En los primeros días de diciembre de 1989 en una recepción
en la residencia de alguna embajada, conversamos con un pequeño grupo de
dirigentes del Partido Comunista Peruano y Eneida, funcionaria de la embajada
cubana, quien desde hacía casi 20 años venía por temporadas a reemplazar al
agregado político cuando salía de vacaciones. Los agregados fueron cambiando,
pero el reemplazo siempre era ella. Yo tenía muy pocos días de haber regresado a
Lima después de haber asistido, entre el 20 y 24 de noviembre, al XIV Congreso
del Partido Comunista Rumano, PCR, en Bucarest. Me preguntaron sobre el
congreso y la situación política rumana. Quedaron muy sorprendidos por mi
respuesta.
Les dije que el congreso había sido absolutamente
monocorde, con unanimidad en todas las decisiones, un total “culto a la
personalidad” en relación al presidente de la República Socialista de Rumanía Nicolae
Ceausescu, quien había sido reelegido como secretario general, cargo que venía
ejerciendo desde 1965. Sobre la situación política mi respuesta fue tajante:
“No creo que el régimen dure más de tres meses…”. No sospechaba en esos
momentos que Ceausescu duraría muchísimo menos.
LAS REFORMAS DE GORBACHOV
La caída rápida de ese régimen no estaba en la
cabeza de mis interlocutores. Aunque a fines de 1989 se habían producido importantísimos
cambios en Europa Oriental, ya que se atravesaba en los entonces llamados
“países socialistas” integrantes del Pacto de Varsovia, lo que algunos han
denominado como “El otoño de las naciones”, se consideraba que el régimen
rumano era más sólido que otros.
De alguna manera puede considerarse el inicio de
tal etapa, los pasos reformistas que la entonces Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas inició a mediados de los años 80 con el acceso al poder de Mijail
Gorbachov como secretario general del comité central del Partido Comunista de
la URSS, primero, y luego a la conducción del Estado. Este líder, encabezando
una nueva generación de dirigentes soviéticos, implantó la apertura o
transparencia política, conocida como “glasnost” e inició la reestructuración
económica o “perestroika”. De hecho hubo debates en la hasta entonces monocorde
prensa soviética y hasta elecciones con varios candidatos para cada puesto. Y
los cambios iniciados a la postre significaron la desaparición de la Unión
Soviética al finalizar el año 1991.
Acostumbrados durante décadas al liderazgo
soviético, los gobiernos rígidos de los llamados “países socialistas” quedaron
descolocados, entre otras cosas porque los nuevos vientos reformistas incluían
que la URSS ya no defendería políticamente ni menos con sus armas, a gobiernos
reacios a aceptar las crecientes demandas de libertad política.
“EL OTOÑO DE LAS NACIONES”
En Polonia, la crisis del partido comunista
llamado Partido Obrero Unificado Polaco, POUP, había comenzado antes con intensos
movimientos obreros de oposición al régimen que culminaron con el nacimiento
del sindicato independiente Solidaridad bajo el liderazgo del electricista y dirigente
obrero Lech Walesa. Después de casi una década de movilizaciones, huelgas,
detenciones y represión, a fines de agosto de 1989, la presión del sindicato
Solidaridad sumada a la de algunos líderes reformistas del POUP propició el fin
del régimen y el surgimiento en Polonia del primer gobierno no comunista que
convocó a elecciones para mayo de 1990 en que resultaría elegido presidente el mencionado
Lech Walesa.
En Hungría los nuevos dirigentes reformistas del partido
comunista, llamado Partido Socialista Obrero Húngaro había impulsado reformas
económicas, primero, y luego reformas políticas llegando a aprobarse en octubre
de 1989 el multipartidismo para las elecciones de mayo de 1990 donde resultaría
elegido el primer gobernante no comunista en 40 años. Pero antes, en mayo del
89, los reformistas habían conseguido la rehabilitación pública de la sublevación
antisoviética fuertemente reprimida en 1956, así como la realización
multitudinaria de un funeral de estado a Imre Nagy, líder de esa protesta que
fue condenado a muerte y ejecutado en 1958.
