El 19 de junio de 1988, cerca de las ocho de la noche, distinguí atravesando la entrada del hotel a Alfonso Barrantes, ex alcalde de Lima y el más significativo líder de Izquierda Unida, IU, frente que varios partidos habíamos fundado en septiembre de 1980 (Ver crónica “Izquierda: encuentros y desencuentros” del 20 de febrero de 2015). Llegaba a alojarse en el Stadt Hotel donde estaba yo ya instalado desde cuatro horas antes. Me acerqué a saludarlo y, como estaba cansadísimo por el viaje, quedamos en encontrarnos al día siguiente en el comedor para desayunar. En esos momentos yo era secretario general de uno los partidos de IU: el Partido Socialista Revolucionario, PSR.
Mi viaje había sido más largo pues había volado hasta
Moscú y desde allí en otro vuelo a Berlín. Pero en la capital de la en ese
momento existente, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, más conocida como Unión Soviética, había
dormido en el hotel del aeropuerto. Al momento de cruzarme con Barrantes había
disfrutado varias horas de sueño tranquilo y estaba adaptándome al horario
europeo. Por esa razón desde mi llegada ya había conversado con varios peruanos
que por razones de estudios se encontraban en la capital alemana, la mayoría
integrantes de IU y algunos de ellos militantes del PSR.
Cuando me encontré con Barrantes estaba esperando a
Federico Infante, Chachi, quién estudiaba un postgrado en la ciudad y era uno
de los responsables del PSR en Europa. Con él y José Zapata, tercer secretario
de la embajada peruana en la RDA, hablamos un buen rato sobre la situación
política y cómo el terrorismo estaba cada vez causando más estragos en el país
y poniendo en peligro nuestra democracia y sus débiles instituciones. Les
comenté que un par de meses atrás se había formado en el Senado una comisión
especial sobre las causas de la violencia y alternativas de pacificación
nacional presidida por Enrique Bernales, quien me había precedido como
secretario general del PSR. Por lo que había conversado con él y algunos de sus
colaboradores, iban a estudiar no sólo las pérdidas humanas sufridas por el
Perú sino también los daños materiales desde 1980 a junio de 1988. Meses
después, cuando esa comisión -ya conocida como la comisión Bernales- presentó su
informe señaló que hubo 11305 muertos entre civiles, militares y policías y
subversivos y 10 mil millones de dólares en pérdidas materiales (Ver crónica
"Setiembre tenso” del 27 de setiembre de 2018). Posteriormente, en agosto del 2003, la Comisión de la Verdad y
Reconciliación después de dos años de trabajo, presentó cifras incluso bastante
más imponentes.
CONVERSACIÓN EN BERLÍN
SOBRE DETENCIÓN DE TERRORISTA
Comentamos también en esa
conversación, una noticia que había alcanzado días antes las primeras planas de
todos los periódicos del Perú: la detención de Osmán Morote Barrionuevo, uno de
los hombres más buscado por la policía desde el inicio de las actividades
subversivas de Sendero Luminoso. En los meses previos se había ofrecido a
través de la radio y la televisión y también en periódicos y revistas, una recompensa
económica a quién diera datos que ayudaran a su captura. Era un fortísimo golpe
al terrorismo, considerando que distintos análisis políticos publicados señalaban
que Morote sería el número dos de Sendero y jugaba un importante papel de apoyo
a Abimael Guzmán, pero que también era el responsable militar del accionar
senderista. Agustín Mantilla, viceministro del Interior desde el inicio del gobierno
de Alan García en julio de 1985 y que luego sería su ministro del Interior fue
el encargado de informar sobre la detención.
En las fotos que la
prensa mostró sobre la detención del dirigente senderista, vi que no había
cambiado mucho en relación con el rostro que yo recordaba. Veinticinco años
atrás -en 1963- cuando conocí a Morote tendría unos 18 años. Era un joven más
bien callado al que no se le notaba dotes de liderazgo. Era hijo del notable
intelectual ayacuchano Efraín Morote Best que en esa época era el rector de la
Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Yo en ese tiempo era militante
del Partido Demócrata Cristiano y estaba realizando trabajo político en Ayacucho.
Aunque nunca conversé con él, lo conocía de vista al coincidir en algunas aulas
de clase y verlo desplazarse por los recintos universitarios cercanos a la
plaza de armas de la ciudad, tal como me pasó con el propio Abimael Guzmán (Ver
crónica “Gonzalo se llamaba Álvaro” del 28 de septiembre de 2021).
