Entre los ocho o diez días finales de mayo y casi todo junio de 1978, para evitar mi detención por parte del gobierno encabezado por el general Francisco Morales Bermúdez, tuve que vivir en la clandestinidad dejando de ir a mi casa, a mi trabajo y al par de locales del Partido Socialista Revolucionario, PSR, a los que solía concurrir considerando que era el sub secretario general del partido.
Cuando inicié esa etapa de clandestinidad, estaba seguro
de que duraría más que los dos o tres días que había tenido que resguardarme anteriormente,
pero faltando menos de un mes para que se realizaran las elecciones para una
asamblea constituyente, no podía imaginar que esa clandestinidad duraría más de
cinco semanas.
CAMPAÑA ELECTORAL CON REUNIONES PROHIBIDAS
Desde el 20 de mayo el gobierno había
decretado estado de emergencia en todo el país, acompañada de la suspensión de
garantías constitucionales que incluían el derecho a reuniones… en plena campaña
electoral. Además, se había suspendido los
espacios radiales y de televisión concedidos a los partidos que participaban en
el proceso electoral. También se había prohibido la circulación de revistas y periódicos
no diarios.
Un par de días después, considerando la
convocatoria a un paro nacional de 48 horas, se instauró el toque de queda en
Lima y Callao que fue luego extendido a otros lugares del país. Indudablemente no
había condiciones para realizar la campaña electoral para ninguno de los partidos
participantes. Y esto era mucho más evidente para los partidos de izquierda
varios de cuyos principales candidatos habían sido deportados a Argentina, no
para que pasearan por las calles de Buenos Aires sino para que permanecieran
recluidos en un cuartel de la ciudad de Jujuy.
CANDIDATOS CON DEPORTACIONES PENDIENTES
La clandestinidad en la que teníamos que movernos
era particularmente necesaria para los integrantes de la Dirección Nacional del
PSR. Debíamos considerar un factor muy importante: al hacer pública la relación
de 13 deportados, el gobierno había anunciado que debido a que los generales Leonidas
Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés Palacio no habían sido localizados
mantendrían pendientes sus órdenes de deportación. Ambos no sólo eran
dirigentes nacionales del PSR sino integraban la lista de candidatos del partido
a la Asamblea Constituyente. Otros tres integrantes de nuestra lista se
hallaban ya en Jujuy. Dos de ellos, los vicealmirantes José Arce Larco y
Guillermo Faura Gaig, habían sido ministros de Marina durante el
régimen de Velasco, además de haber llegado ambos al más alto cargo de su
institución: la comandancia general.
En la llamada “segunda fase” del Gobierno
Revolucionario de la Fuerza Armada, la presión del movimiento popular -que
llegó a su máxima expresión con un paro nacional el 19 de julio de 1977- había contribuido
a que el gobierno convocara justamente a las elecciones constituyentes que se
realizarían el 18 de junio de 1978.
Morales Bermúdez había “relevado” el 29 de agosto
de 1975 al general Juan Velasco Alvarado, quien había encabezado el gobierno
desde el 3 de octubre de 1968, cuando los militares derrocaron al presidente Fernando
Belaunde Terry. Al ser evidente que el gobierno de Morales Bermúdez trataba de revertir
varias de las medidas que se habían impulsado durante la “primera fase”, comenzaron
a realizarse muchas acciones de oposición al gobierno incluyendo el ya
mencionado paro nacional.
PERSEGUIDOS DESDE EL NACIMIENTO
El anuncio de fundación del PSR, el 23 de
noviembre de 1976 puede considerase como una acción de respaldo a Velasco, considerando
que además de rescatar muchas de las medidas de su régimen, entre los firmantes
aparecían militares que habían trabajado en su gobierno y dirigentes vinculados
a organizaciones nacidas como se decía en esa época “al calor del proceso
revolucionario” (ver crónica “Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre
de 2014).
Menos de mes y medio después de la fundación del
PSR, los generales Leonidas Rodríguez, presidente del partido, y Arturo Valdés,
integrante de su comisión política, habían sido deportados (Ver
crónica “Durmiendo en camas ajenas” del 25 de julio de 2014). Al igual que otros deportados, ambos
habían regresado al país a mediados de abril, después de unos quince meses de
exilio para integrarse a la campaña
electoral para la constituyente.