Días antes, entre el 9 y 10 de noviembre había caído
el Muro de Berlín que dividía esa ciudad permitiendo el ingreso de ciudadanos
de la República Democrática Alemana a Berlín Occidental. Durante varios meses
se había producido la fuga de alemanes del este hacia la República Federal
Alemana utilizando países vecinos como Hungría y Checoslovaquia. El otrora
hombre fuerte de Alemania del este, Erich Honecker, ya había renunciado y su
sucesor no duraría mucho en medio de una crisis política que culminó el 3 de
octubre del año siguiente con la desaparición de la RDA y la integración de sus
cinco estados a la República Federal Alemana.
Como consecuencia de la caída del Muro de Berlín,
inmediatamente se produjeron movilizaciones estudiantiles en Checoslovaquia
planteando la liberalización del régimen comunista. Entre finales de noviembre
y diciembre los problemas se acentuaron y culminaron con el abandono del poder
de los gobernantes y la asunción provisional de dirigentes independientes e
incluso expulsados del Partido Comunista. En junio del siguiente año en las
elecciones fueron elegidos candidatos no comunistas.
Bulgaria había sido el país cuya dirigencia, en
especial su dirigente máximo desde 1954 Todor Zhivkov, se había distinguido por
ser seguidor absoluto de la política interna e internacional del partido
comunista soviético hasta que Gorbachov inició el camino reformista. En un
ambiente políticamente tenso, a las horas de la caída del Mutro de Berlín los
dirigentes reformistas del partido impusieron cambios en la dirección
partidaria, para evitar perder el poder por un eventual desborde popular. La
nueva dirigencia inició la democratización a finales de 1989 y convocó a elecciones
al año siguiente –luego que el PC se convirtió en Partido Socialista Búlgaro- luego
de las cuales la República Popular de Bulgaria cambió a República de Bulgaria y
del régimen de partido único se pasó a una democracia parlamentaria.
CEAUSESCU EL ÚLTIMO DIRIGENTE DE LA VIEJA GUARDIA
Estando así el panorama en Europa del Este, en Lima
en esa noche de diciembre les había dicho a mis interlocutores que pensaba que
el régimen rumano encabezado por Ceausescu no duraría más de tres meses. El
Partido Comunista Rumano parecía ser sólido si se considera que
en su seno no había disidencias, a diferencia de sectores renovadores que se
habían dado en los partidos comunistas de Polonia, Hungría y Bulgaria. Pero
como esa noche manifesté, la cohesión partidaria aparentemente era muy sólida
pero no tenía nada que ver con lo que pensaba el ciudadano común y corriente.
Comenté algunas cosas del Congreso. En el informe,
Ceausescu aseguró que Rumanía ingresaría al siglo 21 entre los países con mayor
desarrollo en el mundo. Su exposición duró algo más de siete horas, con
interrupciones en dos oportunidades para refrigerios de no más de media hora.
Pero las más de seis horas restantes no fueron colmadas sólo por las palabras
del líder rumano, ya que alrededor de la mitad de ese tiempo fue ocupado por
las interrupciones de los cientos de delegados para aclamarlo. No estaba
exagerando ya que, según uno de los invitados, el discurso fue cortado 125
veces con aplausos puestos de pie y 124 con aplausos algo más recatados
permaneciendo en sus asientos. Ese invitado pertenecía a uno de los partidos
socialistas asistentes que se había tomado la molestia de llevar la cuenta y nos
los comunicó riéndose en la primera reunión que tuvimos los integrantes de la
Coordinación Socialista Latinoamericana que nos encontrábamos en Bucarest. Si
ponemos como promedio un minuto por cada aplauso de pie y medio minuto por
aplauso permaneciendo sentados, tenemos tres horas y 7 minutos... Aun ahora me
parece que ese cálculo podría haber sido llevado con poca prolijidad, pero en
esa época yo “al ojo” había pensado que había sido alrededor de cien ovaciones
con los delegados de pie. En todo caso estaba seguro que el total de aplausos
superaba con creces las dos horas.
No relaté más esa noche a mis interlocutores,
aunque tenía mucho más que contar sobre este peculiar congreso. Tampoco hablé
sobre aspectos de la vida diaria en Rumanía que contaré en alguna crónica
posterior.
