Desde que tengo recuerdo -posiblemente a partir de 1952 que ingresé a la
Gran Unidad Escolar “Tomás Marsano” de Surquillo- el 27 de julio de cada año en
el llamado Campo de Marte, se realizaba el desfile escolar que congregaba a los
diferentes colegios nacionales de Lima y
Callao. Participaban también dos centros de estudios militarizados: el Colegio
Militar Leoncio Prado, donde se estudiaba del tercero al quinto año de secundaria
y el Politécnico Nacional "José Pardo", que impartía en tres años de
enseñanza, educación técnica en especialidades como electricidad, mecánica o
carpintería...
En el inmenso parque los escolares marchaban por las pistas de la hoy llamada avenida de La Peruanidad. Si bien el Campo de la Marte quedaba en el barrio limeño de Santa Beatriz, una parte correspondía a la zona de Jesús María, ya en esa época faltaba casi quince años para la creación del distrito con ese nombre.
La parte central del desfile se hacía frente a las graderías de las
instalaciones que correspondían a la tribuna principal del antiguo Hipódromo de
Santa Beatriz que dejó de funcionar en 1938, cuando el Jockey Club del Perú
trasladó las actividades hípicas al nuevo Hipódromo de San Felipe que
desaparecería en 1960 para trasladarse a Monterrico, donde hasta hoy funciona. El antiguo edificio del hipódromo pasó a
convertirse posteriormente en local del ministerio de Aeronáutica y es sede del
Cuartel General de la Fuerza Aérea del Perú desde cuando ese ministerio
desapareció para integrarse en 1987 en el ministerio de Defensa.
Esa misma tribuna ha servido también como estrado principal en varios de
los desfiles militares de las últimas décadas, que se realizan los días 29 de
julio al día siguiente de del aniversario patrio, aunque en varios años se ha
decidido hacerlos en lo largo de la cercana avenida Brasil.
FRUSTRACIÓN POR SUSPENSIÓN DE DESFILE ESCOLAR
Pero regresemos a los años 50 del siglo pasado. Estaba yo en tercero de
secundaria, cuando por fin iba a desfilar por primera vez. No lo había hecho en
los dos primeros años de secundaria porque mi talla no era suficiente para
integrar los batallones de mi colegio (ver
crónica “Nunca pude ser brigadier” del 1 de noviembre de 2012). Por fin ese año fui considerado para desfilar. Se
me colocó en la última fila porque era bastante bajo, por lo que de hecho
encontré que delante de mí había alumnos de primero y segundo de secundaria. No
tuve problemas ya que lo que me importaba era desfilar por fin.
A lo largo del mes de julio se efectuaban dos o tres ensayos.
Pude constatar que en esas ocasiones se realizaban dos actividades distintas:
el ensayo mismo y los paseos posteriores aprovechando que se estaba libre a
partir de la once u once y media de la mañana. En los ensayos, conocido ya el
orden del desfile, servía para ajustar los tiempos para que el paso de un
colegio a otro no generara ni congestión en el inicio de la pista de desfile,
ni tampoco espacios largos de tiempo sin nadie desfilando. Me contaron que en
años anteriores se produjeron algunos incidentes entre los colegios,
particularmente Guadalupe y Alfonso Ugarte, pero ese año 1956, prácticamente no
hubo roces. La explicación se encuentra en que en esos momentos dirigentes
estudiantiles de los distintos colegios nacionales estaban en estrecha relación
ya que se habían coordinado medidas de protesta, incluyendo paros, para
rechazar la anulación del pasaje escolar que el dictador Manuel A. Odría había
decretado en su último mes de mandato (ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012).
