viernes, 27 de septiembre de 2019

JUNTANDO MONEDAS (1964 – 1990)


En los años en que -en razón de militancia y dirigencia política- viajé por numerosos países nunca lo hice llevando una bolsa de viaje facilitada por mi organización política, ni tampoco estuve en situación económica tan buena como para disponer de una cantidad de dólares que me permitiera viajar con la seguridad que no sólo podía hacer compras sino afrontar cualquier eventualidad.

Debido a eso pasé por numerosos aprietos que felizmente superé sin mayores consecuencias, gracias a que me adecue a mis posibilidades y a que nunca perdí el buen humor. Siempre fui un viajero austero por lo que no poder gastar en algunas cosas no me produjo ninguna frustración. Sin embargo debo reconocer que hubo momentos en que estuve desesperado por la falta de dinero y tuve literalmente que contar monedas.

ALGUNAS VECES RETORNÉ A SUDAMÉRICA CON MENOS DE UN DÓLAR

El más antiguo recuerdo de ese tipo se remonta a fines de octubre de 1964, cuando regresaba de mi primer viaje a Europa. Como ya he contado en otra ocasión antes de terminar de cruzar el Atlántico me quedé sin cigarrillos y no tenía para comprar a las camareras del avión un solo paquete, que apenas costaba medio dólar. Tuve que esperar que el avión aterrizara en Caracas y luego de esa escala siguiera viaje hasta Bogotá para, juntando monedas adquirir "Piel Roja", cigarrillos negros colombianos muy fuertes que calmaron mi desesperación por cinco o seis horas de abstinencia. Sin embargo, en los días anteriores cuando en Madrid había tomado un litro de leche en la mañana, sin saber si sería el único alimento del día, no había estado desesperado ni mucho menos (Ver crónica "Llegué a Madrid con ocho dólares" del 19 de julio de 2013).

También a Madrid llegué desde París, en setiembre de 1970, a alojarme en un pensión muy barata y esperando comer bien recién en el vuelo en que atravesaría en océano Pacífico ya que los pocos dólares que tenía debían alcanzar también para cubrir mis gastos en mis breves estadías en San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo y Caracas, objetivo que no logré pues cuando llegué al aeropuerto de Maiquetía no tenía dinero ni para trasladarme a la capital venezolana (Ver crónica "De Europa al Caribe sin dinero” del 21 de noviembre de 2014).

En noviembre de 1978, en una escala en La Habana, regresando de una reunión de solidaridad con el pueblo chileno en su lucha contra la dictadura que encabezaba el general Augusto Pinochet, fui sorpresivamente invitado a quedarme una semana, Me alojaron en el Hotel Habana Libre y por cierto no tuve que preocuparme por los gastos de alimentación, ni por el traslado para diversas visitas. Encontré que los libros eran muy baratos. Sin embargo sólo pude comprar uno que valía el equivalente a medio dólar. No tenía para comprar más…

AHORRANDO EN MADRID Y GINEBRA

Unos nueve años después, también en la capital española tuve que contar monedas para hacer el pago de la modesta pensión cerca de la Plaza Callao en la que dormí por tres noches. Sucedió en setiembre de 1987 cuando mi tránsito hacia Bagdad duró más de lo que suponía y tuve que alimentarme con los menús más baratos que encontré en los alrededores. Cuando salí de la ciudad sólo tenía 27 dólares que no me alcanzaron ni para comprar un souvenir en la capital iraquí (Ver crónica “Volando hacia la guerra Iraq-Irán” del 16 febrero de 2013).