Ceausescu era un orador bastante expresivo, muy
distinto al estilo más bien frio de dirigentes de otros países de Europa
Oriental que había tenido ocasión de escuchar. El liderazgo de Ceaușescu desde
1965 había significado un alejamiento de la dirigencia rumana de la influencia soviética,
considerando que 20 años antes cerca del final de la Segunda Guerra Mundial con
la liberación de Bucarest por parte del Ejército Rojo de la URSS se estableció
una relación muy estrecha entre ambos países. En más de oportunidad, a finales
de los 60 y en los 70 Ceaușescu hizo patente su autonomía. La muestra más clara
fue cuando en 1968 fue el único dirigente de un país miembro del Pacto de
Varsovia que condenó la intervención en Checoslovaquia para evitar los cambios
reformistas y se opuso a la propuesta del presidente soviético Leónid Brezhnev quien
planteaba “soberanía limitada” para los integrantes de ese Pacto. Incluso en
algunos momentos hizo acercamientos a los países occidentales como para marcar
distancia con la política exterior soviética. Y esto se acentuó cuando mostró
su disconformidad con las políticas reformistas impulsadas por Mijail Gorbachov
y remarcó su independencia.
EL CULTO A LA PERSONALIDAD
Pero volviendo al día del inicio del Congreso del
PCR, después de las largas horas de intervención de Ceausescu, los invitados
fuimos guiados a un salón donde después de unos minutos ingresó el líder rumano
para recibir el saludo protocolar de los invitados extranjeros y los
integrantes de la dirección del PCR y del Estado. Ninguno de los que le dábamos
la mano podíamos suponer que antes que finalizara el año sería violentamente
ejecutado. En el gran salón destacaban enormes y finas cortinas de techo a
piso. No pude evitar acordarme de mi amigo chileno Ismael Llona quien había
asistido unos diez años antes a un congreso del PCR, en representación del
Movimiento de Acción Popular Unitaria Obrero Campesino, MAPU-OC. En esa ocasión
en un salón similar mientras conversaba con algunos latinoamericanos vio en la
parte baja de la cortina el borde de los pantalones y los zapatos del algún
ineficiente “escuchador”.
No fue la primera vez que estaba cerca de Ceausescu.
Justo dos años antes estuve sentado a unos diez metros de él durante el “Encuentro
de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de
la Gran Revolución de Octubre”, realizado en Moscú. Pero esa es también otra
historia.
Aunque no lo relaté a mis interlocutores, recordaba
que muy poco después del saludo se reinició la sesión plenaria del Congreso.
Las intervenciones del final de la tarde fueron de dirigentes partidarios que
al igual que los discursos de los numerosos delegados que escuchamos los
invitados -a través de traducción simultánea- en los siguientes días, fueron
bastante más cortos aunque absolutamente monótonos. Los saludos de los
delegados a Ceausescu resultaron asombrosos por la forma tan exaltada del culto
a la personalidad, ya que se dirigían a él con calificativos como “Sabio
Timonel”, “El Titán”, “El Visionario”, “Conductor”, “El Nimbo de la Victoria”,
aunque el apelativo más usado era “El Genio de los Cárpatos”, en alusión a la
cadena montañosa que pasa por el país y que es la cordillera más larga de
Europa después de los Alpes. Luego de estas denominaciones como preámbulo, es
de suponer que el sentido de los discursos fuera de elogio absoluto a los
“avances” del país presentados por Ceausescu en el informe, después de lo cual
la intervención culminaba con palabras de adhesión incondicional al líder.
Me acordaba también con algo de “vergüenza ajena”,
que en varias oportunidades los delegados también se dirigían a la segunda
figura partidaria: Elena Ceausescu, esposa del secretario general, quien era integrante
del Buró Político del PCR y Vice Primera Ministra del país. Al referirse a ella
se mencionaban sus cargos partidarios y gubernamentales y se terminaba
invariablemente con las frases: "doctora, ingeniera, académica y sabia de reconocimiento
internacional".
Mientras escuchaba a los delegados reparaba en
que aunque el rumano es un idioma latino, solamente muy pocas palabras las
sentía conocidas, como pertenecientes a un italiano antiguo. Los ademanes al
hablar sí vinculaban los discursos en rumano a lo que podía ser un estilo
italiano, con variados matices en la voz y muchos ademanes.