Al
día siguiente, cuando estábamos acabando de desayunar, hablamos con Barrantes
sobre la importancia de la detención de Morote. Al momento de levantarnos para
salir del comedor, Alfonso me dijo que teníamos que conversar sobre eso en los
próximos días. Y, ante mi cara de interrogación, añadió algo así como qué
intentara imaginar lo que hubiese pasado si la importante captura se hubiera
producido en un gobierno nuestro, asumiendo que en diversas encuestas se
señalaba la posibilidad que IU ganara las elecciones presidenciales de 1990 con
Barrantes como candidato presidencial. En ese momento llegaron los funcionarios
alemanes que nos acompañarían a la reunión internacional en la que
participaríamos.
NO
SABÍAMOS QUE DESAPARECERÍA EL PAÍS QUE VISITÁBAMOS
Estábamos en la capital de la República Democrática Alemana, RDA.
Ninguno de los dos podía imaginar que el país donde nos encontrábamos
desaparecería poco después de dos años, el 3 de octubre de 1990, ni que antes
de un año y medio caería el muro que dividía desde cerca de treinta años esa ciudad
con Berlín Oeste (Ver crónica “El muro de Berlín y la unificación alemana” del 30 de octubre de 2019). En
esos momentos no sólo para Alfonso y para mí todo eso era impensable, tampoco
los más optimistas sectores de la República Federal de Alemania o los más
pesimistas sectores de la RDA, podían sospecharlo.
Ambos estábamos invitados a participar en el Encuentro Internacional
por Zonas Libres de Armas Nucleares. Al salir del hotel nos dirigimos al
Palacio de la República donde se realizaría ese evento. En el discurso
inaugural, el presidente de la RDA Erich Honecker resaltó que la reunión se
realizara en suelo alemán justamente de donde habían brotado las dos guerras más
devastadoras de la historia. El mensaje enviado por nuestro compatriota Javier
Pérez de Cuéllar, en esa época secretario general de la Organización de las
Naciones Unidas, ONU, destacó que la ciudad de Berlín conocía muy bien los
horrores de la guerra y que su reconstrucción y prosperidad representaban el
triunfo de la humanidad por superar grandes obstáculos.
Se trataba de una reunión imponente.
Más de mil quinientas personas procedentes de más de ciento diez países del
mundo. Ochenta y tantos presidentes de Estado o de
Gobierno habían enviado delegados. Había ministros y parlamentarios. También juristas,
científicos y académicos. Igualmente, representantes de organismos
internacionales tan diversos como la ONU, el Consejo Mundial de Iglesias, el Comité
Olímpico Internacional y la Liga Árabe. Representantes de partidos social demócratas,
socialistas, comunistas, ecologistas, obreros, liberales y de otras
denominaciones, así como delegados de organismos sindicales, de movimientos
feministas y de juventud, participaron igualmente,
delegados de algunas iglesias y círculos religiosos.
UN PAÍS AÚN MÁS GRANDE
TAMBIÉN DESAPARECERÍA
Como es evidente, el tema del Encuentro interesaba fundamentalmente a
los países europeos, particularmente a los ubicados en el centro de Europa.
Pasados más de treinta años, hay que recordar que estábamos viviendo los años
finales de la guerra fría que enfrentaba desde los años cincuenta a los Estados
Unidos de América y a la URSS. El “descongelamiento” se había iniciado en
Ginebra en noviembre de 1985 cuando se reunieron por primera vez Mijail
Gorbachov, nuevo secretario general del Partido Comunista de la URSS y el presidente estadounidense, Ronald Reagan. Y aunque
no estaba previsto que la “guerra fría” terminaría de esa manera, acabó cuando en
1991 se produjo la disolución de la URSS.
En el Encuentro Internacional, varios países europeos tuvieron muchas
decenas de delegados. Considerando el tema central, eran pocos los invitados
latinoamericanos. Del Perú los únicos que llegamos fuimos Alfonso y yo. Un
tercer participante, como delegado del presidente de la república del Perú, fue
Ricardo Walter Stubbs, embajador de nuestro país en la RDA. Hasta donde me
acuerdo, era un diplomático muy preparado y de trato muy cordial. Sin embargo,
me intrigó sentirlo un poco cortado frente a otros embajadores en algunas de
las recepciones de esos días. No tardé mucho en conocer la razón de la
incomodidad de Stubbs: ya se había despedido de sus colegas después que la
cancillería le comunicó su traslado a Lima, al cumplirse el tiempo de su
gestión. Sin embargo, su salida de Berlín no se había concretado debido a que
no habían llegado los fondos para financiar su viaje. Ese hecho era una
demostración de la grave situación económica por la que pasaba el servicio
exterior del Perú. En esos años, en que tuve ocasión de hacer varios viajes, en
conversaciones informales con algunos diplomáticos,
pude conocer que estaban en desventaja con colegas de otros países para
afrontar sus gastos personales.
