Desde hacía un
par de días, las horas de recreo en mi colegio me ponían nervioso. Apenas
jugaba con algunos de mis compañeros. Estaba evitando encontrarme con el
“Flaco” López, quien era alumno del quinto año de secundaria y por tanto a
punto de egresar del colegio y seguramente con siete u ocho años más que los
diez que yo entonces tenía. No sabía qué decirle o, mejor dicho, no quería
decirle que no me había atrevido a hacer lo que él me había pedido no sólo
porque no quería sino también porque aunque lo quisiera me moría de miedo que
me descubrieran.
Yo estudiaba el
cuarto año de primaria en la Gran Unidad Escolar “Tomas Marsano” que desde 1957
pasaría a llamarse “Ricardo Palma”. Me parece que eran los primeros días de
octubre de 1952, cuando se entregaban las libretas con las notas
correspondientes al tercer trimestre. Lo recuerdo justamente porque mi
nerviosismo era por una libreta de notas o mejor dicho por no tener una libreta
de notas. No era por cierto la mía que por esos días había ya entregado feliz a
mis padres, considerando que aparecía con las mejores notas de mi salón.
UN PEDIDO QUE ME
ASUSTO
Dos o tres días
antes, el “Flaco” López se había dirigido a la zona del patio donde estábamos
los de primaria en los recreos y me hizo un gesto para que me acercara. Inicialmente
dudé, pero estaba claro que me estaba llamando a mí. Cuando estuve cerca me
dijo en voz baja “Filomenito, necesito que me consigas una libreta de notas sin
usar”. Y ante mi cara supongo que de sorpresa y susto al mismo tiempo, añadió
“En la oficina de tu papá hay un armario grande con dos puertas con vidrios.
Allí he visto que hay varias libretas sin usar”. Y concluyó: “La necesito para
mañana…”, mientras me mostraba entre sus dedos un billete verde de cinco soles,
en ese tiempo el de menor denominación. Ya sabes, la necesito mañana, recalcó
alejándose mientras guardaba el billete en un bolsillo con un gesto que no
entendí y que sólo años después descifraría: ¡Me estaba ofreciendo plata!,
¡Quería coimearme!
Por cierto que
en ningún momento se me ocurrió agarrar o tomar -evidentemente no se me ocurría
pensar siquiera en que se trataba de robar- ninguna libreta, ya que tenía muy
claro lo que debía o no debía hacer. Mi padre era Asesor de Letras del colegio
secundario que integraba la Gran Unidad y un par de años después sería
subdirector de toda la unidad escolar.
¿Pero de dónde
conocía yo al “Flaco”?. Como ya he contado en otra oportunidad, a principios de
agosto había viajado con mi padre que acompañaba a un grupo de alumnos de la
promoción 1952 que visitaron Trujillo y Chiclayo (Ver
crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012). Uno
de los viajeros era César López Silva y recordaba que durante el viaje resultó
uno de los más bromistas y habladores.
Pero en esos
días posteriores al insólito pedido no tenía ningún deseo que me hablara y
miraba cuidadosamente por dónde caminaba para evitar toparme con él.
Ensimismado como andaba, cuando estaba por acabar un recreo de la tarde, de
pronto sentí un tirón del brazo y levanté la cabeza seguramente con cara de
aterrado para mirar la cara de mi captor. “Filomenito, no te preocupes ya
arreglé ese asunto”, me dijo al mismo tiempo que me soltaba el brazo sonriendo.
Por fin respiré
tranquilo después de algunos días de inquietud. Inicialmente me pregunté cómo
había hecho. Si había conseguido una libreta por otro medio o si ya no la
necesitaba. Pero en ningún momento pude imaginar para qué la quería… En las
semanas siguientes algunas veces vi de lejos al “Flaco” confundido entre otros compañeros
del quinto de secundaria hasta que en diciembre egresó la Promoción 1952.