A diferencia de lo que ocurría en los desfiles, en los
ensayos había menos rigidez. Guardando las respectivas formaciones y sin hacer
demasiado ruido, se conversaba en voz baja, mientras otros colegios ensayaban
su marcha por la pista de desfile. Los instructores del curso de Pre Militar se
encontraban a la espera de las disposiciones que les dieran otros militares a
cargo de la organización de todo el desfile. Jorge Osorio, regente, se mantenía
coordinando a los distintos auxiliares de educación allí presentes. Si bien en
el colegio cada uno ellos estaba a cargo de dos salones, en los desfiles se
distribuían de otra manera considerando que las distintas compañías combinaban
alumnos de distintos salones. También se encontraba supervisando todo el jefe
de Normas Educativas, Ricardo Gaona, profesor bastante joven quien seguramente
en esa época tenía alrededor de 30 años.
Ese año 1956, todos ensayamos nuestro paso por la
tribuna con energía y marcialidad con la seguridad que ganaríamos una vez más
el “gallardete” que era el premio al colegio que mejor marchaba. No se nos
ocurría que nuestros esfuerzos serían infructuosos ya que pocos días después,
el 24 o 25 de julio el desfile sería suspendido. Aunque por cierto no se señaló
oficialmente así, la suspensión se debió al temor del gobierno saliente que los
miles de alumnos participantes del desfile escolar despidieran a Odría con
manifestaciones de repudio. De esa manera la que iba ser mi primera vez
desfilando se frustró…
EN LAS ÚLTIMAS FILAS, PERO FINALMENTE DESFILÉ
Fue por esa razón que recién desfilé por primera vez
en 1957, cuando la gran unidad escolar había cambiado a Ricardo Palma, nombre
que ya tenía el colegio de secundaria y con el que nos sentíamos identificado
desde el ingreso al colegio. Estaba entonces ya en cuarto de secundaria pero
como no crecía aún me mantenía en última fila. Fue emocionante pasar frente a
la tribuna levantando muy alto las piernas y golpeando muy fuerte las suelas de
los zapatos. Parecida sensación tuve un año después, con alguna tristeza por
ser la última vez que desfilaba antes de dejar el colegio. Algunos centímetros
había crecido o los recién ingresados a secundaria eran más bajos, porque en
esa oportunidad estaba en la tercera fila contada desde la cola, pero al igual
que el año anterior confundido con alumnos de los primeros años de secundaria.
Pero tanto después de los ensayos para el frustrado
desfile de 1956 como para los que sí se realizaron en 1957 y 1958, resultaban
muy interesantes las andanzas que teníamos una vez que se terminaban. Hay que
considerar, que sólo en el caso de nuestro colegio, éramos unos 800 jóvenes que
quedábamos libres alrededor del mediodía. Me parece que ya no regresábamos a
clases en la tarde y por tanto con posibilidades de almorzar en nuestras casas
después de la hora acostumbraba. Es decir, teníamos por lo menos un par de
horas libres…
Si bien en esos días aprovechábamos para caminar hacia
la avenida Wilson –que sigue conociéndose con ese nombre a pesar que hace más
de 40 años que su nombre oficial es Garcilaso de la Vega- hasta llegar al Paseo
Colón y avanzar por el amplio Paseo de la República admirando el Palacio de
Justicia, por un lado y mirando la Penitenciaria de Lima al otro lado. Nos
quedaba por supuesto aliento para llegar hasta la Plaza San Martín y luego al Parque
Universitario, donde se encontraba la sede de la antigua Universidad de San
Marcos y se elevaba el edificio más alto de la Lima de ese entonces: el
ministerio de Educación con sus 22 pisos.
MIRANDO LIMA DESDE 80 METROS DE ALTURA
La primera vez que llegamos a esa construcción,
inaugurada en ese mismo mes y aun sin ocupar, comprobamos que se estaban
todavía haciendo algunos arreglos finales y que había algún tráfico de
trabajadores por una puerta lateral. Nos hicimos el propósito de ingresar el
día que nos tocara ensayar de nuevo. Y unos días después, apenas terminado el
ensayo, un grupo de cuatro o cinco nos dirigimos raudamente al local
ministerial. Los guardianes de la construcción entendieron nuestra juvenil
curiosidad y nos dejaron pasar con la promesa que haríamos una visita rápida.