En los días siguientes asistimos a varias
plenarias, ya que algunas principalmente en las tardes se realizaban sin
invitados. Pero todas las intervenciones tenían el mismo estilo: elogio al
líder, apoyo total a su informe y compromiso para que se mantenga en el
liderazgo del partido y del país. No pude ser testigo de una disidencia como lo
fue Ismael Llona en un anterior congreso…
NO PUDE SER TESTIGO DE NINGUNA DISIDENCIA EN EL
CONGRESO
Como mi amigo chileno recuerda en su libro “Los
santos están marchando”, en el congreso al que asistió una tarde le dieron la
palabra a Burbulescu, un antiguo militante y miembro del Buró Político del PCR,
que incluso estaba sentado a dos asientos de Ceausescu y que no estaba
programado para hablar. Este dirigente habló de su antigua militancia y su
presencia en muchos congresos que habían hecho aportes a la causa del
socialismo. Y añadió : “…nunca antes había asistido a un congreso como éste, un
congreso que viene a vitorear y no a discutir, un congreso manejado, un
congreso manipulado, un congreso preparado por Nicolae Ceausescu para ser
reelecto por aclamación como secretario general y perpetuarse…”. Cuenta Llona
que en esos momentos los asistentes habían pasado de la euforia al silencio,
mientras también se silenciaban los audífonos de los invitados que dejaron de
escuchar la traducción. Pudieron sí ver y escuchar cómo el viejo dirigente
terminaba entre pifias y gritos, mientras se dirigía a su asiento junto a Elena
Ceausescu. Inmediatamente hubo un par de intervenciones condenando al disidente
y los invitados escucharon -con los audífonos nuevamente funcionando- al propio
Ceausescu manifestando “…Burbulescu nada hizo en la guerra contra el fascismo.
Burbulescu nada hizo para oponerse a la fracción pro soviética. Fue siempre un
cobarde, toda la vida. Y ahora, además, es un traidor. Ha traicionado a
Rumania, al socialismo y al partido, ante el mundo, en presencia del mundo…”. Allí
se suspendió la sesión abierta.
Cuando esa noche Llona y otros chilenos
preguntaron a la traductora que pasaría con Burbulescu, la respuesta fue “No se
preocupen, mañana no estará en el Congreso”. Y efectivamente en los días
siguientes, el “traidor” no fue visto nunca más. Un “traidor” que estuvo en la
mesa directiva del congreso en un lugar que significaba que era el cuarto o
quinto dirigente en importancia, como lo conversamos con Ismael cuando me lo
contó.
Un chileno residente en Bucarest le escribió poco
después a Llona que unos quince días después de culminado el congreso en que se
produjo su disidencia, en una pequeña nota periodística se informó que
Burbulescu había fallecido…
DE LAS ACLAMACIONES AL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO
Menos de un mes después del congreso al que yo
asistí, se produjeron lo que inicialmente parecían pequeños incidentes en algunas ciudades
rumanas, que al ser reprimidas se convirtieron muy rápidamente en levantamientos
populares en contra del régimen. De alguna manera la oposición hasta ese momento
silenciosa encontró ocasión de desbordarse y salir a las calles exigiendo el
fin del régimen. Hubo unos seis días de enfrentamiento y al final sectores
importantes de las fuerzas armadas y policiales rumanas se plegaron a las
fuerzas opositores.
El 23 de diciembre, el hasta ese entonces
poderoso Ceausescu huía con su esposa en un helicóptero. Horas después, un
ingeniero de una planta industrial donde se habían escondido en las afueras de
otra ciudad, los reconoció y los denunció. Luego de sumarísimo juicio, el 25 de
diciembre Nicolae y Elena Ceausescu fueron fusilados en un acto que incluso fue
poco después propalado por la televisión. Estoy seguro que muchos de los que
había visto aplaudir en la clausura del Congreso del PCR un mes antes no
lamentaron lo que estaban viendo…
El enfrentamiento armado entre militantes del PCR
y opositores se prolongó hasta un par de días después del fusilamiento de los Ceausescu.
En los diez días trascurridos desde el inicio del conflicto se produjeron más
de 1100 muertos y hubo 3300 heridos, en ambos casos la mayoría producidos en
los feroces enfrentamientos posteriores a la huida del líder rumano.
La muerte de Burbulescu después de quince días de
culminado el XII Congreso del Partido Comunista Rumano ocupó un pequeño espacio
en un diario rumano.
La muerte de Ceausescu después de treinta días de
culminado el XIV Congreso del Partido Comunista Rumano ocupó las primeras
planas de diarios de todo el mundo…
Antes de que terminara el año 1989 el
omnipresente Partido Comunista Rumano había desaparecido, el gobierno estaba en
manos de un Frente de Salvación Nacional que incluía a antiguos miembros del
PCR caídos en desgracia años antes y de “El Genio de los Cárpatos” se trataba
de no hablar…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario