Era común que entrásemos cinco personas en el
Volkswagen que tenía más de trece años de uso, pero nunca nos imaginábamos que
alguno de los ocupantes llevara pistola. Sin embargo, a las 7 y 15 de la mañana
del 27 de marzo de 1990 los cinco ocupantes nos sentíamos incómodos en el auto.
Mis tres hijos por la presencia de un extraño a mi lado. El efectivo policial
vestido de civil -no recuerdo si Víctor o Ernesto que se turnarían en esos días
en darme seguridad- dándose cuenta que era absurdo participar de todos los
movimientos de un candidato, incluyendo traslado a colegios. Y yo muy
intranquilo de tener un hombre armado cerca de mis hijos, además de incómodo
por la privacidad perdida por lo menos hasta las elecciones generales del 8 de
abril.
Era normal que nos movilizáramos cómodamente todos
los integrantes de mi familia: mi esposa Ana María, mis tres hijos que cada día
crecían más y yo. Lo hacíamos para ir y regresar de los colegios o para visitar
a nuestros familiares. También para ir de compras, aunque la galopante
inflación obligaba que cada quincena tratáramos, además de llenar el tanque de
gasolina, comprar todos los alimentos posibles ya que dinero en el bolsillo
valía cada día menos (ver crónica “Vivir con hiperinflación“ del 25
de septiembre de 2015). Incluso
nos movilizábamos para realizar pequeños paseos en una ciudad que vivía desde
varios años atrás la tensión de sufrir en cualquier momento algún ataque
terrorista. Aunque demasiadas veces se ha dicho que los habitantes de Lima
tomamos conciencia de las acciones terroristas cuando estalló un “coche bomba”
en la calle Tarata en el centro de Miraflores el 15 de julio de 1992, lo cierto
es que los limeños vivíamos sintiendo el terror desde cerca de diez años atrás.
VIVIMOS VARIOS AÑOS CON CORTES DE LUZ Y AGUA
Tengo presente que por lo menos dos años nuevos se
recibieron con varias ciudades a oscuras, incluida Lima. Particularmente
recuerdo la noche del 31 de diciembre de 1983 en la que Izquierda Unida había
organizado una gran fiesta en el local de la Feria Internacional del Pacífico
con dos motivos: celebrar el triunfo de Alfonso Barrantes Lingán en las
recientes elecciones municipales y recaudar fondos para cubrir algunas deudas
de la campaña electoral. El apagón en Lima y el Callao hizo fracasar la fiesta.
Cuatro años después, entre las últimas horas de 1987 y las del inicio de 1988,
en el mayor atentado contra el sistema eléctrico interconectado, fueron
dinamitadas 30 torres de alta tensión en los departamentos de Lima e Ica,
dejando a oscuras no sólo a Lima y el Callao sino también a la mayoría de
ciudades costeras.
Eran tantos los apagones que resultaba común ver
en diversas tiendas comerciales grupos electrógenos comprados para hacerlos
funcionar apenas se cortara el suministro eléctrico y poder seguir funcionando.
Por cierto que en la mayoría de fábricas se contaba con equipos electrógenos de
mayor tamaño para no interrumpir el trabajo. Lo mismo ocurría en varias casas
cuyos propietarios tenían recursos suficientes como para afrontar esa compras.
No era nuestro caso por lo que no era raro cuando mis hijos estaban chicos sentarnos
todos alrededor de una vela para conversar o contar cuentos cuando la ciudad estaba
a oscuras como producto de la voladura de torres de alta tensión.
En la urbanización donde vivo desde hace cerca de
45 años, cuando había apagón muchas veces también se cortaba el agua debido a
que el abastecimiento viene de una planta que requiere un motor eléctrico para
recibir y distribuir el agua, por lo que siempre había que tener bidones con
reserva suficiente para cocinar y un mínimo de uso en los baños. Aunque
finalmente en 1989 pudimos adquirir un tanque de fibra de vidrio, fueron varios
años en los que tuvimos que usar jarritos para bañarnos.
EL TERROR SE VIVÍA EN LIMA DESDE PRIMEROS AÑOS DE
LOS 80
Pero si nuestra vida casera estaba afectada por
el terrorismo, en la calle había que tomar el máximo de precauciones porque no se
sabía qué podía pasar. Por ejemplo, automáticamente uno cambiaba de vereda si
estaba pasando cerca de un edificio con demasiadas ventanas, ya que el
estallido aun de un pequeño explosivo se potenciaba si los vidrios al partirse
se convertían en miles de armas cortantes. O se variaba de rumbo si se
escuchaban estallidos en la ruta que se estaba tomando. O cuando mis hijos
llegaron a los 12 o 13 años y se movilizaban solos a alguna reunión, las
indicaciones que había que hacerles si se producían apagones y producto de ellos
el transporte público se ponía más caótico que lo habitual. No saber qué pasaba
con un familiar era desesperante. Estábamos en la década de los 80, es decir no
existían teléfonos celulares en el Perú y ni siquiera teléfono fijo en mi casa,
por lo menos hasta finales de 1988 (Ver
crónica “Quince años esperando teléfono” del 20 de noviembre de 2015).