Entramos al hall principal y quedamos admirados al ver los enormes murales allí
instalados. No lo sabíamos entonces pero eran obra de virtuosos pintores
peruanos como Teodoro Núñez Ureta –a quien tuve oportunidad de conocer y tratar
unos veinticinco años después- Manuel Ugarte Eléspuru y Enrique Camino Brent.
Los ascensores aun no funcionaban por lo que nos
dirigimos a las escaleras ubicadas a los costados del edificio y comenzamos a
subir las interminables escaleras. Estoy casi seguro que sólo pudimos llegar al
piso 20 o 21 porque estaba cerrado el paso para llegar hasta el último. Allí en
el último piso de ese edificio que sería la sede del ministerio de Educación
por los siguientes 40 años hasta convertirse en la sede de la Corte Superior de
Justicia de Lima y varias de sus distintas salas y juzgados a mediados de los
años 90, nos pasamos una media hora corriendo por sus pisos vacíos de ventanal
a ventanal para contemplar distintos ángulos de nuestra ciudad. A nuestros 14,
15 o 16 años fuimos niños por última vez riéndonos mientras correteábamos. Al
bajar sudorosos y sonrientes no sentimos el cansancio, sino hambre que calmamos
con fruta que compramos en una carretilla de los alrededores.
ASISTIMOS AL NACIMIENTO DE “EL HUECO”
Al otro lado de la avenida Abancay pudimos ver un gran
terreno cerrado con un enorme dibujo de una edificación de parecidas
dimensiones al que acabábamos de visitar y un letrero que señalaba que allí se
construiría el edificio que serviría de sede a los bancos estales. Adentro sólo
había el inicio de la excavación y los primeros muros de lo que serían los
sótanos de la construcción, pero ya en ese mes de julio de 1956 todo lucía
paralizado. Ese letrero se mantuvo calculo que por lo menos diez años sin
ningún avance en su construcción. Posteriormente se convirtió en terreno
abandonado que servía de basurero y escondite de delincuentes.
Regresemos casi 60 años atrás. Antes de bajar y
mirando justamente el lugar donde se debía construir el otro edificio, nos
dijimos que en algunos años deberíamos reencontrarnos para subirlo también.
¿Cuánto demorará su construcción? nos preguntamos ya que no había avanzado prácticamente
nada y lo único que se podía distinguir desde la altura de unos 80 metros en
que nos encontrábamos era un enorme hueco. En esos momentos no podíamos
imaginar que unos 40 años, a mediados de los años noventa, nacería justamente
“El Hueco” una especie de galerías comerciales construidas desde el fondo en
esa especie de socavón. Nacido de la invasión de vendedores ambulantes
desalojados de otras zonas del centro de la ciudad, se ha convertido hoy en un
precario centro comercial que viene sobreviviendo a desalojos, nuevas
invasiones, robos e incendios y que cada cierto tiempo hace noticia con el
anuncio que allí se construirá un centro comercial de material noble que
albergará a vendedores formalizados.
En otros años nuestras caminatas después de terminar
los ensayos en el Campo de Marte nos dirigieron por la avenida Guzmán Blanco
hacia la Plaza Bolognesi y la avenida Alfonso Ugarte o el Paseo Colón. Casi
siempre terminábamos en la Plaza San Martín donde la mayoría tomaba los amplios
tranvías interurbanos que se dirigían hacia Chorrillos con paradas en varias
estaciones de Surquillo, Miraflores o Barranco. Algunos en la avenida Wilson
tomaban el ómnibus Tacna-Trípoli que pasaba cerca del barrio miraflorino de
Santa Cruz y por la zona cercana al cine Montecarlo y el conjunto de viviendas
cercano a la entonces Huaca Juliana, que años después adoptaría su nombre más
auténtico: Pucllana. Por mi parte, yo tomaba el pequeño tranvía urbano que me
llevaba al Rímac.
