Aunque la República
Democrática Alemana fue oficialmente disuelta el 3 de octubre de 1990 cuando los
territorios que la integraban se transformaron en estados que pasaron a formar
parte de la República Federal Alemana, lo más simbólico sobre ella había
ocurrido menos de un año antes, la noche del 9 de noviembre de 1989, cuando el
muro de Berlín dejó de impedir el cruce de ciudadanos de la RDA a Berlín
Occidental, enclave de la RFA en territorio germano oriental o cuando, como
dirían los titulares periodísticos en todo el mundo: “Cayó el muro de Berlín”.
Esa noche cuando ya
era evidente que la RDA no podía frenar la migración de sus ciudadanos hacía la
“otra” Alemania, iniciada meses atrás, a través de otros países como Hungría y
principalmente Checoslovaquia, en medio de tensiones del debilitado gobierno
comunista germano oriental por la difícil búsqueda de una fórmula de autorizar
la salida de sus ciudadanos hacia la RFA sin aparecer perdiendo autoridad, el
vocero del gobierno en una conferencia de prensa adelantó confusamente que iban
a dar una solución que implementaría la libre salida eliminando los trámites
fronterizos.
EL
MURO COMENZÓ A DERRUMBARSE
En realidad se
pensaba ajustar el dispositivo para ponerlo en práctica 24 horas después, pero
se dio la impresión que la medida ya estaba vigente. Por eso apenas se filtró
la noticia, miles de berlineses orientales se agolparon frente los puestos de
control fronterizo ubicados en el muro, sobrepasando la capacidad de los
guardias. En número insuficiente, sin ninguna directiva precisa ni preparación
para afrontar el despliegue de personas movilizadas, tuvieron que permitir el
paso. Al otro lado del muro, primero cientos y luego miles de berlineses
occidentales, recibían a los que llegaban entre aplausos, gritos de aliento que
se convirtieron en fuertes abrazos, en risas combinadas con llantos de
felicidad y gritos eufóricos. Paralelamente, en ambos lados, se comenzó a
derribar el muro…
Aunque yo había
estado en Berlín Este en febrero de 1989, no podía decir que imaginaba que algo
así ocurriría sólo ocho meses después, pero tampoco afirmar que tal suceso era
impensable. Mirando el muro en esa ocasión recordé que en los últimos
veinticinco años había estado en Berlín Este en seis oportunidades, cinco de
las cuales había ingresado por Schönefeld, el aeropuerto de la
ciudad. Desde Berlín Occidental había ingresado una vez y en otra ocasión no
pude hacerlo. Conforme pasaron los años tuve distintas sensaciones y casi
llegué al convencimiento que la insólita situación de una ciudad dividida podía
durar muchos años más.
EL
DERRUMBE DE LA ÓRBITA SOVIÉTICA
Y he dicho “casi”
porque tenía la seguridad que las transformaciones iniciadas a mediados de
la década de los ochenta en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
con el liderazgo de
Mijail Gorbachov, secretario general del comité central del Partido Comunista
de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, tendrían impensadas
consecuencias. Uno de los cambios muy significativo especialmente para la RDA
era que la URSS ya no resguardaría políticamente -mucho menos con sus armas- a
los gobiernos de sus países aliados renuentes a aceptar las demandas de
libertad política que se habían comenzado a producir.
Hace treinta años. con la caída del muro de Berlín, símbolo de la
guerra fría y también tangible muestra de la división entre el mundo occidental
liderado por los Estados Unidos de América, EEUU, y los países del Este
liderados por la URSS, ocurrió lo que hasta poco antes parecía muy difícil: el
desmoronamiento del denominado bloque soviético.
Considerando como antecedente que en Polonia el sindicato
independiente Solidaridad había desplazado dos meses y medio antes de la
conducción del país al partido comunista llamado Partido Obrero Unificado
Polaco, POUP, y convocado a elecciones para mayo de 1990 y teniendo como telón
de fondo los cambios impulsados por Gorbachov en la URSS, fue un cortísimo período
que transcurrió entre la caída del muro y la desaparición de la RDA. A esa
etapa algunos la denominaron “El Otoño de las Naciones” ya que aparte de lo
ocurrido en Polonia y con la RDA, entre la segunda mitad de 1989 y la primera
de 1990 cayeron los regímenes comunistas en Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría y
Rumanía, país en que incluso su máximo líder fue fusilado (Ver crónica "Vi a Ceausescu un mes antes que fuera fusilado” del 23 de marzo de 2016). Y además, no en otoño sino en los
primeros días de invierno, a finales de diciembre de 1991, desapareció la URSS…
LOS PRIMEROS AÑOS: UNA CIUDAD
SOMBRÍA
Pero retrocedamos a
1964. Como ya lo he relatado anteriormente (Ver crónica “Llegué a 20 países europeos, estuve en 23” del 24 de abril de 2015),
en mi primer viaje a Europa participé en un seminario con otros veinticuatro dirigentes
demócratas cristianos latinoamericanos en la República Federal Alemana. A fines
de setiembre de 1964 llegamos a Berlín occidental y luego de algunos días de
actividades, nos programaron una tarde para que visitáramos el otro Berlín, que
además era la capital de la RDA. Llegamos por el tren subterráneo -administrado por la
RDA- que era el único
transporte colectivo que seguía
uniendo las dos partes en que estaba dividida la ciudad, desde que se construyó el muro en agosto de 1961. En esa ocasión quedé impactado por
la imagen de desolación que proyectaba la ciudad que parecía recientemente
evacuada porque prácticamente no se encontraban personas en las calles, las
pequeñas tiendas que vimos lucían vacías y prácticamente nuestros pasos eran lo
único que rompía el silencio. Comparada con Berlín Occidental y con cualquier
capital europea que en ese viaje conocí, el contraste era notorio, como el día
y la noche.