En esos momentos yo era secretario general del
Partido Socialista Revolucionario, PSR, que integraba la alianza Izquierda
Socialista que postulaba a la presidencia de la república a Alfonso Barrantes. Siendo
dirigente político las medidas de seguridad eran mayores. Había que fijarse
bien al momento de salir de la casa, de mi trabajo, de una reunión política o
de una actividad electoral. Casi siempre se miraba los alrededores antes de
subir al auto, se chequeaba por el espejo retrovisor si había algún tipo de persecución
e incluso inopinadamente se volteaba en alguna calle y se daba una vuelta a la
manzana -¡lo que hoy suena absurdo!- para comprobar si se era seguido.
Curiosamente esto lo había hecho en la década del 70 cuando en el gobierno del
general Morales Bermúdez varias veces eludí persecuciones de la policía y las
dos veces que fui detenido lo hicieron en mi casa. Por supuesto que es bastante
distinto sufrir una detención que un atentado, por lo que se tenía que extremar
algunos cuidados.
Y aunque con discreción tomar ciertas medidas de
precaución no eran producto de ninguna paranoia. En la década del 80 después de
los asesinatos a dirigentes y autoridades apristas, fueron dirigentes y
autoridades de los partidos de izquierda los que sufrieron más atentados.
Aunque no variaba mucho la ruta que utilizaba para llevar a mis hijos al
colegio, trataba de variar las rutas de desplazamiento para actividades
políticas y las de regreso a mi casa, algunas veces al borde del toque de
queda.
NO HABÍA RISAS CON UN PASAJERO CON PISTOLA
En ese resistente auto que manejaba a fines de
marzo de 1990 excepcionalmente algunas veces habíamos cargado con alguna de mis
dos hijas y cinco o seis compañeritas de colegio al recogerlas de algún
cumpleaños. Y recuerdo que posteriormente, cuando desapareció definitivamente
el “toque de queda” que acompañó intermitentemente nuestras vidas buena parte
de la década del 80 y los primeros años de la del 90, una vez llegamos a contar
más de diez chiquillas riéndose alegremente dentro del “escarabajo” (ver crónica “El Volkswagen rojo“ del 14 de septiembre de 2013).
Pero esa mañana en que un policía nos acompañaba
en el auto no había motivo para reír. Aunque se supone que ser resguardado debe
dar tranquilidad decidí evitar ir otra vez con mis hijos cuando me acompañara
un policía. Aunque era un absurdo, sentía que un arma en el auto podía atraer a
otras armas…
La violencia terrorista había llegado a su clímax
cuando se acercaba la fecha de las elecciones generales. Sendero Luminoso
estaba decidido a boicotear esos comicios y aunque en los meses recientes su
accionar terrorista se había desarrollado con más intensidad fuera de la
capital en los últimos días se habían producido varios atentados en Lima y el
Callao.
“TOMA TU PAR DE POLICÍAS Y ARRÉGLATELAS”
La situación había llegado a tal punto que el día
anterior el ministro del Interior, Agustín Mantilla, había comunicado a los
dirigentes de los distintos partidos participantes que considerando los recientes
asesinatos de cuatro candidatos al Parlamento, el gobierno había decidido que a
cada uno de los candidatos al Senado y a la Cámara de Diputados se le asignaría
por lo menos dos custodios permanentes. Como jefe de la campaña electoral de
Izquierda Socialista Federico Velarde, mi gran amigo Fico, acudió a la reunión
con Mantilla y a su regreso informó a los dirigentes de los partidos y
movimientos que integrábamos la alianza Izquierda Socialista. Y al terminar la
tarde de ese mismo 26 de marzo se hizo una reunión con todos los candidatos
para informarles la situación y coordinar cómo se iban a contactar con las dos personas
de seguridad que el gobierno les había asignado.
Para los candidatos la situación era difícil.
