jueves, 22 de febrero de 2018

ELECCIONES: CERCADOS POR EL TERROR (1990)


Era común que entrásemos cinco personas en el Volkswagen que tenía más de trece años de uso, pero nunca nos imaginábamos que alguno de los ocupantes llevara pistola. Sin embargo, a las 7 y 15 de la mañana del 27 de marzo de 1990 los cinco ocupantes nos sentíamos incómodos en el auto. Mis tres hijos por la presencia de un extraño a mi lado. El efectivo policial vestido de civil -no recuerdo si Víctor o Ernesto que se turnarían en esos días en darme seguridad- dándose cuenta que era absurdo participar de todos los movimientos de un candidato, incluyendo traslado a colegios. Y yo muy intranquilo de tener un hombre armado cerca de mis hijos, además de incómodo por la privacidad perdida por lo menos hasta las elecciones generales del 8 de abril.

Era normal que nos movilizáramos cómodamente todos los integrantes de mi familia: mi esposa Ana María, mis tres hijos que cada día crecían más y yo. Lo hacíamos para ir y regresar de los colegios o para visitar a nuestros familiares. También para ir de compras, aunque la galopante inflación obligaba que cada quincena tratáramos, además de llenar el tanque de gasolina, comprar todos los alimentos posibles ya que dinero en el bolsillo valía cada día menos (ver crónica “Vivir con hiperinflación“ del 25 de septiembre de 2015). Incluso nos movilizábamos para realizar pequeños paseos en una ciudad que vivía desde varios años atrás la tensión de sufrir en cualquier momento algún ataque terrorista. Aunque demasiadas veces se ha dicho que los habitantes de Lima tomamos conciencia de las acciones terroristas cuando estalló un “coche bomba” en la calle Tarata en el centro de Miraflores el 15 de julio de 1992, lo cierto es que los limeños vivíamos sintiendo el terror desde cerca de diez años atrás.

VIVIMOS VARIOS AÑOS CON CORTES DE LUZ Y AGUA

Tengo presente que por lo menos dos años nuevos se recibieron con varias ciudades a oscuras, incluida Lima. Particularmente recuerdo la noche del 31 de diciembre de 1983 en la que Izquierda Unida había organizado una gran fiesta en el local de la Feria Internacional del Pacífico con dos motivos: celebrar el triunfo de Alfonso Barrantes Lingán en las recientes elecciones municipales y recaudar fondos para cubrir algunas deudas de la campaña electoral. El apagón en Lima y el Callao hizo fracasar la fiesta. Cuatro años después, entre las últimas horas de 1987 y las del inicio de 1988, en el mayor atentado contra el sistema eléctrico interconectado, fueron dinamitadas 30 torres de alta tensión en los departamentos de Lima e Ica, dejando a oscuras no sólo a Lima y el Callao sino también a la mayoría de ciudades costeras.

Eran tantos los apagones que resultaba común ver en diversas tiendas comerciales grupos electrógenos comprados para hacerlos funcionar apenas se cortara el suministro eléctrico y poder seguir funcionando. Por cierto que en la mayoría de fábricas se contaba con equipos electrógenos de mayor tamaño para no interrumpir el trabajo. Lo mismo ocurría en varias casas cuyos propietarios tenían recursos suficientes como para afrontar esa compras. No era nuestro caso por lo que no era raro cuando mis hijos estaban chicos sentarnos todos alrededor de una vela para conversar o contar cuentos cuando la ciudad estaba a oscuras como producto de la voladura de torres de alta tensión.

En la urbanización donde vivo desde hace cerca de 45 años, cuando había apagón muchas veces también se cortaba el agua debido a que el abastecimiento viene de una planta que requiere un motor eléctrico para recibir y distribuir el agua, por lo que siempre había que tener bidones con reserva suficiente para cocinar y un mínimo de uso en los baños. Aunque finalmente en 1989 pudimos adquirir un tanque de fibra de vidrio, fueron varios años en los que tuvimos que usar jarritos para bañarnos.

EL TERROR SE VIVÍA EN LIMA DESDE PRIMEROS AÑOS DE LOS 80

Pero si nuestra vida casera estaba afectada por el terrorismo, en la calle había que tomar el máximo de precauciones porque no se sabía qué podía pasar. Por ejemplo, automáticamente uno cambiaba de vereda si estaba pasando cerca de un edificio con demasiadas ventanas, ya que el estallido aun de un pequeño explosivo se potenciaba si los vidrios al partirse se convertían en miles de armas cortantes. O se variaba de rumbo si se escuchaban estallidos en la ruta que se estaba tomando. O cuando mis hijos llegaron a los 12 o 13 años y se movilizaban solos a alguna reunión, las indicaciones que había que hacerles si se producían apagones y producto de ellos el transporte público se ponía más caótico que lo habitual. No saber qué pasaba con un familiar era desesperante. Estábamos en la década de los 80, es decir no existían teléfonos celulares en el Perú y ni siquiera teléfono fijo en mi casa, por lo menos hasta finales de 1988 (Ver crónica “Quince años esperando teléfono” del 20 de noviembre de 2015).

