Así como tuve ocasión de
participar en la ciudad de Huancayo a fines de mayo de 1961 en el primer mitin
importante organizado por el Partido Demócrata Cristiano en la campaña
electoral para las elecciones presidenciales previstas para el año siguiente (Ver crónica “Las campañas electorales de antaño” del
19 de febrero de 2016), también participé en la primera gira por varias ciudades de la sierra
sur del país entre fines de agosto e inicios de setiembre de ese año. Se
realizó en los departamentos de Ayacucho y Apurímac.
Se había organizado el
viaje en dos autos. En el primero viajamos Remigio Pérez, ex secretario general
del sindicato de obreros metalúrgicos de La Oroya, el “flaco” Luis Alarco que en
esos años estaba por los treinta y pocos años y que se calificaba como hombre
de acción remarcando que era un militar retirado en los primeros años de su
carrera, el asistente administrativo del local central partidario Efraín Lévano
y mi compañero de colegio y hasta hoy gran amigo, César Carmelino.
CONTRA FRÍO Y
ALTURA
Salimos un sábado en la
madrugada a gran velocidad, considerando que ese chofer al igual que quien
partiría dos días después, manejaba su auto en la ruta Lima a Tacna y por tanto
conocía de memoria la Carretera Panamericana que en esa época recuerdo que
estaba muy bien conservada. Otra cosa fue la subida a Puquio desde Nazca, ya que pasamos de
una carretera asfaltada a una afirmada y donde los cerca de 160 kilómetros los
recorrimos en casi cinco horas. Llegamos agotados al finalizar la tarde a un
pequeño hotel y muy poco después sentimos el fuerte frio de la ciudad ubicada
en los 3800 metros de altura.
En Puquio, capital de la
provincia ayacuchana de Lucanas, así como sucedería en todas las otras ciudades
que íbamos a recorrer, buscamos un taller de soldadura autógena. Allí se
utilizaba el carburo de calcio para hacer trabajos de soldadura. Los restos del
material luego de ser utilizado, se acumulaba y los soldadores no sabían qué
hacer con esos trozos no muy duros que si se pisaban se convertían en polvillo
blanco que con el aire se dispersaban y molestaban. Ahí entrabamos nosotros… En
las giras viajamos con costalillos, baldes vacíos, palos para mezclar líquidos
y brochas. Los costalillos servían para recoger los restos de carburo que
normalmente los regalaban. Ese material que casi siempre lo conseguíamos gratis,
se mezclaba con agua y teníamos un líquido parecido a una pintura blanca para
realizar las pintas propagandísticas. Se ahorraba en pintura lo que era
importantísimo para un partido pobre. Pero además en giras como esa, se ahorra
espacio y peso lo que era vital, ya que viajábamos cargando equipos de
altoparlantes y algunas banderolas, además de nuestro equipaje…
Aprovechamos un rato esa
noche para hacer algunas pintas, pero el frio y el cansancio nos ganaron. Al
día siguiente, en medio de una feria dominical, repartimos los volantes que se
habían preparado para toda la gira y que no hacían referencia a ningún tema de
las localidades que visitábamos. El nombre
de nuestro candidato presidencial, Héctor Cornejo Chávez, era totalmente
desconocido en esa ciudad, donde por cierto nada se sabía de la existencia de
un partido llamado Demócrata Cristiano. Esa noche también hicimos pintas en las
afueras.
ASISTENTES A
MÍTINES ACUDÍAN POR CURIOSIDAD
El lunes como a las 5 de la
tarde, llegó el otro auto con Cornejo Chávez, Rafael Cubas Vinatea, candidato a
la segunda vice presidencia, y Federico Velarde, más conocido como Fico, gran
amigo fallecido hace poco más de tres años y quien en la práctica era uno de los jefes de la campaña y que al día
siguiente que terminara esa gira cumpliría 24 años.
Después de un descanso breve y un café caliente, Cornejo y Cubas hablaron en el
primer mitin de la gira, en una plaza que más por curiosidad que por adhesión
habían ocupado cientos de personas.
El martes continuamos viaje
hacia el departamento de Apurímac a las ciudades de Chalhuanca donde realizamos
un mitin “al paso” y Abancay, esta última capital departamental, con algunas
incidencias ya relatadas en otra oportunidad (Ver crónica “¡Ni en la comisaria se podía dormir!” del 1 de noviembre de 2012). La noche siguiente, 30 de agosto día feriado, se logró hacer un
aceptable mitin. En ambos casos, al igual que en Puquio, los asistentes a las
convocatorias sentían curiosidad por ver de cerca a un candidato del cual no tenían
idea.