Muchos eran dirigentes de organizaciones sindicales y populares cuya relación
con la policía no tenía recuerdos gratos: disolución de marchas de protesta,
intentos de desalojo a locales de organizaciones, bombas lacrimógenas arrojadas
en mítines, etc. La primera impresión fue de rechazo, aunque cuando se habló de
los recientes asesinatos a candidatos y del paro armado convocado por Sendero
Luminoso en Lima para dos días después, el temperamento cambió. Sin embargo se estableció
que quienes no estuvieran de acuerdo podían no aceptar la custodia policial. También
se trató la manera de implementar la custodia. Me es imposible recordar qué se
habló, sí que cada caso era tan distinto que cada uno de los candidatos terminó
coordinando con los policías que les correspondían.
Hay que imaginar cómo se sentían los candidatos
-y más aún quienes éramos dirigentes- porque se podía interpretar ese respaldo
policial también como demostración de inoperancia del gobierno. Aunque estoy
seguro que la preocupación de Mantilla era seria, para muchos resultaba como que
dijera “toma tu par de policías y arréglatelas”. El ministro del Interior también
dijo que la Dirección de Control Armas, Munición y Explosivos de Uso Civil -según
también nos informó Fico Velarde- podía vender a precio muy rebajado pistolas y
revólveres y expedir las respectivas licencias de uso a aquellos candidatos que
lo desearan para su defensa personal. Para quienes estaban muy preocupados de
la acción de protección del gobierno esa medida podía traducirse como “toma tu
pistola y defiéndete”.
Me parece que muy pocos hicieron uso de esas
facilidades de compra, en todo caso considerando que era una decisión personal
no me preocupé de averiguarlo. En mi caso mi rechazo era absoluto. Un arma es
de defensa personal si quien la empuña tiene la certeza que disparará a quien
lo ataque y yo nunca tuve seguridad que lo pudiera hacer. En ese caso -pensaba
y pienso- un arma se convierte más en un incentivo para que el agresor sea más
violento y el agredido que iba a recibir un golpe puede terminar recibiendo un
balazo.
DÍAS DE TERROR TOTAL
Lo que había ocurrido en los diez días anteriores
era para temer que cualquier cosa pudiera pasar…
Desde el 15 de marzo se había producido el
asesinato de dos ejecutivos de fábricas textiles y lanzamiento de explosivos en
otras dos. También el lanzamiento de explosivos en una fábrica de vidrios y en
la planta impresora del diario Expreso.
El día 19 los senderistas intentaron asaltar las comisarías de Independencia y
Villa El Salvador y ese mismo día fue emboscada una patrulla de las Fuerzas
Armadas, muriendo tres infantes de marina. Además en esos días hubo tres
intentos de volar torres de alta tensión. Asimismo se intentó promover saqueos
en diversos mercados y locales comerciales de la ciudad. También se destruyeron
doce buses de transporte urbano y dos de transporte interprovincial.
El 23 de marzo se había producido la explosión de
un “coche bomba” frente al ministerio de Economía y Finanzas en la avenida
Abancay, en el centro de Lima. Un hombre y un niño de tres años murieron y
quedaron más de 30 heridos. Días antes locales del ministerio de Agricultura y
de entidades vinculadas a ese portafolio habían sido atacados. Y el 24 los
estudios de Radio Moderna fueron tomados para difundir un mensaje de
convocatoria al paro armado el 28 de marzo, convocatoria que asimismo se había
realizado mediante volantes en incursiones relámpago a mercados de las zonas
periféricas. En esos días Sendero Luminoso también hizo pintas y colocó
banderas difundiendo el mencionado paro.
Pero además de esas acciones terroristas que se
venían realizando desde hace varios años, en esos días hubo una especial
dedicación para obstaculizar las elecciones. Y no sólo se dedicaron a la
destrucción de propaganda electoral y atentados explosivos a locales
partidarios sino atentaron contra candidatos a parlamentarios de distintas
militancia política y en diversos lugares, en cuatro casos con resultados
fatales. El 18 fueron asesinados Marino Moza y José La Torre, candidatos a
diputados por Huánuco integrantes de un movimiento regional, el 22 el candidato
aprista a una diputación por Junín José Dhaga del Castillo fue asesinado en
Huancayo y el 23 un comando senderista abaleó en Comas al profesor José Gálvez
Fernández, militante de Acción Popular y candidato del Frente Democrático, FREDEMO, a diputado por Lima.
Fue al día siguiente del asesinato de Gálvez y
ante la intensificación de las acciones terroristas en la capital, que el
gobierno de Alan García optó por una decisión que había tratado de evitar:
declarar el estado de emergencia en Lima y el Callao e instruyendo públicamente
a las fuerzas del orden para intensificar acciones preventivas de inteligencia.
Considerando que las elecciones -y, hay que decirlo, el rol protagónico de
Vargas Llosa en las mismas- habían atraído la presencia de prensa de todo el
mundo se trató de evitar el espectáculo de unas elecciones en un ambiente militarizado.
