En otra ocasión
conté cómo -en contraste con lo que había visto en anteriores oportunidades-
cuando estuve en Moscú en 1987 para el “Encuentro de representantes de partidos
y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre”,
resultaba evidente que había una campaña contra el alcoholismo dirigida por las
más altas autoridades soviéticas. Lo que pasaba es que ya el consumo excesivo
de alcohol, particularmente del vodka, causaba no solamente un verdadero
problema social sino también afectaba la economía.
Algunos peruanos
que estudiaban en Moscú me comentaron que se calculaba que cerca del 10% de la
población podía calificarse de alcohólica, considerando no sólo a quienes bebían
hasta caerse sino a los millones que no podían dejar de tomar un par de vasos
de vodka al día. Estos estudiantes me aseguraron que el alcoholismo generaba
deserción estudiantil y violencia familiar, así como ausentismo laboral con el
consiguiente descenso de la productividad.
SOCIEDADES
ANÓNIMAS PARA BEBER
Los mismos
paisanos me comentaron de una especie de sociedades ad hoc con tres integrantes
que se formaban en las puertas de los bares. El objetivo de esas asociaciones
era tomar un vaso de vodka y el tiempo de duración dependía de la rapidez en
que alcanzaban su número máximo que era de tres personas. Su duración podía ser
incluso de menos cinco minutos. En la puerta de un bar se paraba un transeúnte
que con mano o guante -según la época del año- mostraba un dedo levantado a
quienes por allí circulaban. Al poco rato un segundo individuo hacía un gesto
de asentimiento al primero y levantaba dos dedos. Cuando aparecía un tercero
mostraba brevemente tres dedos levantados y entraban los tres al bar. Los gestos
tenían significado que podría interpretarse así: “Soy el primero”, era el dedo
levantado. “Ya somos dos”, eran dos dedos levantados. “Completo el trío”, eran
los tres dedos en alto. Quedaba establecida la sociedad, una verdadera sociedad
anónima se podría decir si es que tomamos en cuenta que ninguno de los
participantes conocía el nombre de los otros integrantes…
Ingresaban las
tres personas al bar. Ponían tres rublos en la caja –un rubro de cada uno- y
recibían una botella de vodka de 750 mililitros y tres trozos de algún tipo de
embutido, así como un vaso. El primero se servía su cuarto de litro del licor y
brindaba con los otros dos. Terminaba, entregaba el vaso al siguiente, hacía
una venía de despedida y se iba del masticando su embutido. El segundo se
servía su ración y brindaba y al terminar de beber en un solo trago, entrega el
vaso al tercero y se quedaba frente a él mientras comía. El tercero se servía
el resto, brindaba con el anterior y al terminar dejaba vaso y botella en el
mostrador y salía junto con su ocasional acompañante, pero cada uno con su
propio rumbo. La sociedad había quedado disuelta, después de cumplir su
cometido: sus integrantes habían saciado su necesidad de vodka y nadie podía
decir que eran personas que bebían solas ya que siempre habían brindado por lo
menos con otra persona. O como me lo dijo el peruano que me lo contó, no se
sentían alcohólicos sino bebedores sociales…
UN INTENTO DE
BAJAR EL ALCOHOLISMO
En 1981 que tuve
ocasión de hacer una visita a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, URSS, junto con otros dos dirigentes del Partido Socialista
Revolucionario, el general Arturo Valdés Palacio y Álvaro Vidal, justamente nos
llamó la atención el fuerte consumo de vodka junto con las comidas mientras
estuvimos en el hotel del Partido Comunista de la URSS así como posteriormente
cuando visitamos la república socialista soviética de Moldavia.
En los seis años
trascurridos entre ambas visitas, me resultó notorio que los esfuerzos de
Mijail Gorbachov iban por buen camino, no sólo porque las veces que pude mirar
a los moscovitas en la calle no era notorio ver a personas ebrias como años
antes, sino considerando el hecho que en el nuevo hotel del partido no se
servía licor en ningún momento, ni siquiera el día que hubo que brindar por los
70 años de la Revolución Rusa (Ver crónica “Moscú: no sólo los tres hoteles fueron distintos” del 26 de noviembre de 2013).
Pero alguno de
los viajes por la línea aérea soviética Aeroflot me tocó compartirlo con
pescadores soviéticos que venían al Perú para internarse mar adentro en los
grandes barcos pesqueros que se dedicaban por muchos meses a pescar en las
afueras de la costa peruana. Creo que el producto procesado era trasladado en
alta mar a buques cargueros. En todo caso, las tripulaciones se cambiaban cada
tres o cuatro meses a través de embarcaciones ligeras que se movilizaban al
puerto del Callao para dejar un grupo de pescadores y recoger otro.
En el avión, el
grupo podía ser de 60 o 70 personas quienes normalmente se sentaban en la parte
de atrás. Por lo general tenían una bolsa con naranjas, que la primera vez que
las vi no logré adivinar para qué les servía, considerando que durante el viaje
servían comidas. Luego caí en cuenta que las naranjas eran el acompañamiento
para tomar el par de botellas de vodka con que se embarcaban. Cada uno tomaba
un largo trago de la botella e inmediatamente sorbía jugo de naranja que
extraían de un pequeño agujero que le abrían. En un viaje largo, más de 20
horas, el exceso de vodka producía un coro de ronquidos que retumbaba en la
cabina de pasajeros.
