viernes, 27 de septiembre de 2019

NO SE PUEDE ATENTAR CONTRA LAS COSTUMBRES (1955)


Comenzaba julio de 1955, tenía casi un mes de haber cumplido 13 años y estudiaba en la Gran Unidad Escolar Tomas Marsano, que año y medio después cambiaría su nombre a Ricardo Palma. Aunque la cercanía de los desfiles escolares motivaba el entusiasmo de mis compañeros, yo me sentía algo frustrado. Sabía que, al igual que el año anterior, no desfilaría porque era muy bajo, uno de los de menor talla entre los que cursaban el segundo de secundaria. 

No me imaginaba que recién desfilaría en mis dos últimos años en el colegio aunque en las últimas filas, junto a alumnos que estaban en los primeros años de secundaría y eran bastante menores que yo (Ver crónica "Nunca pude ser brigadier” del 1 de noviembre de 2012).


JULIO: MES DE ENSAYOS Y DESFILES


El responsable de preparar a los alumnos para los desfiles escolares era un oficial del Ejército, quien tenía como adjunto a un sub oficial. Ambos dictaban un curso llamado Instrucción Pre Militar -IPM- que se impartía en todos los años de secundaria y que en el último año incluía prácticas de tiro con unos fusiles que tenían más de medio siglo de antigüedad. Pero era evidente que más que el curso lo que apasionaba a los militares era la preparación para los desfiles en el Campo de Marte en que participaban los principales colegios de Lima y Callao el 27 de julio y también día siguiente en Surquillo junto a los colegios medianos y chicos del distrito.


Desde mi ingreso a la Unidad en 1952 había sido testigo de los ensayos para los desfiles que se realizaban en el patio del colegio, tanto cuando eran masivos como cuando los que realizaban un grupo de alumnos de quinto de secundaria que integraban la escolta y el conjunto de los brigadieres que encabezaban las ocho o nueve compañías y las tres secciones que cada una de ellas tenía. Estos ensayos “caseros” se realizaban con el mismo esfuerzo y por cierto con idéntica disciplina que los que se realizaban en las calles de Surquillo e incluso en el propio Campo de Marte.

La disciplina había caracterizado a los alumnos del colegio desde su fundación y por eso había destacado siempre en los desfiles, obtenido más de una vez en esos primeros años el “Sol radiante”, distinción al colegio de más destacada participación en el desfile escolar del 27 de julio.

Los escolares ensayaban utilizando los mismos uniformes que usaban a diario, los llamados “comando”, inicialmente usados por el centenario Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, que las autoridades del ministerio de Educación habían dispuesto que fuera para todos los colegios nacionales del país desde 1950. De gruesa tela caqui tenía cuatro piezas: pantalón, camisa, corbata y una gorra llamada cristina En las hombreras se colocaban una cinta con los “galones” que indicaban el año de estudios y en la manga derecha cerca del hombro iba cosida la insignia del colegio. No había ningún uniforme de gala, pero en los desfiles -particularmente en el del Campo de Marte- los “comando” lucían mejor que otros días, quizás por la preocupación familiar porque estuvieran mejor planchados.

UNA DECISIÓN EQUIVOCADA


Ese año 1955 el oficial a cargo del curso de IPM y responsable de dirigir los desfiles del colegio era un teniente apellidado Deacon Jiménez, creo que más joven que sus antecesores y quizás por eso más vehemente para cumplir de la mejor manera con sus obligaciones en el colegio. Aunque no sé si fue por vehemencia o por falta de sentido común, que a este militar se le ocurrió la idea de designar a los miembros de la escolta de acuerdo a la estatura y “presencia” sin considerar el año de estudios de los designados, de manera tal que en la escolta hubo algunos que no eran del último año.

Supongo que para el teniente la decisión no era ninguna forma de exclusión, ya que sólo estaba aplicando la idea de “presencia” que existía en esa época en los institutos armados: altura sobre el metro setenta u ochenta y sobre todo tez blanca. Lo que resultaba absurdo en una ciudad de tez mayoritariamente cobriza acorde con la predominancia mestiza de sus habitantes. 


Deacon no se imaginó que con esa disposición estaba dejando de lado no sólo algo que se practicaba desde 1950 en que la Unidad fue creada, sino que incluso venía de años antes cuando en la calle José Gálvez de Miraflores funcionaba el Colegio Nacional Ricardo Palma, plantel que fue la base de la constitución de la gran unidad escolar. Y esa costumbre ya considerada inalterable entre los estudiantes, indicaba que la escolta se constituía con alumnos de último año.

La decisión de Deacon acabó con la disciplina característica de los alumnos de la gran unidad escolar. Los alumnos de las dos secciones de quinto de secundaria decidieron manifestar su rechazo a la medida y lo hicieron en forma contundente. Entre los hechos que recuerdo mencionaré que estando ya cientos de alumnos formados en la calle esperando para un ensayo, el oficial comprobó que no había ninguno de quinto. En otra oportunidad estando correctamente formados todos los alumnos en el patio del colegio, a la voz de alguno de ellos, los de quinto dieron la vuelta y marcaron el paso firmemente pero dando la espalda al pasadizo del segundo piso desde donde el teniente daba desde un micrófono las indicaciones para la formación. Las órdenes enérgicas de Deacon no eran obedecidas, pese a que en algunos momentos llegaron a convertirse en gritos amenazantes.


Después de la primera muestra de protesta todos los alumnos nos dimos por enterados del problema. Y el respeto que en el colegio se sentía tradicionalmente por los integrantes del último año se acrecentó y más de uno nos acercamos a ellos para manifestarles nuestro respaldo. Y rechazábamos la calificación de indisciplina que señalaba el oficial y nos manifestábamos de acuerdo con que se trataba de un rechazo a una decisión incorrecta como sostenían nuestros compañeros.

TODO VOLVIÓ A LA NORMALIDAD GRACIAS AL DIRECTOR

No recuerdo cuánto duró el conflicto, quizás superó la semana. Cuando se pensaba que podía prolongarse, debido a que ni Deacon ni los alumnos desistían de sus posiciones, intervino don Víctor Rabanal Cárdenas, director de la unidad desde su creación. Seguramente conocía del problema desde el momento que el militar conformó la escolta, pero se había cuidado de aparecer en el segundo piso al momento de las formaciones. Pero al ver que el conflicto no tenía solución, optó por tomar las decisiones necesarias para volver a la normalidad. No sólo se trataba de terminar el problema sino asegurar la mejor participación del colegio en el desfile que congregaba a todos los principales colegios de Lima y el Callao (ver crónica “Desfiles escolares en el Campo de Marte” del 16 de enero de 2015). No sé si Rabanal ya lo tenía claro, pero ese sería el último desfile en que nuestro colegio estaría bajo su dirección.

El teniente fue informado por el propio Rabanal que había decidido integrar la escolta por determinados alumnos, todos los cuales eran de quinto de media, al mismo tiempo que le informaba que tenía todo su respaldo para que los ensayos fueran más exigentes. Los alumnos de quinto fueron informados sobre la composición de la nueva escolta designada por el director, al mismo tiempo que fueron conminados a no realizar ninguna manifestación de celebración por tal designación.

El resto de los alumnos sólo supimos que los del quinto año se habían reintegrado a las actividades preparatorias para participar de los desfiles escolares, aunque notamos que lo hacían con más brío. Me parece incluso que ese año nuestra gran unidad escolar ganó una vez más el “Sol radiante”.

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