El estado de emergencia y la suspensión de
garantías no era una novedad para nosotros. Desde los últimos meses de 1981
había abarcado a un número creciente de provincias, hasta afectar a cerca de la
mitad de la población del país y en algunos momentos se decretó para todo el
territorio nacional. En muchos casos también se acompañó del toque de queda. El propio presidente García decretó el toque
de queda más largo desde mediados de febrero de 1986 hasta el 28 de julio del año
siguiente.
ALGUNAS DIFICULTADES DEL RESGUARDO POLICIAL
Los problemas logísticos de tener dos acompañantes
complicaba bastante a nuestros candidatos, mientras demandaba bastante esfuerzo
a los policías. Basta recordar un par de casos de candidatos del PSR: Mariano
Benítez quien vivía en la zona de Collique y que el policía que lo acompañaba
tenía que subirse a combis y colectivos para incómodamente acompañarlo. Y Nano
Guerra García, el candidato más joven, que se movilizaba en una vetusta motocicleta
en cuya parte posterior hacia equilibrio el policía que lo acompañaba.
Después de un par de días de dificultades se llegó a un
arreglo con los policías, por lo menos en los casos de la mayoría de los
candidatos del PSR. Que nos acompañaran en marchas, en mítines, en visitas a
mercados y otros centros con afluencia de electores, pero que nos dejaran el resto
del tiempo. No teníamos vehículos y recursos para movilizarlos y mínimamente
alimentarlos. Seguramente mejor suerte tuvieron los policías asignados a los
candidatos del FREDEMO, cuya capacidad económica en esa campaña resultó apabullante.
En varias publicaciones posteriores se señaló que sus gastos de campaña más que
duplicaron a todo el resto de candidaturas juntas.
Fuimos testigos de la seguridad que acompañaba a este
frente en las distintas movilizaciones que se realizaron el 28 de marzo en
rechazo al paro armado, pero lo ocurrido ese día es para ser tratado en otra
oportunidad.
RESULTADOS QUE REBATIERON TODOS LOS VATICINIOS
Aunque en esta crónica he tratado de relatar el
clima de nerviosismo en que se vivía en los días previos a las elecciones, puede
ser oportuno considerar qué augurios aparentemente objetivos sobre el resultado
electoral se presentaban. La publicación mexicana PROCESO en su edición del 31
marzo de 1990, con el título “PERÚ, ANTE
LAS ELECCIONES DEL TERROR” y el subtítulo “Vargas Llosa tiene, aparentemente, segura la victoria” decía:
“El
clima de tensión va en aumento a medida que se acerca la fecha de las
elecciones, cuando según informes de Inteligencia Nacional se espera llegue a
su clímax la ofensiva senderista.
En
el plano meramente electoral, nadie duda hoy que Mario Vargas Llosa será el
próximo Presidente de la República. Las
apuestas son sobre si el escritor alcanzará el domingo la mayoría legal para
ser electo -arriba del 50%- o si será necesaria una segunda vuelta para definir
la sucesión. El candidato del APRA, Luis Alva Castro, por su parte, apoyado por
una amplia estructura partidaria, se afianza al parecer en el segundo sitio de
la contienda, a pesar del desprestigio del fracasado gobierno aprista que encabeza
Alan García y de quien el candidato hace esfuerzos por deslindarse.
También
se hacen conjeturas sobre la composición del futuro parlamento, ya que de no
contar el Frente Democrático que postula Vargas Llosa con las dos terceras
partes del Congreso ya no será posible implementar reformas constitucionales
que hagan viable el programa fredemista. En las filas de la dividida izquierda
peruana, mientras tanto, cunde el desánimo. Los candidatos de Izquierda
Socialista (IS), Alfonso Barrantes, y de Izquierda Unida (IU), Henry Pease,
enfrentados en la búsqueda del tercer lugar electoral, sin recursos, realizan
campañas de perdedores. No obstante, nadie
descarta la posibilidad de un repunte final de Barrantes que pudiera colocarle
por encima del aprista Alva Castro De ser así, sería el ex alcalde socialista
de Lima quien disputará a Vargas Llosa los votos en la segunda vuelta”.
Ocho días después Vargas Llosa obtenía 32.6%,
Alva Castro 22.5 %, Pease 8.2% y Barrantes 4.7%, mientras el desconocido
Alberto Fujimori conseguía el 29.1 % que lo colocaba como acompañante de Vargas
Llosa en la segunda vuelta a realizarse el 10 de junio cuando alcanzaría el
62.4% frente al 37.6% del escritor. Pero esas son otras historias…
José Genaro Gálvez Fernández, fue mi abuelo Candidato a Diputado por el FREDEMO asesinado en el año 90
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