Cinco años después, en
diciembre de 1969 en una segunda visita a Berlín occidental también integrando
una delegación de demócratas cristianos latinoamericanos que realizaba un seminario en la RFA se planificó una visita
al otro Berlín, a Berlín Este o Berlín Oriental como en esa época se decía.
Éramos un grupo de siete u ocho y al igual que la primera vez, nos bajamos del
tren en una estación donde estaba instalado el control fronterizo antes de
subir las escaleras hacia la superficie. Hicimos nuestra cola y los primeros del grupo fueron
admitidos, luego de entregar sus pasaportes para una minuciosa revisión y ser
observados por los ojos escrutadores de los guardias en tenso silencio. Sin
embargo, algo raro pasó con un guatemalteco que estaba antes que yo. Nunca
supimos la razón -quizás algún gesto de nerviosismo mal interpretado- pero el
guardia le indicó con gestos que no iba a ingresar y le señaló el lugar de embarque
de la misma línea subterránea en que había arribado. Y de paso hizo lo mismo
conmigo que era el último del grupo y cerró la atención. Por esa razón no tuve
ocasión de comparar las diferencias que podrían haberse producido en la ciudad
desde mi visita en 1964.
ENCONTRÉ UN
DESLUMBRANTE BERLÍN ESTE
Varios años más tarde
regresé a Berlín Este. Fue en noviembre de 1977 integrando una delegación del Partido
Socialista Revolucionario -que aún no cumplía un año de fundado- acompañando a los
generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés Palacio dos de los
generales que habían cumplido importante papel en el gobierno revolucionario de
la Fuerza Armada encabezado por Juan Velasco Alvarado, y que se encontraban
deportados en México desde enero de ese año. Éramos fundadores del PSR. En esa
ocasión no hubo ningún paso subterráneo sino llegamos en un vuelo que nos llevaba
desde Suecia. Fue oportunidad para olvidarme de la imagen de desolación que me
impresionó en mi primera visita a Berlín.
Esa visita y la que
realicé -también con Leonidas Rodríguez- año y medio después en marzo de 1979,
me mostraron una ciudad totalmente distinta (ver crónica "Copa, café y puro en Madrid, Berlín y... Dresden" del 15 de diciembre de 2012). Sentí que me
encontraba en una ciudad similar a cualquier otra capital europea. No solamente
por la presencia de personas y vehículos sino también por la iluminación de sus
calles y parques públicos así como lo destacado de sus monumentos marcaron una
diferencia con la sombría ciudad que recordaba. Adicionalmente, la imponente
torre de televisión de más de 300 metros –inaugurada justamente en 1969- era
visible desde cualquier punto de la ciudad y por cierto también desde el otro
Berlín. Desde esa torre, mientras comíamos en un restaurante giratorio situado a poco más de doscientos
metros de altura, tuve oportunidad de ver la ciudad completa, es decir los dos Berlín, durante unos 45
minutos que tardaba la vuelta.
Pero además ya desde
esos años, sucedía algo que pude comprobar en 1987 cuando estuve de paso por
pocos días y un año después en la segunda quincena de junio de 1988 cuando
participé en una conferencia internacional con Alfonso Barrantes. Berlín Este
era ya una ciudad cosmopolita en la que además de numerosos turistas de los
países del este europeo, había presencia visible de militares británicos,
franceses y estadounidenses luciendo sus uniformes paseando tranquilamente
por las calles. Recuerdo que mientras caminábamos una tarde por las calles
cercanas a Alexanderplatz, haciendo tiempo para ir a una reunión con estudiantes peruanos, vimos a esos uniformados ingresando en grupos a elegantes restaurantes. Alfonso comentó socarronamente que al momento de comer no había "guerra fría" para esos militares ya que aprovechaban de la buena comida alemana a precios bastante más bajos que en Berlín occidental.
Contingentes de Gran Bretaña, Francia y los EEUU estaban instalados en Berlín occidental desde el final de la segunda guerra mundial, luego que junto con la Unión Soviética se repartieron el territorio y la capital de Alemania derrotada en esa guerra. En la parte soviética se instaló la RDA y en la de los otros tres la RFA. Berlín quedaba en territorio de la RDA y su zona oriental bajo control soviético y era la capital de ese país. El lado occidental bajo control de los otros tres países había sido cercado por el muro y se comunicaba con la RFA por un corredor aéreo y otro para vehículos. Los militares que habíamos visto con Alfonso pertenecían a las tropas instaladas en Berlín occidental.