Terminado el evento internacional, en los tres días siguientes, tuve
algunas conversaciones con integrantes del departamento de relaciones
internacionales del comité central del Partido Socialista Unificado Alemán,
PSUA. Y también coordiné algunas reuniones para Barrantes -en algunos casos en
almuerzos o cenas- con diplomáticos que habían estado en años anteriores en el
Perú. Además, tuvimos una conversación con jóvenes militantes o simpatizantes
de IU.
LAS PREOCUPACIONES DE BARRANTES
Aprovechábamos el buen
tiempo de los últimos días de primavera, y entre reunión y reunión varias veces
conversamos extensamente con Alfonso, mientras recorríamos las calles
cercanas a Alexanderplatz. En una de esas caminatas, Alfonso volvió al
tema del primer desayuno en Berlín y me preguntó qué podía pasar cuando un gobierno
tiene que defenderse y dentro de sus filas hay sectores que no están seguros de
hacerlo. Qué pasa con quienes no están convencidos que el camino democrático es
el que nos va a permitir hacer las grandes transformaciones para el país, señalaba
Alfonso y añadía qué pasa cuando se condena el uso de la violencia terrorista,
pero no se está dispuesto a desechar la violencia como método incluso cuando se
ha conseguido democráticamente ganar las elecciones. Esa era su preocupación en
momentos que se consideraba que su candidatura podía resultar triunfante en las
elecciones de 1990.
En esos momentos no se lo
dije, pero para mí era claro que su alejamiento de la presidencia de IU un año
antes, tenía que ver con el hecho que había diferentes posiciones en el frente
que podían soslayarse mientras se fuera oposición a un gobierno derechista, como
el encabezado por Fernando Belaunde Terry, o a un gobierno de creciente
incapacidad para conducir económicamente al país, como el de presidente Alan
García, pero no podía haber matices significativos para gobernar. De ganar las
elecciones del 90, toda IU debía tener clara la defensa irrestricta de la
democracia y la posibilidad de un manejo responsable de la economía qua
significa darle fortaleza al Estado, pero sin buscar que funcionen estatizaciones
en todos los campos.
Estas preocupaciones de
Alfonso coincidían con las que había hecho públicas el PSR no sólo en
documentos partidarios y declaraciones mías, sino principalmente a través de
planteamientos expresadas en el Parlamento por nuestro senador Enrique Bernales
y nuestro diputado Fernando Sánchez Albavera.
BARRANTES QUERÍA
GARANTIZAR GOBERNABILIDAD
Sentí un Barrantes
preocupado ante la posibilidad -según todas las encuestas- de convertirse en
presidente de la república y no tener un sólido equipo de gobierno, debido a
discrepancias de fondo entre los partidos integrantes el frente. También noté
que la preocupación tenía al líder izquierdista en una tensión permanente. Incluso
hizo referencia a que una de las razones para renunciar a la presidencia de IU fue
evitar un enfrentamiento con el Partido Comunista Peruano, PCP, al que
consideraba muy importante debido a la presencia mayoritaria en la conducción
de la Confederación General de Trabajadores del Perú, CGTP, organización cuya respaldo
le resultaba indispensable de llegar al gobierno, además de lo que el PCP podía
aportar en tareas organizativas. Pero así como tenía claro que debía hacer
esfuerzos para contar con determinada organización política, también estaba
convencido que habían otras con las que no se debía contar, que era importante
que no estuvieran dentro de IU…
Por otro lado, esas
charlas en Berlín me reafirmaron en lo que pensé cuando meses antes Alfonso había
insistido en ser invitado a un evento en Moscú y que interpreté como una forma
de relacionarse con el PCP básicamente por su bases sindicales (Ver crónica
“Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017). Eso, así como su forma de
pensar sobre los distintos partidos de IU, me llevaron a la conclusión de que
Alfonso esperaba un deslinde claro con los sectores que consideraba ultraizquierdistas
en el Primer Congreso Nacional de IU previsto para finales de ese año y que
finalmente se realizaría en enero del año siguiente y que terminaría con la
ruptura del frente y meses después con una candidatura de Alfonso desligado de
IU. Pero todo eso es ya otra historia (Ver crónica “Cuando la unidad no fue posible” del 29 de enero de 2019)…
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