EXTRAÑOS
CIGARRILLOS
Ya que hablamos
de tragos, que muchas veces están relacionados con el hábito de fumar, recuerdo
un tipo de cigarrillo que me llamó poderosamente la atención en Moscú. Tenía un
largo un poco mayor que un cigarrillo normal, quizás unos diez centímetros,
pero el tabaco sólo estaba en la punta de unos tres centímetros, venía luego el
filtro de no más de un centímetro, y el resto era una especie de boquilla de un
material que parecía plástico muy blando ya que se podía aplastar. La primera
vez que lo vi, lo fumaba Afanasiev, nuestro traductor en ese viaje de 1981. Le
pregunté por qué fumaba un cigarrillo tan raro, que seguramente necesitaba
mucho esfuerzo para aspirar. Me dijo que era un tabaco muy fuerte que le
agradaba y me ofreció uno. Efectivamente lo sentí fuerte y bueno, pero muy raro
su aspecto. El traductor me dijo que estábamos en verano y no podía apreciar la
utilidad de esa forma del cigarrillo. Pero imagínate en invierno, a 20 grados
bajo cero, si quieres fumar. Si es un cigarrillo normal te tienes que sacar el
guante y se te hiela la mano o fumas con guante y lo quemas con el cigarrillo,
pero en cambio con este que tú dices que es raro, puedes fumar sin quitarte
ningún guante.
En ese año
todavía se podía fumar en los vuelos internos dentro de la Unión Soviética, lo
que hice cuando nos dirigimos a Sochi, pero cuando llegamos a ese balneario,
como en alguna otra crónica relaté, me di con la sorpresa de encontrarme con
una especie de carteles publicitarios que mostraban dibujos o caricaturas
contra el hábito de fumar. Es que Sochi era una especie de capital de la salud
del país.
Distinta fue la
situación cuando hice el mismo vuelo de un par de horas en diciembre de 1987.
En esa oportunidad no se podía fumar en vuelos internos y tuve que pasar por la
incomodidad de sentirme colegial en falta cuando me dirigí al baño para fumar a
escondidas. Evidentemente no había en esa época ningún tipo de dispositivo para
detectar humo en los baños, que incluso tenían ceniceros. También había
ceniceros en cada uno de los asientos y la empresa en que volaba, Aeroflot, no
permitía fumar en los vuelos nacionales aunque sí en los internacionales.
PATÉTICO
ESPECTÁCULO
Unos días antes
de ese vuelo había asistido en Moscú al circo donde por cierto no se podía
fumar. A la hora del intermedio, aproveché para estirar las piernas, al mismo
tiempo con la idea de encender un cigarrillo. Le pregunté al traductor si se
podía fumar. Si, allí, me dijo mientras hacía un ademán para señalarme una de
las puertas de salida del circo. Tendría unos seis u ocho metros de ancho y era
de un vidrio grueso. Luego de un espacio alfombrado de unos tres metros había
otra puerta de las mismas características. En realidad la doble puerta era
usual en los establecimientos de esa ciudad, debido a las bajas temperaturas
que se soportan en invierno. El espacio entre una y otra era para abrigarse o
desabrigarse, según se saliera o entrara al ambiente interno con calefacción.
A ese ambiente
de 18 o 24 metros cuadrados me dirigí, reparando que ya había unas diez o doce
personas y encendí mi cigarrillo. Pero no sólo sentí el fuerte olor a tabaco de
varios otros cigarrillos prendidos sino comencé a ver como la puerta se abría a
cada instante y seguían entrando más fumadores. Creo que en un momento calculé
no menos de 75 personas agolpadas que no sólo daban pitadas a sus cigarrillos,
sino que lo realizaban compulsivamente. Algunos terminaban uno para comenzar
con el otro. Apenas terminé salí sofocado y abriéndome paso a empujones.
Cuando recién
entré a esa improvisada sala de fumadores pensé que luego de fumar un
cigarrillo saldría para regresar luego de unos minutos y fumar otro. No fue así.
No sólo porque era materialmente imposible volver a entrar a un lugar donde
cada vez se acumulaba más gente, sino porque visto desde el pasadizo interior
en que me encontraba lo que se veía era vergonzoso: decenas de personas con
ojos desorbitados, aspirando desesperadamente cigarrillos, algunos prendiendo
uno nuevo con el que ya estaban terminando, dándose de codazos para poder
mantener su pequeño espacio. Visto desde afuera era un patético y hasta
grotesco espectáculo del cual definitivamente no quería formar parte.
También al
terminar ese mes de diciembre de 1987 tomé más vodka que en toda mi vida. Fue
cuando brindé por Año Nuevo con dos dirigentes de la república soviética de Uzbekistán
con quienes compartía unos días de descanso en un sanatorio de Sochi. Ellos se
dedicaron a beber para celebrar las 12 de la noche en su república que eran las
10 en Sochi y terminaron por brindar a las 12 de la noche del Perú cuando eran
las 8 de la mañana en ese balneario. Por cierto que yo no pude ni acercarme a
la cantidad de vodka que ellos bebieron, pero de todas maneras jamás tomé tanto
vodka y espero no hacerlo nunca más (Ver crónica “Celebración sucesiva de Año Nuevo” del 22
de mayo de 2015).
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