Había llegado a Madrid desde Ginebra donde había participado como invitado, en mi calidad de secretario general del Partido Socialista Revolucionario, a una reunión sobre los derechos del pueblo palestino realizada en la sede de las Naciones Unidas de esa ciudad, entre el 7 y el 9 de setiembre. Cubiertos mis gastos de alojamiento y parte de mi alimentación, me trasladaba a pie al local de las reuniones que estaba cerca del hotel. En los tiempos libres aproveché para hacer largas caminatas y evité cualquier gasto de traslado incluso en transporte colectivo. Unos diez días después, estuve de paso por Ginebra cuando regresaba de Bagdad y me quedé unas tres horas para tomar el avión que me llevaría a Madrid para desde allí salir a Lima. Fue la única ocasión en que tuve un “exceso” en esa ciudad suiza: tomarme una coca cola en una de las salas para pasajeros en tránsito del aeropuerto.

PRIVACIONES EN MILÁN Y ROMA

A inicios de marzo de 1989, de regreso de un viaje a República Democrática Alemana y Checoslovaquia -dos países que hoy no existen- las diez horas que debió ser una escala en Milán aumentó a 34 horas y resultamos alojados con mi esposa en un elegantísimo hotel de esa ciudad italiana. Pero no resultó tan elegante que las siete u ocho mil liras que teníamos no alcanzaran para pagar un par de cafés en la galería de Vittorio Emanuele (Ver crónica "Segunda visita involuntaria a Milán del 19 de septiembre de 2014).

Meses después con ocasión de otro viaje a Bagdad -por la demora en entregarme la visa en el consulado iraquí en Roma- tuve que pasar tres noches en esa ciudad, durmiendo en un hotel de media estrella, en un alojamiento con miembros de seguridad de la embajada iraquí y en un departamento que una compañera peruana compartía con dos amigas latinoamericanas. Y además buscando lo más barato para comer. En esa ocasión tuve que recurrir a un antiguo conocido -Toribio Fernández Baca- para mi último almuerzo en la capital italiana (Ver crónica “Varado en Roma” del 23 de agosto de 2013). Y horas después, luego de la angustia de no poderme entender con nadie en el aeropuerto iraquí, llegué al Hotel Meliá de Bagdad después de pagar por el traslado los 40 dólares que era todo lo que tenía. Sólo me quedaron unas cuantas monedas de fracción de dólar o de cientos de liras que en conjunto no alcanzaban para nada (Ver crónica "Bagdad: una ciudad en paz del 22 de agosto de 2014).

CUANDO TENIENDO DINERO NO PUDE COMPRAR

Y culmino esta relación de episodios en que tenía que contar las monedas para cubrir algún pequeño gasto, para recordar la vez que conté monedas con las que nada podía hacer… porque no había qué comprar (ver crónica “De tránsito por un país que no existe” del 21 de febrero de 2014). Me ocurrió en Moscú a fines de octubre de 1990. Éramos cuatro latinoamericanos que teníamos 35 rublos producto de haber cambiado cinco dólares. Durante todo un domingo sólo utilizamos ese dinero en el metro que nos trasladó desde nuestro alojamiento hasta cerca de la Plaza Roja. Como cada viaje costaba 10 kopek -centavos-, nuestro traslado de ida y vuelta sólo alcanzó los 80 centavos y también centavos nos costaron las botellas de agua que compramos en algún kiosco.

Fueron infructuosos nuestros intentos de gastar los más de 30 rublos restantes. Era domingo y la mayoría de tiendas estaban cerradas aunque se podía ver que estaban desabastecidas. En un hotel cerca de la plaza, los restaurantes, cafeterías y tiendas para turistas -que cobraban en dólares- estaban repletos y buena parte de los clientes eran soviéticos y en los alrededores los restaurantes en que se pagaba en rublos no sólo estaban atiborrados sino con enormes colas de comensales esperando. Ni siquiera hicimos el intento de ingresar a esos establecimientos y terminamos almorzando en un elegante restaurante en que el maître nos cobró en dólares y se acercó a la caja para pagar nuestra cuenta… en rublos.

Al día siguiente, al embarcarnos hacia Lima repartimos los billetes de los rublos no gastados para guardarlos como souvenir

No hay comentarios.:

Publicar un comentario