría a su quinto o sexto refugio.
La idea de ir a
Palacio, en el peor de los casos, era adelantar su detención, aunque estábamos
seguros que alguna solución se podría encontrar para evitarla. Pero lo primero
era lo primero. A la mañana siguiente nos encontramos los tres, con todas las
precauciones del caso, en una casa situada en Pueblo Libre, en o muy cerca de
la avenida Mariano H. Cornejo, pasando la plaza de la Bandera y la Huaca Mateo
Salado. El dueño de casa era un médico simpatizante del PSR y muy amigo de
Antonio. No tenía hijos pequeños ni empleada doméstica, lo cual reducía los
riesgos que inadvertidamente se comentara con otras personas sobre la presencia
de un extraño en la casa.
Desde que
comenzó la clandestinidad, Leonidas sólo había estado en las calles las veces
que se trasladó de una casa a otra. Estaba literalmente harto de permanecer en
casas sin salir, conversando algunas horas al comenzar o al terminar el día con
sus anfitriones, considerando que se trataba de personas que trabajaban y,
esperando que llegáramos los tres o cuatro dirigentes que teníamos contacto con
él, en reuniones necesariamente breves. Por tanto, no dudó en aceptar que
siguiéramos adelante con el plan de ingreso a Palacio de Gobierno. En el peor
de los casos, se adelantará mi deportación tres o cuatro días, nos dijo. No
había mucho tiempo para preparar el operativo, por lo que ratificamos la fecha
con que estábamos trabajando provisionalmente: el jueves 15 de junio, es decir
48 horas después.
TERMINAMOS DE
PLANEAR LA AUDAZ ACCIÓN
Esa noche
Antonio, Rafo y yo afinamos el plan que veinticuatro horas antes comenzáramos a
esbozar. Sólo los tres y Leonidas conocíamos el objetivo final y sólo nosotros
tres, las tareas que tendrían que confluir para lograr ese objetivo. El detalle
de las responsabilidades que encargaríamos a varios de los dirigentes la conoceríamos
únicamente cada uno de nosotros. Y esos dirigentes serían informados solamente
de lo que le correspondía realizar, aunque les pudiera resultar medio absurdas
las indicaciones.
Fijamos lo que
cada uno tenía que hacer al día siguiente. Antonio se encargaría de hablar con
Leonidas y explicarle el plan y quedar en recogerlo en la mañana del jueves,
además contactaría a Oscar Balbuena para que ubique a un compañero que tenía
una motocicleta y que pudiera estar el jueves por los alrededores de la Iglesia
Santo Domingo... También seleccionaría a una persona de confianza que dos días
después recogiera el maletín de Leonidas de la casa del médico en Pueblo Libre
y lo tuviera en un vehículo en un punto del centro de Lima y, conseguiría una
nueva casa de refugio para el caso que lográramos que no fuera detenido al
salir de Palacio de Gobierno.
Rafo debía contactar
a varios periodistas extranjeros y decirles a qué hora debían esperar que los
recogieran, con todas las advertencias de confidencialidad del caso. Al mismo
tiempo organizaría el traslado individual de cada uno de ellos a un local que
también tendría que asegurar. Además, tener a los fotógrafos localizados cerca
de donde se encontrarían con Leonidas. Asimismo tendría que contactar con el ya
destacado periodista César Hildebrandt, que en ese momento trabajaba en la
revista Caretas, para darle la única
entrevista exclusiva a un medio de comunicación peruano.
Yo, por mi parte,
tendría que hablar con Francisco “Paco” Moncloa, para que organice una
conferencia de prensa con los medios peruanos en un local que teníamos en el
jirón Carabaya en un edificio a treinta metros de la Plaza San Martín. Por otro
lado, debía quedar con José María “Chema“ Salcedo, personero legal del PSR,
para que el jueves estuviera en un café cercano a Palacio, pagara su consumo
apenas se lo trajeran y me esperara. Aunque Chema no lo sabría hasta unos cinco
minutos antes, sería el único dirigente partidario que iba a acompañar a
Leonidas a entrar a Palacio.
La noche del miércoles
nos reunimos por última vez antes del inicio del operativo. Los tres habíamos
podido cumplir con las tareas que nos habíamos encomendado. Volvimos a repasar
todo cuidadosamente y dedicamos especial cuidado a la única ruta de escape
posible que teníamos para Leonidas y que había planteado yo, considerando que,
como ya señalé, conocía bastante la zona. Al despedirnos esa noche lo hicimos
con la seguridad que todo saldría bien. Sólo nos quedaba en la mañana siguiente
dar la indicación a cada uno de los encargados para que inicien sus tareas.
Cuando volví a verlos a ambos no había ya que hacer ningún ajuste al operativo
sino que estábamos en su pleno desarrollo. Pero esa es una historia que
relataré en otra crónica.
Flaco, eres un gran narrador... no es justo que lo cortes en el momento mas importante! trato de comprender de las tensiones y también de lo sacrificado que fue tales roles para Uds. y SUS FAMILIAS...amistades forjadas con la lucha por los ideales. Nefasto golpe de estado a Velaszo. Frustración de un movimiento que como otros dejo raices.
ResponderBorrarUn abrazo