REENCUENTRO EN
SAN MARCOS
No vería al
“Flaco” hasta quizás fines de 1960. Fue en el “Salón Blanco”, café en el jirón Azángaro al costado de la Universidad
de San Marcos. Si bien yo estudiaba en la Católica algunas veces iba a San
Marcos para coordinar con otros militantes del Partido Demócrata Cristiano. Uno
de ellos era Alberto Péndola, estudiante de Medicina. En una oportunidad lo
encontré saliendo de ese café con un grupo de compañeros de facultad, todos
vinculados a la dirigencia estudiantil pero pertenecientes a distintos
partidos. Uno de ellos era el César López.
Alguna vez
escuché que esos dirigentes estudiantiles se autodenominaban el partido de la amistad.
Varios de sus integrantes destacarían en las siguientes décadas no sólo como
médicos sino como políticos. Estaban en ese grupo, entre los que recuerdo,
Péndola y Lucho Villena de la DC, Guillermo Herrera y Alejandro Bazán del
Partido Comunista Peruano, Max Hernández, Vital Scapa y Antonio Meza Cuadra,
izquierdistas que en esa época integraban el Frente Estudiantil Revolucionario
con gente del PCP, Jaime Heresi y Oscar Farfán de Acción Popular, Walter Griebenow
del Movimiento Social Progresista y César López del Apra.
En la puerta del
“Salón Blanco” saludé a Alberto
e hice un ademán de saludo a los otros cuatro o cinco que lo acompañaban en esa
oportunidad y le dije a César. “Hola flaco”. Me miró extrañado. Evidentemente
es más fácil reconocer a los 26 años a alguien que dejamos de ver cuando tenía
18 que reconocer a los 18 a quien no veíamos desde que tenía 10 años. Me miró muy
extrañado hasta que le dije “soy Alfredo Filomeno”. Me miró y me dio un gran
abrazo mientras me decía “Filomenito que gusto volverte a ver…” Aunque no me lo
dijo en ese momento, estoy seguro que pensó “cuanto ha crecido”. Minutos
después, al despedirse me dijo “…así que resultaste cura”, en alusión al mote
que le daban a Péndola por su militancia democristiana.
Como poco
después me enteré, César López era el más representativo dirigente estudiantil
aprista en San Fernando, como se conocía a la facultad de Medicina de San Marcos.
También integraba la directiva del FUR, Frente Universitario Reformista, que
agrupaba a los apristas sanmarquinos.
EL APRA SE
DEBILITABA EN LAS UNIVERSIDADES, PERO GOLPEABA FUERTE
Hay que
considerar que el año 1959 el Apra comenzó a disminuir sensiblemente su
participación en la dirigencia universitaria. En mayo, al darse cuenta que
perderían el control de la Federación de Estudiantes del Perú, FEP, rompieron
el Congreso Nacional que se realizaba en el Cusco para hacer una reunión medio
clandestina en las ruinas de Sacsayhuamán
para elegir entre “gallos y medianoche” una directiva que ninguna de las diez
federaciones en ese momento existentes reconoció. Meses después en octubre, en
Trujillo, el democristiano Oscar Espinosa Bedoya, presidente de la Asociación
de Centros de la Universidad Nacional de Ingeniería, es elegido presidente de
la FEP en lo que resultaría una transición entre la hegemonía aprista y la
hegemonía izquierdista -en sus distintas vertientes, incluyendo comunistas pro
soviéticos y pro chinos- en la máxima organización de los estudiantes peruanos.
Valga esta
oportunidad para señalar que en esa época -55 años atrás- eran sólo nueve o
diez las universidades y los centros superiores que existían en el país y sus
federaciones o asociaciones de estudiantes constituían la FEP: Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, Universidad Nacional de San Antonio Abad del
Cusco, Universidad Nacional San Agustín de Arequipa, Universidad Nacional de
Trujillo, Pontificia Universidad Católica del Perú, Universidad Nacional de
Ingeniería, Universidad Nacional Agraria, Instituto Nacional de Educación
Física y Escuela de Bellas Artes. Y no estoy muy seguro si también la
federación de la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle que en 1967 se
convirtió en universidad nacional.