El 24 de mayo, conocida la detención de los dirigentes
y candidatos que serían deportados a Jujuy, la Dirección Nacional del PSR decidió
el pase a la clandestinidad de gran parte de sus dirigentes. Como ya he
comentado en otra oportunidad, la primera noche me alojé junto con Francisco
Moncloa en una quinta en Miraflores. Fue un episodio algo accidentado. No sabíamos
que se estaba iniciando un problema de fraccionalismo que afectaba a nuestro
aparato de seguridad. Por eso, esa noche nos encontramos preocupados ya que parecía
que no estábamos ante una situación grave, sino viviendo una parodia (Ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle”
del 24 de mayo de 2013).
Teníamos mucho cuidado en nuestros desplazamientos
en esa etapa de clandestinidad, sin que por ello nos inmovilizáramos. En varias
ocasiones nos reunimos con los dos generales con orden de deportación. Incluso,
en más de una oportunidad, participé con Arturo en reuniones en que dirigentes
de otros partidos no lo reconocieron (Ver
crónica “Citas clandestinas acompañado de un desconocido” del 27 de diciembre
de 2013). E
incluso pudimos organizar el ingreso de Leonidas a Palacio de Gobierno para protestar
por su injusta persecución ante un gran número de periodistas, la mayoría representantes
de la prensa extranjera. Y, sobre todo, pudimos garantizar que Leonidas escapara
de esas instalaciones fuertemente resguardadas ante la frustración de la
policía que pensaron que ya lo tenían en sus manos (Ver crónica “Debía estar deportado y fugó en las narices de la policía” del 22 de enero de 2016).
Durante las semanas de clandestinidad participé en coordinaciones y reuniones
partidarias, así como en conversaciones con dirigentes de otros partidos y con integrantes
de la prensa nacional e internacional, tal como lo he contado extensamente en
varias de mis crónicas.
CLANDESTINIDAD Y PREOCUPACIONES MENORES
En esta oportunidad quiero ocuparme de los asuntos no políticos, de
los aspectos pedestres que había que solucionar mientras vivía ocultándome de las
acciones de la policía o de los servicios de inteligencia.
Después de
la accidentada primera noche de esta etapa de clandestinidad, en las siguientes
semanas estuve durmiendo en varios sitios distintos. Unos conseguidos por mi y
algunos asignados por Rafael -Rafo- Roncagliolo quien comenzó a centralizar algunos
de los alojamientos conseguidos por los militantes. Rafo también había
regresado del exilio el mes anterior. En esa etapa me alojé en distintos lugares
de Lima: una casa de Pueblo Libre, un departamento en San Felipe y en cuatro
momentos distintos en dos lugares de Santa Beatriz.
En
clandestinidad no sólo tenía que preocuparme por dónde iba a dormir en la
noche, también dónde podía dejar el Volkswagen en que me movilizaba sin que
corriera riesgo que me lo robaran. Y si en algunos casos podía estacionar muy
cerca del departamento o casa donde me alojaría, considerando que era zona
segura y había espacio suficiente, en otros tenía que dejarlo a cuatro o cinco
cuadras de distancia. Incluso en algún caso, tuve que parar por unos minutos
para subir apresuradamente mi equipaje al departamento donde me iba a alojar en
los siguientes días y bajar para llevar el auto a varias cuadras de distancia y
evitar caminar medio kilómetro por calles solitarias con un maletín que podía
ser atractivo para algún ladronzuelo.
En las oportunidades que iba a cambiar de
alojamiento, es decir que dejaba una casa en la mañana y llegaba a otra en la
noche, debía tener especial cuidado con mi maletín. No podía dejarlo a la vista
en ningún asiento sino guardarlo en la maletera que en los Volkswagen eran
bastante vulnerables. Tenía entonces que escoger con especial cuidado los lugares
de estacionamiento…
MUY POCOS ENCUENTROS FAMILIARES
Y ya que estoy refiriéndome a maletín, debía
ser muy reducido para que no resultara incómodo para trasladar. Tenía que incluir
detergente para lavar algo de ropa, cuando era posible en el lugar en que me
alojaba. Las cuatro o cinco oportunidades que me encontré con mi esposa Ana
María, además de largas conversaciones mientras dábamos vueltas en el auto, me
alcanzó mudas limpias. En las tres veces que también nos vimos con mis hijos, no
hubo intercambio de ropa. Aunque no lo hablamos, creo que inconscientemente ambos
considerábamos que esas ocasiones tenían que ser sólo encuentros familiares. En
esas reuniones en parques de Pueblo Libre, con un hijo de cuatro años y una
hija que en esos días cumplió tres, nos olvidábamos de todo para jugar y
conversar con la felicidad de saber que la familia estaba completa. No sabíamos
todavía que en realidad se completaría en menos de ocho meses, ya que otra hija
estaba en camino...