Contingentes de Gran Bretaña, Francia y los EEUU estaban instalados en Berlín occidental desde el final de la segunda guerra mundial, luego que junto con la Unión Soviética se repartieron el territorio y la capital de Alemania derrotada en esa guerra. En la parte soviética se instaló la RDA y en la de los otros tres la RFA. Berlín quedaba en territorio de la RDA y su zona oriental bajo control soviético y era la capital de ese país. El lado occidental bajo control de los otros tres países había sido cercado por el muro y se comunicaba con la RFA por un corredor aéreo y otro para vehículos. Los militares que habíamos visto con Alfonso pertenecían a las tropas instaladas en Berlín occidental.
EL MURO SIEMPRE ENSOMBRECIÓ LOS LOGROS DE LA RDA
Justamente en la reunión con los peruanos -que organizó Federico Infante, residente en Berlín Este y uno de los responsables del PSR en Europa- comentamos la presencia de los militares occidentales y nos dijeron que también se aprovechaban que ellos sí podían cruzar el muro. El comentario hacía referencia al hecho que mientras residentes en Berlín occidental podían pasar a Berlín Este, a los ciudadanos de esta ciudad y de la RDA en general se les tenía prohibido cruzar el muro.
Es que hay que tener en
cuenta que era distinto estar de visita, más aun como invitado y otra cosa vivir
en la ciudad. De hecho sobre la necesidad del muro se podían escuchar
inteligentes explicaciones, aunque siempre los interlocutores sentían que no
lograban un convencimiento pleno. Pero ocurría algo muy distinto con los
estudiantes peruanos que compartían salones de clase con estudiantes alemanes y
habían desarrollado lazos de amistad con ellos e incluso con sus familias.
Podían observar estos jóvenes peruanos que el muro era un punto esencial en las
demandas de la población. Había casos de familias que por vivir en distintos
barrios separados del antiguo Berlín habían resultado separadas durante décadas
por el muro. Como resultaba más fácil para los habitantes de la RFA no
berlineses ingresar a Berlín está situación de impotencia por no poder
movilizarse algunos cientos de metros para reencuentros familiares se vivía
todos los días. De hecho miles de berlineses que vivían cerca del muro sabían
no podían cruzar.
La demanda por la
desaparición del muro -o las restricciones para cruzarlo- estaba presente en
las mentes de los berlineses y tenía más fuerza que el evidente crecimiento logrado
por el país que incluso significó que la RDA durante algunos años fuese
considerada como la décima potencia Industrial del mundo o qué el régimen
hubiese logrado realizar con éxito un plan de viviendas que prácticamente había
solucionado el problema habitacional en todo el país.
TODOS SE SENTÍAN PARTE
DE UNA MISMA NACIÓN
Tuve ocasión de tratar,
justamente en febrero de 1989, con una familia germano peruana establecida
durante décadas en Berlín Este. Aunque la esposa peruana -emparentada con uno
de mis cuñados- y alguno de sus hijos habían viajado al Perú, no podían pasar a
Berlín Occidental donde vivía una hija casada. Felizmente ésta y su esposo sí
podían ingresar, no recuerdo por qué especial situación migratoria, pero conocían
cientos de casos que tales visitas no podían concretarse. De la conversación entre
suegro y yerno -en español- pude darme cuenta que ambos se sentían habitantes
de una ciudad artificialmente dividida y la preferían reunificada, bajo el
liderazgo de la RDA en un caso y de la RFA en el otro. Ninguno de los reunidos
en esa casa podía pensar que esteba tan próxima la reunificación y estoy seguro
que cuando se produjo ya poco le importaba al suegro que fuera a través de la integración
a la RFA.
Algo de esto lo había
conversado diez años antes con amigos chilenos que vivían en el exilio (ver crónica “Pisco sour sí, pero con pisco chileno” del 16 de febrero de 2013) que recordaban que en junio del año anterior como las ocho o nueve de
la noche sintieron vivas en los edificios y algunos momentos verdaderos
estallidos de celebración. No supieron de qué se trataba hasta que alguien les
habló que se estaba jugando la Copa Mundial de Fútbol en Argentina. Aunque en
esa época la difusión no era tan amplia como en la actualidad, los amigos
chilenos entendieron que a los berlineses les gustara ver el fútbol por
televisión, pero les extrañaba la euforia considerando que la selección de la
RDA no había clasificado. No tardaron en caer en cuenta que los gritos de
celebración coincidían con los momentos que se había producido goles de la
selección… de la RFA.
Válgame lo ocurrido con el fútbol para decir que los sentimientos de
pertenencia de los pueblos, la mayoría de las veces trasciende a los trazados
por sus autoridades.
Muy interesante todos tus comentarios,no habia prestado atencion que se podia comentar.. sigue.......
ResponderBorrarGran abrazo H.L.V.S.