Comenzaba julio de 1955, tenía casi un mes de haber
cumplido 13 años y estudiaba en la Gran Unidad Escolar Tomas Marsano, que año y
medio después cambiaría su nombre a Ricardo Palma. Aunque la cercanía de los
desfiles escolares motivaba el entusiasmo de mis compañeros, yo me sentía algo
frustrado. Sabía que, al igual que el año anterior, no desfilaría porque era muy
bajo, uno de los de menor talla entre los que cursaban el segundo de
secundaria.
No me imaginaba que recién desfilaría en mis dos últimos
años en el colegio aunque en las últimas filas, junto a alumnos que estaban en
los primeros años de secundaría y eran bastante menores que yo (Ver crónica "Nunca pude ser brigadier” del 1
de noviembre de 2012).
JULIO: MES DE ENSAYOS Y DESFILES
El responsable de preparar a los alumnos para los desfiles
escolares era un oficial del Ejército, quien tenía como adjunto a un sub
oficial. Ambos dictaban un curso llamado Instrucción Pre Militar -IPM- que se impartía
en todos los años de secundaria y que en el último año incluía prácticas de
tiro con unos fusiles que tenían más de medio siglo de antigüedad. Pero era
evidente que más que el curso lo que apasionaba a los militares era la
preparación para los desfiles en el Campo de Marte en que participaban los
principales colegios de Lima y Callao el 27 de julio y también día siguiente en
Surquillo junto a los colegios medianos y chicos del distrito.
Desde mi ingreso a la Unidad en 1952 había sido testigo de los
ensayos para los desfiles que se realizaban en el patio del colegio, tanto
cuando eran masivos como cuando los que realizaban un grupo de alumnos de
quinto de secundaria que integraban la escolta y el conjunto de los brigadieres
que encabezaban las ocho
o nueve compañías y las tres secciones que cada una de ellas tenía. Estos
ensayos “caseros” se realizaban con el mismo esfuerzo y por cierto con idéntica
disciplina que los que se realizaban en las calles de Surquillo e incluso en el
propio Campo de Marte.
La disciplina había caracterizado a los alumnos del colegio desde su
fundación y por eso había destacado siempre en los desfiles, obtenido más de una vez en esos primeros
años el “Sol radiante”, distinción al colegio de más destacada participación en
el desfile escolar del 27 de julio.
Los escolares ensayaban utilizando los mismos uniformes que usaban a
diario, los llamados “comando”, inicialmente usados por el centenario Colegio Nacional Nuestra Señora
de Guadalupe, que las autoridades del ministerio de Educación habían dispuesto
que fuera para todos los colegios nacionales del país desde 1950. De gruesa
tela caqui tenía cuatro piezas: pantalón, camisa, corbata y una gorra llamada
cristina En las hombreras se colocaban una cinta con los “galones” que
indicaban el año de estudios y en la manga derecha cerca del hombro iba cosida la
insignia del colegio. No había ningún uniforme de gala, pero en los desfiles -particularmente
en el del Campo de Marte- los “comando” lucían mejor que otros días, quizás por
la preocupación familiar porque estuvieran mejor planchados.
UNA DECISIÓN EQUIVOCADA
Ese año 1955 el oficial a cargo del curso de IPM y
responsable de dirigir los desfiles del colegio era un teniente apellidado Deacon Jiménez, creo que más joven que sus antecesores y quizás por eso más vehemente para cumplir de la mejor manera
con sus obligaciones en el colegio. Aunque no sé si fue por vehemencia o por
falta de sentido común, que a este militar se le ocurrió la idea de designar a
los miembros de la escolta de acuerdo a la estatura y “presencia” sin
considerar el año de estudios de los designados, de manera tal que en la
escolta hubo algunos que no eran del último año.
Supongo que para el teniente la decisión no era ninguna
forma de exclusión, ya que sólo estaba aplicando la idea de “presencia” que
existía en esa época en los institutos armados: altura sobre el metro setenta u
ochenta y sobre todo tez blanca. Lo que resultaba absurdo en una ciudad de tez
mayoritariamente cobriza acorde con la predominancia mestiza de sus habitantes.
Deacon no se imaginó que con esa disposición estaba dejando de lado
no sólo algo que se practicaba desde 1950 en que la Unidad fue creada, sino que
incluso venía de años antes cuando en la calle José Gálvez de Miraflores funcionaba
el Colegio Nacional Ricardo Palma, plantel que fue la base de la constitución
de la gran unidad escolar. Y esa costumbre ya
considerada inalterable entre los estudiantes, indicaba que la escolta se constituía
con alumnos de último año.
La decisión de Deacon acabó con la disciplina
característica de los alumnos de la gran unidad escolar. Los alumnos de las dos
secciones de quinto de secundaria decidieron manifestar su rechazo a la medida
y lo hicieron en forma contundente. Entre los hechos que recuerdo mencionaré que
estando ya cientos de alumnos formados en la calle esperando para un ensayo, el
oficial comprobó que no había ninguno de quinto. En otra oportunidad estando
correctamente formados todos los alumnos en el patio del colegio, a la voz de
alguno de ellos, los de quinto dieron la vuelta y marcaron el paso firmemente pero
dando la espalda al pasadizo del segundo piso desde donde el teniente daba desde
un micrófono las indicaciones para la formación. Las órdenes enérgicas de Deacon
no eran obedecidas, pese a que en algunos momentos llegaron a convertirse en
gritos amenazantes.
Después de la primera muestra de protesta todos los
alumnos nos dimos por enterados del problema. Y el respeto que en el colegio se
sentía tradicionalmente por los integrantes del último año se acrecentó y más
de uno nos acercamos a ellos para manifestarles nuestro respaldo. Y rechazábamos
la calificación de indisciplina que señalaba el oficial y nos manifestábamos de
acuerdo con que se trataba de un rechazo a una decisión incorrecta como
sostenían nuestros compañeros.
TODO VOLVIÓ A LA NORMALIDAD GRACIAS AL DIRECTOR
No recuerdo cuánto duró el conflicto, quizás superó la
semana. Cuando se pensaba que podía prolongarse, debido a que ni Deacon ni los
alumnos desistían de sus posiciones, intervino don Víctor Rabanal Cárdenas, director de la unidad desde su
creación. Seguramente conocía del problema desde el momento que el militar
conformó la escolta, pero se había cuidado de aparecer en el segundo piso al
momento de las formaciones. Pero al ver que el conflicto no tenía solución,
optó por tomar las decisiones necesarias para volver a la normalidad. No sólo
se trataba de terminar el problema sino asegurar la mejor participación del
colegio en el desfile que congregaba a todos los principales colegios de Lima y
el Callao (ver crónica “Desfiles escolares en el Campo de Marte” del 16 de enero de 2015). No sé si Rabanal ya lo tenía claro, pero ese sería el último
desfile en que nuestro colegio estaría bajo su dirección.
El teniente fue informado por el propio Rabanal que
había decidido integrar la escolta por determinados alumnos, todos los cuales
eran de quinto de media, al mismo tiempo que le informaba que tenía todo su
respaldo para que los ensayos fueran más exigentes. Los alumnos de quinto
fueron informados sobre la composición de la nueva escolta designada por el
director, al mismo tiempo que fueron conminados a no realizar ninguna
manifestación de celebración por tal designación.
El resto de los alumnos sólo supimos que los del quinto
año se habían reintegrado a las actividades preparatorias para participar de
los desfiles escolares, aunque notamos que lo hacían con más brío. Me parece incluso
que ese año nuestra gran unidad escolar ganó una vez más el “Sol radiante”.
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