jueves, 25 de enero de 2018

INCOMODIDADES POR CELO DE ANFITRIONES (1979 – 1987)

Aunque ya había estado algunas veces antes en países de Europa del Este cuyos simpatizantes identificaban como “países socialistas” y sus detractores como pertenecientes a la “órbita soviética” y tenía experiencia sobre la jerarquización existente, fue cuando estuve en Moscú en el año 1987 que la pude apreciar desde una perspectiva distinta: la del funcionario que busca cómo aprovecharse de ella.

Comúnmente en esa época, para referirse a esa jerarquización, se hablaba de “nomenklatura”. Era una forma de definir al núcleo dirigente existente en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, o Unión Soviética que se consideraba poderosísimo. Aunque inicialmente por los años treinta o cuarenta la palabra se usaba para denominar a quienes tenían las principales responsabilidades en el naciente estado soviético y que pertenecían casi exclusivamente al Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, con el trascurso de los años se empleaba más bien para denominar a quienes, por ser integrantes del PCUS, tenían privilegios de los que no gozaban el resto de sus compatriotas. El término “nomenklatura” se utilizaba por extensión también para los partidos comunistas de los otros países de Europa del este. ¡A inicios de noviembre de 1987 nadie podía suponer que la URSS desaparecería sólo cuatro años después! Pero debo añadir que no estoy seguro si la “nomenklatura” desapareció también…

En esos días me encontraba en la entonces capital soviética para participar como secretario general del Partido Socialista Revolucionario, PSR, en el “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre”, organizada por el PCUS. Fue esa ocasión la única vez que me sentí incómodo con un traductor, que no sólo trató con absoluta displicencia e incluso hostilidad a Alfonso Barrantes cuando lo movilizábamos en el auto que me habían asignado los soviéticos sino que además, trataba de aprovecharse de mis salidas para alguna compra para hacer las suyas en un lugar -el bazar del comité central del PCUS- donde yo resultaba su “salvoconducto” y donde podía encontrar lo que no siempre estaba disponible en otras tiendas. Por cierto que alguna vez salió con varios paquetes y yo sin ninguno (Ver crónica “Traductores: no todos caen bien” del 26 de septiembre de 2017).

UN TRADUCTOR QUE MEDÍA LAS HABITACIONES

Pero cuando al salir de cada reunión, en el largo programa que tuve, lo veía conversar con otros traductores pude apreciar la forma que ese personaje se relacionaba con sus colegas. Generalmente eran bastante jóvenes y por la forma que lo escuchaban así como los ademanes de autosuficiencia que ponía, estaba seguro que les estaba contando alguna historia inventada por él. Alguna vez le dije algo sobre sus conversaciones y me dijo que eran traductores noveles y que la mayoría estaba asignada a dirigentes de menor importancia. Aunque me dio curiosidad tal apreciación, me quedé callado. Como él esperaba alguna pregunta mía, añadió que se trataba de dirigentes con habitaciones pequeñas. Tampoco dije nada y me di cuenta que se sentía frustrado por mi silencio.

Un par de días después, el traductor encontró la forma de explicar su comentario sobre las habitaciones. Fue en el “Octubre”, hotel del PCUS donde nos alojábamos la mayoría de asistentes al encuentro, cuando estaba a punto de bajar a desayunar. Apareció en mi habitación para darme alguna entrada que me podía haber entregado después y cuando fui a guardarla en la mesa de noche aprovechó para mirar detrás de la puerta un croquis del piso con las salidas de emergencia. Y señalando me dijo cuáles eran las suites grandes, las suites chicas, las habitaciones dobles como la mía, las habitaciones simples y las que llamó “pequeñas”. Y añadió algo así como “usted está a la mitad…” en un tono que podía significar tanto que estaba por encima de varios participantes como por debajo de muchos… Y mientras bajábamos por el ascensor me remarcó -considerando que cada piso tenía la misma disposición- cuántas suites tenía el hotel “Octubre”.

Por ese episodio y varios otros saqué como conclusión que mi traductor tenía su particular forma de medir la importancia mayor o menor de la persona con quien tenía que trabajar y, a partir de ello, las ventajas o no que podía sacar. Me imaginé que lo primero que hacía al recibir un nuevo encargo era fijarse en el plano del hotel para ver el tamaño de habitación de la persona para la cual tendría que traducir…

Un mes después cuando regresé a Moscú con mi esposa, nos asignaron una suite grande. Cuando vi el croquis del piso sonreí. Todo es relativo me dije, ya que es muy distinto un hotel repleto con asistentes a una importantísima reunión internacional que estar en un hotel con pocas decenas de huéspedes siendo el único secretario general invitado a descansar en diciembre… con varios grados bajo cero. Por cierto que el traductor que nos acompañó durante toda la estadía era diametralmente distinto al anterior (Ver crónica “Moscú - Surmenage - Moscú” del 21 de agosto de 2015).