A más de un año de las
elecciones y considerando la organización partidaria a nivel nacional forjada
en la clandestinidad en la que había vivido la mayor parte de su existencia,
era el Apra el único partido presente en todas las localidades que visitamos.
Por tanto se sabía que Víctor Raúl Haya de la Torre sería candidato. Acción
Popular tenía una estructura recién iniciándose, pero incentivada por los
viajes “pueblo por pueblo” de su líder Fernando Belaunde Terry, por lo que
alguna gente ya hablaba que “Terry” sería candidato. Por otro lado, en base a
antiguos gamonales se mantenía viva la idea que el ex dictador Manual Odría
sería también candidato. Pero de Héctor Cornejo Chávez nadie tenía idea, de
allí la expectativa para verlo aunque se tuviera otras simpatías políticas.
Al día siguiente un auto,
con Cornejo, Cubas, Fico, Remigio y Alarco, salió rumbo a Chuquibambilla,
capital de la provincia de Grau donde llegaron a mediodía para hacer algo de
perifoneo y reunir a las 6 de la tarde a manifestantes atraídos por el hecho
que iba a hablar un diputado. Nuestros camaradas repararon que,
independientemente de cualquier simpatía política, el interés estaba centrado
en ver a un diputado y considerando que Cornejo Chávez lo era, incidieron más
en su calidad de parlamentario en la convocatoria desde los altoparlantes
instalados en el auto que los había llevado.
DETRÁS DE UN
NOMBRE, UNA TRÁGICA HISTORIA
Estoy seguro que si
hubiéramos comentado sobre el nombre de esa provincia, bastante distinta al de
las otras provincias más vinculadas a vocablos quechuas, lo hubiéramos asociado
al máximo héroe de la historia peruana, Miguel Grau. Hubiera sido un error. El
nombre fue puesto en homenaje a su hijo, Rafael Grau, muerto a inicios de 1917
en el anexo de Palccaro, a la entrada de Tambobamba, capital de la entonces
provincia apurimeña de Cotabambas. Grau de 41 años estaba en su tercer periodo
de diputado por esa provincia y como pretendía la reelección viajaba por
primera vez a la zona. Tenía una feroz pugna política con Santiago Montesinos,
quien había sido antes diputado y en ese momento pretendía disputarle la
elección. La muerte se produjo durante un enfrentamiento a balazos entre
partidarios de los dos políticos en que hubo varios heridos.
De estos hechos me
enteraría yo más de 40 años después, a finales de setiembre del 2003 cuando me
alojé en una vieja casona de Tambobamba convertida en precario hotel. Pude allí
ver el salón donde fue inicialmente velado Rafael Grau, aunque sus restos
fueron luego trasladados al Callao, donde sus exequias se realizaron con gran
concurrencia considerando que había sido su alcalde provincial. Los dueños del
hotel me aseguraron que algunos huéspedes decían que sentían ruidos extraños en
las noches, que seguramente “penaban”… No fue mi caso porque dormí
tranquilamente, aunque el duchazo en el baño que quedaba en las afueras de la
casona de esa ciudad situada a 3.250 metros de altura, me hizo ver a
Judas...
Entre los motivos del
enfrentamiento de hace ya un siglo en Palccaro, estaba la idea de Grau de
trasladar la capital provincial a Chuquibambilla. Irónicamente su muerte
propició la aceptación de su propuesta ya que meses después -y con la oposición
de la mayoría de los cotabambinos- el Parlamento aprobó el cambio de nombre de
la provincia de Cotabambas para ponerle Grau, así como el traslado de la
capital justamente a Chuquibambilla. Pasarían más de 40 años para que en el
Congreso se restituyera el nombre de Cotabambas a la provincia y se ratificara
a Tambobamba como su capital. Sin embargo, esta restitución sólo comprometió a
la mitad de su territorio original. La otra mitad siguió llamándose Grau con Chuquibambilla
como capital.