En esos momentos yo era secretario general del Partido Socialista Revolucionario, PSR, que integraba la alianza Izquierda Socialista que postulaba a la presidencia de la república a Alfonso Barrantes. Siendo dirigente político las medidas de seguridad eran mayores. Había que fijarse bien al momento de salir de la casa, de mi trabajo, de una reunión política o de una actividad electoral. Casi siempre se miraba los alrededores antes de subir al auto, se chequeaba por el espejo retrovisor si había algún tipo de persecución e incluso inopinadamente se volteaba en alguna calle y se daba una vuelta a la manzana -¡lo que hoy suena absurdo!- para comprobar si se era seguido. Curiosamente esto lo había hecho en la década del 70 cuando en el gobierno del general Morales Bermúdez varias veces eludí persecuciones de la policía y las dos veces que fui detenido lo hicieron en mi casa. Por supuesto que es bastante distinto sufrir una detención que un atentado, por lo que se tenía que extremar algunos cuidados.

Y aunque con discreción tomar ciertas medidas de precaución no eran producto de ninguna paranoia. En la década del 80 después de los asesinatos a dirigentes y autoridades apristas, fueron dirigentes y autoridades de los partidos de izquierda los que sufrieron más atentados. Aunque no variaba mucho la ruta que utilizaba para llevar a mis hijos al colegio, trataba de variar las rutas de desplazamiento para actividades políticas y las de regreso a mi casa, algunas veces al borde del toque de queda.

NO HABÍA RISAS CON UN PASAJERO CON PISTOLA

En ese resistente auto que manejaba a fines de marzo de 1990 excepcionalmente algunas veces habíamos cargado con alguna de mis dos hijas y cinco o seis compañeritas de colegio al recogerlas de algún cumpleaños. Y recuerdo que posteriormente, cuando desapareció definitivamente el “toque de queda” que acompañó intermitentemente nuestras vidas buena parte de la década del 80 y los primeros años de la del 90, una vez llegamos a contar más de diez chiquillas riéndose alegremente dentro del “escarabajo” (ver crónica “El Volkswagen rojo“ del 14 de septiembre de 2013).

Pero esa mañana en que un policía nos acompañaba en el auto no había motivo para reír. Aunque se supone que ser resguardado debe dar tranquilidad decidí evitar ir otra vez con mis hijos cuando me acompañara un policía. Aunque era un absurdo, sentía que un arma en el auto podía atraer a otras armas…

La violencia terrorista había llegado a su clímax cuando se acercaba la fecha de las elecciones generales. Sendero Luminoso estaba decidido a boicotear esos comicios y aunque en los meses recientes su accionar terrorista se había desarrollado con más intensidad fuera de la capital en los últimos días se habían producido varios atentados en Lima y el Callao.

“TOMA TU PAR DE POLICÍAS Y ARRÉGLATELAS”

La situación había llegado a tal punto que el día anterior el ministro del Interior, Agustín Mantilla, había comunicado a los dirigentes de los distintos partidos participantes que considerando los recientes asesinatos de cuatro candidatos al Parlamento, el gobierno había decidido que a cada uno de los candidatos al Senado y a la Cámara de Diputados se le asignaría por lo menos dos custodios permanentes. Como jefe de la campaña electoral de Izquierda Socialista Federico Velarde, mi gran amigo Fico, acudió a la reunión con Mantilla y a su regreso informó a los dirigentes de los partidos y movimientos que integrábamos la alianza Izquierda Socialista. Y al terminar la tarde de ese mismo 26 de marzo se hizo una reunión con todos los candidatos para informarles la situación y coordinar cómo se iban a contactar con las dos personas de seguridad que el gobierno les había asignado.

Para los candidatos la situación era difícil. Muchos eran dirigentes de organizaciones sindicales y populares cuya relación con la policía no tenía recuerdos gratos: disolución de marchas de protesta, intentos de desalojo a locales de organizaciones, bombas lacrimógenas arrojadas en mítines, etc. La primera impresión fue de rechazo, aunque cuando se habló de los recientes asesinatos a candidatos y del paro armado convocado por Sendero Luminoso en Lima para dos días después, el temperamento cambió. Sin embargo se estableció que quienes no estuvieran de acuerdo podían no aceptar la custodia policial. También se trató la manera de implementar la custodia. Me es imposible recordar qué se habló, sí que cada caso era tan distinto que cada uno de los candidatos terminó coordinando con los policías que les correspondían.

Hay que imaginar cómo se sentían los candidatos -y más aún quienes éramos dirigentes- porque se podía interpretar ese respaldo policial también como demostración de inoperancia del gobierno. Aunque estoy seguro que la preocupación de Mantilla era seria, para muchos resultaba como que dijera “toma tu par de policías y arréglatelas”. El ministro del Interior también dijo que la Dirección de Control Armas, Munición y Explosivos de Uso Civil -según también nos informó Fico Velarde- podía vender a precio muy rebajado pistolas y revólveres y expedir las respectivas licencias de uso a aquellos candidatos que lo desearan para su defensa personal. Para quienes estaban muy preocupados de la acción de protección del gobierno esa medida podía traducirse como “toma tu pistola y defiéndete”.

Me parece que muy pocos hicieron uso de esas facilidades de compra, en todo caso considerando que era una decisión personal no me preocupé de averiguarlo. En mi caso mi rechazo era absoluto. Un arma es de defensa personal si quien la empuña tiene la certeza que disparará a quien lo ataque y yo nunca tuve seguridad que lo pudiera hacer. En ese caso -pensaba y pienso- un arma se convierte más en un incentivo para que el agresor sea más violento y el agredido que iba a recibir un golpe puede terminar recibiendo un balazo.

DÍAS DE TERROR TOTAL

Lo que había ocurrido en los diez días anteriores era para temer que cualquier cosa pudiera pasar…

Desde el 15 de marzo se había producido el asesinato de dos ejecutivos de fábricas textiles y lanzamiento de explosivos en otras dos. También el lanzamiento de explosivos en una fábrica de vidrios y en la planta impresora del diario Expreso. El día 19 los senderistas intentaron asaltar las comisarías de Independencia y Villa El Salvador y ese mismo día fue emboscada una patrulla de las Fuerzas Armadas, muriendo tres infantes de marina. Además en esos días hubo tres intentos de volar torres de alta tensión. Asimismo se intentó promover saqueos en diversos mercados y locales comerciales de la ciudad. También se destruyeron doce buses de transporte urbano y dos de transporte interprovincial.

El 23 de marzo se había producido la explosión de un “coche bomba” frente al ministerio de Economía y Finanzas en la avenida Abancay, en el centro de Lima. Un hombre y un niño de tres años murieron y quedaron más de 30 heridos. Días antes locales del ministerio de Agricultura y de entidades vinculadas a ese portafolio habían sido atacados. Y el 24 los estudios de Radio Moderna fueron tomados para difundir un mensaje de convocatoria al paro armado el 28 de marzo, convocatoria que asimismo se había realizado mediante volantes en incursiones relámpago a mercados de las zonas periféricas. En esos días Sendero Luminoso también hizo pintas y colocó banderas difundiendo el mencionado paro.

Pero además de esas acciones terroristas que se venían realizando desde hace varios años, en esos días hubo una especial dedicación para obstaculizar las elecciones. Y no sólo se dedicaron a la destrucción de propaganda electoral y atentados explosivos a locales partidarios sino atentaron contra candidatos a parlamentarios de distintas militancia política y en diversos lugares, en cuatro casos con resultados fatales. El 18 fueron asesinados Marino Moza y José La Torre, candidatos a diputados por Huánuco integrantes de un movimiento regional, el 22 el candidato aprista a una diputación por Junín José Dhaga del Castillo fue asesinado en Huancayo y el 23 un comando senderista abaleó en Comas al profesor José Gálvez Fernández, militante de Acción Popular y candidato del Frente Democrático, FREDEMO, a diputado por Lima.

Fue al día siguiente del asesinato de Gálvez y ante la intensificación de las acciones terroristas en la capital, que el gobierno de Alan García optó por una decisión que había tratado de evitar: declarar el estado de emergencia en Lima y el Callao e instruyendo públicamente a las fuerzas del orden para intensificar acciones preventivas de inteligencia. Considerando que las elecciones -y, hay que decirlo, el rol protagónico de Vargas Llosa en las mismas- habían atraído la presencia de prensa de todo el mundo se trató de evitar el espectáculo de unas elecciones en un ambiente militarizado.