Alguien –supongo
que Alberto Péndola- me contó que por esos años en momentos de enfrentamientos
violentos en los patios y corredores de San Marcos cuando los “búfalos” -la
fuerza de choque aprista- irrumpían había que salir corriendo. En esas
ocasiones, el Flaco López extendía los brazos como para proteger la huida de
sus amigos del “partido de la amistad”, mientras le gritaba a sus compañeros
que no se metieran con ellos. Aparentemente, la actitud de López frenaba a los
disciplinarios de su partido, aunque siempre a alguien le caía algún golpe. En
una oportunidad luego de una trifulca, estaban reunidos para recuperarse de las
corridas en algún café o local cerca de San Fernando, cuando llegó uno de los
integrantes del grupo que había estado en otro lugar al momento de iniciarse la
persecución. ¿Novedades?, preguntó. Todos bien, salvo fulano que recibió algún
cachiporrazo, le contestaron. ¡Qué casualidad es justo a quien señaló el flaco
al momento de abrir los brazos para cubrir al grupo!, exclamó el recién
llegado. Todos los ojos se dirigieron indignados al Flaco López a quien no se
le ocurrió negar los hechos. Más bien puso cara de “falsa inocencia” y les dijo
con voz quejumbrosa: ¿Qué quieren soy aprista, pero me las arreglo para que los
búfalos sólo golpeen a uno de mis amigos cada vez…? Y añadió: “nunca le han
pegado a alguno dos veces”. A la inicial indignación de todos, siguió un coro
de carcajadas al comprobar la desfachatez con que el Flaco contaba su curiosa
forma de combinar su militancia apasionada con la amistad de condiscípulos de
distintas ideologías.
SE ME ACLARÓ UN
MISTERIO QUE TENÍA DESDE NIÑO
En los
siguientes años a nuestro reencuentro fueron algunas reuniones en las que
coincidimos con el “Flaco López” y muchas las veces en que nos cruzamos en
calles o cafeterías cercanas a locales universitarios. Nos saludábamos con
fuerte apretón de manos o agitando una mano a la distancia. Siempre con
cordialidad. Pero no hubo ocasión de conversar entre los dos. Sin embargo,
pasado un tiempo, por 1965 o 1966, en alguna oportunidad que fui a buscar al
senador DC Héctor Cornejo Chávez me encontré en los pasillos del Senado con el
Flaco que en ese momento era asesor del senador aprista Gustavo Lanatta, quien
se ocupaba de los temas de salud en el Parlamento.
Por alguna razón
tenía yo que esperar un rato y él estaba en ese momento libre y me dijo para
tomar un café. Me preguntó por mi padre, a quien mandó saludos, hablamos de
algunos profesores suyos que luego me habían enseñado a mí. Una buena parte de
la conversación la dedicamos a hablar de las bondades de la educación pública
escolar a la que ambos debíamos nuestra formación personal. Y no dejábamos de
sonreír cuando él hablaba de Tomas Marsano y yo de Ricardo Palma para referirse
a nuestra querida gran unidad escolar.
Recordamos
también la excursión al norte en 1952 que él tenía bastante más presente que yo
y me dijo que le resultaba difícil mantener contacto con sus compañeros de
promoción por la fuerte demanda de tiempo de sus estudios, primero, y de sus
trabajos como médico y asesor después, junto con sus responsabilidades
partidarias.
Cuando estábamos
a punto de terminar la conversación, me atreví a hacerle una pregunta para
satisfacer la inquietud que tenía desde mucho tiempo atrás ¿para qué querías la
libreta? César López inicialmente pareció no acordarse sobre lo que yo le
preguntaba, pero de pronto sonrió y me dijo ¿…la libreta de notas? Asentí y me
dijo que prácticamente lo tenía olvidado y me dio una explicación sobre la
necesidad de mostrarle excelentes notas a un tío o padrino de quien esperaba
una propina. Como comprenderás, añadió, ya mis padres habían visto la libreta
de los bimestres anteriores y no buscaba engañarlos, sino se trataba de
conseguir una mejor propina. Mientras hablaba era notoria la cara de “falsa
inocencia” que yo le recordaba de momentos en que hacía bromas en su viaje de
promoción Con esa explicación, que me pareció bastante lógica, se acabó un
misterio que ya tenía más de trece o catorce años. Sin darnos cuenta habíamos
conversado casi una hora. Al despedirnos quedamos en conversar cada cierto
tiempo, dejando de lado la militancia política, para “recordar viejos tiempos”.
EL FLACO MURIÓ
VÍCTIMA DE CRIMINAL ATENTADO
Esa fue la única
vez que hablé largo con César López. En los siguientes años nos cruzamos muchas
veces y nos saludamos siempre con cordialidad y algunas veces con algún gesto
de complicidad recordando lo sucedido en 1952 en el patio de nuestra querida unidad
escolar. Más de una vez intercambiamos unas pocas palabras con la promesa de
una charla amplía futura. En alguna oportunidad, en setiembre u octubre de 1986
en medio de una campaña electoral municipal, nos encontramos en algún evento.
Yo acaba de ser elegido secretario general del Partido Socialista Revolucionario
y era integrante del Comité Directivo de Izquierda Unida y él era Secretario
Nacional de Agrupaciones Profesionales de Apra. Ahora sí tenemos que hablar
Filomenito, me dijo. Fue la última vez que lo vi…
El Flaco había
continuado siendo un importante miembro del Partido Aprista Peruano y en algún
momento comenzaron a llamarle el “Puma”. En la década del 80 integró el Comité
Ejecutivo Nacional de su partido. En esos momentos su correligionario Alan García
Pérez era presidente de la república y López además de dirigente partidario,
era presidente de la Federación Médica del Perú.
En esa etapa en
que podía decirse que era previsible que asumiera mayores responsabilidades
políticas, cerca de las ocho de la mañana del 30 de enero de 1987, César López
Silva fue baleado por tres desconocidos cuando salió de su casa en el distrito
de Pueblo Libre e iba a abordar su auto para irse a trabajar. Le dispararon en
la cara y en el cuerpo y lo remataron con un tiro en la frente. Aunque nunca
fueron identificados los autores materiales del cruel asesinato no quedó dudas
sobre la autoría de Sendero Luminoso. Incluso posteriormente se encontraron
documentos en los cuales se señalaba que con su “aniquilamiento” se iniciaba la
etapa de “Rematar el gran salto de la III Conferencia Nacional de Socorro
Popular del Perú”, por lo que ese organismo de fachada de Sendero Luminoso se
convertía en un “organismo militarizado”.
Cuando horas después me enteré de la noticia por la
radio, sentí mucho la muerte del Flaco a pesar de no haber llegado nunca a
considerarnos amigos. Y al mismo tiempo sentí que le debía –o me debía- una
conversación que ya nunca se produciría.
Tus recuerdos de esos años, de los 60, los 70 y los 80, cuando los jovenes pensabamos cambiar al Perú en una nación libre del dominio extranjero, y construir un Estado donde la leche brote de los caños y el pan sea gratis para todos. me conmueve, me llena de nostalgia y me duele como la esperanza se diluyo en la bruma del saqueo, la delincuencia y la corrucción de los que siempre le robaron al Perú y hoy se han multiplicado por miles para llegar a la feria del congreso y del palacio. Alfredo, dime cúal es la fórmula para que una chispa de ilusión nos acompañe en los ultimos años de la vida.
ResponderBorrarLas décadas vividas en el colegio y en la universidad, nos permitieron conocer personas que fueron formándose intelectual y políticamente. Lo que no entendí es cómo dirigentes como el "flaco" López muere (lo matan) en su ley, con su bandera política.; los dirigentes de izquierda, anti imperialistas y anti oligarcas (términos muy comunes entonces) terminaron como Abogado de la International Petroleum (Licurgo Pinto, Pdte FER de la UNMSM; Psiquiatra de la llamada alta sociedad limeña (Max Hernández, Pdte FER de UNMSM); Secretario del Luis Alberto Sánchez, dirigente nacional aprista (Juan Campos Lama, Pdte. FER de la UNMSM); tal vez, algún día se conozca como le fue a Mario Castillo que se fue a Suecia y no regresó.
ResponderBorrarQue interesante
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