COORDINAR SIN
TENER COMUNICACIÓN
Pero regresemos a 1961 y
tratemos de imaginar si era posible las coordinaciones entre los dos equipos
que integrábamos esa comitiva. Evidentemente no lo era. Uno regresando de Chuquibambilla
para pernoctar en Abancay. El otro ya en Andahuaylas preparando una
concentración para el día siguiente, sin altoparlantes para invitar a la gente,
ya que el equipo de perifoneo estaba en el otro auto. Quedaba repartir los
volantes muy generales preparados para la gira. Además alguna visita a la radio
local permitía informar algo. Y por cierto la provisión gratuita de carburo
para las pintas.
Mientras que en la mañana
del viernes 1° setiembre desayunábamos, comenzamos a conversar dónde íbamos a
ubicar el sitio de donde se dirigirían los discursos en la Plaza de Armas,
nuestra preocupación era a qué hora llegarían los oradores. Aunque nosotros
habíamos demorado 4 o 5 horas desde Abancay, no estábamos seguros si el otro
grupo demoraría lo mismo en llegar a Andahuaylas. Ni siquiera estábamos seguros
si estaban en Abancay o si algún contratiempo los obligó a quedarse en Chuquibambilla.
O peor aún, si se encontraban plantados en la carretera afirmada, solitaria y
peligrosa por sus curvas que nosotros habíamos soportado.
Hay que recordar que en
1961 no había teléfonos celulares. No había telefonía fija ni siquiera en las
capitales departamentales de Ayacucho y Apurímac. No existía manera de
comunicarse rápidamente. Estoy seguro que la última vez que conversé con Héctor
Cornejo Chávez, cuando en 1994 cumplió 76 años, no tenía celular. Y yo
comenzaría a usar uno en 1996 o 1997.
La forma de coordinar un
encuentro era antes de separarse y habíamos quedado que nos reencontraríamos
alrededor del mediodía. Efectivamente, nuestros camaradas llegaron casi a la
hora del almuerzo. César y yo los aguardábamos para almorzar juntos, mientras
Efraín Lévano aprovechó para instalar los equipos y perifonear un rato con el
chofer que estaba descansado. Comíamos, y conversábamos sobre las peripecias en
carreteras tan difíciles como las de nuestra sierra. También nos reíamos de
algunas cosas, como las palabras iniciales del “maestro de ceremonias” Luis
Alarco dirigiéndose al “pueblo de Quillabamba”, y al escuchar los murmullos de
los asistentes corregir y dirigirse al “pueblo de Chuquibamba” y, finalmente
luego de más intensos murmullos, acertar con “pueblo de Chuquibambilla”. Horas
después no se equivocó cuando hizo las presentaciones en un mitin que convocó
fundamentalmente curiosos. Sin embargo al escuchar a Cornejo notamos ademanes
de aceptación a quien –siendo considerado como excelente orador parlamentario-
era no sólo brillante sino didáctico cuando se dirigía a las personas en plaza
pública.
EN AYACUCHO POR
FIN ENCONTRAMOS PARTIDO
Hasta allí no teníamos
contactos partidarios previos. Más bien en cada uno de los sitios logramos
establecer algunos contactos varios de los cuales posteriormente se integraron
al PDC. Distinto era el caso de la ciudad de Ayacucho. Allí existía un núcleo
partidario que lideraban tres profesionales, el médico Abilio Cárdenas Ludeña,
el ingeniero Alberto Ishikawa Triveño y el abogado José Víctor Alarcón Alarcón.
Pero además existía un buen grupo de estudiantes que pertenecían a la
Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, fundada en el siglo XVII,
clausurada a mediados del siglo anterior y reabierta y funcionando desde 1959.
Recuerdo a Otto Perales Hernández, Julio Ponce Albornoz, Pablo Pacheco Arrea,
Román Rojas, Tula Alarcón y Augusto De la Cruz, entre otros.
Cuando a primera hora del
sábado salimos de Andahuaylas rumbo a Ayacucho no estábamos tan preocupados,
más bien confiados que los preparativos para el mitin de esa noche estuvieran
adelantados. No sólo por la existencia de un comité partidario sino porque dos
días antes debía haber arribado en avión a Ayacucho Eduardo Morán, Lalo, expresamente
destacado para apoyar a dicho comité en la parte final de la preparación del
acto público. Además había llevado volantes especialmente preparados para el
mitin de Ayacucho. Cuando llegamos a esa ciudad descubrimos que además Lalo era
portador de dinero que a esas alturas ya se nos estaba acabando.