El estado de emergencia y la suspensión de garantías no era una novedad para nosotros. Desde los últimos meses de 1981 había abarcado a un número creciente de provincias, hasta afectar a cerca de la mitad de la población del país y en algunos momentos se decretó para todo el territorio nacional. En muchos casos también se acompañó del toque de queda. El propio presidente García decretó el toque de queda más largo desde mediados de febrero de 1986 hasta el 28 de julio del año siguiente.

ALGUNAS DIFICULTADES DEL RESGUARDO POLICIAL

Los problemas logísticos de tener dos acompañantes complicaba bastante a nuestros candidatos, mientras demandaba bastante esfuerzo a los policías. Basta recordar un par de casos de candidatos del PSR: Mariano Benítez quien vivía en la zona de Collique y que el policía que lo acompañaba tenía que subirse a combis y colectivos para incómodamente acompañarlo. Y Nano Guerra García, el candidato más joven, que se movilizaba en una vetusta motocicleta en cuya parte posterior hacia equilibrio el policía que lo acompañaba.

Después de un par de días de dificultades se llegó a un arreglo con los policías, por lo menos en los casos de la mayoría de los candidatos del PSR. Que nos acompañaran en marchas, en mítines, en visitas a mercados y otros centros con afluencia de electores, pero que nos dejaran el resto del tiempo. No teníamos vehículos y recursos para movilizarlos y mínimamente alimentarlos. Seguramente mejor suerte tuvieron los policías asignados a los candidatos del FREDEMO, cuya capacidad económica en esa campaña resultó apabullante. En varias publicaciones posteriores se señaló que sus gastos de campaña más que duplicaron a todo el resto de candidaturas juntas.

Fuimos testigos de la seguridad que acompañaba a este frente en las distintas movilizaciones que se realizaron el 28 de marzo en rechazo al paro armado, pero lo ocurrido ese día es para ser tratado en otra oportunidad.

RESULTADOS QUE REBATIERON TODOS LOS VATICINIOS

Aunque en esta crónica he tratado de relatar el clima de nerviosismo en que se vivía en los días previos a las elecciones, puede ser oportuno considerar qué augurios aparentemente objetivos sobre el resultado electoral se presentaban. La publicación mexicana PROCESO en su edición del 31 marzo de 1990, con el título “PERÚ, ANTE LAS ELECCIONES DEL TERROR” y el subtítulo “Vargas Llosa tiene, aparentemente, segura la victoria” decía:

“El clima de tensión va en aumento a medida que se acerca la fecha de las elecciones, cuando según informes de Inteligencia Nacional se espera llegue a su clímax la ofensiva senderista.

En el plano meramente electoral, nadie duda hoy que Mario Vargas Llosa será el próximo Presidente de la República. Las apuestas son sobre si el escritor alcanzará el domingo la mayoría legal para ser electo -arriba del 50%- o si será necesaria una segunda vuelta para definir la sucesión. El candidato del APRA, Luis Alva Castro, por su parte, apoyado por una amplia estructura partidaria, se afianza al parecer en el segundo sitio de la contienda, a pesar del desprestigio del fracasado gobierno aprista que encabeza Alan García y de quien el candidato hace esfuerzos por deslindarse.

También se hacen conjeturas sobre la composición del futuro parlamento, ya que de no contar el Frente Democrático que postula Vargas Llosa con las dos terceras partes del Congreso ya no será posible implementar reformas constitucionales que hagan viable el programa fredemista. En las filas de la dividida izquierda peruana, mientras tanto, cunde el desánimo. Los candidatos de Izquierda Socialista (IS), Alfonso Barrantes, y de Izquierda Unida (IU), Henry Pease, enfrentados en la búsqueda del tercer lugar electoral, sin recursos, realizan campañas de perdedores. No obstante, nadie descarta la posibilidad de un repunte final de Barrantes que pudiera colocarle por encima del aprista Alva Castro De ser así, sería el ex alcalde socialista de Lima quien disputará a Vargas Llosa los votos en la segunda vuelta”.

Ocho días después Vargas Llosa obtenía 32.6%, Alva Castro 22.5 %, Pease 8.2% y Barrantes 4.7%, mientras el desconocido Alberto Fujimori conseguía el 29.1 % que lo colocaba como acompañante de Vargas Llosa en la segunda vuelta a realizarse el 10 de junio cuando alcanzaría el 62.4% frente al 37.6% del escritor. Pero esas son otras historias…

1 comentario:

  1. José Genaro Gálvez Fernández, fue mi abuelo Candidato a Diputado por el FREDEMO asesinado en el año 90

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