Después de nuestra “trepada” hasta el último piso del
ministerio de Educación, al día siguiente en el colegio fueron muchos los
comentarios sobre nuestra visita que motivaron que días después algunos otros
compañeros lograran realizar idéntica excursión. Pero los comentarios sobre
visitas a plazas con monumentos fueron recibidos con sonrisas sarcásticas por
parte de alumnos de cuarto o quinto de secundaria. Ustedes no vieron a Manco
Cápac que es el más interesante, nos dijeron y ante nuestra muda interrogación
añadieron que había que seguir la dirección a la que apuntaba el monumento del
primer inca…
VISITAS DEPRIMENTES AL BARRIO ALEGRE
El monumento se encontraba en la plaza de armas de La
Victoria, también conocida como Plaza Manco Cápac, cuadrado formado por las
avenidas 28 de julio, Manco Cápac, Bolivia e Iquitos, por la primera de las
cuales se venía directamente desde el Campo de Marte. Y no era ningún gran
enigma hacia donde apuntaba el índice derecho del inca: era hacia su derecha
hacia el jirón Huatica que atravesaba la avenida 28 de julio a unas tres
cuadras de la plaza. A lo largo de varias cuadras de ese estrecho jirón se
encontraba el “barrio rojo” de Lima.
No sé si el año siguiente o subsiguiente los más
jóvenes integrantes de nuestra promoción decidimos hacer el paseo turístico que
en mediodías de julio hacían distintos grupos de alumnos de la mayoría de
colegios de Lima, después de participar en ensayos para el desfile de Fiestas Patrias.
Pasear por el jirón Huatica a mediodía por una sucesión de estrechos frontis de
casas con una puerta cuya parte superior se abría como ventana para que se
exhibieran las féminas. Aunque a esa hora casi todas las ventanas estaban
cerradas y las pocas abiertas dejaban ver desordenadas y oscuras habitaciones,
podría servir para que se motivaran sueños juveniles imaginando exóticas
damiselas exhibiendo medio cuerpo e invitando a pasear a los jóvenes a sus
cuartos iluminados por focos rojos. Pero a esa hora las pocas féminas que se
distinguían tenían aspecto desgreñado, sucio e incluso eran bastante mayores,
bastante lejos de la descripción que en los diarios se hacían de ellas:
“mujeres de vida alegre”.
Aunque seguramente pocos de los adolescentes en la segunda
mitad de la década de los cincuenta lo aceptáramos, no tengo duda que en esos
paseos en el frio limeño más nos impresionó la vista de nuestra ciudad desde el
edificio más alto de Lima que el deprimente espectáculo de mujeres nada
atractivas que tenían que vender sus cuerpos para sobrevivir…
Querido Alfredo:
ResponderBorrarLeerte es como vivir nuestros propios recuerdos. El famoso "Hueco" sirvió en 1950 para albergar a las distintas delegaciones de las diferentes Unidades Escolares. El propio Manuel Odría dirigiría un mensaje al alumnado, anunciando la construcción del Ministerio de Educación. No tenemos la memoria prodigiosa tuya de recordar detalles, pero olvido aquello.
Y te das un tiempo para contarnos tus "experiencias" en el famoso barrio rojo y que todavía alcanzamos a conocer como "El 20 de Setiembre", creo fecha de Italia. Coincidimos en que no fue lo que nos imaginábamos. Siempre hay exageraciones de los llamados historiadores.
Una vez mas, felicitarte por lo que narras. Reconocer tus cualidades y sin duda alguna que, si podemos reseñar, es que tuvimos profesores idóneos, tal como Mercedes Filomeno a la que considero nos implantó bases sólidas y que nos permitieron desarrollarnos en el futuro.
Un abrazo de tu amigo y condiscípulo:
José Carlos Serván Meza.
Promoción 1954 de la Gran Unidad Escolar "Tomás Marsano".