La concentración de esa
noche del sábado resultó la mejor de la gira y muchos de los asistentes
aplaudieron las palabras de Cornejo Chávez y Cubas Vinatea, así como también a
Otto Perales que habló a nombre de los jóvenes DC. Era notoria la diferencia
con todos los mítines anteriores. Se notaba que los dirigentes ayacuchanos
habían generado expectativa por la llegada del candidato presidencial y la
cohesión con los jóvenes universitarios estaba funcionando, pese a que algunos
de ellos recién habían llegado al departamento con ocasión de la reapertura de
la universidad. Aunque entonces no lo sabíamos, un par de años después,
trasladado yo a Ayacucho, con todos ellos y muchos más, lograríamos potenciar
el Comité Ejecutivo Departamental del PDC y lanzar, crear y desarrollar significativamente
el Frente Estudiantil Social Cristiano, FESC, en la universidad y formar la
Asociación Ricardo Palma de Estudiantes Secundarios, ARPES.
UN
PUENTE NO CONSTRUIDO PERO YA INAUGURADO
Teníamos previsto viajar al
día siguiente para realizar mítines en Cangallo, capital de la provincia del
mismo nombre, y Huancapi, capital de Víctor Fajardo. Sólo llegamos a la primera
ciudad, a pesar que a menos de 500 metros estaba el pase para atravesar río
Pampas, pero que con los autos que teníamos era imposible cruzarlo como lo
lograban hacer los camiones. No había puente aunque sí un gran bloque de
cemento, seguramente sobre la primera piedra del futuro puente, que tenía una
placa que indicaba que había sido construido durante el gobierno del entonces
presidente Manuel Prado.
Regresamos el lunes al
final del día a dormir en un hotel de media estrella. En Cangallo habíamos
dormido en uno de un cuarto de estrella. Como conté en alguna otra crónica,
tenía 3 habitaciones. Para ingresar a la número 1 había que pasar por las otras
dos, así como para ir a la habitación 2 había que cruzar la número 3. Como me
tocó cama en la 3 mi cuarto era pasadizo de las otras dos habitaciones.
Al día siguiente, Cornejo y
Cubas regresaron a Lima en la ya desaparecida línea Faucett que realizaba tres
vuelos por semana en bimotores para unos treinta pasajeros. Después de
despedirlos, los demás iniciamos el regreso a Lima, por Huancayo, donde buena
parte del camino afirmado era en un solo sentido ya que estaba al borde del
abismo que tenía cientos de metros abajo el caudaloso rio Mantaro. Llegamos
como a las seis de la tarde a esa ciudad donde alguno se pudo comunicar telefónicamente
con su familia para indicar que llegábamos a Lima en la madrugada siguiente.
Recuerdo que otra vez ya casi no quedaba dinero y optamos por entrar a un chifa
los ocho -incluyendo a los dos choferes totalmente integrados al equipo- y
pedir las fuentes de tallarín saltado para las que alcanzaba nuestro dinero y
comer con avidez sabiendo que ya no habría oportunidad de comer nada más en el
camino.
ANTAÑO ALGUNAS
COSAS ERAN MEJORES
En esta época electoral en
nuestro país he querido recordar esta gira partidaria. Diez agotadores días
para realizar solamente siete mítines. No había en esa época camionetas “todo
terreno” para desplazarse rápidamente por todo el Perú. Hoy pienso que
seguramente las hubiésemos usado felices. Las posibilidades de usar avión eran
reducidísimas no sólo por falta de fondos sino también de vuelos. Hoy creo que
hubiese sido mejor por las mayores posibilidades de desplazamiento. Los
activistas sacrificaban días de estudio o de trabajo. Hoy pienso que la
política sería mejor contando con el enorme esfuerzo voluntario de los
militantes como antaño.
Pero en esa época tampoco
existían otras cosas en una campaña electoral que creo que no la enaltecen. Como
grupos de decenas de pintores a tiempo completo y con distintos clientes,
equipos de centenas de repartidores de volantes, locales con letreros de un
candidato diferente en cada elección, partidos que funcionan sólo en la
temporada de verano –diciembre a principios de abril- cada cinco años, etc.
Me niego decir que “todo
tiempo pasado fue mejor” como decían nuestros abuelos, pero sí creo que se
puede decir que “algunas cosas en el pasado eran mejores”.
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