Los encuentros con Ana María también servían
para que me pasara dinero. En 1978 no había tarjetas de crédito o débito,
tampoco cajeros automáticos. Creo que a ella le depositaban su sueldo en nuestra
cuenta de ahorros, mientras que en mi caso me pagaban quincenalmente con cheques.
Ella recogía mis cheques, los depositaba en nuestra cuenta y sacaba el efectivo
para los gastos de la casa, sus gastos y los míos… Vivir como yo lo hacía en
esas semanas generaba más gastos, no sólo en alimentación y cafés múltiples,
sino en gasolina y playas de estacionamiento. Y algunos imprevistos, como cuando
el corte de agua en una de las casas que me alojé me obligaron a usar un local
de baños públicos en Magdalena, servicio que había utilizado más de una década
antes, en la ciudad de Huancayo en 1961 y un par de veces en Madrid en 1964 (Ver crónica
"Llegué a Madrid con ocho dólares" del 19 de julio de 2013).
Cuando no había desayuno en la casa en que
pasaba la noche, optaba por uno muy franciscano y nutritivo. Compraba en
cualquier panadería tres o cuatro panes franceses y 100 gramos de jamón y -si
encontraba- una botella de leche que tomaba a pico. No me preocupaba no tomar algo
caliente, ya que durante el día tomaría bastantes cafés. Los almuerzos eran
menús económicos en algún restaurante de barrio o en algún mercado como el
Lobatón en Lince. A veces la comida era sólo algún sánguche en alguna cafetería
Trataba de hablar todos los días con mi esposa.
La llamaba a su oficina, ya que no teníamos teléfono en casa. Lo habíamos
solicitado casi cinco años antes, pero faltaban aun más de 10 años para que lo
instalaran. Debía recurrir a teléfonos públicos, aunque en algunas zonas eran difíciles
de conseguir.
HORAS DE ABURRIMIENTO Y DE TENSIÓN
Como las casas donde me alojaba en esos días
eran sólo para dormir, lo más difícil en esas semanas eran los momentos “muertos”
cuando no había reuniones o conversaciones. De las 16 o 17 horas que estaba en
la calle, había días que sólo tenía un par de horas ocupadas. Opté por realizar
largas caminatas por zonas donde era difícil encontrarme con algún conocido.
Estacionaba el Volkswagen
cerca del Mercado Central, tenía el tiempo de sobra para esperar que se desocupara
algún sitio allí. Y comenzaba largas caminatas por el Barrio Chino, Barrios
Altos y Mesa Redonda. O encontraba alguna cochera cerca de la Plaza de Armas y
caminaba por los alrededores para ver los cambios que se habían producido con
la construcción de la Vía de Evitamiento y un viaducto desde el puente de
Piedra hasta la avenida Tacna. Hasta 1961 prácticamente todos los días pasaba por
el puente, ya que vivía un par de cuadras más allá, en el Rímac. Justamente
esos paseos de reconocimiento me sirvieron para tener muy claro el rumbo que
debía seguir Leonidas el día que se esfumó después de protestar en el propio
Palacio de Gobierno.
Así como había muchas horas de aburrimiento
que lo disipaba con extensas caminatas, también hubo algunas de intranquilidad.
Básicamente cuando alguien no acudía a una cita pactada. Nunca hubo en esa etapa
nada grave, generalmente sólo algún problema que había motivado minutos de
retraso. Después de esperar un máximo de cinco minutos, se abandonaba rápidamente
el lugar. Teníamos algunos mecanismos para retomar el contacto, como encontrarse
una hora después en un punto relativamente cercano. Sin embargo, en algunos
casos el contacto se retomaba en el mismo punto 24 horas después. No recuerdo en
qué casos se utilizaba una reconexión tan larga, pero sí la tensión que más de
uno de nosotros tuvo cuando tuvo que esperar todo un día hasta comprobar
felizmente que nada grave había ocurrido.
Las exitosas reuniones de la dirigencia
partidaria, las acciones que fueron destacadas en periódicos de varios países, la
satisfacción por acuerdos conseguidos, son la demostración que se pueden
alcanzar logros en circunstancias tan difíciles como la clandestinidad. En esta
ocasión he querido mostrar también las otras actividades que se realizaban silenciosamente,
pero sin las cuales no se hubiese conseguido ningún logro.
Mi querido Alfredo te sigo leyendo, un fuerte abrazo.
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