EMBARAZOSOS EPISODIOS

La situación me hizo pensar en otra ocasión en que había estado alojado en hoteles partidarios. A fines de marzo de 1979, en Berlín Este, en el hotel del Partido Socialista Unificado de Alemania -denominación del partido comunista de la hoy desaparecida República Democrática Alemana- había tenido idéntica habitación que dos de mis compañeros que al igual que yo integraban el secretariado del PSR, pero más amplia que las que les dieron a otros dos compañeros que no lo integraban. Y por cierto que Leonidas Rodríguez, presidente del partido, tenía una amplia suite. Recordé sin embargo que, pese a eso, no hubo ninguna diferencia en el trato con todos, aunque no estaba seguro si el motivo más bien se debía al trato igualitario que teníamos los que integrábamos esa delegación.

Lo que si recordaba de esa visita a Berlín fue nuestra primera cena. Habíamos llegado a las dos de las tarde desde Ámsterdam donde habíamos pasado la noche, luego de un larguísimo viaje de más de 20 horas desde Lima en un vuelo que había incluido cinco escalas. Poco después de instalarnos en el hotel, hicimos un paseo por la ciudad y tuvimos una reunión de coordinación sobre el programa que tendríamos en los días posteriores y terminamos invitados a cenar por Friedel Trappen, sub jefe del departamento de relaciones internacionales del comité central del PSUA, quien creo recordar tenía a cargo de las relaciones con los partidos socialistas latinoamericanos, entre otros asuntos.

El restaurante donde nos dirigimos quedaba en el último piso de un alto edificio. Cuando entrábamos al lobby se abrieron las puertas del ascensor, unos quince metros más adelante. Mientras que instintivamente apuramos el paso para alcanzarlo, ocurrieron dos cosas casi simultáneamente: una pareja que estaba esperando trató de entrar y un par de corpulentos jóvenes los inmovilizó mientras les decían algo en alemán y nos abrían paso a nosotros. Quedamos sorprendidos y hasta dudamos en entrar pero el funcionario que nos acompañaba nos dijo que pasáramos, mientras algo les dijo a los desplazados que nos sonó a disculpa. Esto nos lo confirmaría posteriormente Manuel Benza que integraba la delegación y hablaba alemán. También nos dijo que quienes evidentemente eran hombres de seguridad, les habían dicho a la pareja al retenerlos que nosotros eran invitados del “partido” y, por tanto debían entender, teníamos prioridad.

También me acordé lo vivido en la propia Unión Soviética cuando en julio de 1981 por primera vez llegó una delegación del PSR invitada por el PCUS. Pensé lo embarazoso que resultaron las tres oportunidades en que realizamos vuelos internos. Llegar en auto casi hasta la escalinata del avión sobrepasando a una larga fila de pasajeros que tenía que esperar que nos acomodaran en la primera hilera de la cabina antes de empezar a subir (Ver crónica “Interpretando a traductor” del 30 de julio de 2017). En esa oportunidad cuándo le preguntamos a Afanasiev, nuestro traductor, por qué no se notaba mayor fastidio en la gente por tal situación, nos respondió que seguramente habían preguntado o asumido que éramos invitados del partido…

NO HABÍA QUE CREERSE…

Y es que, por un lado, cuando eras invitado por los partidos comunistas te convertías provisionalmente en parte de la “nomenklatura” gozando de sus privilegios, pero por otro lado, la mayoría de la población estaba acostumbrada a tolerarlos.

Para integrantes de un partido joven y, principalmente, de limitadísimos recursos en un país pobre, el riesgo para nuestros viajeros era creerse merecedor a tratos diferenciados y pensar que regresando podías gozar de algún tipo de privilegio por ser dirigente partidario. Heterodoxos como éramos en lo ideológico nos cuidamos también en hacerlo en el comportamiento y creo que no caímos en la tentación.

Ayudaba mantener las relaciones interpersonales bastante horizontales, ya que así había sido desde que fundamos el PSR en noviembre de 1976. Lo normal era el trato de "tu" con prácticamente todos los dirigentes y militantes e incluso a quienes me trataban de "usted" les pedía que no lo usaran y que más bien me "tutearan", lo mismo sucedía con otros dirigentes. Como algo anedótico recuerdo un almuerzo en Pucallpa a fines de abril de 1980 en que dirigentes intermedios del Partido Comunista Peruano trataban de "usted" a Jorge del Prado, secretario general de su partido mientras se dirigían a Leonidas Rodríguez hablándole de "tu".

Aunque con varios de los dirigentes del PCP desarrollé muy buena relación personal a finales de los setenta y en la década de los 80, eran quizás los de mayores formalidades en la izquierda. Aunque debo decir que los dirigentes del Partido Comunista del Perú - Patria Roja no se les diferenciaban mucho. Quizás porque hasta comienzos de 1964 habían sido un solo partido y, aunque no siempre lo aceptaban, tenían bastante más coincidencias que lo que suponían. Pero esos serán temas que espero tocar en otras crónicas...

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